sábado, 23 de marzo de 2019

EL ORIGEN DEL FUEGO EN LAS ISLAS DE LOS ESTRECHOS DE TORRES Y NUEVA GUINEA

En las islas orientales de los Estrechos de Torres, entre
Australia y Nueva Guinea, pudo recogerse la siguiente historia
sobre el origen del fuego:
Una vieja llamada Serkar, que vivía en Nagir, tenía seis dedos
en cada mano. Tenía un dedo entre el pulgar y el índice, como
todo el mundo hace mucho tiempo. Cuando quería hacer fuego,
colocaba una pieza de madera sobre otra y ponía el dedo que
tenía el fuego bajo la leña, que inmediatamente se encendía.
Todos los animales de Moa solían ver el humo que Serkar hacía,
y sabían que tenía fuego, por lo que querían conseguir un poco,
ya que no tenían. Así que un día se reunieron en consejo.
Estaban la serpiente, y la rana, y lagartos de varias clases, a
saber: el lagarto de cola larga (zirar), el lagarto enano (monan),
el lagarto casero (waipem), y dos grandes lagartos, uno de ellos
llamado si y el otro karom. Todos se mostraron de acuerdo en
que debían cruzar a nado hasta Nagir para conseguir el fuego.
La serpiente fue la primera en intentarlo; pero el mar se encrespó
y tuvo que volver. La siguió la rana, pero esta también fracasó
en su lucha contra las olas. Tras ellas, el lagarto enano, el lagarto
de larga cola, el lagarto casero y uno de los dos grandes
lagartos (si) se lanzaron al agua, pero todos fueron repelidos de
idéntica manera. Finalmente, el otro gran lagarto (karom) intentó
llevar a término la tarea, y con la ayuda de su largo cuello, que
le facilitaba poder sacar la cabeza por encima de las olas, consiguió
cruzar el mar y tocar las arenosas playas de Nagir. Una
vez allí fue derecho a casa de Serkar. Se hallaba ésta sentada,
ocupada en tejer una cesta, y se puso muy contenta de verlo. Lo
invitó a que se sentara, y se dirigió a su huerta para buscar
comida para su huésped. El lagarto de largo cuello se permitió
en su ausencia rebuscar por la casa para ver si daba con el
fuego, pero no pudo encontrarlo. Y se dijo a sí mismo: «Qué
tontos hemos sido en Moa; la vieja no tiene fuego». Al poco
volvió la mujer, trayendo cantidad de comida de su huerta y
mucha leña. Colocó entonces un leño sobre otro, mientras el
lagarto de cuello largo la observaba de cerca. La vio acercar su
dedo a la madera, que prendió de inmediato con una llamarada.
Tras lo cual, la vieja se puso a cocinar la comida, y cuando hubo
terminado de cocinar, quitó toda la madera quemada del fuego
y la ocultó bajo la arena; ya que, siendo como era muy ahorrativa,
no quería desperdiciarla. El fuego estaba totalmente consumido,
y no quedaban ya ni las ascuas; pero la mujer lo conservaba
perennemente en su dedo. El lagarto de cuello largo, sin
embargo, quería conseguirlo para poder llevárselo de vuelta a
Moa. Así que, una vez terminada la comida, dijo: «muy bien, me
voy; me queda un largo camino hasta M oa». La vieja fue con él
hasta la playa para verlo partir. Ya en el borde del agua, el
lagarto de largo cuello le tendió su mano a la mujer. Esta le
ofreció su mano izquierda para estrecharla, pero el lagarto se
negó a tomársela, diciendo: «me das la mano incorrecta», e
insistió hasta que la vieja le tendió la mano derecha, en la que
estaba el fuego. El lagarto le tomó con la boca el dedo que tenía
el fuego, se lo mordió hasta arrancárselo, y echó a nadar con él
hasta Moa. Allí la gente, o más bien, los animales, lo esperaban
en la orilla. Todos se pusieron muy contentos de ver que les
traía el fuego. Llevaron entonces el fuego a Mer (una de las islas
Murray). Todos penetraron en el bosque y cada uno cogió una
rama del árbol que más le gustaba; y pidieron a cada árbol que
se acercara a coger un tizón. Uno se lo pidió al bambú (marep),
otro al hibiscus tiliaceus (sem), otro a la Eugenia (sobe), y así por
el estilo. De este modo todos los árboles consiguieron fuego, y
desde entonces lo guardan dentro de sí; y los hombres obtienen
sus palos de fuego de los árboles. Los palos de fuego (goi-goi)
son dos, uno horizontal y uno vertical. El palo vertical se hace
girar perpendicularmente sobre el horizontal hasta que se produce
fuego: la operación se denomina «la madre da fuego», ya
que el palo horizontal se llama «madre», y el vertical recibe el
nombre de «hijo». En lo que a la anciana Serkar hace, perdió su
sexto dedo: aún puede verse el hueco entre el pulgar y el índice,
donde antes solía estar el sexto dedo. Según otro relato, el
lagarto de cuello largo no le arrancó de una mordedura el dedo,
sino que se lo serró con una concha de río (cyrena), muy común
en Nueva Guinea.1
Una versión ligeramente diferente de la misma historia ha
sido recogida en las islas Murray por otro observador, y dice así:
En una de las islas cercanas a la costa de Nueva Guinea
(Daudai) vivía una mujer llamada Sarkar, que tenía fuego entre
su índice y su pulgar derechos. Un día, unos hombres que
pescaban vieron ascender humo de la isla donde Sarkar vivía, y
decidieron ir a explorar, y, a ser posible, descubrir el secreto de
su misterioso poder. Tras una considerable polémica entre ellos
sobre el mejor modo de adquirir la deseada información, decidieron
convertirse en animales. Adoptaron, así pues, forma de
rata, lagarto enano (mona), serpiente, iguana, lagarto de cuello
largo (karom), y varios otros animales. El encrespado mar p ronto
hizo que la rata, el lagarto enano (mona), la serpiente, la
iguana y los restantes animales cejaran en el intento; sólo el
gran lagarto de cuello largo se mantuvo a flote, y pudo llegar
hasta la costa, cerca del lugar donde habitaba Sarkar. Acercándose
a la mujer bajo forma humana, le preguntó: «Tienes acaso
fuego?». Y ella le respondió: «¡No!», ya que estaba deseosa de
guardar sólo para sí su poder en secreto. Pero dio de comer a su
visitante, y cuando éste hubo comido, se acostó a dormir. El
lagarto, sin embargo, dormía con un ojo abierto, y vio cómo la
mujer sacaba fuego de su mano y prendió con él unas hojas y
madera seca. A la mañana siguiente, se dispuso a partir y le dijo
a Sarkar: «Me voy; ¡dame la mano!». Ella le ofreció su mano
izquierda, pero él no la quiso tomar, y le pidió que le diera la
otra. Se la dio, pues, ella, y cuando lo hacía, él sacó un cuchillo
de bambú, le cortó la mano, y se arrojó con ella al mar. Al llegar
de nuevo a su casa, intentó hacer fuego, y lo consiguió. Ciertos
árboles le vieron hacer fuego, y se acercaron a mirar. Algunos de
ellos, a saber, el bambú (marep), el kizo, el seni, el zeb y el
argergi, se llevaron consigo algo de fuego, y desde entonces
dichos árboles poseen el poder de producir fuego. De estos
árboles solían cortar los nativos los palos con los que producían
el fuego por frotamiento.2
En esta versión de la historia los protagonistas son individuos
que se convierten en animales con el fin de robar el fuego a la
anciana, mientras que en la primera y seguramente más antigua
versión eran animales puros y simples.
