domingo, 24 de marzo de 2019

El anillo del rey don Juan I

En tiempos de don Juan I, el que perdió la batalla de Aljubarrota luchando contra los
portugueses, vivía en la corte un caballero cordobés llamado Fernán Alfonso, muy
notable en hechos de armas, que se había distinguido en la toma de Antequera y por
quien el rey sentía mucho afecto.
El caballero se había casado con una dama joven y extraordinariamente bella,
doña Beatriz de Hinestrosa, por la que sentía gran amor. La felicidad de la pareja
habría sido perfecta si hubieran tenido descendencia, pero el tiempo pasaba y el
matrimonio, a pesar de ponerse en manos de los más reputados físicos y de las más
temidas hechiceras, no conseguía el fruto que tanto esperaba. Y cuentan los
narradores que aquella imposibilidad llegó a entristecer tanto a don Fernán, que
decidió abandonar la corte y retirarse con su esposa a sus posesiones de Córdoba.
El rey sintió mucho el apartamiento de aquel leal amigo y, como recuerdo, le
regaló un antiguo anillo que tenía en gran aprecio. El anillo era tan hermoso que don
Fernán quiso que lo llevase su amada mujer y se lo regaló a ella.
Cuando estaban instalados en Córdoba, llegó a la ciudad un noble caballero,
primo de doña Beatriz, comendador de Calatrava, que empezó a visitar la casa muy a
menudo. Su presencia, y la de nuevos amigos de la ciudad, fueron a alegrando la vida
de la casa. Ciertos compromisos públicos obligaron a don Fernán a regresar por un
tiempo a la corte, lo que hizo con pena por tener que separarse de su esposa, aunque
el primo le aseguró que cuidaría de ella muy solícitamente. Los compromisos
cortesanos se prolongaron más de lo previsto y un día llegó también a la corte el
primo de su esposa, que venía a cumplimentar ante el rey ciertas obligaciones.
Además traía a don Fernán misivas de doña Beatriz con muchas razones cariñosas y
la expresión de sus deseos de que pronto pudiera regresar a casa.
Poco después de la llegada a la corte del primo de doña Beatriz, el rey reclamó
con prisa la presencia de don Fernán. Cuando estuvo ante el monarca, el caballero
cordobés escuchó con asombro sus airados reproches: don Juan se mostraba muy
decepcionado con él por el poco valor que, al parecer, daba a sus obsequios y a sus
recuerdos, ya que aquel preciado y antiguo anillo que le había regalado al despedirse
de la corte, como muestra de aprecio, lucía en la mano del joven comendador de
Calatrava. Al comprender el alcance que podía tener el hecho que el rey le contaba,
don Fernán sintió mucho dolor y solicitó del rey que mantuviese hacia él la misma
confianza que había mostrado siempre, para que pudiese aclarar aquella aparente
deslealtad.
Se dice que don Fernán fue capaz de sujetar sus sospechas, que sin duda lo
llenaban de rabia, durante el tiempo que medió hasta que pudo regresar a Córdoba,
esta vez en compañía del primo de su esposa. Y se dice que todavía tuvo paciencia
para ocultar sus sentimientos mientras esperaba tener una prueba certera de la
aparente traición.
Al fin, una noche en que don Fernán debía de encontrarse en un monte lejano,
participando de una cacería a la que el comendador no había podido asistir, descubrió
a su esposa y a su primo entregados a una inequívoca comunicación amorosa en la
propia alcoba conyugal. La confirmación de sus sospechas encendió tanto la ira de
don Fernán que mató a la pareja a puñaladas, sin darles tiempo ni para arrepentirse de
su pecado.
Cuando se descubrieron los cuerpos, en la alcoba, sobre una mesa, se encontraba
también el anillo y una breve carta de don Fernán al rey, en que le rogaba que
aceptase recuperar aquel obsequio que él no había sido capaz de llevar con el honor
necesario. A don Fernán nadie pudo hallarlo jamás, y hubo muchos rumores sobre su
destino, aunque la mayor parte de ellos aseguraban que se había hecho ermitaño en
algún punto perdido de la serranía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario