sábado, 23 de marzo de 2019

El indio de Atun-Irca (Ancash)

En el cerro de Cayacata, que se eleva al oeste del actual
pueblo de Yupán, vivía hace mucho tiempo una familia de
indios formada por el padre, la madre y dos hijos. En este
paraje desolado es muy escasa el agua. Para abastecerse de
ella, los moradores tenían que recorrer una distancia de
dos kilómetros más o menos, hasta llegar a las faldas de
un cerro vecino llamado Crestón. Por el centro de dicho
cerro, por barrancos superficiales, bajaban dos arroyos de
aguas cristalinas, que más parecían caudales de leche que
de agua.
Una vez el indio, ansioso de poseer dichas fuentes, que
no solo saciaban su sed y la de los suyos, sino que fertilizaban
sus tierras, quiso desviarlas hacia otro barranco con el
fin de evitar que el agua fuera aprovechada por un pueblo
vecino, que radicaba abajo, en una pampa de clima abrigado.
Esta mala intención fue castigada por el dios Sol; de la
noche a la mañana, los torrentes desaparecieron con gran
sorpresa y pesar del indio y de su familia, quienes desde
entonces, para subsistir en aquel paraje, tenían que bajar
por abruptas pendientes hasta las acantiladas orillas del
río Santa, que corre por el lado opuesto del cerro, y a una
profundidad más o menos de ocho kilómetros.
En sus continuas idas y venidas, el indio renegaba de
su suerte y maldecía a los dioses, que le habían castigado
con tremenda desgracia, hasta que por fin, cansado de
tanto sufrimiento, decidió suicidarse, arrojándose desde
la cumbre de un cerro, rodando cuesta abajo hasta la encañada,
donde se lo puede ver ahora convertido en piedra,
con la cabeza hacia abajo. Las gentes lo llaman el indio de
Atun-Irca.
La esposa del indio, alarmada por su ausencia, salió en
su busca, encontrándolo petrificado en el sitio que se indica.
Acongojada por tamaña desgracia, después de llorar
su desaparición emprendió el retorno hacia los suyos, pero
exhausta como estaba no podía ascender la cuesta, por lo
que decidió buscar una vía más accesible, tomando el camino
de Huachcanes. Cuando ya casi coronaba la cumbre,
se puso a descansar, quedándose en el mismo sitio convertida
en piedra, por obra de los dioses. En la actualidad
se la puede contemplar al borde del referido camino, en
posición de descanso, en ese sitio que lleva el nombre de
la vuelta de la India.
Sobre las faldas del cerro Crestón, que es bastante visible
desde el pueblo, se distinguen también los cauces secos
de los torrentes de agua que desaparecieron.

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