Una versión abreviada de esta historia está documentada en
Mowat (Mawatta), distrito de Daudai, al sur del río Fly, en la
Nueva Guinea Británica. «Eguon, al que se describe como murciélago,
aparece fabulado como el introductor del fuego en Mo-
wat. Reza una leyenda que había en otro tiempo una tribu que
habitaba en Double Island [Nalgi] (cerca de Nagir), uno de
cuyos miembros vio que le salía fuego de la mano izquierda
entre el pulgar y el índice, lo que produjo fuertes disputas y
todos los miembros de la tribu se vieron transformados en
animales, pájaros, reptiles y peces (incluyendo el dugong y la
tortuga). Eguon se abrió paso hasta Mowat, mientras los otros
lo hacían a diversas partes de los Estrechos y Nueva Guinea».3
En esta versión, un gran murciélago ha tomado el lugar del
lagarto de cuello largo como portador del fuego; por lo demás, la
historia muestra un sustancial acuerdo con la leyenda precedente,
en la medida en que refiere de qué modo el fuego era extraído
de entre el pulgar y el índice de un ser humano, y cómo la
gente que ayudó y perpetró el robo del fuego se vieron transformados
en animales.
Las gentes de Mawatta dicen que el fuego les llegó de la isla
de Mabuiag en los Estrechos de Torres, de la siguiente manera.
En aquellos días, los nativos de los Estrechos de Torres, al igual
que los de Nueva Guinea, no tenían fuego. Un día, algunos
vieron a un cocodrilo que llevaba fuego en la boca con el que
cocinaba su comida. Le dijeron: «Oh, cocodrilo, danos fuego»,
pero él se negó. Fueron pues a su jefe, que yacía enfermo en su
cabaña. Al recuperarse tomó algo de comida y nadó hasta Dauan.
Mientras estaba allí, vio ascender fuego en la costa de Nueva
Guinea. Nadó hasta allí, y vio a una mujer prendiendo fuego a la
hierba, y le robó el fuego, que se llevó de vuelta a Mabuiag. De
Mabuiag el fuego pasó a Tutu, y las gentes de Tutu se lo
pasaron a los de Mawatta.4
En la isla de Kiwai, situada frente a la costa de Nueva Guinea
Británica, en las bocas del río Fly, son varias las historias que se
cuentan sobre el origen del fuego. El primero en referir una de
ellas fue el pionero predicador reverendo James Chalmers, que
sacrificó su vida en su celo por la mejora de los nativos de
Nueva Guinea. Su versión reza como sigue:
«E l fuego lo produjeron por vez primera dos hombres en el
territorio cercano a Dibiri, sin que haya podido saber sus nombres.
""Todos los animales intentaron robarles el fuego cruzando
el brazo de mar que separa Kiwai de Nueva Guinea, pero todos
fracasaron. Luego, todos los pájaros lo intentaron a su vez, y
también fracasaron. Levantó entonces el vuelo una cacatúa negra,
y dijo que ella lo haría. Se lanzó en picado y pudo conseguir
un tizón, con el que echó a volar, cayéndosele varias veces en
diversas islas del estuario, pero pudiendo siempre recogerlo de
nuevo. Cuando llegó a lasa, su boca estaba terriblemente quemada,
de ahí la mancha roja que presenta a ambos lados de su
pico. En lasa dejó caer el tizón, del que se apropió la gente,
teniendo desde entonces ya fuego».5 La cacatúa a la que hace
referencia esta historia pertenece sin lugar a dudas al género
Microglossa, «cuyo plumaje totalmente negro contrasta con sus
desnudas mejillas de brillante color ro jo » .6
La misma historia, en una versión más completa, ha sido
recogida en Kiwai por un investigador más reciente. «Hubo, por
supuesto, un tiempo en el que la gente no tenía fuego y se veían
obligados a comer todas las cosas sin cocinar. El fuego, no
obstante, era conocido en Dibiri (la desembocadura delBamu),
y, conocedores de ésto, los animales se apresuraron a robarlo.
El cocodrilo lo intentó y fracasó, el casuario también fracasó, y
ni siquiera el perro pudo conseguirlo. Entonces los pájaros
llevaron a cabo su intento, y la cacatúa negra consiguió coger
algo de fuego y escapar hacia el oeste con ello en el pico. Al
llegar a lasa, sin embargo, el fuego le quemó la boca y tuvo que
soltar el ascua. Así fue como los kiwai obtuvieron el fuego,
mientras que la cacatúa negra sigue llevando aún en nuestros
días la roja marca de su quemazón en torno al pico. En algunas
otras partes de la Nueva Guinea Británica, la mayor parte de las
historias del fuego cuentan que fue el perro el primero que trajo
el fuego a los hombres, y en un caso aparece robándoselo a la
rata. En la práctica, el fuego entre los kiwai se consigue sujetando
con un pie la habitual pieza de madera seca y frotando
rápidamente por debajo de ella hacia arriba y hacia abajo un
trozo de caña partida. Otro método alternativo de hacer fuego
es lo que el autor llama el método del «enchufe de fuego».7 Con
lo que quiere dar a entender el método también llamado del
«palo y la ranura», que consiste en frotar un palo de punta
roma, pasándolo a través de la ranura que se ha abierto sobre un
trozo de madera posado en el suelo.8
En los últimos años, toda una serie de historias sobre el
origen del fuego han sido recogidas en Kiwai por el antropólogo
finés doctor Gunnar Landtman. Entre dichos cuentos está el
que refiere de qué modo el fuego fue llevado a Kiwai por la
cacatúa negra. Dicho cuento reza así:
Un jovencito que vivía en Manavete (en la gran isla de Nueva
Guinea) fue una vez secuestrado por un cocodrilo, y su padre,
cuyo nombre era Dave, salió en su canoa para ver si lo podía
encontrar, a él o a su espíritu, en alguna parte. Remando río
abajo llegó hasta Doropa en la isla de Kiwai, que por aquella
época era un simple bancal de arena desprovisto de árboles.
