sábado, 23 de marzo de 2019

EL ORIGEN DEL FUEGO EN POLINESIA Y MICRONESIA

Los maoris de Nueva Zelanda dicen que hace mucho tiempo, el
héroe primordial Maui pensó en destruir los fuegos de su
antepasada Mahu-Ika. Así pues, levantándose de noche, apagó
los rescoldos de todos los fuegos familiares del poblado; luego,
bien de mañana, llamó en voz alta a sus criados, y dijo: «Estoy
hambriento, tengo hambre; rápido, preparadme algo de comer».
Uno de los sirvientes se apresuró a cocinarle algo en el fuego,
pero el fuego se había apagado; y yendo de casa en casa, en busca
de fuego, vio que todos los fuegos del poblado estaban apagados;
no pudo encontrar nada con que prender fuego.
Cuando la madre de Maui oyó esto, llamó a los criados, y dijo:
«Uno de vosotros tiene que ir hasta mi antepasada Mahu-Ika, y
decirle que el fuego se ha perdido en la tierra, y que tenga a bien
otorgarlo de nuevo al mundo». Pero los esclavos, asustados, se
negaron a obedecer sus mandatos. Finalmente, Maui dijo a su
madre: «Bien; yo mismo traeré fuego para el mundo ¿qué camino
debo tomar?». Y sus padres le dijeron: «Sigue ese ancho sendero
que tienes ante ti, y por él alcanzarás la morada de tu antepasada;
si ella te pregunta quién eres, lo mejor que puedes hacer es
llamarla por su nombre, y ella sabrá que tú eres su descendiente;
pero sé cauto, y no intentes ningún engaño con ella, porque
hemos oído que tus hazañas son mayores que las de los restantes
hombres, y te gusta engañar e injuriar a la gente, y tal vez en esta
ocasión se te ocurra intentar engañar a tu antepasada; por favor,
sé cauto, y no lo hagas». Y Maui respondió: «Yo lo único que
quiero es volver a traer el fuego a los hombres, y volveré tan
pronto lo haya obtenido».
Se fue, pues, y llegó hasta la morada de la diosa del fuego; y tan
maravillado quedó de lo que vio, que durante un largo rato fue
incapaz de pronunciar palabra. Finalmente, dijo: «¡Oh, Señora!
¿Querríais levantaros? ¿Dónde guardáis vuestro fuego? He venido
a pediros un poco». La anciana dama se levantó, y dijo: «¡Aué!
¿Quién es este mortal?». Y él respondió: «Soy yo». «De dónde
vienes», dijo la diosa. Y él contestó: «Pertenezco a este país».
«Tú no eres de este país», dijo ella; «tu apariencia no es como la
de los hombres de este país. ¿Vienes acaso del nordeste?». E l
replicó: «No». «¿Vienes del sudeste?». Y él replicó: «No».
«¿Vienes acaso del sur?». El replicó: «No». «¿Vienes, pues, del
oeste?». El replicó: «No». «¿Vienes, pues, de la dirección de
donde el viento sopla directamente sobre mí?». Y él dijo: «De allí
vengo». «¡Ah, vaya!», exclamó ella, «entonces tú eres mi nieto;
¿Qué has venido a hacer aquí?». E l respondió: «He venido a rogar
que me des fuego». Ella contestó: «Muy bien, muy bien; ahí
tienes el fuego».
La anciana, entonces, se sacó la uña de un dedo, y de allí salió
fuego, que ella le entregó. Y cuando Maui vio que la diosa se
sacaba la uña para darle fuego, pensó que era algo maravilloso.
Se alejó, pues, a cierta distancia, y apagando el fuego, volvió
junto a la diosa, y dijo: «la lumbre que me has dado se me ha
apagado, dame más». Ella se quitó otra uña, y sacó de nuevo
fuego para él; y él, nuevamente, se alejó un poco, y apagó de
nuevo el fuego que había conseguido; y nuevamente volvió junto
a la diosa, diciendo: «Oh, señora, por favor te lo ruego, dame más
lumbre, porque la última que me has dado se ha apagado». Y así
prosiguió haciendo, hasta que la diosa se hubo sacado fuego de
todos los dedos de una de sus manos; y siguió aún hasta que hubo
sacado también fuego de todos los dedos de la otra mano; y, a
continuación, empezó a extraer fuego de los dedos de los pies,
con excepción de la uña de uno de los dedos gordos. Fue entonces
cuando la diosa se dijo: «Sin duda alguna este muchacho se está
burlando de mí».
Se sacó entonces la uña del dedo gordo que quedaba, y
también de allí salió fuego, y al arrojarlo con fuerza sobre el suelo
todo el lugar estalló en llamas. Y la diosa le gritó a Maui: «¡Ahí lo
tienes todo, ahora!». Y Maui echó a correr, intentando escapar a
toda prisa, pero el fuego lo perseguía implacablemente; tuvo,
pues, que transformarse en águila de veloces alas, y volar con
raudo vuelo, a pesar de lo cual el fuego lo seguía de cerca, y a
punto estaba de alcanzarlo. El águila, entonces, se arrojó de
cabeza a una charca de agua, pero el agua estaba a punto de
ebullición. También a los bosques alcanzó el fuego, de modo que
el ave tampoco pudo guarecerse allí; y también la tierra y el mar
fueron alcanzados por las llamas, de modo que Maui estuvo a
punto de perecer por el fuego.
Llamó, pues, a sus antepasados, Tawhiri-ma-tea y Whatitirimatakataka,
pidiéndoles que arrojaran sobre la tierra abundante
provisión de agua, y dijo a voz en grito: «Mandadme por favor
agua, que pueda aplacar este fuego que me persigue». Y hete
aquí que se desencadenó una tempestad con gran aparato de
viento, y Tawhiri-ma-tea envió una fuerte lluvia, y el fuego
quedó apagado; y antes de que Mahu-Ika pudiera alcanzar un
sitio donde guarecerse, a punto estuvo de perecer a causa de la
lluvia, y sus llantos y quejidos fueron tan fuertes como los que
Maui había proferido, cuando a punto estuvo de ser abrasado
por el fuego: fue así como Maui culminó esta aventura. De esta
manera se consumió el fuego de Mahu-Ika, la diosa del fuego;
pero, antes de que se perdiera del todo, logró la diosa salvar
unas cuantas chispas, que arrojó, para protegerlas, al kaikomako,
y a otros pocos árboles, donde se dice que aún se alojan;
de ahí que los hombres usen trozos de madera de estos árboles
para encender el fuego, cuando lo necesitan.1
El mito claramente está orientado a explicar de qué modo
puede extraerse fuego de determinados tipos de madera: para
preservar al fuego de su total extinción bajo la fuerte lluvia, la
diosa del fuego lo escondió en ciertos árboles, de los cuales
puede aún extraerse por frotamiento. Este es el meollo de toda
la historia, que aparece más ampliamente desarrollado en otras
versiones del mismo mito. Vemos así que, cuando Maui era
perseguido por el gran incendio, pedía que le fuera enviada una
gran lluvia, «que cayó a torrentes, y pronto extinguió las llamas,
e inundó la tierra. Cuando las aguas alcanzaron el tiki tiki, o
moño de Mauika, las semillas del fuego que allí se habían refugiado
huyeron al rata, al hinau, al kaikatea, al rimú, al matai y al
miro, pero estos árboles no las admitieron; fueron entonces al
patete, al kaikomako, al mahohe, al totara y alpuketea, que las
aceptaron. Estos son los árboles de los que se obtiene el fuego
por frotamiento».2 Y en otro lugar se nos dice: «Sólo una pequeña
parte del fuego logró escapar de la lluvia. A esta Mahu-i-ka la
colocó en el árbol totara, pero no ardió; lo intentó luego con el
matai; y tampoco ardió; luego con el mahoe; y ardió un poco; y
finalmente, en el kaikomako, donde ardió bien, y el fuego se
salvó».3
Así pues, el mito se cuenta para explicar las mayores o menores
cualidades combustibles de los distintos tipos de madera.
El mismo mito se contaba entre los morioris, habitantes de
las islas Chatham, situadas al este de Nueva Zelanda. Los morioris
son, o más bien eran, un pueblo de raíz maorí, que inmigraron
desde Nueva Zelanda a las islas Chatham y conservaron
la tradición de dicha migración. Su versión del mito es como
sigue:
«Luego, este tal Maui fue a traer fuego de Mauhika;4 le pidió
a Mauhika que le diera fuego, a lo que Mauhika, tirando de uno
de sus dedos, le dio fuego a Maui, quien, visto lo cual, fue y lo
apagó, volvió de nuevo junto a Mauhika, y esta tiró de otro de
sus dedos. Y así continuó pidiendo fuego y apagándolo, hasta
que a Mauhika sólo le quedó un dedo pequeño; entonces Mauhika
se dio cuenta de que Maui la estaba engañando, y se desató
su ira. Tiró entonces del dedo pequeño restante y arrojó fuego
contra los árboles, contra el inihina (en maorí, hinahina o matee),
el karamu, el karaka, el ake, el rautini y el kokopere (en
maorí, kawakawa). Todos ardieron, menos el mataira (en maorí,
matipou), que no ardió.5 Por esta razón, todos los árboles que
ardieron son usados como kahunaki (el trozo de madera que es
frotada como si se la fuera a ahuecar, conservando el serrín
arrancado, que finalmente prende merced al frotador ure). También
arrojó fuego contra una piedra, a saber, el pedernal, de
modo que también sale fuego del pedernal. Luego, Maui fue
perseguido por el fuego de Maui; mares y montañas resultaron
quemados, y Maui fue alcanzado por el fuego. El lamento de
Maui llegó hasta el rugiente trueno, hasta Hangaia-te-marama,
hasta la gran lluvia, hasta la prolongada lluvia, hasta la lluvia
que azota. Fue enviada entonces la lluvia, y Maui se salvó».6
Los nativos de Tonga, o islas de la Amistad, situadas en
medio del Océano Pacífico muy al norte de Nueva Zelanda,
cuentan una historia similar para explicar por qué puede sacarse
fuego de determinados árboles. Como brevemente pudo recoger
la primera expedición americana de exploración, durante
la primera mitad del s. XIX, la historia reza así: «Maui tema dos
hijos, el mayor llamado Maui Atalonga, y el menor, Kijikiji,
como es bien sabido. Kijikiji obtuvo fuego de la tierra, y les
enseñó a cocinarse su comida, lo que les gustó, y desde ese día
la comida se cocina, mientras que antes se la comían cruda.
Para poder conservar el fuego, Kijikiji le ordenó que pasara a
residir en determinados árboles, de donde actualmente se ob tiene
por fricción».7
Este mito tonga ha sido posteriormente recogido con mayor
amplitud por otros investigadores. Puede ser de interés comparar
sus versiones, que mantienen un acuerdo fundamental. Tal
como fue recogida por un misionero inglés a mediados del s.
XIX, la historia reza así:8
«Después de poblarse la tierra, pasó aún mucho tiempo antes
de que el fuego fuera conocido. Por supuesto no había forma de
cocinar la comida. Semejante carencia fue finalmente solventada
de la manera siguiente: Maui Atalonga y su hijo Maui Kijikiji
vivían en Koloa de Hafaa. Cada mañana Maui Atalonga dejaba
su casa para ir a visitar a Bulotu;9 y cada noche volvía trayendo
consigo comida cocinada. Nunca llevaba a Kijikiji consigo, ni le
permitía a su hijo saber el modo como hacía su viaje; ya que
Kijikiji era joven, lleno de alegría y amigo de las bromas. La
curiosidad de Kijikiji, sin embargo, acabó por despertarse, y
determinó averiguar el camino que seguía su padre y seguirlo
hasta Bulotu. Lo siguió hasta la boca de una cueva, oculta por
una gran mata de cañizo, para que los que pasaban a su lado no
pudieran descubrirla. Pero el joven Maui llevó a cabo una minuciosa
búsqueda, dio con la entrada y descendió a la gruta.
