Glauco (verde marino: algunas veces se le diferencia de Glauco Pontios, «del mar») era una divinidad marítima menor que nació como mortal. Antes de comer la hierba mágica que le convirtió en inmortal, era un pescador humilde que vivía en Antepón, en la costa de Beocia. Un día, mientras preparaba sus aparejos de pesca, se dio cuenta de que los peces de su cesta revivían si los tumbaba en un trozo determinado de hierba. Entonces arrancó un poco de hierba y la masticó para probar sus propiedades, al momento quedó transformado en un dios de cola de pez con barba y cuerpo verdes.[101] De la obra que escribió Esquilo sobre Glauco sólo nos quedan unos pocos fragmentos, uno de ellos cuenta cómo se transformó después de comer la «inmortal hierba eterna». Esquilo localiza este episodio en el norte de Eubea.[102] Recibió poderes proféticos, como sucedía habitualmente con las divinidades marítimas, y surgió de las aguas (como cuenta Apolonio, cf. p. 501) para avisar a los Argonautas después de que les abandonaran accidentalmente dos de sus compañeros de navegación.[103] En el Orestes de Eurípides se dice que se le apareció a Menelao en el cabo Malea para informarle de la muerte de Agamenón[104] (por lo tanto, con la misma función que tiene Proteo en la Odisea, cf. p. 624). Para la historia que cuenta Ovidio sobre su amor frustrado con Escila, cf. p. 640.
Aunque el culto a Príapo llegó tarde a Grecia, después de que se desarrollara lentamente por el Helesponto desde su área de origen en torno a fines del siglo IV a.C., por épocas se volvió muy popular y se extendió asimismo por Italia. Príapo, un dios extravagante y pequeño al que se le representaba como un hombre, más o menos informe, con un falo erecto absolutamente desproporcionado, no parece que haya sido una divinidad tomada muy en serio más allá de su lugar nativo. Guardaba los rebaños, las abejas y ayudaba a los pastores y a los pescadores. En época tardía se le consideraba un guardián de viñedos, huertos y jardines, en parte como espantapájaros, en parte como protector frente a ladrones, en parte como dador de buena suerte (por esta razón se le ponía en la puerta de las casas). Elegantemente obscenos, se compusieron en su honor versos priápicos tanto en griego como en latín. El tardío es el Príapo que nos resulta más familiar. En su región de origen, sin embargo, en Lámpsaco y en las zonas aledañas de la costa asiática del Helesponto, era un dios de la fertilidad de primera importancia que recibía honores en plano de igualdad con los dioses olímpicos. Se le sacrificaban burros en Lámpsaco, sin duda porque se pensaba que tenían una naturaleza lujuriosa y excepcionales capacidades reproductivas.
Los mitos de Príapo son tardíos y artificiales: algunos son leyendas de nacimiento de su Helesponto natal, mientras que otros son cuentos que le vinculan con un animal en concreto, el burro. Se llegó a decir de él que era hijo de Dioniso y Afrodita, y es comprensible, dado que estaba asociado con el abandono de sí y el sexo. Quizá Afrodita le concibió de su favorito Adonis, mientras que Dioniso estaba fuera en su periplo por India. De acuerdo con una leyenda local nació en Aparnis (después Abarnis), cerca de Lámpsaco, la celosa Hera tocó el cuerpo de su madre cuando estaba preñada de él, lo que hizo que naciera deforme. Afrodita quedó tan horrorizada cuando dio a luz a un hijo tan poco agraciado con los genitales tan destacados que renunció a él (en griego, aparneito: de aquí el nombre de Aparnis) y lo abandonó e hizo que lo criaran unos pastores.[105] Esta historia está posiblemente inspirada en otra semejante acerca del nacimiento de Pan (cf. p. 287).
Ovidio cuenta, nada más y nada menos, tres historias en las que el rebuzno de un burro frustra a Príapo cuando intenta acometer una violación. De acuerdo con una historia contada en los Fastos, se arrastró para llegar a donde se encontraba la ninfa Lotis mientras ella estaba dormida al aire libre después de una fiesta de los dioses. En el momento decisivo, el asno de Sileno bramó con fuerza, entonces la ninfa se despertó de un salto y Príapo quedó en ridícula evidencia. Se enfadó tanto que mató al animal y desde entonces agradecía cualquier sacrificio de un burro.[106] A continuación, en el mismo poema, Ovidio cuenta la misma historia acerca de Vesta (el equivalente romano de Hestia, cf. p. 197) para explicar por qué se adornaba a los burros con guirnaldas y se les dejaba reposar en Roma durante su festividad.[107] Aunque no hay mención de esa historia en fuentes griegas, es razonable pensar que su origen era griego, como una etiología del culto y que Ovidio la adoptó para suministrar una explicación mítica para esta práctica meramente romana asociada con las Vestalias. Seguramente habría prescindido de una de las versiones si hubiera vivido lo suficiente como para terminar los Fastos. Pero no termina aquí, dado que Ovidio aporta otra versión diferente del intento de violación de la ninfa Lotis por Príapo en las Metamorfosis, en donde señala que ella se convirtió en un árbol de loto (presumiblemente por petición de ella misma) cuando intentaba escapar de él.[108] La historia, evidentemente, está inspirada en el célebre mito de transformación en el que Dafne se convierte en laurel (daphne) mientras huye de Apolo (cf. p. 216). Posiblemente Ovidio se la inventó para unificarla con el tema general del poema, aunque no es imposible que fuera la versión griega original de la historia.