Pasó allí la noche, y al día siguiente llegó a Sanoba, en la misma
isla, donde vivía un hombre llamado Meuri. Este Meuri no tenía
ni huerto ni fuego, y pasaba el tiempo pescando peces que
secaba al sol. Le dijo a Dave que no tenía fuego, y Dave le
prometió tráerselo. Dave tenía en su poder un extraordinario
pájaro, que sabía muchas cosas y podía hablar como un hombre.
Este maravilloso pájaro era una cacatúa negra (7tapia). Así que
Dave envió a su cacatúa a traer fuego de Manavete. El pájaro
echó a volar, y volvió al poco con un brillante tizón en su pico.
Esta era la forma como la cacatúa negra solía transportar el
fuego, de ahí la franja roja que bordea su pico; dicha franja es
consecuencia del fuego. Meuri conservó en adelante el tizón que
la cacatúa le había traído.9
Otra historia recogida por el doctor Landtman en Kiwai relata
de qué modo los isleños de los Estrechos de Torres obtuvieron
por primera vez el fuego. La historia es claramente una variante
de la leyenda que cuentan los mismos indígenas,10 y que dice
así:
En un extremo de la isla de Badu, en los Estrechos de Torres,
vivía un hombre llamado Hawia con su madre, y no tenían fuego.
Pero en el extremo opuesto de la isla vivía un cocodrilo, y sí
tenía fuego. Un día Hawia y el cocodrilo se hallaban arponeando
un pez al mismo tiempo, y al volver a su casa el cocodrilo
encendió un fuego para cocinar su pesca. Hawia se acercó a él y
le pidió fuego para poder cocinar él también su pesca, pero el
cocodrilo se negó en redondo. El hombre, pues, volvió a su casa,
y él y su madre cortaron el pescado para secarlo al sol, pero
tuvieron que comérselo crudo. Muchas otras veces le pidió
fuego Hawia al cocodrilo, sin ningún resultado.
Un día, Hawia se preparó para ir a buscar fuego a otro lado.
Se adornó para ello con un tocado de plumas blancas, se pintó
la cara de negro, y se puso varios otros paramentos. Así adornado
se arrojó al agua y nadó hasta Budji, cantando mientras
nadaba: «Allí se ve fuego, y el bosque prenden. Nado por el
agua, para traer fuego». Al fin alcanzó las playas de Budji. Una
mujer vivía allí, y quemaba el bosque para hacerse un huerto.
Entre el pulgar y el índice de su mano derecha llevaba un fuego
que ardía sin cesar. Al notar la presencia de Hawia, apagó las
llamas de la maleza, no fuera que el extraño se diera cuenta de
que tenía fuego. Le preguntó entonces de dónde venía y qué
quería. El se lo dijo, y la mujer respondió: «Muy bien, vete a
dormir y mañana te daré algo de fuego». Al día siguiente empezó
a quemar la maleza de nuevo. Hawia le dijo: «Venga, dáme la
mano. Quiero marcharme». Ella le ofreció su mano izquierda,
pero él le pidió la derecha, y con un movimiento rápido le
arrancó el fuego de la mano. Una vez lo tuvo, se echó al agua y
empezó a nadar hacia Boigu, cantando la misma canción que
antes. Al llegar a Boigu encendió un fuego, y mientras el humo
se elevaba por el aire, su madre en Badu dijo: «¡Oh, hay fuego
allí!» «Mi hijo vuelve, y trae fuego». Luego Hawia se trasladó a
la isla de Mabuiag y encendió una señal semejante, y su madre
dijo: «¡Oh, está en Mabuiag! El fuego se acerca». Finalmente
llegó a Badu, y le dijo a su madre: «Tengo el fuego. Pescaremos
peces y los asaremos con el fuego». El cocodrilo vio entonces
que Hawia y su madre estaban en posesión del fuego, y oficiosamente
se acercó a ofrecerles algo del suyo, pretendiendo mostrarse
amable. Pero Hawia le dijo: «No, ya no quiero tu fuego.
Lo he conseguido en otro lado». Y añadió: «No te quedes en la
orilla, quédate en el agua, pues eres un cocodrilo. No eres un
hombre como yo para quedarte en la orilla». Y el cocodrilo,
corrido, se fue al agua, diciendo: «Mi nombre es aligator. Iré por
todas partes cazando hombres».11
En esta versión, el tocado de plumas blancas que el hombre
se coloca como adorno, y el negro embadurnamiento de su cara
cuando se dispone a cruzar a nado hasta Budji para traer el
fuego, pueden muy bien ser fruto de una racionalización primitiva,
que ha sustituido por una figura humana así disfrazada al
personaje de la cacatúa negra que aparece en las otras versiones
del mito del fuego.12
Este mismo y curioso modo de obtener el fuego, arrancándoselo
a la fuerza a la persona que lo lleva entre su pulgar y su
índice, nos conduce a otra historia recogida por el doctor Landtman:
En Muri, una de las islas de los Estrechos de Torres, vivía un
hombre llamado Iku, que tenía fuego entre el pulgar y el índice
de su mano derecha. Era éste el único fuego que había en las
islas. Y todo el fuego que actualmente existe en las islas procede
del fuego que Iku tenía entre el pulgar y el índice. En nuestros
días todos mostramos un hueco entre el pulgar y el índice
porque Iku solía llevar el fuego ahí.
Ahora bien, en Nagir, otra isla de los Estrechos de Torres,
vivía un hombre llamado Naga, que vivía de la pesca, y arponeaba
los peces para luego secarlos al sol. Y en Mabuiag, otra
isla de los Estrechos, vivía otro hombre llamado Waiati con su
mujer y una hija. Estos hombres no tenían fuego; y tenían que
comer siempre fría su comida. Pero un día Waiati fue a Mabuiag
a ver a Naga, y le dijo: «Vayamos a buscar fuego. Hay un
hombre llamado Iku en la isla de Muri, que tiene fuego en su
mano, mientras tú y yo secamos nuestra comida al sol». Un
halcón tomó entonces a los dos hombres y los transportó por los
aires a Muri, dejándolos sobre un gran árbol. Los dos hombres
se deslizaron hasta el suelo e hicieron que el halcón los esperara
en el árbol. Iku, se hallaba ahuecando un trozo de árbol para
hacer una canoa. Los dos hombres lo observaban desde la espesura
y vieron brillar el fuego en su mano. Dejando a un lado su
hacha de piedra, Iku prendió unos trozos de madera. Los dos
hombres seguían observándolo, y comentaron: «Está prendiendo
fuego a la madera, está encendiendo fuego con sus manos, sí,
oh, sí». Salieron entonces de la maleza, e Iku se giró en redondo.
