viernes, 1 de marzo de 2019

Guarin.

En un lejano país había un rey que le gustaba que su ejército estuviese compuesto de caballeros jóvenes, fuertes y con ganas de luchar.

  Por eso tenía la idea de armar nuevos caballeros, y a todos los viejos caballeros que iban a la corte de visita les preguntaba si tenían hijos.

  En esto llegó un viejo caballero a presentarse ante el rey. Este caballero tenía tres hijas y cuando el rey le preguntó:

  —¿Qué familia tiene usted?

  —Tres hijas, señor.

  —¿Algún hijo?

  Para no sentir la vergüenza de ser reprochado por carecer de heredero, el viejo mintió:

  —Sí, uno, un gentil muchacho llamado Guarin.

  La reina estaba sentada en su trono oyendo esto y se acercó al rey y le dijo al oído:

  —Es mentira. Ese no tiene ningún hijo.

  Se decía que la reina era muy mala, y muchos murmuraban que era medio bruja y aun bruja entera.

  —Dile que quieres armar caballero a su hijo y que lo traiga a la Corte —insistió la reina.

  El pobre caballero, al oír el mandato del rey, volvió triste y pensativo a su castillo. Y cuanto más lo pensaba más triste se ponía, pues se suponía que al enterarse el rey que le había mentido, seguramente le metería en una mazmorra.

  Al entrar en su castillo le salió al encuentro su hija mayor:

  —¿Qué os pasa, padre mío, para venir tan triste? —le preguntó.

  —¿Que qué me pasa? Pues que he dicho al rey que tengo un hijo y él me ha replicado que se lo presente, y me encuentro en un apuro.

  Luego salió la segunda hija, quien al enterarse de lo que había dicho su padre, le apostrofó airada:

  —Mejor que decir esto, ¿no hubiera sido, padre, que nos trajera un buen novio a cada una?

  Pero la tercera hija, al ver la ansiedad del padre, le consoló:

  —No os apuréis, padre —le dijo—. Yo me presentaré al rey disfrazada de muchacho.

  Y la muchacha se puso una bonita armadura blanca, se cortó el pelo y, tomando una espada y una lanza corta, montó en un caballo y, junto con su padre, se encaminaron hacia la Corte.

  Cuando sonó la trompeta anunciando la llegada de dos caballeros, se asomaron a la ventana del castillo el rey y la reina.

  —Mira —dijo el rey a la reina—. Ahí tienes a Guarin, aunque tú digas que no.

  —¿Ese, Guarin? No es Guarin, sino una mujer. Vamos a hacer un prueba.

  —Bueno.

  —Envía a ese Guarin a que atraviese aquel extenso prado.

  Había en aquel prado, en un lado hierba y, en el otro, lino con el que las mujeres hacen sábanas y telas finas.

  —Como es una mujer, no querrá estropear el lino —dijo la reina al rey.

  Pero en el momento en que Guarin se acercaba al galope al prado, se le apareció la Virgen Madre y le aconsejó:

  —Métete por el linar.

  Y Guarin, obedeciendo, entró por el linar, estropeando todas las plantas.

  —Mírale —dijo el rey— cómo anda a galope por el linar. Es un muchacho.

  —No, es una muchacha. Y lo vamos a ver en seguida. Dile que venga hacia acá y prepare el caballo para una nueva galopada. Los hombres arreglan los caballos fuera de la cuadra, pero las mujeres lo hacen dentro.

  Entonces el rey, llamando al jinete, le dijo:

  —¡Guarin! Pon correas nuevas al caballo.

  Al ir hacia la cuadra volvió a aparecérsele la Virgen y le dijo al oído lo que tenía que hacer. Así que Guarin dejó el caballo fuera, entró en la cuadra en busca de correas nuevas y se las puso a la vista de todo el mundo.

  —¿Ya te has convencido? —preguntó el rey a la reina—. Es un muchacho listo y ágil.

  —No es muchacho, sino muchacha. Y hay una prueba fácil. Mándale con un botijo que traiga agua de la fuente. Si es que, efectivamente, trae agua, es muchacho, si no la trae, es chica.

  Ya decía esto porque sabía que en la fuente vivía una culebra, y de ser mujer se asustaría al verla.

  Y nuestro Guarin, cuando iba hacia la fuente con su botijo en la mano, se le volvió a aparecer la Virgen Madre y le dio este consejo:

  —En el pozo de la fuente verás una culebra con los ojos abiertos, pero no tengas miedo, está dormida. Toma este mimbre. Con él atarás bien esa alimaña en la parte trasera del caballo y, después de llenar bien el botijo, ven al palacio.

  Todo sucedió según dijo la Virgen y con la culebra atada en la grupa del caballo, volvía Guarin hacia el palacio cuando la culebra soltó una carcajada, al poco rato otra y algo más tarde una tercera.

  Guarin, aturdida, oyó las carcajadas de la culebra y no sabía qué pensar. En esto se le apareció la Virgen nuevamente y le dijo:

  —Vas a hacer una cosa. Cuando te veas ante el rey, preguntas a la culebra la causa de sus carcajadas.

  Ante el asombro de la reina, apareció Guarin con su botijo lleno de agua, que colocó ante el rey, y a continuación pidió permiso al rey, al que rodeaba toda su Corte, para hablar.

  —Bien —dijo el rey—. ¿Qué es lo que quieres hablar?

  —Solamente hacerle una pregunta a la culebra que traigo en la parte trasera del caballo.

  —Tienes mi permiso.

  Entonces Guarin preguntó a la culebra:

  —Culebra, ¿por qué te has reído tres veces?

  Y ante el terror de toda la Corte, la culebra se puso a hablar:

  —Me he reído tres veces por lo siguiente: La primera vez, porque he visto el tejado del palacio de mi señora madre. La segunda cuando he visto a mi señora madre junto al rey, su esposo, siendo dueña de todas las llaves. La tercera porque una doncella como usted me ha derrotado.

  Al enterarse de que la reina era una bruja, la apresaron entre todos, y el mismo rey mandó encender una hoguera en la plaza delante del palacio y allí arrojaron a la madre y a la hija para que se abrasaran.

  Y el rey, al ver que Guarin era una hermosísima doncella, pues más tarde se puso sus vestidos, se enamoró y se casó con ella.

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