El viento se puso a soplar y los fieles se sentaron, protegidos, en medio de un
círculo. La tempestad hacía estragos, pero la misericordia de Dios era como un barco.
Dios no ha creado los barcos para ser sultán de ellos. Su fin no es hacer de sultán,
sino asegurar la seguridad de sus criaturas.
Si el buey avanza no es para llevar su fardo, sino para evitar los latigazos. Dios le
ha enseñado este temor para que sirva a Sus servidores. El que trabaja no se esfuerza
para mejorar el mundo, sino para sí mismo. Cada uno busca un remedio a sus propios
tormentos y así es como el universo acaba por encontrar un orden. Dios ha hecho del
temor el pilar del universo. Todos experimentan temor hacia las cosas buenas y hacia
las cosas malas. Pero ninguno siente temor hacia sí mismo. Pues cada uno de
nosotros tiene un adversario. Aunque está muy cerca de nosotros, nos es difícil
apoderarnos de él. En realidad, es fácil apoderarse de él, pero no con los sentidos de
este mundo. Para eso los sentidos no sirven de nada. Si el sentido animal bastase, el
asno y el buey serían los Beyazid de su tiempo.
Es Dios quien ha casado el cuerpo y el espíritu. Es El quien hizo de un barco el
caballo de Noé. Si Él quisiera, ese mismo barco sería para ti un huracán. Debes saber
que el pesar y el gozo que llevas en tu corazón son el barco y la tempestad que Dios
te ofrece en cada instante.
Como los ojos no ven el origen del temor, se espantan ante cada imagen. Si un
hombre fuerte da un puñetazo a un ciego, éste cree que se trata de un camello que le
ha dado una coz. Si, por casualidad, oye en el mismo instante el grito de un camello,
sus oídos serán para él como ojos. Si no, habría podido decir: «Quizá sea una piedra
que me cae en la cabeza». Pero, en realidad, se equivoca en los dos casos. Estas
situaciones son cosa del que ha creado el temor. El sabio llama «inquietud» al temor
pero su comprensión está pervertida. ¿Cómo experimentar inquietud sin conocer la
verdad?
Las mentiras derivan de la verdad. ¡Oh, mentiroso! ¡No niegues la verdad! Cada
hombre de Dios es el Noé del corazón o el marinero de Noé. Debes saber que la
frecuentación del pueblo es peor que el huracán, pues, cuando está contigo, te hace
perder el tiempo. Y si está lejos de ti, murmura de ti. Sus sueños se beben el jugo de
tus ideas como un asno sediento. Te resecan. Un tallo fresco obedece a la dirección
que quieres darle, pero eso es cosa difícil para una rama seca.
Si los bosques se transformaran en lápices y el océano en tinta, este Matnawi
nunca terminaría. Y si los bosques no bastasen, brotarían árboles en el fondo del mar.
Más vale abandonar el océano e ir hacia las tierras. Es más agradable hablar de
juguetes con un niño. Pues el niño se sumerge en el océano de la razón a través de sus
juegos. Aunque éstos parecen disparatados, la razón del niño se desarrolla con ellos.
A un niño que estuviese loco no le gustaría jugar. Se necesitan fragmentos para dar
testimonio de la globalidad.
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