«¿De dónde salís vosotros?», les preguntó. «No había nadie
aquí hasta hace poco ¿De dónde venís?». Ellos dijeron: «Hemos
venido a buscar fuego. No tenemos fuego. Siempre secamos
nuestro pescado al sol». A lo que Iku hizo desaparecer el fuego
de su mano, para que no pudiera ser visto. Y dijo: «No tengo
fuego. ¿Quién os dijo que yo tenía fuego?». Pero ellos insistieron
en que sabían que lo tenía. Y Naga, que anteriormente había
sido transportado por el halcón a Muri y había visto el fuego,
dijo a Iku: «Y o te vi ya una vez, antes de hablar con mi amigo».
Iku, entonces, burlonamente les respondió: «Vosotros no sois
hombres, sois demonios. Carecéis de fuego, catáis vuestra co mida
cruda. Yo soy un hombre, tengo fuego, y os lo mostraré».
Y, abriendo la mano, dijo: «¡Mirad, ahora sale el fuego de nuevo!
». Pero Naga se acercó a él por sorpresa y le arrancó el fuego
de la mano. Inútilmente trató Iku de detenerlo, diciendo: «¡No
te lleves el fuego! ¡Es mío!». Corría detrás de Naga, gritando:
«¡Devuélveme mi fuego!». Pero Naga y Waiati a toda prisa
lograron montarse en el halcón y éste salió volando con ellos.
Iku tuvo que darse por vencido. Y volvió a su casa, lamentando
acremente la pérdida, y para poder conservar el fuego que
acababa de prender, una vez desaparecida su fuente, reunió
gran cantidad de madera. La parte de su mano de donde antes
salía el fuego estaba ahora restañada.
Naga y Waiati volvieron a Nagir, la isla de Naga, donde encen
dieron un gran fuego. A continuación, Waiati se trasladó a su
propia isla de Mabuiag, llevándose consigo parte del fuego de
Iku. Su gente se hallaba secando pescado al sol. Pero Waiati
encendió un fuego, y su mujer exclamó: «¿Qué es éso?». El
respondió: «Es fuego para cocinar la comida. Ven y cocínala en
él». Una gran llama salió del fuego, y todos se sintieron asustados,
diciendo: «¿Qué es éso?». Pero Waiati los tranquilizó, diciendo:
«Esperad y ved cómo cocino el pescado». Y cuando el
pescado estuvo asado, les dió un poco, y todos comieron, diciendo:
«¡Oh, padre, éste sí que es un buen sistema! Hasta
ahora hemos secado el pescado, y eso toma mucho tiempo».
En otra ocasión, Naga y Waiati fueron a la isla de Yam,
transportados por el halcón. Waiati pronto regresó a Mabuiag,
pero Naga se estableció en Yam, y también mudó allí a su
familia. Fue el primer hombre que vivió en aquella isla. Iku, por
su lado, fue a Davane y llevó el fuego a Kogea, y también a
Mereva, en Saibai, una isla situada frente a Daudai, en la costa
de Nueva Guinea. Fue desde Saibai desde donde el conocimiento
del fuego se extendió a Nueva Guinea. Aunque Iku regresó a
su propia isla de Muri.13
Otra historia nos cuenta cómo el primer hacedor de fuego fue
un niño llamado Kuiamo, que tenía un fuego perenne en la
punta del índice de la mano derecha. Era este niño un nativo de
la isla de Mabuiag, en los E strechos de Torres, pero un día fue a
visitar a algunas personas en la isla de Badu. Estas personas no
conocían el uso del fuego, y tostaban su comida al sol. Cuando le
dieron a comer a Kuiamo carne cruda, éste les enseñó a cocinarla.
Acercó su dedo a un trozo de madera, y la madera comenzó a
arder. Al principio los de Badu se mostraron muy asustados.
Poco acostumbrados como estaban a la comida asada, se desmayaron
al probarla por primera vez, pero pronto empezaron a
apreciarla. Lo mismo ocurrió en la isla de Moa y en otros lugares
a donde Kuiamo fue a enseñar a la gente cómo usar el fuego.14
La gente de Masingara, al sur del río Fly, en Nueva Guinea
Británica, tienen una historia sobre el origen del fuego que se
parece mucho a la historia que cuentan los isleños de los Estrechos
de Torres.15 Dicen que en tiempos pasados no tenían
fuego, y que su única comida consistía en plátanos maduros y
pescado secado al sol. Cansados de esta dieta, enviaron a algunos
animales a conseguir fuego. El primer animal al que escogieron
para esta tarea fue la rata. Le dieron a beber kava (gamoda)
y le dijeron que fuera a buscar fuego. La rata se bebió la
kava y echó a correr hacia la maleza, pero se quedó allí sin
preocuparse por buscar el fuego. Lo mismo ocurrió con la iguana
y la serpiente. Una tras otra se echaron la kava al coleto,
enfilaron hacia el bosque, y allí se quedaron. Finalmente los de
Masingara echaron mano de la ingua, que es otra especie de
t iguana, a la que en Mawata llaman iku. La ingua tomó un trago
de kava, se lanzó al mar, y nadó hasta la isla de Tudo. Allí
encontró fuego y lo tomó en su boca, nadando de vuelta todo el
camino con la cabeza fuera del agua, sorteando todas las olas
que encontraba, para que el fuego no se apagara. Desde entonces
la gente del bosque tiene fuego. Lo consiguen frotando o
perforando un trozo de bambú o madera de warakara con otro
trozo de madera de warakara, que primero han embadurnado
con un poco de cera de abeja.16
Otra historia refiere cómo un hombre llamado Turuma, que
vivía en Gaibu, isla de Kiwai, solía pescar peces y secarlos al sol,
porque no tenía fuego. Un día, cierto ser mítico llamado Gibunogere,
que vivía bajo tierra, vio a Turuma secando su pescado
al sol y sintió lástima de él. De modo que mientras Turuma se
hallaba arponeando sus peces, Gibunogere excavó un agujero
en el suelo y se tumbó en él, tapándose con tierra, de modo que
Turuma no pudiera verlo. Al volver Turuma de pescar, vio las
huellas de Gibunogere y se preguntó: «¿Quién ha estado por
aquí?». Y pensó para sí: «Soy el único hombre que vive en este
lugar». De repente, Gibunogere salió de su escondite y dijo:
«¿Quién eres tú? ¿De qué estás hablando?». Muy alarmado,
Turuma exclamó: «¡Oh, padre! ¿De dónde has salido?». Era con
ánimo de ganarse a Gibunogere por lo que lo llamaba padre.
Gibunogere le contestó: «Vivo bajo tierra. Ese es el lugar donde
habito, y es muy buen lugar para vivir. Tú no tienes fuego.
