viernes, 29 de marzo de 2019

Un aparecido Leyenda de la Plaza Mayor

I
Refrene su espanto el lector, pues no se tratará aquí de una alma del otro mundo, sino
de un misterioso personaje que se apareció una mañana en la plaza principal de
México, allá en el siglo XVI.
El aparecido, es cierto, vino del otro mundo, pero con su propia carne y huesos;
caminó, y no por voluntad propia, sin incomodidad ni fatiga, y en menos tiempo del
que ha gastado la pluma para escribir estas primeras líneas.
En antiguos pergaminos hemos encontrado este acontecimiento poco conocido, y
certificado por muy graves autores, insignes por su veracidad y teologías. Pero vamos
al cuento… esto es, a la historia.
Refiere el Dr. Antonio de Morga, Alcalde del Crimen de la Real Audiencia de la
Nueva España y Consultor que fue del Santo Oficio, en un libro que intituló Sucesos
de las Islas Filipinas, que en la plaza mayor de México se supo por primera vez la
muerte del Gobernador Gómez Pérez Dasmariñas en el mismo día en que acaeció,
aunque se ignoraba cómo y por qué conducto.
Ciertamente, en aquella época en que ni el cable submarino ni la telegrafía sin
hilos aun se soñaban, fue sorprendente que en la misma fecha en que se verificó el
suceso, se haya sabido desde una distancia tan grande como es la que separa a
México de las Islas Filipinas.
El hecho a que alude el Dr. Morga, de un modo tan superficial y misterioso, lo
narran otros cronistas con claridad, aunque atribuyéndolo a medios sobrenaturales.
Cuentan que en la mañana del 25 de octubre de 1593, apareció en la plaza mayor
de México un soldado con el uniforme de los que residían en las Islas Filipinas, y que
el dicho soldado, con el fusil al hombro, interrogaba a cuantos pasaban por aquel
sitio, con el consabido y sacramental ¿quién vive?
Agregan que la noche anterior se hallaba de centinela en un garitón de la muralla
que defendía a la ciudad de Manila, y que sin darse cuenta de ello y en menos que
canta un gallo, se encontró transportado a la capital de Nueva España, donde el caso
pareció tan excepcional y estupendo, que el Santo Tribunal de la Inquisición tomó
cartas en el asunto, y después de serias averiguaciones y el proceso de estilo, condenó
al soldado tan maravillosamente aparecido a que se volviese a Manila; pero despacito
y por la vía de Acapulco, pues el camino era largo y no había de intervenir, como en
su llegada, el espíritu de Lucifer, a quien se colgó el milagro del primer viaje tan
repentino como inesperado.
II
Consta el suceso que hemos consignado, en gruesos pergaminos escritos por muy
reverendos cronistas de las Órdenes de San Agustín y Santo Domingo, y la muerte de
Gómez Pérez Dasmariñas la refiere uno de ellos con pormenores que no carecen de
interés.
Entre las naciones que más frecuentaban el comercio con los españoles en las
Filipinas, se contaba la del Japón, la cual era apreciada tanto por su policía y política,
cuanto por sus valiosos géneros y otras ricas mercancías.
Siendo Gobernador de las citadas Islas Gómez Pérez, recibió una embajada del
Emperador Taycosoma.
«Casi por el mismo tiempo —dice Fray Gaspar de San Agustín— llegaron a
Manila por parte del Rey de Camboxa Embaxadores, el vno. Portugues, nombrado
Diego Belloso, y el otro Castellano, llamado Antonio Barrientos, que truxeron de
regalo al Gobernador dos hermosos Elefantes, que fueron los primeros que se vieron
en Manila. El motivo de esta Embaxada se reducía a pedirle su amistad, y alianza,
para que le diesse socorro contra el Rey de Sian su vezino, que pretendía invadirle.
Recibió el Gobernador Gómez Pérez Dasmariñas la embaxada con agrado, y el regalo
que le traían; y como no se hallase con bastante gente para el socorro que se le pedía,