De acuerdo con otra historia de un burro, Dioniso se tropezó con un pantano infranqueable mientras se dirigía al oráculo de su padre en Dodona para curarse de un arrebato de locura que le había provocado Hera. No obstante, encontró un camino a través de él montado en un burro que se encontró en las inmediaciones. Después de conseguir su cura en Dodona, agradeció al burro su colaboración concediéndole la capacidad de habla humana. El animal se sirvió de su recién conseguida habilidad para desafiar a Príapo a una competición acerca del tamaño de sus genitales, pero el dios demostró estar mejor provisto y mató al animal como castigo a su impertinencia.[109] Esta historia se conserva en el mito astral que servía para explicar el origen de dos estrellas de la constelación de Cáncer que eran conocidas (aún ahora) como Los Burros (Aselli en latín). El hecho de que las estrellas sean dos introdujo complicaciones en la narración cuando se pasó a mito estelar, pero eso no nos interesa aquí.
Pasando a una divinidad más respetable, Himeneo era la deidad que presidía los matrimonios. Su nombre deriva del tradicional grito nupcial de Hymen Hymenaie (más o menos), que pudo ser interpretado como una invocación a una divinidad llamada Himeneo (o Himen). Se le representaba comúnmente como un joven hermoso, alto y un tanto hermafrodita, que llevaba una antorcha nupcial y una guirnalda como atributos. Se entiende, por tanto, que se le clasifique como hijo de una u otra de las Musas,[110] dado que eran las diosas que entonaban el canto nupcial (hymenaios) en las bodas de los dioses; o también en algunas fuentes latinas se le nombra como hijo de Dioniso y Afrodita, o de una madre desconocida.[111] También se le consideraba un excelente cantante que había nacido mortal y fallecido el día de su boda, o antes de tiempo, o cuando se encontraba cantando en la boda de Dioniso.[112] En una versión racionalista, era un ateniense común que había muerto hacía mucho tiempo y se le había acabado conmemorando en el canto nupcial debido a los acontecimientos que siguen.
Aunque era excepcionalmente hermoso (o eso cuenta la historia), Himeneo era de cuna humilde y cuando se enamoró de una joven ateniense de familia noble, todo lo que pudo hacer fue seguirla a distancia para admirarla. Un día que ella y sus amigas estaban participando en los ritos de Deméter en Eleusis, fueron capturadas por una banda de piratas, que también se llevaron consigo a Himeneo porque estaba siguiendo los pasos de su amada. Después del viaje consiguió dar muerte a los piratas mientras estaban dormidos y emprendió el regreso a Atenas. Cuando llegó, contó a los ciudadanos qué había sucedido con sus hijas desaparecidas y se ofreció a traerlas de vuelta si le dejaban casarse con aquella que amaba. Cumplió su promesa y se casó con ella y, debido a que el matrimonio fue excepcionalmente feliz, se convirtió en costumbre invocar su nombre en las bodas.[113] Hay mención de una tradición en la que un Himeneo evidentemente mortal es devuelto a la vida por Asclepio, aunque no se indica nada sobre las circunstancias.[114] Algunos cuentan que fue el amado de Apolo, o de Héspero (la estrella de la tarde), o de Támiris, o de un héroe oscuro llamado Argino.[115] Argos es el único lugar en donde hay mención de un culto de Himeneo.[116]
Tenemos que pasar por alto, ya que no se ciñen a un libro de estas características, algunas leyendas acerca de divinidades extranjeras que no tuvieron una repercusión muy grande entre los griegos, como sucede con Isis, que en su forma tardía, tal y como la conoce Plutarco,[117] estaba evidentemente influida por la historia de Deméter. Merecen mención, aunque rápida, dos curiosidades que aparecen en fuentes latinas. Los autores romanos de Ovidio en adelante se refieren en ocasiones a la doncella del cielo —la constelación de Virgo— como Astrea (la mujer estrellada) y cuentan que abandonó la tierra por el horror que le producía la maldad humana.[118] A pesar de que no hay mención de un nombre semejante en la literatura griega, el cuento de su marcha se originó en una leyenda alegórica que narra el poeta helenístico Arato, que redactó un célebre poema didáctico sobre los fenómenos estelares. Arato cuenta cómo la doncella-estrella (llamada simplemente aquí Parthenos, la Doncella, el equivalente griego al Virgo latino) había vivido entre los seres humanos con el nombre de Dike (Justicia) en los años de la raza de oro (cf. p. 299), pero se había retirado a las montañas cuando la moral había declinado en los años de la edad de plata, satisfecha de reprochar a los mortales desde la distancia. Finalmente, aterrorizada por la violencia y la injusticia de la raza de bronce, había huido a los cielos, donde su figura continúa apareciendo como un reproche silencioso.[119] La idea de que su nombre fuera Astrea tiene su origen en una mención que hace Arato en el poema de que pudiera ser hija de Astreo (el padre de todas las estrellas en la Teogonía de Hesíodo, cf. p. 89).[120] Finalmente, se pueden decir unas breves palabras acerca de Demogorgón, cuyo terrorífico nombre atrajo la imaginación de Spenser, Milton y, por encima de todos, Shelley. Es un tanto ridículo que una divinidad con un nombre de tan rotundo sonido no sea más que una invención originada por el error de un copista. En su poema épico tardío sobre la guerra de Tebas, el latino Estacio hace que Tiresias mencione sobrecogido al «más grande de todo el triple universo, a quien no es lícito conocer».[121] Un comentarista antiguo señala en una nota conservada a este pasaje que el poeta se refería a Demogorgón.[122] Pero dado que no hay otra mención de un nombre tan improbable en ninguna otra fuente antigua, se piensa por lo común que la nota se refería realmente al Demiourgos, el Demiurgo o Dios-creador
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