Llegado a Bulotu, vio a su padre manos a la obra, dándole la
espalda; se hallaba ocupado trabajando un huerto que había
preparado allí. El joven Maui arrancó un fruto del árbol nonu
(cuyo fruto es un poco más grande que una manzana), mordió
un trozo, y con su traviesa forma de ser habitual, le arrojó el
resto a su padre. El padre lo recogió, vio las marcas de los
dientes de su hijo, se volvió y dijo: «¿Qué te ha traído aquí?
Mira bien lo que haces, porque Bulotu es un lugar temible». Y
empezó a aleccionar a su hijo sobre los peligros que acechaban
su conducta. Maui puso a Kijikiji a ayudarlo a desbrozar un
trozo de huerto, y sobre todo le advirtió que no mirara nunca
atrás. En vez de seguir Jos consejos de su padre, Kijikiji hizo su
trabajo de mala maner*.. Arrancaba unas cuantas malas hierbas
y a continuación miraba atrás. Pasó toda la mañana arrancando
unas pocas malas hierbas y mirando hacia atrás, de modo que
poco fue lo que llegó a hacer. Las malas hierbas crecían sin
cesar, mucho más deprisa de lo que padre e hijo podían arrancarlas.
Llegó la noche, y Maui Atalonga quiso ponerse a cocinar
su comida. «V e » , dijo a su hijo, «y consígueme un poco de
fuego». Kijikiji no esperaba otra cosa. «¿Adonde tengo que ir?»,
dijo. «Al Modua».10 Allí fue, y encontró al viejo Maui (su abuelo)
tumbado en una estera, a la vera del fuego. Su hoguera
estaba formada por un gran árbol de palo de hierro, uno de
cuyos extremos ardía. El joven Maui hizo su aparición, y el viejo
se vio muy sorprendido de semejante intrusión, porque no reconoció
a su nieto. «¿Qué quieres tú?», dijo. «Quiero un poco de
fuego». «Cógelo». El joven Maui colocó un poco en una cáscara
de coco y lo llevó así durante un trecho. Pero su carácter travieso
lo llevó a hacer de pronto una de las suyas, y decidió apagar
las brasas y volver junto al viejo, con la cáscara vacía. Las
mismas preguntas y respuestas ocurrieron de nuevo esta vez.
Nuevamente obtuvo el joven Maui el preciado don, y nuevamente
por el camino lo apagó. Por tercera vez compareció frente
a su abuelo. El viejo se sintió irritado. «Tómalo todo», dijo. Y
el joven Maui, ni corto ni perezoso, tomó sobre sí el inmenso
árbol de palo de hierro y echó a andar con él. Fue entonces
cuando el viejo se dio cuenta de que era algo más que un mortal,
y empezó a gritarle. «Helo, he, he, Ke-ta-fai», que es un reto a
luchar. Perfectamente predispuesto a ello, el joven se dio la
vuelta. Se aproximaron uno a otro, y se enzarzaron en la lucha.
El viejo Maui cogió a su oponente por el taparrabos, lo levantó
en redondo, haciéndole perder pie, y lo estrelló contra el suelo.
Kijikiji, como un gato, cayó de pie. Era su turno; y cogiendo a su
abuelo de la misma forma, lo levantó en redondo, lo estrelló
contra el suelo y le rompió todos los huesos del cuerpo. El viejo
Maui se halla totalmente maltrecho desde entonces. Yace, debilitado
y somnoliento, bajo tierra. Cuando amenaza con producirse
un terremoto, los tonga lanzan el grito de guerra para
despertar al viejo Maui, que se supone está removiéndose. T e men
que pueda levantarse, y al hacerlo, dé la vuelta al mundo.
«Al volver Kijikiji junto a su padre, éste le preguntó por qué
había tardado tanto. El joven guardó silencio; y puesto que
nada respondía a cuanto le preguntaba sobre el viejo, Maui
Atalonga sospechó que había hecho algo malo. Fue a ver, y
encontró al viejo Maui lleno de magulladuras e impedido, por lo
que se apresuró a volver a Bulotu para castigar a su hijo. El hijo
echó a correr, y el padre lo persiguió enconadamente, pero sin
resultados. Llegó la noche, y ambos se dispusieron a volver a la
tierra. Maui precavió a su hijo de que no llevara fuego consigo;
pero, nuevamente, el prudente temperamento del padre se estrelló
contra el ánimo jocoso del joven. Este envolvió un poco de
fuego en los pliegues del largo indumento que llevaba, y lo llevó
arrastrando consigo. El padre marchaba delante. Y según iban
acercándose a la cima, empezó a sentir el olor. «Huele a fuego»,
dijo. El joven Maui iba pisándole los talones. Apresuradamen-
te, se quitó de encima la vestimenta y esparció su contenido
por todo alrededor. Los árboles vecinos se prendieron de inmediato,
y por un momento la tierra entera pareció estar en peligro.
No obstante, el mal pronto pudo ser controlado, y el bien
permaneció. Un resto beneficioso quedó a favor de los isleños,
que desde entonces han podido prender fuegos para alumbrarse
y para cocinar. Hay algo en esta leyenda de los rudos tonga
que nos recuerda al Prometeo de la Grecia clásica».
Una versión más amplia de este mismo mito ha sido posteriormente
recogida por un misionero católico de la forma que
sigue:
Un cierto Mauimotua y su hijo Mauiatalaga vivían en Lolofonua,
que era el mundo inferior. Ambos eran los señores de
Lolofonua. Y Mauiatalaga tenía un hijo pequeño llamado Mauikisikisi,
que significa Maui el Menor. Todos vivían en el mundo
inferior. Pero Mauiatalaga dijo a sus parientes, los restantes
Maui: «No permaneceré aquí en Lolofonua; iré a la tierra con mi
hijo Mauikisikisi; aún es pequeño y no ha llegado a la madurez.
Pero, aunque ambos vivamos sobre la tierra, siempre volveré
aquí a veros, y a hacer mi trabajo, y atender a mis huertos aquí
en Lolofonua». Así pues, ambos, Mauiatalaga y su hijo pequeño
Mauikisikisi, subieron a la tierra. Se fueron a vivir en la isla de
Kaloa, que es una de las del grupo Vavau, a su vez integrado en
el archipiélago de las Tonga o islas de la Amistad. La parte de la
isla donde fueron a vivir se llamaba Atalaga; de ahí que Mauiatalaga
llevara por segunda parte de su nombre el término Atalaga.
Y allí se casó con una nativa del lugar, llamada también
Atalaga.
Pero la isla de Koloa era pequeña y no había sitio para todas
las plantaciones de Mauiatalaga; así que solía bajar al mundo
inferior, a Lolofonua, a cultivar sus huertos de allí. Entre tanto,
su hijo Mauikisikisi empezó a hacerse mayor, y su insolencia y
desobediencia para con su padre eran tremendas. Esa era la
razón de que su padre lo dejara siempre en casa cuando bajaba
a sus plantaciones del mundo inferior; porque conocía el insolente
carácter de su hijo, y temía que pudiera hacer algún desafuero
en el mundo inferior, si consentía en llevarlo consigo allá.
Así que le dijo a su esposa: «Mujer, cuando yo bajo a atender
mis huertos en Lolofonua, ten cuidado de no despertar al joven
Mauikisikisi, para que no se entere de mi partida y vaya a hacer
travesuras allá abajo. Mejor que se quede aquí en la tierra y
haga aquí sus travesuras». Así, cuando el gallo cantaba y rompía
el alba, Mauiatalaga solía despertarse y emprender su camino
suavemente entre dos luces, para que Mauikisikisi no pudiera
oírlo y empezara a seguirlo sollozando; se iba siempre solo, y
partía en medio de la noche; hacía eso cada día; salía muy de
mañana, cuando aún estaba oscuro, para que Mauikisikisi no lo
viera partir.
Y Mauikisikisi se quedaba solo, y daba vueltas al asunto en su
corazón, y decía: «¿A dónde va mi padre a cuidar sus huertos?
Cada día lo veo partir. ¿A dónde va a atender sus plantíos y a
trabajar?». Y se dijo a sí mismo: «Tal vez mi padre va a trabajar
a sus huertos en Lolofonua. Lo vigilaré, cuando salga por la
mañana, en medio de la oscuridad, me despertaré, me levantaré
y lo seguiré». Así pues, Mauikisikisi vigiló a su padre, y una
noche lo vio salir furtivamente. Lo vio tomar su cinto y su azada
y echar a andar. Y, cuando ya se había alejado un poco, su hijo
Mauikisikisi se levantó y lo siguió. Lo seguía de lejos para que
no pudiera darse cuenta de que lo seguía. Cuando su padre llegó
al pie de un árbol kaho («caña»), se detuvo y miró en derredor
para ver si alguien lo seguía; pero Mauikisikisi se había ocultado
para que su padre no pudiera verlo. Entonces Mauiatalaga echó
mano de la mata por sus cañas, la arrancó de raíz y la echó a un
lado, bloqueando así el camino de Lolofonua. Su hijo Mauikisikisi
se dijo entonces: «Ah, ese debe ser el camino por donde el
viejo va a sus huertos de Lolofonua». Y se acercó entonces al
kaho, lo arrancó y lo arrojó lejos. Así le quedó expedito el
camino hacia Lolofonua, que no estaba bloqueado. Bajó, pues,
Mauikisikisi en seguimiento de su padre. Y llegaron al lugar
donde Mauiatalaga tenía sus huertos, donde éste empezó a
escardar sus cultivos. Y, mientras escardaba, su hijo se subió a
un árbol, un árbol nonu, arrancó uno de sus frutos, lo mordió, y
le tiró el resto a su padre. Y, cuando su padre recogió el fruto
mordido, dijo: «Sin duda esta es la marca de los dientes de ese
inútil chiquillo». Miró en torno suyo, pero no pudo verlo, porque
se hallaba camuflado entre las ramas del árbol. Así que
prosiguió con su escarda. Pero su hijo cogió otro fruto e hizo lo
mismo de antes, y nuevamente su padre dijo: «Sin duda estas
son las marcas de los dientes de ese inútil chiquillo».
Entonces Mauikisikisi gritó desde el árbol: «¡Padre, aquí estoy!
». Y su padre dijo: «Hijo ¿por qué camino has venido?». Y
su hijo le respondió: «Seguí el camino por donde tú viniste». Y
su padre Mauatalaga dijo: «Ven aquí conmigo y ponte a escardar
». Y Mauikisikisi se acercó y se puso a escardar. Su padre le
dijo: «No mires atrás mientras escardas». Pero Mauikisikisi no
paraba de mirar atrás mientras arrancaba las malas hierbas, y
éstas no paraban de crecer. Así que su padre Mauiatalaga se
enfadó. «¿Qué?», dijo, «¿no le dije acaso a este insolente chiquillo
que no mirara atrás mientras escardaba? Porque está prohibido
hacerlo, para evitar que las malas hierbas crezcan de nuevo
y los matojos se reproduzcan». Así que tuvo que ir a escardar de
nuevo lo que ya había escardado, porque las malas hierbas
crecían sin parar de nuevo. Y siguieron con la escarda. Pero
nuevamente Mauikisikisi se puso a mirar atrás, y nuevamente
rebrotaron las malas hierbas y los matojos en los sitios donde ya
habían escardado. Su padre, enojado, dijo: «¿Quién le diría a
este insolente y desobediente chicuelo que viniera aquí? Insolente
chiquillo, deja la escarda y vete a buscar fuego».
Y el muchacho preguntó a su padre; «¿Qué es esa cosa llamada
fuego?». Y su padre le dijo: «Vete pasada la casa, y allí hay
un viejo calentándose al fuego. Traéme algo de ese fuego para
cocinar nuestra comida». Y así fue como Mauikisikisi partió a
buscar fuego, y llegó hasta el lugar donde el viejo se estaba
calentando. Y hete aquí que el viejo no era otro que Mauimotua,
el padre de Mauiatalaga y abuelo de Mauikisikisi. Pero Mauikisikisi
no conocía a su abuelo, ni su abuelo a él, ya que nunca
antes se habían visto. Y Mauikisikisi se dirigió a su abuelo, el
viejo que estaba calentándose, y le dijo: «Viejo, dame algo de
fuego». Y el viejo tomó un poco de fuego y se lo dio. Y el
muchacho tomó el fuego y se fue con él; y habiéndose alejado un
poco, lo apagó mojándolo; y «1 fuego quedó apagado. El niño
volvió junto al viejo y le dijo: «Dame algo de fuego». Y el viejo le
preguntó: «¿Dónde está pues el fuego que te llevaste contigo?».
