HACE mas de dos siglos existía al Norte de la Provincia de Corrientes un caserío
compuesto de ranchos de naturales y un convento de piedra donde hacían penitencia
algunos frailes jesuítas.
Aquel villorio llamábase la estancia Asunción, y entre los indios, Carai-Matías era
primera persona, porque poseía caballos y animales domésticos, tenía el rancho mas
espacioso y cómodo, hablaba el castellano y era casado con Ñá-Maura, mujer
hacendosa y buena, que había sido educada en las santas prácticas de la religión
católica apostólica romana; prácticas de las que tampoco permitía se alejara su hija
única la hermosa Taca (luciérnaga) que llamaba la atención de criollos y naturales, y
á quien pretendía en casamiento un indio jóven y trabajador que respondía al nombre
de Colás.
Na-Maura y su hija, no faltaban jamás á las fiestas religiosas que se sucedían
diariamente en el convento; y el padre Froilan, que era Rector y Guardian de la Santa
Casa, se había prendado tanto de las virtudes de Taca y su madre, que con mengua tal
vez, de sus ocupaciones místicas, hacía cuanto le era posible y estaba en su mano
para que aquella familia no se desviara de la senda de la virtud y de las sanas
prácticas por donde es sabido que las almas piadosas se ván derecho al cielo.
El buen sacerdote se hizo confesor y consejero de Carai-Matías, su mujer y su
hija, y si dedicaba mas tiempo y laboriosidad á la confesión de la muchacha, era
porque esta tiraba mas á folgar con las otras indias y se encontraba mejor en las
danzas de los naturales que en los interminables rosarios, pláticas y confesiones á que
el director espiritual quería someterla por via de purificación.
Taca tenía compromiso secreto con Colás, indio jóven, que cuando no andaba de
correrías por los bosques, buscando miel silvestre ó cacerías, se encontraba con ella y
pasaban dulcemente parte de la noche en amorosa plática, ocultos ambos por los
espléndidos cortinajes de las hojas de los bananos que abundaban en la huerta de
Carai-Matías.
La muchacha, después, en la confesión, y porque nada quedase que pudiera influir
para la perdición de su alma, narraba candorosamente cuanto le había ocurrido ó
dicho su prometido en las deleitosas citas, y el reverendo padre la exhortaba para que
abandonase aquellos peligrosos encuentros, que halagaban tan solo las malas
tendencias de la carne, y se entregase de lleno á la oracion, ante la imágen de la
Asunción que tenía en el altar del Convento.
Habíase establecido una difícil situación para la muchacha; consecuencia del
choque de dos fuerzas igualmente poderosas que, según las circunstancias del
momento, luchaban y se vencían parcialmente, sin poder conquistar ninguna de ellas
el predominio absoluto de aquella voluntad de criatura.
Para Taca habíase hecho inconciliable la salvación del alma en una vida remota y
eterna, pero que se le describía con detalles que no le dejaban lugar á dudas, y el
cariño de Colás que cada dia se hacía mas irresistible y de cuyo lado estaban todas las
ternuras de su corazón y los dulces ensueños de una felicidad real y presente, cuyos
amables preludios la fascinaban, arrullándola como las brisas y el calor matinal á las
flores del campo.
El padre Froilan, conocedor del corazón humano y de las exigencias de un torrente
de cariño juvenil y contenido que bullía en la naturaleza de su penitente, fué
consultado un dia en confesión, en un momento de esos pecaminosos en que al fin el
hombre, conjunto irregular de espíritu y materia, obedeciendo á leyes inquebrantables
y superiores, obra inconscientemente dejando en acción á los instintos.
El reverendo padre, en un rapto de elocuencia real, valiéndose de su palabra
acostumbrada á convencer, ofreció á la joven las glorias inmarcesibles de la vida
eterna y las riquezas incalculables de la presente, que poseía secretamente, siempre
que se dejase guiar por él, en persona, á deliciosos parajes, donde solo podía existir la
felicidad más completa para ambos.