Mejor es que vengas conmigo a donde vivo». Turuma se mostraba
aún asustado, pero Gibunogere le prometió darle fuego si
bajaba con él, y le urgió a ello. Ambos pues bajaron a la morada
de Gibunogere, y cuando Turuma una vez allí se sentó junto al
fuego, se desmayó. Pero Gibunogere lo sangró, le hizo beber
agua, y lavó su cuerpo. Por fin, Turuma volvió en sí, se casó con
la hija de Gibunogere, y le dio a su suegro muchas hachas de
piedra y collares de dientes de perro en pago por la muchacha.
Desgraciadamente la novia no sobrevivió a la noche de bodas, y
antes del amanecer murió, quedando Turuma viudo.17
Una historia más prosaica, y sin final trágico, cuenta cómo en
los antiguos tiempos, cuando la isla de Kiwai era tan sólo un
bancal de arena, sin más arbolado que pequeñas plantas de tipo
palustre, dos hombres vivían no lejos uno de otro en lasa. El
nombre de uno era Nabeamuro y el del otro Keaburo. Keaburo
no tenía fuego y comía su pescado crudo, secándolo tan sólo al
sol. Pero Nabeamuro sabía cómo hacer fuego perforando un
trozo de madera con un palo de madera, si bien no quería
compartir este conocimiento con Keaburo. Un día, sin embargo,
Keaburo llegó a visitarlo cuando se hallaba haciendo fuego, le
robó el fuego y echó a correr con él. Nabeamuro, que era un
anciano, no pudo atrapar al ladrón.18
Una historia más instructiva, recogida por el doctor Landtman
en Kiwai narra el descubrimiento del fuego como sigue:
Al principio los hombres solían comer su comida cruda. Pero
un hombre Gururu o Glulu soñó en cierta ocasión que un espíritu
venía a él y le decía: «T u arco tiene fuego dentro». Cuando el
hombre se despertó, pensó para sí: «¿Fuego? ¿y qué es eso?». A
continuación de lo cual, cayó dormido de nuevo, y el espíritu
volvió y dijo: «Mañana toma tu arco, y frótalo contra un trozo de
madera como si fueras a cortarlo». A la mañana siguiente, el
hombre cogió un trozo de madera, y empezó a serrarlo con su
arco, usando la cuerda del arco como si fuera la cuchilla. Se dio
cuenta de que la fricción recalentaba la madera, y tras un duro
esfuerzo logró sacar primero humo y luego fuego. Empleó un
poco de fibra de cocotero como yesca, y pronto obtuvo un
radiante fuego. El hombre se puso muy contento con el descubrimiento,
ya que le permitía calentarse y cocinar su comida.
Comenzó asando en el fuego raíz de taro, que partió en dos y
olisqueó con cautela. Vaciló ante ella. «¿Moriré tal vez -s e d i jo -
si me como esto?». Pero, tras probarlo, dijo: «¡Está dulce!».
Volvió entonces junto a la gente que estaba en la casa y les
mostró el fuego. Todo el mundo se sintió asustado, y quisieron
salir huyendo, pero él les explicó el uso del fuego, y les mostró
cómo asar la comida. Al principio sentían miedo de gustar la
comida cocinada, pero después de un tiempo todos adoptaron
el nuevo modo de preparar sus vituallas.19
En el mismo sentido, otra historia recogida por el doctor
Landtman nos cuenta de un niño llamado Javagi, hijo de un
canguro macho, que estaba serrando en dos un trozo de madera
con su cuerda de bambú, cuando la madera se prendió. El niño
se sintió de momento muy asustado, pero por la noche su madre,
o más bien su madre de leche, la canguro hembra, vino a él
y le dijo: «Ese fuego que tienes es cosa buena. No le tengas
miedo, cocina con él tu comida». Algunos hombres del bosque,
añade la leyenda, siguen fabricando el fuego aún de esa manera,
a saber, cortando con una cuerda de bambú un trozo de madera.
20
Algunos nativos de Nueva Guinea Británica, en la zona del
golfo de Papua, al parecer concretamente en Perau, informaron
al señor James Chalmers de que el fuego les había llegado de las
entrañas de la tierra, pero que varias generaciones después se
había perdido. En los días, pues, en que el fuego se había
extinguido de la tierra, sucedió que una mujer, que acababa de
dar a luz a un niño, sintió mucho frío y quiso calentarse. Muy
oportunamente, un poco de fuego bajó de los cielos, y el padre
de la mujer lo alimentó con hojas secas. No tardó en producir
una llamarada, y la mujer se acercó a él para calentarse. La
gente se acercó con regalos para el niño, y recibieron a cambio
un tizón ardiendo. Desde entonces el fuego nunca más se volvió
a extinguir.21
En Motumotu, en Nueva Guinea Británica, dicen que el fuego
lo produjeron primeramente las montañas. Antes de ésto, todos
los alimentos se comían crudos, hasta que un día Iriara, un
montañés, mientras se hallaba sentado junto a su mujer, inadvertidamente
frotó un palo contra otro, y salió fuego.22
Los motu, tribu de Nueva Guinea Británica, cuentan la siguiente
historia sobre el origen del fuego entre ellos. Dicen que
sus antepasados solían gustar su comida cruda o cocida al sol.
Un día vieron humo en Taulu, que según se dice significa «espacio
oceánico». El perro, la serpiente, el bandicoot, un pájaro y
un canguro vieron el humo y exclamaron a un tiempo: «¡Fuego
en Taulu! ¡Fuego en Taulu! Los taulitas tienen fuego. ¿Quien irá
a traer un poco?». La serpiente salió a buscarlo, pero el mar
estaba embravecido y tuvo que volverse. El bandicoot lo intentó,
pero también tuvo que volverse. El pájaro lo intentó a su vez
volando, pero tuvo que volverse debido al fuerte viento. Luego
le siguió el canguro, que igualmente fracasó. Entonces dijo el
perro; «Y o iré y traeré el fuego». Nadó hasta una isla, donde vio
fuego y a unas mujeres cocinando. Ellas dijeron: «He aquí a un
perro extraño, matémosle». Pero el perro cogió un tizón encendido
de la hoguera, y saltó con él de nuevo al agua. Nadó de
vuelta hacia los motu, y éstos lo veían acercarse desde la orilla,
llevando el humeante tizón en la boca. Cuando llegó a la orilla,
las mujeres se regocijaron de tener fuego, y más mujeres vinieron
de otros poblados para comprarles fuego. Pero los demás
animales se sintieron celosos del perro, y empezaron a insultarlo.