Y Mauikisikisi dijo: «Se apagó». El viejo entonces le dio fuego
de nuevo. Y nuevamente el muchacho se marchó con el fuego y
lo apagó por el camino, mojándolo con agua. Nuevamente, pues,
volvió a por fuego junto al viejo; era la tercera vez que se lo
pedía. Y cuando el viejo Mauimotua vio al muchacho acercarse
de nuevo, se irritó y dijo: «¿Cómo es que vuelve otra vez este
niño? ¿Dónde está el fuego que te llevaste la última vez?». Y
Mauikisikisi respondió: «Me llevé el fuego conmigo, y se me
apagó por el camino. Por eso vuelvo a que me des un poco».
Sólo quedaba ya en la hoguera un gran tronco. Y el anciano le
dijo enojado: «Tal vez puedas levantar y llevarte ese tronco que
arde», ya que pensaba para sí que seguramente el muchacho no
podría levantarlo; sólo Mauiatalaga podría haber levantado un
tronco tan enorme como aquel, pero Mauikisikisi se acercó y
levantó el tronco con una sola mano. Y Mauimotua dijo: «Deja
el tronco con el que me caliento». Mauikisikisi volvió a depositarlo.
Mauimotua se hallaba lleno de ira, y dijo: «Ven, vamos a
pelear». Muy bien, replicó Mauikisikisi. Y, al decir esto, se
adelantó y levantó a Mauimotua por los aires, meneándolo a un
lado y a otro, para terminar estrellándolo violentamente contra
el suelo. Hizo esto por dos veces, y el viejo quedó maltrecho y
desmayado.
Tras esto, Mauikisikisi fue a llevar el fuego a su padre Mauiatalaga.
Y su padre le dijo: «Has ido e insultado al anciano». Y
Mauikisikisi le respondió: «el viejo se sintió molesto conmigo
porque fui varias veces a pedirle fuego, y me dijo: ‘Muchacho,
vamos a pelear’ . Y yo peleé y el viejo se cayó». Y Mauiatalaga le
dijo: «¿Y cómo está ahora, muchacho?». A lo que Mauikisikisi
respondió: «L o golpeé fuerte, y está muerto». Y Mauiatalaga se
sintió muy conmovido por el sino de su padre, Mauimotua, a
quien su propio hijo había sacrificado. Y, cogiendo su azada,
golpeó con ella en la cabeza a su hijo, quedando muerto Mauikisikisi
allí mismo: allí mismo quedó tendido, muerto. Y Mauiatalaga
fue a buscar hierbas -e l nombre de la hierba es mohukuvaipara
recubrir el cuerpo de Mauikisikisi.
Luego, fue junto a Mauimotua, para ver si realmente había
resultado muerto en la lucha con el muchacho. Pero lo halló
repuesto, pues ya se le había pasado el desmayo. Y dijo a su
padre: «Padre, el insolente muchacho vino a matarte, pero no te
conoció». Y su padre, Mauimotua, le respondió: «Es verdad. Yo
tampoco le conocí a él». Y Mauiatalaga dijo: «Mi hijo Mauikisikisi
se volvió muy insolente allá en la tierra ¡Quién iba a pensar
que vendría a matarte! Esta es la razón de que no quisiera
traerlo aquí, por miedo a que se mostrara insolente. Y se mostró
en verdad tan insolente, que no he tenido otro remedio que
matarlo, por eso está ahora muerto». Y su padre Mauimotua
dijo: «¡Cómo! ¡Que has matado a Mauikisikisi por eso! ¿Por qué
no le dejaste vivir? Actuó ciertamentre como un loco, pero
nunca antes me había visto. Vete a buscar hojas de nonu; ya que
con las hojas de ese árbol recubren a los muertos, y reviven, y el
nombre del árbol es nonufiafia». Así que Mauiatalaga fue a
recoger hojas de nonufiafia y con ellas cubrió el cadáver de su
hijo Mauikisikisi, y su hijo volvió a la vida.
Y cuando ambos hubieron comido, Mauiatalaga se dispuso a
subir a tierra. Y dijo a su hijo: «Vete delante de mí, no sea que
hagas una de las tuyas aquí en Lolofonua, pues estoy ya harto
de tus travesuras». Pero Mauikisikisi replicó a su padre: «No,
vete tú delante, y yo te seguiré». Y así hizo su padre, aunque
temía que su hijo pudiera llevarse algo de Lolofonua a la tierra.
Marchó pues Mauiatalaga en cabeza, y Mauikisikisi siguiéndole,
llevando consigo un poco de fuego. Y, apenas habían comenzado
su ascensión, cuando Mauiatalaga se detuvo y preguntó a su
hijo: «Hijo ¿de dónde viene ese olor a fuego?». Pero Mauikisikisi
respondió: «¡No! Sin duda es el olor del lugar donde cocinamos
nuestras vituallas lo que hueles». Y Maiuatalaga volvió a
decir: «¿No será que has tomado contigo algo de fuego?». Pero
Mauikisikisi respondió: «¡No!». Así pues, continuaron ascendiendo
y ascendiendo. Nuevamente llegó a Mauiatalaga el olor
del fuego, y se paró y dijo: «¿De dónde me viene ese olor de
fuego?». Y Mauikisikisi dijo: «No lo sé». Pero Mauiatalaga echó
la vista atrás, y reparó en que el fuego que su hijo llevaba
echaba humo, ya que Mauikisikisi lo llevaba oculto y a hurtadillas.
Y su padre corrió hacia él airado y dijo: «¡Que tenga que
vivir para ver a este hijo malicioso y desobediente! ¿Adonde
piensas llevar el fuego?». Y con las mismas, lo apagó.
Siguieron ascendiendo, tras esto. Pero Mauiatalaga no se
había dado cuenta de que Mauikisikisi había prendido fuego a
su taparrabos, de modo que el taparrabos que Mauikisikisi
llevaba estaba ardiendo. Su padre pensó que el olor de fuego
que le llegaba era el del fuego que acababa de extinguir. Así fue
como, ascendiendo y ascendiendo, llegaron a la tierra. Y Mauiatalaga
decidió esconderse para poder observar a Mauikisikisi
mientras subía, no fuera a ser que se llevara algo de Lolofonua.
Y cuando vió acercarse a Mauikisikisi, dijo: «¡Ya está ese chiquillo
haciendo de las suyas! ¡Está trayendo el fuego a la tierra!
». Y exclamó en voz alta: «¡Que caiga una torrencial lluvia·!».
Y empezó a llover a cántaros. Pero Mauikisikisi le dijo al fuego:
«¡Corre a refugiarte en el cocotero! ¡Corre a refugiarte en el
árbol del pan! ¡Corre a refugiarte en el faul ¡Corre a refugiarte
en el toul ¡Corre a refugiarte en todos los árboles de la tierra!».
Ese es el origen del fuego, y así es como la tierra llegó a
familiarizarse con él. Mauikisikisi lo trajo de Lolofonua para
cocinar nuestra comida, darnos luz y calentar nuestros cuerpos
cuando están fríos y enfermos. Porque no había antes fuego en
la tierra, y la gente comía los productos de la tierra crudos.
Pero, desde la época de Mauikisikisi, desde que él trajo el fuego
de Lolofonua, nosotros, sus descendientes podemos disponer
de él aquí en la tierra. Esta es la razón de que el fuego se consiga
frotando dos palos. Ya que Mauikisikisi le dijo al fuego que
corriera a esconderse en los árboles y permaneciera allí.11
En fechas aún más recientes, otra versión del mito tonga ha
sido recogida por un misionero wesleyano, el reverendo E. E.
Collcott. Reza así:12
«Cómo fue traído el fuego a este mundo- Los Maui eran cuatro
y vivían en el Submundo. Sus nombres eran Maui Motua (Maui
el Viejo), Maui Loa (Maui el Largo), Maui Buku (Maui el Bajo),
y Maui Atalanga (tal vez, Maui el que sujeta el viento o el que
hace el viento), y había también un hijo de este último llamado
Maui Kijikiji (Maui el Travieso). Durante mucho tiempo todos
ellos vivieron en el Submundo, pero un día Atalanga sintió
ganas de subir y vivir en la superficie de la tierra. Con la aprobación
de sus hermanos, partió, prometiendo que volvería con
frecuencia para cuidar su huerto, y para ayudar en cualquier
otro trabajo que fuera necesario. Atalanga, acompañado de su
hijo Kijikiji, tras salir a la superficie terrestre, se asentó en
Koloa, la parte más antigua de Vavau.13 A este distrito le corresponde
propiamente el nombre de Haafuluhao, que sin embargo
se aplica indistintamente a todo el país. El país en su conjunto
recibe propiamente el nombre de Vavau; Koloa es la parte
originaria de dicha tierra, y su nombre correcto es Haafuluhao.
Los dos Maui se quedaron a vivir en Koloa, y Atalanga se casó
con una mujer del lugar. Su lugar de residencia se llamó Atalanga.
Maui no construyó ningún huerto en Koloa, que parece
haber sido muy pequeña para este efecto, por lo que seguía
cultivando su huerto del Submundo. En sus frecuentes excursiones
a las regiones inferiores, nunca llevaba consigo a su hijo,
sino que lo dejaba en casa en compañía de su mujer. El muchacho
era tan molesto y travieso que su padre no deseaba su
compañía. Los días en que bajaba al Submundo a cuidar su
huerto, Atalanga solía salir furtivamente de la casa antes del
amanecer, habiendo ordenado rigurosamente a su esposa que
nunca despertara al chiquillo, no fuera que lo siguiera y descubriera
el camino. Naturalmente, la curiosidad de Kijikiji se sintió
acicateada, y durante mucho tiempo buscó en vano el huerto
de su padre, hasta que finalmente llegó a la conclusión de que
debía hallarse en el Submundo, y determinó vigilar estrechamente
sus idas y venidas.
«Durante algún tiempo nada pudo descubrir, pero una noche,
sucedió que se despertó, y vio a su padre tomar su azada (palo
cavador) y salir de la casa, por lo que inmediatamente le siguió,
tratando de no ser descubierto. La entrada al Submundo estaba
oculta por una mata de cañas, y al llegar allí Atalanga miró a uno
y otro lado con cuidado, pero Kijikiji se hallaba discretamente
escondido a cierta distancia, observando atentamente cada movimiento
de su padre, sin que éste pudiera verlo a él. Atalanga
tomó las cañas, las arrancó de raíz, penetró por el hueco que
había abierto, y sacó luego su mano para tapar de nuevo el
agujero. Tras un prudente intervalo, para permitir que su padre
se hubiera alejado lo suficiente, Kijikiji se acercó al cañizal,
arrancó unas cañas, las arrojó lejos, y penetró por el hueco para
seguir a Atalanga. El lugar por donde los Maui penetraban al
Submundo se llamaba Tuahalakao (al parecer, tras la senda de
las cañas). Kijikiji siguió a su padre al Submundo, teniendo
cuidado de no ser visto, y llegó al fin al huerto.