despachó los Embaxadores, dándole al Rey de Camboxa buenas esperanzas: y
correspondiéndole con otro regalo, se estableció buena correspondencia para el
comercio entre ambas naciones».[9]
Empero, Gómez Pérez reflexionó que aquella era la oportunidad para la conquista
del Maluco. Envió al efecto un explorador, el hermano Gaspar Gómez, religioso de la
Compañía de Jesús, y adquirió copiosas noticias de otro, el P. Antonio Marta, que
residía en Tidore.
Resuelto a llevar a cabo su propósito, se proveyó de cuatro galeras y varias
embarcaciones, con el competente número de soldados, y con pretexto de impartir
auxilio al Rey de Camboxa, dejó a Manila el 17 de octubre de 1593, acompañado de
personas notables y de venerables religiosos.
La Armada se dio a la vela en el puerto de Cavite el 19 del mismo mes y año. En
la Punta de Santiago y el día 25, el viento del Este estrechó a la galera Capitana a
abandonar a las demás, lo que obligó a Gómez Pérez a fondear en la punta de Azufre.
Como la corriente de las aguas era impetuosa, había ordenado a los chinos que
llevaba consigo que remasen con fuerza, y éstos, que eran 250, alegando disgustos
porque los había reprendido con severidad el Gobernador, resolvieron robar la galera
y las mercancías, y para ello matar a todos los españoles, con tanta mayor facilidad
cuanto que los rebeldes eran muchos e iban armados.
Tramada la conspiración, en la misma tarde se vistieron los chinos con túnicas
blancas para distinguirse entre sí, y después de haber degollado a los españoles, en el
mismo instante que salía Gómez Pérez Dasmariñas de su camarote, le abrieron por
mitad la cabeza, y su cadáver, junto con los de los otros, fue arrojado al mar, logrando
los criminales, de tan pérfida manera, apoderarse de lo que codiciaban.
III
No faltan cronistas tan sencillos como severos, que digan que aquella muerte fue un
castigo del cielo, pues afirman que el Gobernador Pérez Dasmariñas, durante su vida,
no había caminado de acuerdo con el obispo de Manila, Fr. Domingo de Salazar, y
que varias y repetidas disputas se entablaron entre los dos con motivo de los negocios
del Estado y de la Iglesia.
Sea de esto lo que fuere, lo que sí atestiguan los ya mencionados cronistas, es que
tanto en Manila como en México la muerte del Gobernador fue anunciada por signos
sobrenaturales.
Que en Manila, entre los retratos de los Caballeros de las Órdenes militares que
existían en la portería del convento de San Agustín, había uno de Gómez Pérez, y que
en el mismo día de su fallecimiento amaneció cuarteada la pared en que estaba
pintado el retrato, en la parte que correspondía a la cabeza del Gobernador, a quien,
como se dijo, habían dividido el cráneo los asesinos.
«Es digno de ponderación —concluye Fr. Gaspar de San Agustín—, que el
mismo día que sucedió la tragedia de Gómez Pérez, se supo en México por arte de
Satanás; de quien valiéndose algunas mujeres inclinadas a semejantes agilidades,
trasplantaron a la Plaza de México a un Soldado que estaba haziendo posta vna noche
en vna Garita de la Muralla de Manila, y fué executado tan sin sentirlo el Soldado,
que por la mañana lo hallaron paseándose con sus armas en la Plaza de México,
preguntando el nombre de cuantos pasaban. Pero el Santo Oficio de la Inquisición de
aquella ciudad le mandó bolber a estas Islas, donde le conocieron muchos, que me
aseguraron la certeza de este suceso…».
Ante semejante aseveración de un cronista tan sesudo, nosotros no ponemos ni
quitamos rey, y nos conformamos con repetir:
Y si lector, dijeres, ser comento,
Como me lo contaron, te lo cuento.



[9] Conquista de las Islas Filipinas, etc. Parte primera. Madrid, 1698. <<

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