En primer lugar, según Patai, están aquellos que permanecieron en las aguas
durante el Diluvio Universal, sin tocar tierra ni subir al Arca de Noé. Varios de ellos
hallaron refugio en la boca de las bestias marinas —como más tarde Jonás en la boca
o en el vientre de la ballena (todo este asunto de Jonás está ahora muy discutido, y la
verdad es que no quiero explayarme en él hasta que, próximamente, esté más
documentado)— y otros lograron encaramarse al Arca, y aun uno de ellos, quizás
escasamente dotado para acuático, meterse dentro. En seguida les habló de él. El
hecho indiscutible es que no se ahogó ningún demonio durante el Diluvio, y algunos
talmúdicos han creído que los más tomaron la suficiente altura para ponerse más
arriba del cielo de las aguas. A algunos de los que se sumergieron en las aguas, o
flotaron en ellas, les salieron escamas, de las cuales aún no se han logrado librar por
completo: escamas rojizas, que especialmente les cubren pies y piernas y los
genitales. Uno de éstos fue visto en Italia, concretamente en Pisa, en 1437, y sus
pretensiones mayores eran llevarse mujeres a la mar, donde las convertía en amadoras
y perfumadas sirenas. Léanlo en el cronista Giovanni Dañero, en su Tratado de
Invisibles. Esto les prometía el demonio, cuyo nombre se ignora, a las féminas con las
que llegó a íntimo trato. Descubierto por un dominico, huyó a lomos de un delfín,
como Aristón, el músico de los helenos antiguos. Dañero supone que el delfín no
sería tal, sino otro demonio que tomó esa forma, y que entre ambos se repartirían las
ganancias.
Aquí llegamos a un punto importante: desde los escritores contra brujas del XV se
supone que los demonios tienen horror a las naves y a pasar el mar, y, si hacen una
larga travesía, será ya bien acomodados en el cuerpo de un humano, con el que han
hecho trato. Así, en los procesos de la Inquisición de Lima, en el XVI, algunos de los
herejes —muchos portugueses—, que terminaron quemados —Caro Baroja escribió
de aquellos procesos—, confesaron que habían pasado a Indias en su cuerpo, pero
con más frecuencia en el de sus mujeres, algunos demonios, los cuales se lo habían
rogado mucho, y además les habían pagado contante y sonante. Hay que suponer que
con monedas antiguas, romanas o persas, o de los días de Cleopatra, que hasta el
siglo XVIII, tiempo en el que, según Cabell, hubo una gran reforma monetaria en el
Infierno, los demonios no manejaban monedas modernas. Los tháleros de María
Teresa de Austria, la moneda favorita de los jeques árabes casi hasta nuestros días,
fueron llevados a Damasco y Bagdad, y aun a la India del Gran Mongol, por ricos
demoníacos. Por ese mismo temor al viaje por mar sostiene Burroughs que no han
sido localizados en Australia demonios mayores ni menores… Como ven, hay
algunas contradicciones en el saber de las relaciones entre el demonio y el medio
marino. Eso sin tener en cuenta la historia del demonio que logró meterse en el
Arca[3].
Éste es el gran príncipe, un demonio muy importante llamado Shemnazai.
Ustedes saben que Noé prohibió toda relación sexual en el Arca. Apartó a sus hijos
de sus esposas, y lo mismo hizo con todos los animales, aves y reptiles. De los
animales le desobedecieron el perro y el cuervo, y por ello Noé castigó al perro
uniéndolo vergonzosamente a la perra después de la copulación, y al cuervo,
haciendo que inseminara a la hembra por el pico, cosa esta última que creían los
campesinos hebreos y aún seguían creyendo los judíos de las aljamas de Castilla y de
los «pueblos de Dios» de Polonia y de Ucrania. Pero también desobedeció Cam, hijo
de Noe, y fue que Cam se enteró de que un demonio, que se había metido en el Arca
por un respiradero, convertido en humo, habiendo encontrado dormida a su mujer, se
echó con ella y la dejó preñada. La mujer lloraba y Cam se apiadó de ella. Además
que de saberse lo de Shemnazai y su mujer, ésta aparecería deshonrada a los ojos de
la población del Arca. Así, Cam dijo que no había podido contenerse, y había
engendrado en su mujer. Shemnazai se ocultó hasta que el Arca halló tierra en la que
posarse, y, cuando los animales salieron de aquélla, Shemnazai salió metido en el
macho cabrío. Aún conserva el olor de éste, que no se lo puede quitar ni con toda la
perfumería de París.
Entre los inconvenientes que se encontraban en la Edad Media para evitar los
baños —aparte de que muchas veces, como se prueba con la novela Flamenca y otros
textos— estaba la presencia constante de demonios que iban a ellos, con mucha
pompa de jabón y paños calientes, y entre ellos uno llamado Algabat, el cual tomaba
la forma de mujer para ir precisamente al baño de las mujeres. Cuando a principios de
siglo comenzó el auge de los baños de mar, Rémy de Gourmont escribió un artículo
en «Le Figaro», de París, más bien en contra, y avisando que le había dicho un rabino
amigo suyo —creo que el abuelo del recientemente fallecido Kaplan, gran rabino de
Francia—, contrario por ciencia médica a los baños marinos, que habría judíos que no
se bañarían nunca en Deauville ni en Biarritz por miedo al tentador Algabat.
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