»Cuando el joven llegó al lugar, su padre se hallaba trabajando,
pero él se subió a un árbol nonu, arrancó uno de sus frutos,
le dio un mordisco y le arrojó el resto a su padre. Atalanga
recogió el nonu, y al verlo reconoció en él las marcas de los
dientes de su travieso hijo; pero, al girarse en redondo y no ver a
nadie, reemprendió su trabajo, para ser molestado al poco por
otro fruto de nonu con marcas de dientes. Al divisar este segundo
proyectil, todas sus dudas se desvanecieron. ‘Esta’ , dijo, ‘ es
sin duda la marca de los dientes de ese trasto de crío’ . Kijikiji,
en este momento, ya no intentó mantener por más tiempo su
ocultamiento, y gritó: ‘Aquí estoy, padre’ . A la pregunta de su
padre de cómo había llegado allí, respondió que lo había seguido,
y a la ulterior pregunta sobre si había cerrado bien la entrada,
respondió, menos verazmente, que sí. Atalanga entonces
dijo a Kijikiji que se acercara a escardar malas hierbas con él,
advirtiéndole que no debía mirar en derredor mientras trabajaba.
No hace falta decir que el muchacho miraba en torno suyo
sin parar, y debido a ello las malas hierbas, tan pronto las
arrancaban, crecían de nuevo a sus espaldas. Su padre tuvo que
repetir el trabajo una y otra vez, y regañó a su hijo, a pesar de lo
cual, violando el tabú, éste continuaba mirando en tomo suyo,
hasta que finalmente su padre, hastiado de él, le dijo que dejara
aquello y fuera a buscar fuego.
»Kijikiji nunca había visto el fuego, y le preguntó a su padre
qué era. Atalanga le dijo que fuera hasta una casa situada más
allá, donde vería a un viejo sentado junto al fuego. Debía coger
un poco y traerlo, para preparar la comida. Cuando Kijikiji
entró en la citada casa, vio a un anciano al que no conocía, pero
que era Maui Motua, el padre de Atalanga. Le pidió fuego y el
viejo se lo dio, pero tan pronto hubo salido lo apagó, y volvió a
por más. Nuevamente volvió el viejo a darle fuego, y nuevamente
lo extinguió el muchacho nada más salir; al entrar en la casa
por tercera vez, el viejo se enfadó; por otro lado, sólo quedaba
un leño en la hoguera, un gran trozo de madera de casuarina.
Maui Motua, sin embargo, le dijo en broma al muchacho que si
podía con él se lo llevara, sin imaginar siguiera que pudiera ser
capaz de levantarlo. Kijikiji, no obstante, lo agarró y lo levantó
con una sola mano. Maui Motua de inmediato le ordenó que
volviera a dejar el leño en el fuego, y cuando el muchacho le
obedeció, lo retó a pelear. El reto mostraba más ánimo que
ingenio por parte del anciano, ya que.Kijikiji lo arrojó una y otra
vez contra el suelo, y habiéndolo dejado por muerto, tomó el
leño de casuarina y cargó con él.
» Cuando llegó junto a su padre, Atalanga le preguntó qué
travesuras había estado haciendo en casa de Maui Motua, que
tanto había tardado, pero Kijikiji simplemente replicó que el
fuego se le había apagado varias veces y había tenido que volver
otras tantas a recuperarlo. Ulteriores preguntas sacaron a la luz
el asunto de la lucha y su fatal desenlace. Al oír esto, Atalanga
derribó por tierra a su hijo con su azada y cubrió su cuerpo con
la hierba llamada mohuku vai (hierba de agua, literalmente). Se
dice que, por haber cubierto el cuerpo de Kijikiji, dicha hierba
no muere cuando se corta. Atalanga, luego, fue hasta donde
estaba su padre y lo encontró recobrado. El viejo supo entonces
que había sido su nieto con quien había peleado, y le dijo a
Atalanga que arrancara hojas de nonu (Morinda citrifolia), y las
colocara sobre el cuerpo para traerlo de nuevo a la vida. Hizo
esto, y el muchacho revivió. Esta especie de nonu no crece en
este mundo, sino sólo en el cielo y en el Submundo.
»Los dos comieron luego su comida, y se prepararon para
salir a cielo abierto. Atalanga, temiendo las traviesas inclinaciones
de su hijo, quiso que fuera delante de él, pero Kijikiji
finalmente se salió con la suya, y fue su padre quien encabezó la
marcha. Cuando ya salían, Kijikiji tomó un tizón de la hoguera
para llevárselo al mundo exterior y lo escondió a su espalda. Su
padre, al poco, detuvo la marcha y dijo: ‘¿De dónde viene ese
olor a fuego? ¿Has traído acaso algo de fuego contigo?’ . ‘No’ ,
respondió el muchacho, ‘probablemente procede del lugar donde
cocinamos nuestra comida’ . El padre pareció escasamente
convencido, pero decidió proseguir la marcha. Al poco, se volvió
de nuevo: ‘Muchacho ¿de dónde viene ese olor a fuego?’ . ‘No lo
sé’ , respondió el joven. ‘Muchacho ¿no habrás traído acaso
fuego contigo?’ , preguntó de nuevo Atalanga. Fue en este preciso
momento cuando el padre distinguió el humo que salía del
fuego que su hijo llevaba escondido, y echándose sobre él le
arrebató el tizón y lo apagó, recriminando agriamente a Kijikiji
por su desobediencia y mal comportamiento. Finalmente, estaban
ya a punto de salir a la superficie del mundo, sin que el
padre se hubiera dado cuenta de que la punta del taparrabos de
Kijikiji estaba prendida, y la traía arrastrando tras de sí inadvertidamente.
Al alcanzar la superficie de la tierra, Atalanga se
adelantó para esconderse y poder así observar si su hijo se
había traído algo del Submundo. Y, cuando Kijikiji apareció, vio
el humo que desprendía su taparrabos ardiendo. Invocó entonces
Atalanga a la lluvia, pero, aunque cayó un tremendo chaparrón,
el muchacho no se dio por vencido, ya que le dijo al fuego
que huyera a esconderse en el cocotero, y en el árbol del pan, y
en el hibisco, y en el tou (cordia), y en todos los árboles. De este
modó se introdujo el fuego entre los hombres, quienes hasta
entonces habían tenido que comer su comida sin cocinar, y
gracias a que el fuego reside en los árboles, se obtiene frotando
un palo contra otro».
Este mito tonga resulta sustancialmente idéntico al mito
maorí. En ambos, el fuego es traído a la tierra gracias a la
astucia de un héroe travieso y audaz, que logra engañar al
poseedor del fuego en el otro mundo; en ambos, el fuego robado
casi resulta apagado por una fuerte lluvia, y sólo se salva escondiéndose
en árboles, donde permanece hasta que se le extrae
por frotamiento. Las principales diferencias entre ambos mitos
parecen ser que, mientras en el mito maorí el fuego es traído del
Mundo Superior, en el mito tonga proviene del Submundo; que,
mientras en el mito maorí, el poseedor originario del fuego es la
abuela del héroe, en el mito tonga es el abuelo del mismo; y que,
mientras en el mito maorí el poseedor originario del fuego lo
extrae de su propio cuerpo, sacándoselo de las uñas de los pies
y las manos, en el mito tonga no hay la menor referencia a este
tipo de maravillas, dándose por supuesto que el poseedor originario
manipulaba el fuego de la forma habitualmente conocida.
Los nativos de Niué, o Savage Island, situada al este del
archipiélago Tonga, o Islas de la Amistad, cuentan una historia
sobre el origen del fuego que, aunque sólo la conocemos de
forma abreviada, parece concordar sustancialmente con la versión
tonga. Según ellos, un padre y un hijo, ambos por igual
llamados Maui, descendieron al mundo inferior a través de un
matorral de cañas. El Maui joven, «como otro Prometeo», robó
el fuego en el Mundo Inferior, escapó por el paso entre las cañas
con él, y antes de que su padre pudiera cogerlo, había prendido
fuego a la espesura en todas direcciones. E l padre trató de
extinguirlo, pero fue en vano; y la gente de Niué dice que desde
que el joven Maui realizó esta hazaña, han tenido fuego y podido
cocinar su comida.14 El mito niué fue recogido bajo una
forma ligeramente distinta por Basil Thompson. Según esta
versión, en los antiguos días, poco después de que la tierra
emergiera del mar, «Maui vivía bajo la superficie de la tierra.
Preparaba su comida en secreto, y su hijo que durante mucho
tiempo había sido tentado por el delicioso olor de la comida de
su padre, se ocultó para observar el proceso, y vio el fuego por
primera vez. Cuando Maui salió, su hijo robó un tizón llameante
y escapó con él a una de las grutas de Niué, donde prendió fuego
a un árbol ovava. De ahí que los niué saquen ahora el fuego de la
madera de ovava, frotándola con un rascador de dura madera
de kavika».15
Aquí, como a menudo ocurre, el mito se cuenta para explicar
el proceso de procurarse el fuego por frotamiento con ciertos
tipos de madera.
La historia samoana sobre el origen del fuego se parece a la
versión tonga, aunque los nombres de los personajes difieren un
tanto. Los samoanos dicen que hubo un tiempo en que sus
antepasados lo comían todo crudo, y que deben el lujo de la
comida cocinada a Ti ’ iti’ i, el hijo de una persona llamada Talanga.
Este Talanga era tenido en gran favor por el dios del
terremoto, Mafuie, que vivía en una región subterránea donde
el fuego ardía continuamente. Cada vez que Talanga se acercaba
a una roca perpendicular y le decía: «¡Roca divídete! ¡Soy
Talanga! ¡He venido a trabajar!», la roca se abría y le dejaba
pasar, y por ella descendía hacia sus huertos en la tierra del dios
Mafuie. Un día, T i ’ iti’ i, el hijo de Talanga, siguió a su padre, y
observó por dónde entraba. El joven, pasado un rato, se acercó
también a la roca, y fingiendo la voz de su padre, dijo: «¡Roca,
divídete! ¡Soy Talanga! ¡He venido a trabajar!», y la roca le abrió
paso. Su padre, que se hallaba trabajando en su huerto, se
mostró sorprendido, cuando vio aparecer a su hijo por allí, y le
rogó que no hablara en voz alta, porque el dios Mafuie podría
oírlo y enfadarse. Viendo una columna de humo a lo lejos, el hijo
inquirió a su padre qué era. Su padre le dijo que era el fuego de
Mafuie. «Iré a coger un p o co » , dijo el hijo; «N o » , dijo el padre,
«porque se enfadará. ¿No sabes que devora a la gente?». «¡Y a
mí qué me importa!», dijo el audaz muchacho, y se dirigió hacia
allí, tarareando una canción, hacia el lugar de donde salía el
humo.
«¿Quién eres tú?», dijo Mafuie al joven. «Soy Ti’ iti’ i, hijo de
Talanga», replicó; «he venido a por fuego». «Tómalo», dijo
Mafuie. Y volvió junto a su padre con algunos rescoldos, y
ambos se pusieron a asar taro. Encendieron el fuego, y se disponían
a colocar el taro sobre las piedras al rojo, cuando súbitamente
el dios Mafuie apagó el horno de un gran soplido, dispersando
las piedras y extinguiendo el fuego. «N o te dije que el
dios Mafuie se enojaría?», dijo Talanga. Lleno de rabia, el hijo
de Talanga fue hasta donde estaba Mafuie y le preguntó: «¿Poiqué
has roto nuestro horno y apagado nuestro fuego?». Indignado
por tan osado desafío, Mafuie cayó sobre él, y ambos se
enzarzaron en una pelea. T i ’ iti’ i cogió el brazo derecho de Mafuie
con ambas manos y le dio tal tirón que se lo rompió. Echó
mano entonces del otro brazo, y estaba a punto de tirar de él de
la misma manera, cuando Mafuie se confesó vencido e imploró a
su adversario que tuviera piedad de él, y le dejara sano el brazo
que le quedaba. «Necesito el brazo», dijo, «para mantener a
Samoa a flote. Déjamelo y yo te daré cientos de esposas».