Corrió éste tras la serpiente, que fue a esconderse en un
agujero. Y otro tanto hizo el bandicoot. En cuanto al canguro,
huyó a las montañas y desde entonces ha existido siempre
enemistad entre el perro y los demás animales.23
La leyenda motu nos es referida con ligeras variantes también
por Chalmers. En su versión, los animales que habían intentado
en vano traer el fuego son el faisán salvaje, la serpiente, la
iguana, la codorniz, el wallaby y el cerdo. Como en la anterior
versión, también en ésta es el perro el único que consigue traer
el fuego.24
Los orokaiva, que viven cerca del río Mambare en la Papuasia
nordoriental (Nueva Guinea Británica), consideran también al
perro como el animal que trajo por primera vez el fuego a sus
antepasados. Dicen que había en otro tiempo gentes que vivían
en un poblado a la orilla del mar. Sentían frío y estaban cansados
de comer sus alimentos crudos y fríos. Miraron hacia el mar
y vieron ascender humo en el horizonte, y se preguntaron qué
sería aquello, deseando apropiarse de la cosa que producía
aquel humo. De manera espontánea, uno de sus perros dijo:
«Y o os lo conseguiré». Y echó a nadar hasta el poblado de
donde salía el humo, y allí, sin mayor problema, se hizo con un
tizón encendido y volvió nadando a su poblado, con el tizón en
la boca. Pero, aunque era un perro grande y fuerte, no pudo
sostenerse en medio del oleaje. El agua acabó apagándole el
tizón, y cuando arribó a la playa el fuego se le había extinguido.
Tras él, otros perros lo intentaron, uno tras otro, sin poder
superar el primero. Por fin, un perro descastado y sarnoso tomó
la palabra. Estaba cubierto de pústulas, y casi no le quedaba ya
pelo en el lomo. «Y o os conseguiré el fuego», dijo, y todos se
echaron a reír. Pero él se lanzó al agua y empezó a nadar hasta el
poblado del humo, y allí se hizo con un tizón encendido; y en vez
de intentar llevarlo en la boca como los otros perros habían
hecho, se lo ató al rabo y empezó a nadar hacia su poblado. Y
mientras nadaba meneaba el rabo, lo que hacía salir del tizón
atado al rabo chispas, que brillaban como el manojo de hojas de
cocotero encendidas que las mujeres llevan consigo cuando van
a pescar por la noche en los arrecifes. Y al ver que la luz
avanzaba hacia ellos, chispeando en medio de la noche, la gente
que estaba en la orilla empezó a danzar y a golpearse el pecho,
gritando: «¡Vamos, muchacho!». Fue así como el perro trajo el
fuego al poblado.
Pero, antes de entregárselo a la gente, el perro depositó el
tizón en tierra. Y fue entonces cuando un bandicoot intentó
robarlo y llevárselo a su madriguera. Pero el perro era más listo.
Le arrebató el fuego al bandicoot y se lo dio a sus propios
«padre y madre», esto es, al hombre y la mujer que cuidaban de
él. Y éstos se mostraron muy agradecidos y lo repartieron con
otros. Y aún hoy siguen diciendo que el fuego pertenece al
perro. De ahí que les guste tanto a los perros echarse junto al
hogar, y hasta sobre sus cenizas cuando el fuego ya está apagado;
de ahí también que gruñan y refunfuñen cuando se les
aparta de él.2S
Otros pueblos en Papuasia, además de los orokaiva, sostienen
que el fuego les fue traído por el perro. Así, por ejemplo, en
la historia que cuentan en Mukawa, cerca de Baniara, se dice
que el perro cruzó directamente a la isla de Goodenough y trajo
el fuego de allí. Pero, puesto que la distancia es grande, unas
veinte millas, prudentemente no lo intentó hacer a nado, por
miedo a ahogarse, sino que remó hasta allí en una canoa, y en
canoa trajo de vuelta un ascua de hoguera. Y, nada más varada
su canoa, subió a una colina cercana a Mukawa, donde prendió
fuego a la hierba, o tal vez la hierba se incendió accidentalmente
con el ascua que llevaba; en cualquier caso, todas las gentes de
la vecindad pudieron ver el fuego, y se acercaron a coger fuego
para sí mismos. Y aún es el día que llaman a esa colina Colina
del Perro, porque fue allí donde el perro subió nada más arribar.
Y los hombres blancos han colocado sobre ella un faro para los
barcos que cruzan de noche, de modo que cada noche puede
verse titilar una luz en la colina. Pero, cualquiera que sea la
historia que los blancos cuenten, los nativos saben que fue el
perro el primero que puso una luz allí.26
El escritor que recogió estas dos leyendas sobre el perro y el
fuego nos cuenta además que «hace mucho tiempo, las gentes
de Papuasia no tenían fuego, y solían temblar ante el frío que
traía el viento del sureste; y tenían que comer su taros y sus
ñames crudos y duros. Pero ahora tienen ya fuego. En todos los
poblados el fuego arde irradiando luz por las noches, y las
mujeres cocinan su comida en perolas o en bambúes, o sobre
piedras al rojo en el suelo. ¿Dónde consiguieron el fuego? ¿Quién
se lo dio? Unos dicen que lo trajeron del cielo; otros que una
vieja lo tenía escondido bajo su rami de hierba; otros que la
cacatúa lo trajo en su pico; y algunos, finalmente, que un pequeño
lagarto lo tenía escondido en su sobaco» .27
Los nativos del delta de Purari, en Papuasia (Nueva Guinea
Británica) cuentan la siguiente historia sobre el origen del fuego.
Dicen que Aua Maku, el Hacedor de Fuego, vino del oeste.
Algunos sostienen que vino de muy lejos, pero otros dicen que
era un hombre del río Pie, nacido en las cercanías de Kaimari, el
lugar donde otorgó por primera vez el fuego a la humanidad.
Sea como sea, se dice que fue el primero que vivió bajo las
aguas del río Pie. Pero su madre Kea le ordenó que se pasara a
vivir en tierra enjuta, por miedo a que lo devorara un cocodrilo;
y así hizo él. Y, tras realizar varias hazañas, se fue con su
hermano Biai a vivir en el cielo, y así fue como hicieron: cogieron
un elevado árbol ane y lo emplazaron en la aldea, donde quedó
instalado como un gran poste. Recogieron entonces sus pertenencias
y algunos materiales de construcción, y tomándolos
consigo subieron por el árbol hasta el cielo, donde construyeron
una casa con los materiales que llevaban. En adelante, todos los
hombres de Kaimari pemanecieron en la tierra, y Aua Maku y '
Biai, habiéndoles recomendado que no olvidaran sus nombres,
se quedaron a vivir en el cielo. Pero por aquel tiempo las gentes
de Kaimari no tenían fuego; el único m odo que tenían de cocinar
su comida era ponerla a secar al sol, y con frecuencia la comían
cruda.
Ahora bien, Aua Maku tenía una hija llamada Kauu, que vivía
con él en el cielo, y estaba muy triste de pensar que tenía que
permanecer doncella por el resto de sus días, ya que en el cielo
no había ni un alma con quien contraer matrimonio. Pero, un
día, mientras observaba con interés la tierra, reparó en un hermoso
joven llamado Maiku, que se hallaba tranquilamente sentado
al sol frente a la casa de los varones, y se propuso casarse
con él. Bajó, pues, montada sobre un trueno, y le dijo que quería
ser su mujer. Y, para abreviar la historia, se casaron, y el padre
de ella, Aua Maku, bajó del cielo para asistir a la boda, volviendo
luego a su celestial morada, adonde se llevó la dote que había
recibido por su hija.
