Una mañana llena de sol, la colibrí, o xdzunuúm que
es su nombre en lengua maya, estaba parada sobre la rama de una
ceiba y lloraba al contemplar su pequeño nido a medio hacer. Y es
que a pesar de que llevaba días buscando materiales para construir
su casa, sólo había encontrado unas cuantas ramas y hojas que no le
alcanzaban. La xdzunuúm quería acabar su nido pronto, pues ahí
viviría cuando se casara, pero era muy pobre y cada vez le parecía
más difícil terminar su hogar y poder organizar su boda.
La xdzunuúm era tan pequeña que su llanto apenas se
escuchaba; la única en oírlo fue la xkokolché, quien voló de rama en
rama hasta encontrar a la triste pajarita. Al verla, le preguntó:
—¿Qué te pasa, amiga xdzunuúm?
—¡Ay! Mi pena es muy grande —sollozó más fuerte la
xdzunuúm.
—Cuéntamela, tal vez yo pueda ayudarte —dijo la xkokolché.
—¡No! Nadie puede remediar mi dolor —chilló la xdzunuúm.
—Ándale, platícame qué tienes —insistió la xkokolché.
—Bueno —accedió la xdzunuúm—. Fíjate que me quiero
casar, pero mi novio y yo somos tan pobres que no tenemos nido ni
podemos hacer la fiesta.
—¡Uy! Eso sí que es un problema, porque yo soy pobre también
—respondió la xkokolché.
—¿Lo ves? Te lo dije, nadie me puede ayudar —gritó la
xdzunuúm.
—No llores, espérate, ahorita se me ocurre algo —aseguró la
xkokolché.
Las dos aves pensaron un rato; desesperada, la xdzunuúm ya
iba a llorar de nuevo, cuando la xkokolché tuvo una idea:
—Mira, tú y yo solas no vamos a poder con la boda. Tenemos
que llamar a otros animales para que nos ayuden.
Apenas acabó de hablar, la xkokolché entonó una canción
en maya, que decía así:
U tul chichan chiich, u kat socobel, ma tu patal xun, minaan y
nuucul.
De esta forma, la xkokolché contaba que una pajarita se
quería casar, pero no tenía recursos para hacerlo. Luego repitió la
canción; como su voz era tan dulce, algunos animales y hasta el agua
y los árboles se acercaron a escucharla. Cuando ella los vio muy
atentos a sus palabras, les pidió ayuda con este canto:
Minaan u xbakal, minaan u nokil, minaan u xanbil, minaan u
xacheil, minaan u neeneíl, minaan u chu-cí, minaan u necteíl.
Con esas palabras, la xkokolché les explicaba:
No tiene el collar, no tiene el vestido, no tiene los zapatos, no
tiene el peine, no tiene el espejo, no tiene los dulces, no tiene las
flores.
Mientras la xkokolché cantaba, la xdzunuúm derramaba
gruesos lagrimones. Así, entre las dos lograron que todos los presentes
quisieran ayudar. Por un momento, se quedaron callados, luego, se
escucharon varias voces:
—Que se haga la boda, yo daré el collar —dijo el ave
xomxaníl, dispuesta a prestar el adorno amarillo que tenía en el
pecho.
—Que se haga la boda, yo daré el vestido —ofreció la araña y
empezó a tejer una tela muy fina para vestir a la novia.
—Que se haga la boda, yo daré los zapatos —aseguró el
venado.
—Que se haga la boda, yo daré el peine —prometió la iguana
y se quitó algunas púas de las que cubren su lomo.
—Que se haga la boda, yo daré el espejo —afirmó el cenote,
pues su agua era tan cristalina que en ella podría contemplarse la
novia.
—Que se haga la boda, yo daré los dulces —se comprometió
la abeja y se fue a traer la miel de su panal.
Con eso, ya estaba listo lo necesario para la boda. La
xdzunuúm lloró de nuevo, pero ahora de alegría. Luego, voló a buscar
al novio y le dijo que ya podían casarse. A los pocos días, se celebró
una gran boda, y por supuesto, la xkokolché fue la madrina. En la
fiesta hubo de todo, porque los invitados llevaron muchos regalos.
Desde entonces, la xdzunuúm dejó de lamentar su pobreza, pues
supo que contaba con grandes amigos en el mundo maya.
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