«No, no quiero eso», replicó Ti ’iti’ i. «Bueno, pues», respondió
Mafuie, «¿quieres llevarte fuego? Si me dejas sano mi brazo
izquierdo, tendrás fuego, y podrás comer siempre la comida
cocinada». «De acuerdo», dijo T i ’ iti’ i; «quédate con tu brazo, y
yo tendré el fuego». «V e » , dijo Mafuie, «y encontrarás fuego en
cualquier trozo de madera que cortes». Así, desde los tiempos
de T i ’ iti’ i, los samoanos han podido cocinar su comida, consiguiendo
el fuego mediante la fricción de dos trozos de madera
seca. Y la gente supersticiosa, se nos dice, aún tienen la idea de
que el dios de los terremotos, Mafuie, vive en algún sitio debajo
de Samoa, y que la tierra tiene un gran mango, como una especie
de bastón, que Mafuie mueve de vez en cuando. Era habitual
entre ellos decir, cuando sentían venir un terremoto: «Menos
mal que gracias a Ti ’ iti’ i, Mafuie tiene sólo un brazo. ¡Si
tuviera dos, el meneo que nos daría!».16
En esta historia samoana, los nombres del padre y el hijo
pueden ser tan sólo otras variantes dialectales de los nombres
de la versión tonga, siendo el nombre del padre Talanga en la
historia samoana, y Atalanga o Atalaga (Maui-atalaga) en la
tonga, mientras que el hijo de la versión samoana, T i ’ iti’ i, se
correspondería con el Kijikiji o Kisikisi (Maui-kisikisi) de la
versión tonga. Un rasgo digno de mención en el mito tonga es la
deducción del fuego terreno a partir de los fenómenos volcánicos,
ya que no puede caber duda alguna de que el fuego perpetuo,
que el dios de los terremotos mantiene vivo constantemente
bajo tierra, no es otro que el fuego volcánico. Y la explicación
sobre el modo como el dios del terremoto apagó el horno y
dispersó las piedras puede ser muy bien la descripción mítica
de una erupción volcánica.
Los nativos de Fakaofo, o Bowditch Island, al norte de Samoa,
hacían remontar el origen del fuego a Mafuike, «pero, al
revés de los Mafuike de la mitología de otras islas, este era una
vieja eiéga. Talanga bajó a las regiones inferiores donde ella
reinaba y le pidió que le diera algo de fuego. Ella, obstinadamente,
se negó, hasta que él amenazó con matarla, y entonces
ella cedió. Junto con el fuego Talanga la hizo confesar qué pescado
era el mejor para cocinar, y cuál debía seguir consumiéndose
crudo; y fue entonces cuando dio comienzo el tiempo de la
comida cocinada».17 De manera similar, en las islas Unión, al
sureste de Bowditch Island, «un audaz personaje llamado Talanga,
habiendo descendido a las regiones inferiores, halló a una
vieja llamada Mafuike muy ocupada cocinando. Habiéndola obligado
con amenazas de muerte a compartir con él su tesoro,
encerró el fuego en un cierto tipo de madera, que fue consecuentemente
usado por sus descendientes para extraer fuego
por frotamiento».18 Estas historias concuerdan en lo fundamental
con la versión samoana del mito, incluso en cuanto a los
nombres de los personajes, Talanga y Mafuike, que coinciden
exactamente o casi con los nombres samoanos de Talanga y
Mafuie, aunque en la versión samoana Mafuie sea un dios y en
las otras versiones Mafuike es una vieja.
En Mangaia, una de las islas Hervey, el origen del fuego en la
tierra se atribuye al gran héroe polinesio Maui, y la historia del
modo como le procuró fuego a la humanidad se parece en muchos
puntos a las versiones maorí y tonga del mito. Reza así:
Originariamente, el fuego era desconocido para los habitantes
de este mundo, que no tenían más remedio que comer sus
alimentos crudos. En el Mundo Inferior (Avaiki) vivían cuatro
seres poderosos: Mauike, dios del fuego; el dios-sol Ra; Ru, el
sustentador de los cielos; y, finalmente, la mujer de Ru, Buataranga,
guardiana del camino que lleva al mundo invisible.
A Ru y a Buataranga les nació un hijo famoso, Maui. Ya en
edad temprana, Maui fue nombrado como uno de los guardianes
de este mundo superior donde viven los mortales. Como el
resto de los habitantes del mundo, comía su comida cruda. Su
madre, Buataranga, de vez en cuando visitaba a su hijo; pero
siempre comía su comida aparte, sacándola de una cesta que
traía del Mundo Inferior. Un día, mientras dormía, Maui fisgó
en su cesta y descubrió comida cocinada. Al probarla, le gustó
mucho más que la comida cruda. Ahora bien, dicha comida
procedía del Submundo, lo que dejaba bien claro que el secreto
del fuego estaba allí. Así que Maui decidió bajar a casa de sus
padres, en el Mundo Inferior, para intentar gozar del lujo de la
comida cocinada.
Al día siguiente, cuando su madre Buataranga se disponía a
bajar al Mundo Inferior, Maui la siguió por entre la espesura, sin
que ella se diera cuenta. Esto no le resultó difícil, ya que siempre
iba y venía por el mismo camino. Atisbando por entre las
largas cañas, vio a su madre pararse ante una roca negra, a la
que se dirigió del siguiente modo:
Que Buataranga, aunque en cuerpo, descienda por este agujero.
Lo que al arcoiris semeja debe ser obedecido.
Como dos oscuras nubes al alba se separan,
i Abridme, abridme paso al Mundo Inferior, oh, vosotros los temibles!
Al ensalmo de estas palabras, la roca se abrió en dos, y
Buataranga descendió. Maui con todo cuidado memorizó estas
palabras; y sin más dilación partió a ver al dios Tañe, que poseía
hermosas palomas. Maui insistentemente le rogó a Tañe que le
prestara una de sus palomas. El dios le ofreció dos, una tras
otra, pero el caprichoso Maui rechazó ambas por igual. Nada le
contentaba si no era una paloma roja llamada Akaotu, esto es,
Intrépida, a la que su amo apreciaba especialmente. Tañe se
resistía a desprenderse de su mascota, pero se la dio a cambio
de la promesa de que la paloma seiía devuelta sin daño. Maui se
marchó de allí lleno de alegría, llevándose la paloma roja hasta
el lugar por donde había visto descender a su madre. Cuando
hubo pronunciado las palabras que le había oído, la roca se
abrió de par en par, y Maui, introduciéndose en el cuerpo de la
paloma, penetró por ella. Unos dicen que se transformó en una
pequeña libélula, y que montado de esta forma en el lomo de la
paloma, bajó al Submundo. Los dos feroces demonios que guardaban
la entrada, rabiosos por la intrusión de un extraño, se
apoderaron de la paloma, para devorarla; pero sólo consiguieron
arrancarle algunas plumas caudales, y el ave pudo proseguir
su vuelo hacia las sombrías profundidades. Maui se entristeció
por el daño que había sufrido la mascota de su amigo.
Llegado que fue al Submundo, Maui empezó a buscar la casa
de su madre. Fue ésta la primera que vio, y se vio guiado hasta
ella por el ruido de su mayal de telas. La roja paloma se posó
sobre un horno situado frente al cobertizo donde Buataranga se
hallaba machacando corteza para tela. La diosa detuvo su tarea
y se quedó mirando a la roja paloma, suponiendo que era un
visitante del Mundo Superior, ya que ninguna de las palomas
del Submundo tenía color rojo. Buataranga dijo al ave: «¿Vienes
acaso de la luz del día?». La paloma asintió. «¿Eres acaso mi
hijo Maui?», inquirió la mujer. Nuevamente asintió la paloma. Y
al oír esto, Buataranga penetró en su morada, mientras el pájaro
volaba hasta un árbol de pan. Maui, en este momento, reasumió
su figura humana, y fue a abrazar a su madre, quien le preguntó
cómo había descendido hasta el Submundo y cuál era el objeto
de su visita. Maui confesó que había ido a conocer el secreto del
fuego. Buataranga dijo: «Ese secreto lo guarda consigo el dios
del fuego, Mauike. Cuando quiero encender un horno, le ruego
al padre Ru que le pida una astilla encendida a Mauike». Maui
inquirió dónde vivía el dios del fuego. Su madre le señaló la
dirección, y dijo que el sitio donde vivía se llamaba Areaoa;
«Casa de los palos de banyan». Aconsejó a Maui que tuviera
cuidado, «ya que», le dijo, «el dios del fuego es un tipo terrible,
de muy irritable temperamento».
Maui se dirigió con todo atrevimiento a la mansión del dios
del fuego, guiado por la rizada columna de humo que de allí
salía. Halló al dios ocupado en prepararse la comida en un
horno, y habiéndole preguntado la deidad qué buscaba, Maui le
replicó: «Un tizón encendido». Le dio uno, pero Maui lo llevó
hasta la orilla de una corriente situada más allá de un árbol del
pan, y allí lo apagó. Volvió luego de nuevo junto a Mauike, y este
le dio un segundo tizón, que igualmente extinguió en el agua.
Por tercera vez fue a pedirle al dios fuego. El dios se mostró
irritado, pero no obstante, rascó unas pocas brasas de su horno
y se las dio junto con un palo seco al osado Maui. Pero también
estas brasas arrojó Maui a la corriente. Porque pensaba que
unos cuantos tizones, por encendidos que estuvieran, le eran de
poca utilidad mientras no aprendiera el secreto del fuego. Así
que decidió provocar una pelea con el dios del fuego y obligarle
a revelar su secreto, que por entonces de nadie era conocido
fuera de él. Con esto en la cabeza, fue a pedir fuego por tercera
vez al furioso dios del fuego. Mauike le dijo que desapareciera
de su vista, a menos que quisiera ser vapuleado a conciencia; ya
que Mauie era de corta estatura. Pero el audaz joven se declaró
dispuesto a medir sus fuerzas con el dios. Mauike penetró en su
morada para ponerse su atavío de guerra; pero al volver vio con
asombro que Maui se había hinchado hasta alcanzar un enorme
tamaño. Sin amilanarse por esto, Mauike lo arrojó por encima
del más alto cocotero. Pero Maui se las arregló para caer al
suelo sin hacerse daño. Por segunda vez, el dios del fuego lo
arrojó por el aire, esta vez más allá de la altura que pueda tener
ningún cocotero; pero, nuevamente, Maui cayó al suelo sin hacerse
daño, mientras el dios del fuego estaba ya casi sin resuello.
Era ahora el turno de Maui. Por dos veces arrojó al dios hasta
una increíble altura, y volvió a recogerlo como una pelota en sus
manos. A continuación de lo cual, jadeante y rendido, Mauike
propuso a Maui dejar de pelear y perdonarle la vida, prometiendo
darle cualquier cosa que le pidiera. Maui le replicó: «Sólo
con una condición te perdonaré: que me digas el secreto del
fuego ¿Dónde se esconde? ¿Cómo se produce?». Mauike, muy
contento, le prometió revelarle cuanto sabía, y lo condujo al
interior de su maravillosa morada. En una esquina de la misma
había una gran cantidad de fibra de cocotero; en otra haces de
palos para prender fuego: de hibisco limonero (au), Urtica argentea
(oronga), tauinu, y particularmente banyan (aoa, Ficus
Indicus). Dichos palos estaban todos secos y preparados para
ser usados. En medio de la sala había dos palos pequeños en
solitario. Uno de estos le dio el dios del fuego a Maui, diciéndole
que lo sujetara con fuerza, mientras él sostenía el otro con vigor.
Y mientras trabajaba iba cantando:
¡Concédeme, concédeme, oh banyan,
el fuego escondido!
Produce un sortilegio;
¡Pronuncia una oración para (el espíritu de)
el árbol banyan!
¡Prende fuego para Mauike,
del polvo del árbol banyan!
Cuando casi había terminado de cantar la canción, Maui percibió
una pequeña columna de humo que surgía del fino polvo
producido por el frotamiento de ambos palos. Perseveraron en
su trabajo, y el humo fue espesándose; y alentado por los soplidos
del dios, una llamita hizo su aparición entre el humo, a la
que se alimentó con fibras de coco, a modo de yesca. Mauike, a
continuación, colocó encima varios de los haces de palos que
tema preparados, y al poco había un hermoso fuego llameando,
para asombro de Maui.