Al día siguiente, la recién casada salió con otras mujeres en
canoa a pescar y coger cangrejos, y volvió con un saco lleno de
ellos junto a su esposo, diciendo: «Y ahora, ¿dónde conseguiremos
fuego para cocinar estos cangrejos?». Pero su esposo Maiku
le respondió que en la aldea no conocían tal cosa, y que tenía
que dejar los cangrejos al sol, para luego comerlos tal cual. Ella
los dejó al sol, pero cuando estuvieron listos no pudo soportar el
aspecto que tenían, y cuando intentó probarlos, vomitó. Y a
consecuencia de esto ocurrió que, por el asco y la falta de
comida, Kauu se puso enferma, y mientras toda la gente del
poblado se hallaba pescando en el río, ella permanecía en su
casa, enferma de fiebre.
Su padre, Aua Maku, entonces, mirando hacia la tierra desde
el cielo, vio a su hija que yacía tumbada en una plataforma a la
puerta de su casa. Bajó hacia ella, y cuando supo la causa de su
enfermedad, y cómo prefería morir de hambre antes que comer
la comida cruda, le prometió traerle fuego. Y, según cuentan
algunos la historia, trajo del cielo un trozo de madera ardiendo,
del árbol llamado napera, con lo que Kauu encendió un gran
fuego. Y cuando la gente de la aldea volvió de la pesca y vio
ascender humo, temieron acercarse, pues aquello era algo que
nunca antes habían visto. No obstante, cuando Kauu los llamó,
cobraron arrestos y se acercaron a ver el fuego, y cada hombre
se hizo con un tizón encendido. Y Kauu les enseñó a prender el
fuego, de modo que en adelante no tuvieran que comer los
cangrejos crudos.
Pero otros cuentan que Aua Maku envió el fuego a la tierra de
modo que incendió un árbol llamado Kara, y que Kauu, al ver el
humo del árbol que ardía, se apresuró a acercarse a él y tomó un
tizón encendido. De cualquier forma, no hay duda de que fue a
través de Kauu y su padre, Aua Maku, como las gentes del
Purari aprendieron el secreto del fuego, y casi todos concuerdan
en que el lugar donde esto ocurrió por primera vez fue en
Kaimari.28
Entre las gentes del delta del Purari «el fuego se prende
cuando hace falta mediante el método del palo y la ranura. La
madera que usan es la llamada napera. Un trozo de esta madera
es sostenido longitudinalmente de un extremo (con la rodilla o
con el pie) por el operador, sujetándolo del otro extremo un
ayudante. Se practica una pequeña ranura a lo largo con un
cuchillo o una concha, y el operador, tomando un palo corto y
aguzado, también de napera, procede a frotarlo de un lado a
otro de la ranura. Sostiene el palo con ambas manos, con los
pulgares dirigidos hacia sí, e inclinando el cuerpo fuertemente
hacia adelante. Al poco tiempo empieza a producirse humo, el
operador frota cada vez con mayor rapidez, y para de golpe,
presionando la punta contra la ranura. Es este el momento en
que aparece una llamarada, que gradualmente prende en todo
el serrín; se puede espolvorear entonces un poco de carbón
sobre el serrín prendido, si se tiene a mano.
»Este método de producir fuego es conocido por todos, aunque
nunca lo practican las mujeres por tratarse de una tarea
dura; puede resultar duro incluso para los hombres, ya que no
siempre al esfuerzo invertido corresponde la combustión deseada.
En la práctica, el fuego se obtiene de alguna casa vecina,
cuando se necesita; unos cuantos tizones prendidos se llevan
siempre en la canoa, y un gran fuego lento se mantiene vivo
cuando una partida pasa la noche en la espesura. En otros
tiempos solía llevarse en las canoas un gran trozo de madera
napera, cuidadosamente protegido de la humedad; hoy en día la
ocasión de usarlo se presenta pocas veces».29
Vemos así que, tal como podía haberse esperado, el mismo
tipo de madera mencionada en el mito es la que se usa o emplea
en la práctica para encender el fuego.
En Wagawaga, Milne Bay, cerca del extremo suroriental de
Nueva Guinea Británica, la gente dice que mucho tiempo antes
de que los hombres tuvieran fuego, vivía en Maivara, al fondo de
la bahía de Milne, una vieja a la que todos los jóvenes y niños
llamaban Goga.30 En aquellos tiempos la gente solía cortar en
rebanadas su ñame y su taro, para secarlas al sol. Así pues, la
vieja preparaba de este modo la comida para diez de los jóv e nes,
pero cuando éstos se hallaban fuera cazando en la espesura,
se cocinaba para sí su propia comida. Hacía ésto con fuego
que sacaba de su propio cuerpo, pero hacía desaparecer las
cenizas y los restos antes de que los muchachos volvieran de la
caza, de modo que no pudieran saber cómo cocinaba su taro y
sus ñames.
Un día, un trozo de taro hervido casualmente apareció mezclado
con la comida de los muchachos, y cuando todos los
jóvenes se hallaban comiendo su ración de la noche, el menor de
ellos dio con ese trozo, lo probó y lo encontró muy bueno. Se lo
dio a probar a sus camaradas, y a todos les gustó, ya que era
muy suave, en vez de duro y seco como el taro que solían comer,
y no podían explicarse cómo es que sabía tan bueno. Para
averiguarlo, al día siguiente, mientras todos los demás salían de
caza, el muchacho más joven se quedó escondido en la casa. Vio
a la vieja cortar y poner a secar al sol la comida de los jóvenes,
pero antes de ponerse a preparar la suya, se sacó fuego de entre
las piernas. Aquella noche, cuando los jóvenes volvieron de
cazar, y mientras ingerían su ración nocturna, el más joven les
contó lo que había visto. Y los muchachos vieron lo útil que era
el fuego, y determinaron robárselo a la vieja.
Así pues, por la mañana, afilaron sus azuelas y derribaron un
árbol tan grande como una casa; todos intentaron saltar por
encima de él, pero sólo el más joven lo consiguió, así que él fue
el elegido para robar el fuego a la vieja. A la mañana siguiente,
todos los muchachos se fueron a cazar a la espesura, como
solían, pero tan pronto se hubieron alejado un poco, dieron la
vuelta y nueve de ellos se escondieron, mientras el más joven se
acercaba cautelosamente a casa de la vieja, y cuando vio que
ésta se ponía a cocinar su taro, se deslizó tras ella y le arrebató
un tizón encendido. Echó a correr tan rápido como pudo hasta
el árbol caído, y saltó por encima de él, en lo que no pudo
seguirlo la vieja. Pero, al dar el salto, el tizón le quemó la mano y
tuvo que soltarlo. La brasa del tizón prendió la maleza, y un
árbol de pándano (imo) resultó también alcanzado por el fuego.
