sábado, 16 de marzo de 2019

LA LOCURA INFANTIL DE HUALLATIRI

Escribe don Luis: "Se divisa el volcán desde lejos y se caracteriza por una forma de casco de cadete militar coronado por un penacho blanco, que es la constante columna de humo que desahoga sus hirvientes fondos de azufre. Al cráter central se agregan 23 fumarolas más pequeñas, procedentes de las grietas que miran hacia el pueblo. Estos humos forman un cerco de nubes alrededor del volcán en las horas en que el viento no desata su furia sobre el paisaje, como ocurre a menudo.
"Antes de llegar al caserío, el sendero cruza un bofedal medio seco, al hacerlo hay que tomar precauciones, a fin de que no se hundan los animales. Es propicio para la crianza del ganado lanar. Para los habitantes, el volcán es una especie de barómetro: cuando el humo sale recto, indica que el día será agradable; si se va arremolinando, no tardará en desatarse el viento; se sabe que va a llover si deriva hacia el poniente. El macizo nevado ejerce un verdadero imperio en la comarca, y se palpa la fuerza de su poderío, porque no sólo es un ejemplo de magnificencia y belleza que rivaliza con los Payachata, sino un exponente de vitalidad telúrica que impone temor y respeto. La nieve de su falda desciende hasta las proximidades de la población y prolonga su armoniosa geometría en una alfombra de verdor, alternada con espejos de hielo, que deslumbran la vista.
"En el caserío conseguimos aplacar el frío con una sabrosa comida caliente, calefacción de llareta y abundancia de mantas. Pero a pocos pasos de nuestro cuarto se desarrolló una extraña agitación, que duró toda la noche. Con la llegada del sacerdote, los vecinos tomaron coraje en su lucha contra Satanás, a quien atribuían las perturbaciones mentales de sus hijos. Al efecto realizaron una procesión encabezada por una oveja negra, a la que correteaban con
imprecaciones y chasquidos de látigo, a la vez que golpeaban el aire y el suelo con palos y cuerdas. En seguida, las mujeres estuvieron recorriendo de rodillas los alrededores de la iglesia, rezando las pocas y fragmentadas oraciones que habían podido aprender. Los hombres encendieron fogatas y se distribuyeron en grupos para cuidar las entradas del templo, la escuela y el local social, a fin de que no se atreviera a franquearlas el odioso Supayo. En esta actitud los encontraron las luces del medio día.
"El domingo hubo una misa especial para los niños, a la cual asistieron 63 de ellos y 59 personas adultas. Se les bendijo con las hermosas oraciones del ritual, fueron santiguados con el Evangelio de San Juan, y terminó la ceremonia con una canción al Niño Jesús, el "Bendita sea Tu pureza" a la Virgen Concebida (Purísima) y la jaculatoria al Ángel de la Guardia.
"Los niños captaron fácilmente que el acto se realizaba en beneficio de ellos y entonaron con júbilo el Canto de Navidad que se les enseñó, gracias a su precocidad de oído. Para exteriorizar la satisfacción del pueblo, hicieron una vilancha (sacrificio de sangre, literalmente mucha sangre), sin conocimiento del sacerdote, para lo cual se sacrificó una llama. Todos comieron buenos asados, y con la sangre del animal rociaron los principales lugares: la torre de la iglesia, el local social, la escuela... y también el volcán.
"Pero, ¿qué les había ocurrido a los niños para tener que hacer tantos ensalmos y bendiciones? Desde junio empezaron a sufrir alucinaciones en forma violenta, que les producía cierto frenesí, y había que reducirlos por la fuerza para que no huyeran o hicieran daño". Este estado colectivo de locura perduró hasta principios de agosto. "Francisco Churata, de 17 años, se largó al río Lauca, pese a la frialdad del agua y a la escasa simpatía que este elemento despierta entre los nativos de la cordillera. Clemente Mamani, de 13 años, decía que en el volcán cabalgaban 50 milicos en 50 caballos grises y .que iban a la guerra, invitándolo a acompañarlos con sus amigos. Terencio Mamani, de 12 años, veía hombres con cola en el volcán, donde se le presentaba también el mismo diablo. Mateo Jiménez, de 10 años, pugnaba por acudir al llamado de unos aparecidos en el nevado de Huallatiri". Visiones parecidas tenían también casi todos los demás niños.
"Pasado el ataque, ellos recuperaron su normalidad y no recordaban siquiera las extravagancias que habían hablado. Se podría pensar que estas perturbaciones mentales tuvieran su origen en una alimentación deficiente o en mal estado, o que fueran la consecuencia de haber escuchado relatos fantásticos. De esto último no hay constancia, y en cuanto a lo primero, la comida de esta gente del interior de Arica ha sido siempre sana, aunque frugal, sin que se conocieran tales consecuencias. Aún pudiera deberse a gases venenosos producidos por el volcán y que el viento transportara al caserío. Porque el Huallatiri está sometido, efectivamente, a la influencia de corrientes de aire que provienen de la alta atmósfera y que bajan a la tierra y la barren, trastornan y estremecen de frío.
"Después de misa, se bendijo agua en abundancia y con ella a muchas casas del pueblo. Había que expulsar al Malo de todos sus reductos. En la angustia de la separación e incertidumbre de otra visita, tal vez lejana, no temieron desahogar sus cuitas, revelándonos la existencia de algunos lugares maléficos,
para que los conjuráramos. Uno de ellos era una gran piedra. Luego nos suplicaron que fuéramos a la salida del pueblo, al lugar más dañino de todos, donde nacen los vientos que acarrean los mayores trastornos. Nos condujeron por un pedregal y nos mostraron un recinto amurallado de piedras, de 2,50 m. de diámetro y 1 m. de altura.
—"Esto es muy malo —nos aseguran—. Desde el tiempo de nuestros abuelos nos perturba e impide toda actividad.
"Todos estaban como al acecho de algo espantoso que debía ocurrir. Apenas rezada la oración ¡y salpicada el agua lustra!, arremetieron contra el muro, desparramando las piedras, con el designio, sin duda, de facilitar la huida del mal espíritu. Especialmente se ensañaron con un peñasco que había al centro del espacio cercado, donde estaba concentrado el daño".
Sólo una vez purificado todo el pueblo, permitieron al sacerdote que continuara su viaje.

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