Así fue como se reveló el gran secreto del fuego. Pero el
victorioso Maui resolvió tomar venganza por las molestias que
había experimentado y por sus dos fallidos vapuleos; lo que le
llevó a prender fuego a la casa de su rendido adversario. Pronto,
todo el Submundo se vio envuelto en llamas, que consumieron
al dios del fuego y todo lo que poseía, resquebrajándose y
partiéndose hasta las piedras por causa del fuego.
Pero, antes de dejar la tierra de los espíritus, Maui cogió los
dos palos de hacer fuego, que habían sido propiedad de Mauike,
y se dirigió a toda prisa al árbol del pan, donde la paloma roja,
Intrépida, le aguardaba. Su primer cuidado fue restaurar las
perdidas plumas caudales del ave, para evitar la ira de Tañe.
Pero no había tiempo que perder, porque las llamas se expandían
peligrosamente. Volvió a entrar en la paloma, y colocando
los palos de hacer fuego en las uñas del ave, se dirigió hacia la
entrada inferior de la gruta. Una vez más pronunció Maui las
palabras que había escuchado de labios de su madre, Buataranga;
y una vez más la roca se abrió en dos, y pudo retornar sano y
salvo al mundo de los vivos. La roja paloma voló hasta un
hermoso y remoto valle, donde se posó; dicho lugar se llama
desde entonces Rupe-tau, «lugar de reposo de la paloma». Allí,
Maui reasumió su forma humana y se apresuró a devolver a
Tañe su mascota.
Al ir a atravesar el valle de Keia, pudo darse cuenta de que las
llamas se le habían adelantado y se habían abierto paso hasta
Teaoa, que desde entonces permanece cerrado. Los reyes Rangi
y Mokoiro temieron por su tierra; ya que parecía que todo
fuera a ser destruido por las devoradoras llamas. Para salvar a
la isla de Mangaia de la destrucción, se esforzaron al máximo, y
lograron finalmente extinguir el fuego.
Los habitantes de Mangaia se aprovecharon del incendio para
conseguir fuego y poder cocinar su comida. Pero, pasado un
tiempo, el fuego se les acabó, y puesto que no estaban en
posesión del secreto, no sabían como encenderlo de nuevo.
Maui, sin embargo, seguía teniendo fuego en su casa, sin que
nadie se explicara cómo. Con el tiempo, llegó a apiadarse de los
habitantes de su mundo y les reveló el maravilloso secreto, de
que el fuego está escondido en el hibisco, en la Urtica argentea,
el tauinu y el banyan. Les enseñó cómo el fuego escondido podía
ser extraído mediante el uso de palos de hacer fuego. Y, finalmente,
les indujo a que cantaran el canto del dios del fuego,
para dar mayor eficacia a los palos de hacer fuego. Desde aquel
día, todos los habitantes de este mundo superior usan los palos
de hacer fuego con habilidad, y han venido gozando del lujo de
la luz y de la comida cocinada.
Hasta nuestros días, se nos cuenta, ha seguido vigente el
mismo sistema primitivo de hacer fuego en Mangaia, con la
única excepción de que ahora el algodón ha venido a sustituir a
la fibra de coco como yesca. Era creencia antes que sólo los
cuatro tipos de madera hallados en la morada del dios del fuego
podían servir para producir fuego. El banyan estaba consagrado
a Mauike. El lugar donde las llamas consiguieron salir a la
superficie del Mundo Superior recibió el nombre de Te-aoa,
que quiere decir «el árbol banyan», y fue considerado tierra
sagrada hasta que el cristianismo indujo a su propietario a
convertirlo en un campo de taro. En la isla de Rarotonga, otra
de las Hervey, el nombre de Buataranga se convierte en Ataranga;
en Samoa pasa a ser Atalanga. Y en el dialecto samoano,
Mauike se convierte en Mafuie.19
Otra versión del mito, recogida también en las islas Hervey,
reza como sigue: en la isla de Rarotonga, que es una de las
Hervey, vivía en otro tiempo un hombre llamado Manuahifare
con su mujer, Tongoifare, que era hija del dios Tangaroa. T e nían
tres hijos, todos ellos llamados Maui, y una hija llamada
Inaika; y el más joven de los tres hijos, Maui Tercero, era el
menor de toda la familia, y un inteligentísimo, precoz y agraciado
muchacho. Este prometedor joven se había dado cuenta de
que su padre, Manuahifare, desaparecía misteriosamente cada
día al alba, y volvía con igual misterio a casa cada noche. Le
pareció ésto extraño porque, siendo él su hijo favorito, dormía a
su lado, y sin embargo nunca había podido saber las razones de
tan misteriosas idas y venidas. Así que decidió descubrir el
secreto. Y una noche, cuando su padre se despojaba de su
taparrabos para echarse a dormir, Maui tomó uno de los extremos
de la tela y se la colocó debajo de sí, sin que su padre se
diera cuenta. Fue así como a la mañana siguiente pudo darse
cuenta del momento de la marcha de su padre, al sentir que
tiraban del extremo del taparrabos que tenía debajo de sí. El no
esperaba otra cosa; y se quedó quieto par ver qué pasaba. Su
inadvertido padre se dirigió, como solía, al pilar central de la
casa, y le dijo:
¡Oh pilar, ábrete, ábrete,
Para que Manuahifare pueda entrar y bajar al Mundo Inferior (Avaiki)!
El pilar se abrió de inmediato, y por él descendió Manuahifare
al Mundo Inferior.
Ese mismo día, cuando los cuatro muchachos se disponían a
jugar al escondite, como solían, Maui el menor dijo a sus hermanos
y hermana que salieran de la casa, mientras él buscaba
un lugar donde esconderse. Tan pronto como aquéllos se perdieron
de vista, se dirigió al poste por donde su padre había
desaparecido y pronunció las palabras mágicas que le había
escuchado. Para su contento, el poste se abrió de par en par, y
Maui osadamente descendió al Mundo Inferior. Su padre, Manuahifare,
se mostró muy sorprendido de verlo por allá abajo,
pero prosiguió tranquilamente con su trabajo. Dejado, pues, a
su aire, Maui empezó a explorar las regiones subterráneas.
Entre otras cosas, se encontró a una mujer ciega que cocinaba
su comida sobre fuego. En su mano llevaba unas tenazas hechas
de nervadura verde de coco, con las que sacaba brasas del fuego
y las ponía a un lado, creyendo que eran comida, mientras la
comida de verdad se consumía sobre el fuego hasta hacerse
ceniza. Maui inquirió su nombre, y descubrió para su sorpresa
que no era otra que Inaporari, esto es, Ina la Ciega, su propia
abuela. Su inteligente nieto se apiadó de la pobre vieja, aunque
sin revelarle su nombre. Cerca de donde Ina la Ciega se hallaba
cocinando crecían cuatro árboles nono (Morinda citrifolia). Cogiendo
un palo, Maui suavemente golpeó al más próximo de los
cuatro árboles. Al sentir lo cual, Ina la Ciega, enfadadamente
dijo: «¿Quién es el entrometido que así trata al nono de Maui el
Mayor?». El audaz muchacho, entonces, se dirigió al siguiente
árbol y lo golpeó también con suavidad. Nuevamente se encendió
la ira de la vieja, quien gritó: «¿Quién es el entrometido que
así trata al nono de Maui Segundo?». Cuando Maui golpeó de la
misma manera que a los otros al tercer nono, se enteró de que
dicho árbol pertenecía a su hermana Inaika. Fue entonces a
golpear el cuarto árbol, y oyó esta vez a su abuela preguntar:
«¿Quién es el entrometido que así trata al nono de Maui T ercero?
». «Y o soy Maui T ercero», replicó. «Entonces», dijo ella, «tú
eres mi nieto, y ese es tu árbol».
Pero, cuando Maui había visto por primera vez su propio
nono, estaba enteramente desnudo de hojas y de frutos; mientras
que, tan pronto como Ina la Ciega le hubo hablado, volvió a
mirarlo y ¡oh maravilla! se hallaba cubierto de brillantes hojas y
hermosas, aunque aún verdes, manzanas; Maui subió entonces
al árbol y arrancó uno de sus frutos; le dio un mordisco, y
acercándose a su abuela, le arrojó el resto contra uno de sus
ojos ciegos. El dolor fue tremendo, pero su vista quedó completamente
restaurada. Maui arrancó entonces otra manzana, mordió
un trozo y arrojó el resto contra el otro ojo de su abuela, y
¡oh maravilla! el otro ojo también recobró la vista. Ina la Ciega
quedó encantada de poder ver de nuevo, y en agradecimiento le
dijo a su nieto: «T od o lo que hay arriba y todo lo que hay abajo
te queda sujeto, a ti y sólo a ti».
Animado por estas palabras, Maui le preguntó: «¿Quién es el
señor del fuego?». Ella le respondió: «Tu abuelo, Tangaroa-tuimata,
esto es, «Tangaroa el de la Cara Tatuada». Pero no vayas
junto a él. Es un tipo terriblemente irritable; y seguramente
perecerás». En absoluto intimidado por tales palabras, Maui se
dirigió derechamente a ver al dios del fuego, su abuelo, Tangaroa
el de la Cara Tatuada. Al verlo avanzar hacia él, la terrible
deidad alzó su brazo derecho con intención de matarlo; pero
Maui también levantó su brazo derecho. Tras lo cual Tangaroa
levantó su pierna derecha, intentando pegarle una patada al
infeliz intruso; pero Maui hizo otro tanto con su pierna derecha.
Asombrado ante tamaña audacia, Tangaroa le preguntó su nombre.
El visitante respondió: «Soy Maui el Joven». El dios se
enteró de este modo de que era su nieto y le preguntó para qué
había ido a verle. «Para conseguir fuego», respondió Maui. Le
dio, pues, Tangaroa un palo prendido y lo despidió. Maui se
alejó un poco, y llegándose al agua apagó en ella el palo. Tres
veces hizo esto mismo. A la cuarta, cuando Maui volvió a pedir
fuego a su abuelo, todas las brasas se habían acabado, y Tangaroa
tuvo que echar mano de dos palos secos y frotarlos para
producir fuego. Maui sostuvo el palo inferior, mientras su abuelo
el dios del fuego lo frotaba con el otro; pero justo en el
momento en que el serrín fino acumulado en la ranura estaba a
punto de encenderse, Maui de un soplido lo apagó. Justamente
enojado, Tangaroa echó de su lado a su nieto y lo envió a buscar
un pájaro, la golondrina de mar, para que le sujetara el palo
inferior, mientras él accionaba el superior del modo habitual.
Finalmente, para gran contento de Maui, surgieron las primeras
llamaradas de los palos frotados. El misterio quedó resuelto.
Maui arrancó el palo superior llameante de manos de su abuelo;
pero el pájaro de blanco plumaje, la golondrina de mar, aún
aferraba el palo inferior con sus garras, hasta que Maui le acercó
el llameante palo superior a los ojos, dejándoselos chamuscados.
De ahí proceden las manchas negras que hasta hoy rodean
los ojos de la golondrina de mar. Transida de dolor, e indignada
ante semejante pago a sus servicios, la golondrina de mar se
alejó volando para siempre jamás.
Maui propuso entonces a su abuelo que volaran hasta la luz
del día por el agujero por donde el ave había escapado. El dios
le preguntó cómo podía hacerse tal cosa. «Nada más fácil»,
respondió Maui, y para demostrarlo él mismo se convirtió en
pájaro. Tangaroa quedó encantado ante lo que veía, y a sugerencia
de su nieto, se puso su espléndido taparrabos, que los
mortales llaman arcoiris, y echó a volar por encima de los cocoteros
más altos. Pero el habilidoso Maui tuvo buen cuidado de
volar por debajo de su abuelo, y cogiendo un extremo del radiante
taparrabos de Tangaroa, le dio tan grande tirón que dio
con la pobre deidad contra el suelo. La caída mató a Tangaroa.