Taca, impresionable é inexperta en las cosas de la vida, acostumbrada por
educación á no dudar de las afirmaciones que le hacía el santo varón y dispuesta á
creer porque era buena, cuanto se la prometía de agradable para el porvenir, aceptó
sin vacilar la proposición del fraile, que aquella misma noche, acompañado de su hija
de confesión, desapareció del convento y del villorrio, yendo á buscar en ignorados
sitios la completa felicidad y los dulces encantos largo tiempo ambicionados.
Ña-Maura y Carai-Matías que no encontraban á Taca el dia siguiente, la buscaron
por diversas chozas y pusieron en conmoción á los pacíficos vecinos.
Los frailes á su vez, no sabían del padre Froilan y pensaron quo podía haberle
ocurrido alguna desgracia, tal como haberse extraviado en el bosque, víctima del
fervor con que muchas veces se entregaba á las piadosas oraciones.
Poco tardó en saberse y comentarse por todos la coincidencia de aquellos dos
extraviados, y los frailes llegaron á indignarse cuando descubrieron que no solo había
desaparecido el padre Froilan, sino que por obra de encantamiento ó del demonio, no
había una alhaja en el templo, de las que servían vistosamente para dar mas realce y
mérito á los maderos tallados que en los altares hacían las veces de santos.
Tampoco habían quedado en las arcas del convento los minerales que
cautelosamente se guardaban, como piadosas ofrendas de los fieles.
Aquello era, á mas de una irreparable falta de respeto á los canonizados, el mas
reprochable é indigno olvido de los deberes que establece el compañerismo bien
entendido entre los miembros de una comunidad.
Colás, que en el primer momento no salía de su asombro, reaccionó al dia
siguiente y se propuso buscar al raptor de su querida y darle muerte donde quiera que
estuviese.
El indio era el mejor instrumento para ejercer la venganza y los frailes le ayudaron
á adquirir datos tendentes á descubrir el sitio donde los prófugos se guarecían.
Muchos dias pasaron, sin embargo, sin que nadie pudiera dar noticias de ellos.
Dicen, que andando el tiempo y como Colás no olvidó nunca su amor por Taca,
que le había sido sustraída engañosamente, se internó una vez cazando en una isla
boscosa del centro de la Iberá, donde encontró al fraile y á su amada en dulces
coloquios.
El fraile, que era avaro, á mas de lujurioso, se ocupaba especialmente en fundir los
metales y las alhajas robadas y forjaba anillos para una interminable cadena.
Golas se enloqueció al verlos, y en un rapto de ira dió muerte á su rival y á Taca,
arrojó los dos cadáveres al lago, y quedó inconscientemente en poder de la cadena.
En sus horas de mayor locura se ocupaba el indio en forjar nuevos anillos que
agregaba sucesivamente, mientras al compás del martillo repetía á voces el nombre
de su adorada ta, ca; ta, ca.
Cuando murió Colás, después de mucho golpear, los espíritus del mal se
apoderaron de su cuerpo, subieron en la piragua del cazador y remolcando el cadáver,
demoraron trece dias en atravesar la lag una, asegurando en la otra orilla la
extremidad de la cadena, de oro.
En las noches de luna se pascan por sobre la vislumbre interminable de la
preciada, alhaja, las innumerables almas de los amantes desgraciados.
Cuando el sol se pone en las tardes de otoño, suelen verse sobre el horizonte unas
extensas fajas ó barras de oro que lucen los preciosos reflejos del Iris; en esa
dirección está tendida la cadena sóbrelas aguas silenciosas, y el sol la esmalta al
despedirse el día; pero infelices de aquellos que traten de poseerla, porque no hay
vicios mas detestables que el robo y la avaricia, y los que pretenden buscar aquel
tesoro se pierden para no volver jamás de esos misteriosos sitios.
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