Una serpiente llamada Garubuiye vivía en un hueco de este
árbol, y su cola se le prendió también, empezando a arder como
una tea. La vieja hizo que empezara a llover a torrentes, para
que el fuego se extinguiera, pero la serpiente permaneció oculta
en su hueco del árbol de pándano, y el fuego de su cola no se
apagó.
Cuando la lluvia cesó, los muchachos salieron a ver si podían
hallar aún algo de fuego, pero no hallaron nada, hasta que uno
de ellos rebuscando en el interior del árbol, sacó la serpiente, y
le arrancó la cola, que aún ardía. A continuación, hicieron una
gran pila de madera y le prendieron fuego con ramas que encendieron
con la cola de la serpiente, y gentes de todos los poblados
vinieron a coger fuego de la hoguera para llevárselo a sus
casas, y cada uno llevaba palos de madera diferente, convirtiéndose
los árboles, de los que habían cogido palos a este efecto, en
sus respectivos tótems. Así es como la serpiente Garubuiye se
ha convertido en totem del clan Garuboi de Wagawaga.31
La gente de Dobu, isla que pertenece al archipiélago de Entrecastaux,
situado frente a la punta este de Nueva Guinea,
cuentan una historia similar sobre el origen del fuego. Sus antepasados,
dicen, solían cazar cerdos para comer su carne. Un día,
mientras todos los hombres se hallaban cazando, una vieja se
quedó sola en la aldea. Puso aparte en un plato los ñames para
los cazadores, y sacándose fuego de entre las piernas se coció
sus ñames en una perola sobre el fuego. Tras lo cual, hizo
desaparecer el fuego, arrojando lejos las cenizas, y cuando volvieron
los cazadores, les dio para comer comida cruda. Pero,
por error, un trozo cocinado se le había deslizado entre la
comida de los cazadores, y cuando éstos lo probaron les gustó
tanto que determinaron vigilar a la vieja. Al siguiente día, así
pues, uno de ellos volvió inadvertidamente al poblado y vio el
fuego, con lo que inmediatamente hizo una antorcha de hojas, y
la prendió. Tras lo cual prendió fuego a la hierba, a pesar de que
la vieja gritaba: «¡Mi fuego! ¡Mi fuego! ¡Devuélvemelo!». Y
mientras esto decía, cayó muerta. El fuego quemó mucha hierba
y mucho bosque, hasta que una fuerte lluvia vino a apagarlo. La
gente comenzó a buscar algo de fuego una vez hubo pasado la
lluvia, y no pudieron encontrar nada, hasta que descubrieron
una serpiente enroscada que guardaba el fuego debajo de sí; de
ahí que la panza de dicha serpiente parezca aún hoy como si
estuviera socarrada. Con ese fuego se cocinaron su comida, y
enterraron a la vieja, diciendo: «¡Ea! ¡Ea! ¡Ahora sí somos felices!
». Y conservaron el fuego tanto como pudieron, hasta hallar
luego cómo producirlo frotando la punta de un trozo duro de
madera contra un trozo de madera más suave.32
Los marind-anim, que habitan en la costa sur de Nueva Guinea
Holandesa, hablan de un tiempo en el que no se conocía el
fuego. Pero un día, un hombre iniciado, llamado Uaba u Obe,
estrechó con tal fuerza a su mujer Ualiuamb que, a pesar de sus
esfuerzos, no pudo desengancharse de ella. Por fin, un espíritu
o ser sobrenatural (dema) vino y empezó a remover a la pareja, y
a ponerlos de una forma y de otra, con vistas a poder separarlos.
Y, al hacer ésto, resultó que empezó a salir fuego y llamas como
consecuencia de la fricción de ambos cuerpos, siendo éste el
origen del fuego y del taladro de fuego, que hace salir la llama
como consecuencia del frotamiento de dos trozos de madera. Al
mismo tiempo, Ualiuamb dio a luz un casuario y una cigüeña
gigante (Xenorhynchus asiaticus); las plumas negras de estos
dos tipos de pájaros fueron causadas por el humo y el hollín del
fuego que rodeó el nacimiento de sus antepasados. Por otro
lado, la cigüeña resultó con los pies quemados, mientras al
casuario se le quemaba el buche; de ahí que las patas de una y el
buche del otro sean rojos hoy día. En la aldea nadie podía
explicarse lo que había pasado. Se oyó de pronto gritar: «¡Fuego!
¡Fuego!». Tod o el mundo echó a correr hacia el lugar, pero
nadie sabía de dónde venía el fuego hasta que se vieron salir
llamas de la cabaña de Uaba. El fuego se extendió rápidamente,
pues era la estación seca y todo estaba reseco. Algunas llamas
alcanzaron a algunos en la cabeza, quemándoles el pelo, de ahí
que se vean tantos cráneos calvos entre sus descendientes hoy
en día. El m onzón del este extendió las llamas por toda la costa;
y esta es la razón de que aún hoy pueda verse una ancha franja
de terreno sin arbolado a lo largo de la costa. Las criaturas que
vivían en la franja costera resultaron quemadas y enrojecidas
por las llamas, y esa es la razón de que los cangrejos se vuelvan
rojos cuando se los cuece aún hoy.33
El mito que los marind-anim cuentan para explicar el origen
del fuego está claramente basado en la analogía que este pueblo,
al igual que muchos otros pueblos salvajes, establece entre
el proceso de producir fuego por medio del taladro de madera,
por un lado, y el intercurso sexual, por otro. De acuerdo con
esta supuesta analogía, muchos salvajes consideran al palo vertical
como macho, y al palo yacente, que es perforado por el
otro, como hembra.34 De ahí, como podía esperarse, que los
marind-anim empleen el taladro de fuego (rapa) para prender
fuego, aun cuando conocen también y emplean con frecuencia el
servicio del fuego, consistente en un trozo de bambú partido en
dos que se frota contra el extremo aguzado de una punta de
flecha también de bambú, oblicuamente plantada en tierra.35
En realidad, parece que hasta fechas bastante recientes una
sociedad secreta de los marind-anim llevaba a efecto las consecuencias
lógicas de semejante concepción mítica sobre el origen
del fuego, acompañando con orgías sexuales, consideradas esenciales
para la preservación del elemento, la solemne producción
inaugural del fuego, que tenía lugar anualmente.
En la isla de Nverfoor o Noorfoor, frente a la costa norte de
Nueva Guinea Holandesa, se dice que los nativos fueron los
primeros en conocer de un hechicero el modo de hacer fuego, y
que el nombre mismo de dicha isla, que significa «nosotros
(tenemos) fuego» proviene de tal evento.


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