Satisfecho por haber aprendido el secreto del fuego y asesinado
a su abuelo, el bueno de Maui volvió a casa de sus padres,
que habían descendido por su lado al Mundo Inferior. Les dijo a
ambos que conocía el secreto del fuego, pero no les contó ni
palabra del asesinato de su abuelo. Sus padres expresaron su
alegría ante semejante éxito, y mostraron su deseo de ir a ofrecer
sus respetos a Tangaroa. Pero Maui les animó a que no
fueran de inmediato. «Id » , les dijo, «dentro de tres días. Yo
mismo iré mañana». Sus padres consintieron en seguir su consejo,
así que al día siguiente Maui partió de nuevo hacia la
morada de Tangaroa y halló el cadáver de su abuelo en avanzado
estado de putrefacción. Pero recogió los huesos y los colocó
dentro de una cáscara de coco, cerró la abertura y los molturó
durante un buen rato. Al abrir de nuevo el coco, vio a su abuelo
vivo de nuevo. Liberando entonces a la deidad de su humillante
prisión de cáscara de coco, lo lavó, lo ungió con aceite aromado
y dejó que el dios recuperara sus exhaustas energías en su
propia casa.
Maui retornó entonces al lado de sus padres, Manuahifare y
Tongioifare, y los halló muy ansiosos de ir a visitar a su padre.
Pero Maui nuevamente los persuadió de postergar su viaje hasta
el día siguiente. La verdad es que temía el enojo de sus
padres cuando descubrieran el crimen de que había sido culpable,
y había resuelto secretamente volver al Mundo Superior
mientras sus padres visitaban a Tangaroa. Al ir a visitar al dios
resucitado al día siguiente, Manuahifare y Tongoirafe, se quedaron
muy sorprendidos de ver su deprimente y postrado estado.
Cuando Manuahifare le preguntó a su padre qué le había
pasado, el dios le dijo: «Oh, vuestro terrible hijo me ha maltratado.
Me mató primero, y luego recogió mis huesos, y los batió
en una cáscara de coco vacía; luego, me devolvió a la vida,
debilitado y magullado tal como me veis. ¡Vaya que tenéis un
hijo fiero!». Ante tan penosa historia, los padres de Maui prorrumpieron
en lágrimas, y se apresuraron a volver a su antigua
morada del Submundo, para ver si allí daban con el joven
bribón, para darle una buena reprimenda. Pero aquel no se
hallaba en casa, pues había huido al Mundo Superior, donde
encontró a sus hermanos y hermana sumidos en un mar de
llanto, pues creían que nunca más volverían a verlo. El les contó
su gran descubrimiento y cómo había aprendido a hacer fuego.
20
Tal como se cuenta en las islas Marquesas, el mito dice así:
Mahuike, o Mauike, la diosa del fuego, de los terremotos y de
los volcanes, vivía en Havaiki, que es el Mundo Inferior. Su
único vástago era una hija casada que vivía en la tierra y que era
abuela de Maui. Maui vivía con su padre y su madre en el
promontorio de una isla. No paraba de pensar en la falta de
fuego, porque estaba ya harto de comer la comida cruda. Las
frecuentes ausencias de sus padres durante la noche lo llevaron
a preguntarse sobre el hecho, y llegó a convencerse de que iban
a hacerse con fuego; ya que siempre tenían comida cocinada. En
una ocasión, su madre le dijo: «Hijo, quédate aquí, que pronto
volveré». «Quiero ir contigo», le dijo el muchacho. «No puedes,
cariño», le respondió ella. «Voy a buscar fuego. Tu antepasada
te matará si me sigues».
No obstante, al emprender su madre el camino, su hijo la
siguió de lejos. Cerca de la entrada que conducía a Havaiki, el
Mundo Inferior, la madre se detuvo ante la presencia de un
pájaro posado sobre un árbol kaku.21 Creyendo que el pájaro
era unpatiotio (pájaro que es tabú en las Marquesas), llamó a su
marido, y ambos le arrojaron piedras para espantarlo. Pero,
como no pudieron alcanzarlo, la mujer llegó a pensar que tal vez
su abuela se hallaba escondida en el pájaro. Pero su marido la
disuadió de tal cosa, y ambos continuaron lanzándole piedras
hasta alcanzar al ave; fue entonces cuando una voz surgida del
pájaro les hizo saber que era su hijo Maui el que estaba dentro
del pájaro. Los padres, entonces, prosiguieron su camino hacia
Havaiki por una larga y ventosa senda. También Maui penetró
por la abertura que daba acceso a dicha senda hacia el Mundo
Inferior; pero casi nada más entrar, se dio cuenta de que su
abuela guardaba la entrada. Le rogó a esta que lo dejara pasar, y
como se negara con obstinación, la mató. En este mismo momento,
unas cuantas gotas de sangre fueron a caer en el pecho
de la madre de Maui, y ésta dijo: «Alguien ha matado a mi
madre». Por su parte, Maui, no encontrando ya nuevos obstáculos,
descendió a las entrañas de la tierra. Pronto se topó con su
madre, que venía de vuelta. Cuando lo vio, le dijo: «¿Qué has
hecho? Has matado a mi madre». Maui, con toda franqueza, se
declaró culpable: «S í», dijo, «porque no me dejaba pasar; quiero
conseguir fuego y estoy determinado a obtenerlo». Su padre
dijo: «No mates ni hagas daño a la vieja diosa», y Maui prometió
que nada de esto haría.
Llegó, pues, hasta la morada de Mauike, la diosa del fuego. Y
le dijo: «Dame algo de fuego». «¿Por qué lo quieres?», le preguntó.
«Quiero cocinar un poco de fruta del pan», respondió él.
La diosa le pidió que le consiguiera un p oco de cáscai’a de coco.
Así lo hizo él, y la diosa le dio un poco de fuego sacado de los
dedos de sus pies. Ahora bien, hay diversas clases de fuego; hay
un tipo de fuego que sale de las rodillas, y otro que sale del
ombligo, y así por el estilo; pero el peor tipo de fuego es el
extraído de los pies o de las piernas, mientras que el fuego
sagrado es el sacado de la cabeza. Así, cuando Maui recibió el
fuego que la diosa se había sacado de los dedos de los pies, lo
tomó y lo hundió en el agua, yendo luego a pedirle más. «Muchacho
haragán y taimado ¿qué has hecho con el fuego que te
di?», le preguntó la diosa. «Me caí al agua con él, y yo mismo me
hice daño», le contestó Maui. Recibió entonces fuego, que la
diosa se sacó de la espalda; pero también este apagó Maui como
el anterior. Esta vez, la diosa le dio la cáscara de coco prendida
con fuego sacado del ombligo. Pero nuevamente el muchacho
apagó este fuego como los dos anteriores. La diosa, ante ésto,
estalló en ira incontenible y adoptó un terrible aspecto. Pero
Maui no se amilanó: «Conozco todos los secretos de la brujería»,
dijo, «y no temo a los poderes mágicos». Y tomando una piedra
afilada, le cortó a la diosa la cabeza. Volvió entonces Maui junto
a sus padres y les dijo lo que había hecho. Ellos se pusieron muy
enfadados y lamentaron la muerte de su abuela. Maui entonces
se adueñó del fuego que había obtenido. Al principio no comprendió
sus propiedades, e intentó prender piedras, agua, etc.
Finalmente, lo intentó con árboles, y prendió u n /au (hibisco),
un vevai (álamo), un keikai, un aukea, y todos los árboles uno
tras otro, excepto el kaku, que era sobre el que se había posado
cuando asumiera la forma de pájaro.22
Una anterior, pero más breve versión del mito marquesano
nos la proporciona, con ciertas variaciones de detalle, el francés
Max Radiguet, que vivió algún tiempo en las Marquesas, al
tomar Francia posesión de las islas en 1842, y a quien debemos
una valiosa descripción de los nativos tal como eran en la época
en que la cultura europea apenas había afectado a la cultura
indígena. Hablando de las tradiciones indígenas, dice: «El origen
del fuego es curioso. Mahoike (terremoto), habiendo sido
nombrado guardián del fuego en el Mundo Inferior, con gran
sentido del deber se dedicó a dicha tarea. Maui, que había oído
hablar de la pregonada utilidad del fuego, descendió al Mundo
Inferior para robar un poco. Incapaz de eludir la vigilancia del
guardián del fuego, apeló a su generosidad, pero Mahoike hizo
oídos sordos a sus ruegos. Maui, entonces, lo retó; tuvo lugar
una pelea, y Maui, demostrando mayor habilidad que su adversario,
le arrancó uno de sus brazos y una de sus piernas. De tal
modo mutilado, el desdichado Mahoike, para salvar sus restantes
miembros, pareció consentir en darle algo de su fuego y
expresó su deseo de frotar la pierna de su adversario con él,
pero afortunadamente Maui descubrió el engaño; ya que, de
haber sido llevado aquel fuego a la superficie de la tierra, nunca
hubiera podido consagrarse. Así que llamó al orden a Mahoike,
sin que éste dejara por ello de intentar frotarle la cabeza a Maui
con fuego, diciendo: ‘Vuelve al lugar de donde viniste y toca con
tu frente todos los árboles, con excepción del Keika: todos los
árboles te entregarán su fuego’ . Ya he explicado de qué modo
los nativos se procuran fuego frotando entre sí dos trozos de
madera».23
En Hawai, o las islas Sandwich, el mito sobre el origen del
fuego se narra como sigue: una cierta mujer, llamada Hinaakeahi,
quedó embarazada por mediación de los dioses Kane
y Kanaloa; ya que, por indicación suya, al parecer, se bañó
llevando puesto el taparrabos del jefe de Hilo, cuyo nombre era
Kalana-mahiki. Como consecuencia de ello puso un huevo, y de
este huevo surgió su hijo Maui, o, por darle su nombre completo,
Maui-kiikii-Akalama. Cüando se hizo mayor, su madre lo envió,
con el taparrabos como señal, al jefe su padre, y su padre lo
reconoció como hijo suyo y lo educó junto a él con sus restantes
hijos, habidos con distintas mujeres del país, y todos los cuales
llevaban el nombre de Maui, distinguiéndose entre sí como
Maui-Mua (Maui Primero), Maui (el Ultimo), y Maui-Waina
(Maui el Mediano). En una ocasión, habiendo salido a pescar
con sus hermanos, Maui-kiikii percibió para su asombro un
fuego que ardía en la costa. Hasta entonces sólo había conocido
el fuego en casa de su madre; ya que su piel ardía y cualquier
cosa que ella tocaba se quemaba. Yendo en busca del fuego que
había visto arder a lo lejos en las montañas, Maui encontró una
colonia de pájaros alae, uno de los cuales llevaba el fuego de un
lado a otro, comunicándoles a sus compañeros que podían asar
con él taro o bananas. Tras intentar en vano capturar a los
pájaros, Maui decidió ir junto a su madre para pedirle consejo, y
supo por ella que el pájaro alae era su primogénito, y que
viviendo en los bosques había aprendido a usar el fuego. Le
aconsejó que construyera un muñeco, con un remo en la mano, y
lo situara en el interior de la canoa la próxima vez que saliera a
pescar con sus hermanos, para que los pájaros pensaran que
iba en la canoa con ellos. Así lo hizo, y cuando la canoa se había
adentrado ya en el mar, él que había permanecido en la orilla,
pudo tomar por sorpresa a los pájaros alae. Estos huyeron en
desbandada, pero uno de ellos, que había comido en demasía,
no pudo escapar lo bastante rápido y cayó rodando por la ladera.
Allí fue capturado por Maui, quien le preguntó sobre el
modo de producir fuego. El pájaro confesó que el fuego se
producía frotando entre sí dos palos, y le señaló varios árboles
de los que podían procurarse palos para hacer fuego. Pero, una
vez probada la madera de todos aquellos árboles se demostró
inservible para tal fin. Rabioso y frustrado, Maui a punto estuvo
de arrancarle el pico, y así lo hubiera hecho, si en el último
momento el árbol hau no hubiera producido al fin el fuego. No
obstante, para castigar al pájaro por el tiempo que había perdido,
Maui le aplicó un tizón encendido a la cabeza, como puede
verse por la roja cresta que corona su testera.24
Este mito sobre el origen del fuego entre los humanos apare
ce brevemente aludido en una historia hawaiana, donde nos
enteramos que cierto héroe «buscaba fuego y lo halló en el
alae», del que se nos explica que es un pájaro que tiene la parte
superior del pico recubierta con una piel roja.25
Así pues, el mito hawaiano sobre el origen del fuego, como
tantos otros mitos australianos del mismo estilo, sirve para
explicar al mismo tiempo la peculiar coloración de un tipo concreto
de pájaro.
