La culebra siempre ha estado relacionada con el mal y, más concretamente, ha sido la personificación del diablo.
Según recoge R.M. Azkue en su obra «Euskalerriaren Yakintza», la picadura de una culebra se cura rezando la Salve al revés o abriendo la herida en forma de cruz, aunque también es útil quemar la herida con ajo. Dice también que, hablando de culebras, no se debe decir “suge haundia” (culebra grande), sino “suge mortala” (culebra mortal), porque si se dice “suge haundia”, la culebra crece más y más. Al oír el silbido de la serpiente hay que temerla, pues quiere decir que tiene sed.
Sin embargo, los antiguos vascos creían que la serpiente era una de las formas que tomaba Maju, Sugoi o Sugaar, el compañero de la diosa Mari, señor del mundo subterráneo.
Hace mucho tiempo, en la zona de Apellaniz de Araba, un pastorcito cuidaba un rebaño de cabras. Un día encontró un pequeña culebra a punto de morir de sed. Le dio tanta pena que, cogiendo el pequeño reptil, lo puso a mamar de la ubre de una de sus cabras.
Día tras día el pastorcito llegaba con su rebaño, y la serpiente lo esperaba para mamar de la cabra. Cuando se hizo grande, y por miedo a que hiciese daño a la cabra, el propio zagal ordeñaba al animal y le ponía un cuenco de leche templada a la serpiente.
Cuando el muchacho se adelantaba o la serpiente no aparecía, el pastor la llamaba con un silbido que le había enseñado, y el reptil acudía como un perro a la llamada del amo.
Así pasaron los años, y el muchacho se hizo hombre. Dejó el trabajo de pastor y se casó. Un día, paseando por los lugares en donde él había cuidado le rebaño de cabras, el hombre le contó a su mujer la aventura con la serpiente.
—¡Fíjate! —le dijo—. Allí, cerca de aquel árbol, encontré una serpiente a punto de morir de sed y le salvé la vida, poniéndola a mamar leche de cabra.
—¿Cómo es posible? —le preguntó la mujer.
—Lo que oyes, ¡y no sólo eso! Cada vez que la llamaba venía hasta donde yo estaba, y pasábamos muchas horas juntos. La llamaba con un silbido, voy a ver si lo recuerdo...
El hombre dio un silbido y, de pronto, vio bajar loma abajo una culebra enorme. Nunca había visto una de aquel tamaño. La culebra se deslizaba rápidamente entre los arbustos y se dirigía directamente hacia ellos. El antiguo pastor reaccionó al verla, y dijo a su mujer:
—¡Estamos perdidos! Es ella, la culebra, y no tengo leche para darle de comer... ¡Nos matará! ¡Corre!
La pareja echó a correr ladera abajo seguida por la serpiente, que era casi más veloz que ellos. Al llegar a la parte baja de la ladera vieron una ermita, y hacia allá se encaminaron, sin dejar de correr y sin mirar atrás. Les bastaba con oír el silbido del animal cada vez más cerca. Llegaron a la ermita, se metieron dentro y cerraron la puerta de golpe. Escucharon un gran golpe, y luego nada.
El hombre y su mujer tardaron mucho rato antes de atreverse a abrir la puerta; pero, para su sorpresa, afuera sólo encontraron una piel de serpiente vacía. Cuando volvieron al pueblo y contaron lo que les había ocurrido, el hombre más viejo del lugar les dijo:
—Ésa no era una serpiente como las otras, era Maju, el señor de las profundidades, que responde a la llamada de los humanos cuando escucha un silbido.
¡Ni que decir tiene que el antiguo pastor no volvió a silbar durante el resto de su vida!
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