Una muy diferente historia sobre el origen del fuego se cuenta
entre los nativos de Nakufetau o isla de Peyster, una de las
Ellice. Dicen que los hombres descubrieron el fuego viendo
cómo surgía humo de la fricción de dos ramas cruzadas de un
árbol, movidas por el viento.26
En la isla de Peru, una de las Gilbert, dicen que «el fuego lo
consiguió de Tagaloa una vieja, que lo trajo del cielo y lo puso
en el interior de un árbol. Le dijo entonces a la gente que lo
extrajera por frotamiento, y desde entonces han podido disponer
siempre de comida cocinada».27
Pero una historia mucho más maravillosa cuentan aún estos
isleños sobre el origen del fuego. Dicen que «en el origen había
dos señores, Tabakea era señor de Tarawa, la tierra; y vivía en
tierra. Bakoa, por su parte, era señor de Marawa, el mar; y vivía
en el mar.
»Bakoa tuvo entonces un niño, cuyo nombre era Te-Ika.
Cuando Te-Ika creció se pasaba el día tumbado sobre la superficie
marina, contemplando la salida del sol. Cuando los primeros
rayos del astro solar surgían sobre el horizonte, era su diario
empeño coger un rayo con su boca y empezar a masticarlo. Así
lo intentó durante varios días, hasta que al fin lo consiguió; se
metió el rayo de sol en la boca, y empezó a nadar con su padre
en dirección de Bakoa. Al llegar a casa de su padre, fue a
sentarse en el interior de la misma con el rayo en su interior;
pero, hete aquí que, cuando Bakoa fue a entrar se quedó asombrado
del calor que había en el lugar, y dijo a su hijo: ‘Vete de
aquí, porque estás que ardes y la casa echa humo por dondequiera
que tú pasas’ . Así fue como Te-Ika dejó la casa de su
padre, y se fue con su rayo solar hacia otra parte; pero siempre
acababa pasándole lo mismo; la casa empezaba a echar humo, y
todas las cosas que estaban en sus proximidades se socarraban
a consecuencia de su calor.
«Finalmente, temiendo Bakoa que su hijo pudiera resecarlo y
destruirlo todo, echó a Te-Ika de allí, diciendo: «Vete de aquí,
porque nos vas a llevar a la muerte a todos». Te-Ika, así pues, se
marchó de al lado de su padre y se trasladó en dirección este
hasta Tarawa, donde vivía Tabakea. Al llegar a la tierra de
Tabakea recaló primeramente en la playa con su rayo solar,
pero hete aquí que, por dondequiera que iba, los árboles y las
casas se socarraban debido a su presencia, ya que el sol quemaba
mucho y su calor penetraba también en el cuerpo de Te-Ika.
«Cuando Tabakea se alzó contra Te-Ika para echarlo de allí,
se vio impotente para llevar a cabo tal tarea. Así que adoptó
como arma cualquier árbol y rama que cayera en sus manos; con
ellos midió la totalidad del cuerpo de Te-Ika. Lo golpeó con
madera de uri (Guettarda speciosa), lo golpeó con madera de ren
(Tournefortii argentea), lo golpeó con corteza de kanawa (Cordia
subcordata), y también con las cortezas secas que se desprenden
de los cocoteros. Tan poderosamente fustigó el cuerpo
de Te-Ika que acabó por desmenuzarlo tanto a él como a su rayo
solar, convirtiéndolos en fragmentos que desparramó por toda
la tierra.
»Pero, cuando hubo pasado un tiempo desde que Te-Ika
abandonara a Bakoa, marchándose lejos, su padre empezó a
echarlo en falta, ya que lo amaba profundamente. Se levantó
entonces y empezó a buscar a su hijo por todos los mares, sin
lograr hallarlo. Empezó, pues, a buscarlo por tierra; y acabó
dando con él en la tierra de Tabakea. Al llegar allí le dijo a
Tabakea: «¿Has visto a mi hijo?» «Tiene un cuerpo que quema
y lleva consigo un rayo de sol». Tabakea le dijo: «L o he visto.
Vino aquí, y lo hubiera expulsado de buena gana, porque le
temía, pero no lo conseguí. Lo fustigué, entonces, de tal modo a
él y a su rayo de sol que los hice trizas, y los desparramé sobre
mi tierra». Cuando Bakoa oyó aquello se entristeció grandemente,
porque amaba a su hijo, por lo que Tabakea dijo: «Quédate,
porque traeré de nuevo a la vida a tu hijo». Tomó pues un
palo de madera de uri, con el que había medido las costillas de
Te-Ika, y lo frotó con un palo de madera de ren. Y, oh maravilla,
se produjo el gran prodigio, ya que empezó a echar humo, y
Bakoa dijo: «Humea como humeaban los árboles cuando mi hijo
estaba cerca». Tabakea, entonces hizo un montón con corteza
seca de los árboles con los que había golpeado a Te-Ika y,
soplando sobre los palos que tenía en sus manos por la parte
por donde los había frotado, produjo una llama y prendió un
fuego. Bakoa se sintió abrumado ante tan grande magia. Y dijo:
«He aquí que has resucitado a mi hijo». A continuación de lo
cual tomó el fuego y se lo llevó en dirección oeste, ya que decía
que en verdad se trataba de su hijo; pero, hete aquí que, cuando
penetraba en el mar para llevarlo a casa, el agua lo apagó, y
nunca más pudo llevarse a su hijo consigo. Así es hasta nuestros
días; el cuerpo y el rayo solar de Te-Ika que fueron despedazados
por Tabakea, permanecen para siempre jamás en el corazón
de la madera y los palos con que fueron golpeados por Tabakea
en Tarawa, y ya nunca podrán volver al mar.»28
Los nativos de Yap, o Uap, una de las islas Carolinas, dicen
que en otros tiempos tenían taro y ñame, pero no tenían aún
fuego con el que cocinarlos. Así pues, la gente recocía sus ñames
y su taro dejándolos al sol que caía sobre la arena. Pero sufrían
por ello de terribles dolores de estómago; por lo que rogaron al
gran dios Yalafath, que habita en los cielos, que los ayudara.
Inmediatamente cayó un gran rayo rojo desde el cielo, que
fulminó un pándano. Al contacto con tan fiero elemento, el
pándano estalló en una erupción de espinas situadas en el medio
y los rebordes de las hojas. Dessra, el dios del trueno, se
encontró de este modo encerrado en el tronco del árbol, y pidió
auxilio con quejumbrosa voz, para que vinieran a liberarlo de su
férrea prisión. Una mujer llamada Guaretin, que recocía taro al
sol en las proximidades, oyó la voz de súplica del infortunado
dios. El le preguntó en qué tareas se hallaba ocupada, y cuando
ella se lo dijo, él le recomendó que recogiera gran cantidad de
arcilla húmeda. El la modeló en forma de perola, lo que causó
gran contento a la mujer. Luego la mandó a buscar palos de
madera de arr (llamado tupuk por los nativos de Ponape); se
puso estos palos debajo de los sobacos y les infundió latentes
chispas de fuego. Así es como los primitivos habitantes de Yap
aprendieron a extraer fuego por fricción y a modelar la arcilla.29
Otra versión de la misma historia, con algunas variantes, ha
sido posteriormente recogida por otro investigador, y refiere lo
siguiente:
En los primeros tiempos, no había en Yap ni fuego ni alfarería.
Una mujer, llamada Deneman de la actualmente desaparecida
aldea esclava de Dinai, cercana a Gitam, tenía dos hijos. Un
día ella y sus hijos cogieron taro de su huerta, lo rasparon, lo
cortaron, y pusieron los trozos a secar al sol. En eso llegó el
Trueno, en forma de un gran perro, y cayó sobre un árbol de
pándano. Dijo entonces a la mujer: «Ven y cógeme». La mujer
respondió: «No, que tengo miedo». «Por favor, ven», dijo el
Trueno. Fue entonces ella y lo tomó. Vio él el taro y preguntó:
«¿Qué es eso?». «Mi comida», dijo ella. Le pidió él dos trozos,
que colocó a un tiempo bajo sus sobacos; se los dio luego a la
mujer, y ¡oh maravilla! estaban cocinados y eran buenos para
comer.
El Trueno dijo: «Coje una rama de ár». Ella se la tendió. El le
quitó la corteza, colocó el palo debajo del sobaco y se lo sacó
lentamente. La madera había quedado así bien seca. Tras lo
cual, cortó el palo por el medio, aguzó una de las mitades e hizo
una ranura en la otra. Quedó así listo un perforador de fuego.
Prendió entonces fuego horadando con el palo aguzado la ranura
del otro, y pudo así cocinar el taro. Tras ésto, la mujer y sus
hijos se fueron a casa, y se echaron a dormir. A la mañana
siguiente volvieron de nuevo a su huerta a trabajar, y el Trueno
los acompañó. El dios dijo a la mujer: «Coge arcilla, pero que no
tenga piedras». Tomó él la arcilla y le enseñó a la mujer cómo
fabricar con ella una perola. A la mañana siguiente le enseñó a la
mujer un encantamiento (matsamato) con el que hacer la perola
fuerte y duradera, si el comprador pagaba un buen precio por
ella, y otro encantamiento con el que hacerla romperse, si el
comprador se mostraba tacaño. Tomó luego mucho lák y mucho
mal y los cocinó, demostrándose buenos para comer. A continuación
de lo cual la mujer y sus hijos se marcharon a casa, y se
pusieron a dormir. A la mañana siguiente el Trueno había desaparecido,
pero la mujer se puso a cocinar por las noches, de
modo que nade pudiera darse cuenta de lo que estaba haciendo.
No obstante, pasó por allí un hombre que vio que su comida
no era como la del resto de la gente, y le preguntó la causa.
Muchas otras personas vinieron igualmente a preguntar, pero la
mujer guardó bien su secreto. Entonces la gente nombró espías
que la vigilaran día y noche. Una noche, al ver relumbrar el
fuego, irrumpieron a través de la pared de la casa y penetraron
en ella. Un hombre se hizo con el fuego, pero se quemó, porque
no conocía los efectos del fuego. La gente, entonces, trajo madera
de leña y cada cual se llevó un poco de fuego a su casa;
pidieron entonces a la mujer que les hiciera perolas prometiéndole
una gran recompensa. Pero no le habían pagado nada por
el fuego.30
Según otra versión de esta historia, el rayo que por primera
vez llevó el fuego a Yap, fulminó un gran hibisco situado en
Ugatam, una aldea esclava del norte de la isla. Una mujer le
pidió al dios del rayo, cuyo nombre es Derra en esta versión,
que le diera un poco de fuego; lo hizo, y le enseñó también a la
mujer cómo hacer ollas de arcilla cocida. Cuando el fuego se
extinguió, la enseñó a obtener más por medio del taladro de
fuego, esto es, frotando la punta de un palo aguzado contra el
agujero abierto en otro. Le dijo, por otro lado, que el fuego en
cada nueva casa debe tener comienzo siempre de esta manera, y
que debe usarse para ello sólo madera de hibisco; por lo demás,
esta madera debe cortarse siempre con cuchillos de concha o
hachas de concha, y no debe ser nunca tocada por el hierro o el
acero.31
Un misionero español de principios del s. X IX refirió el mismo
mito de manera más breve y probablemente imprecisa.
Según él, los nativos de las Carolinas «incluyen entre los malos
espíritus a un cierto Morogrog, quien, tras haber sido expulsado
de los cielos por sus groseras e inciviles maneras, trajo el fuego
a la tierra, donde hasta entonces no se conocía».

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