Un caimán que había ido a buscar comida en la aldea oye decir a las gentes:
—Mañana iremos al río a cazar caimanes.
Oído esto, no quiere volver al agua, y habiendo encontrado una estera arrollada, se mete en ella, se agazapa y se oculta.
A la mañana siguiente, las gentes van a caza de caimanes; después regresan a sus casas. En ello, un hombre sale de la aldea con objeto de coger leña y hierba seca para encender fuego y cocer su parte en el producto de la cacería.
Ve al caimán, que le dice:
—No me delates.
El hombre dice al caimán:
—¿Por qué estás ahí?
Responde el caimán:
—He venido esta noche en busca de comida; he oído a la gente decir que iban a cazar caimanes al día siguiente, me he ocultado y no he vuelto al agua. Llévame a mi casa, en el agua.
El hombre dice:
—Bueno.
Se retira, y vuelve con un saco, en el que mete al caimán; después, cosida la abertura, carga con él, lo lleva a su casa, donde lo deposita. Por la noche, toma el saco y va al agua; luego, lo coloca en la orilla.
Pero el caimán le dice:
—Éntrame en el agua.
El hombre lo lleva al agua, metiéndose en ella hasta la rodilla.
El caimán le dice:
—Más lejos.
Y el hombre entra en el agua hasta la cintura.
El caimán añade:
—Adelántate un poco más. Entra hasta que te llegue el agua al pecho.
Así lo hace el hombre.
El caimán dice:
—Déjame aquí, y sácame del saco.
Así lo hace, pero cuando lo ha sacado, el caimán lo agarra por una pierna. El hombre exclama:
—¡Ah! ¿Qué es esto?
El caimán responde:
—¡Sí! ¿Qué hay?
—Suéltame —dice el hombre.
—No te suelto —contesta el caimán.
El hombre estaba allí de pie, cuando llegan unos animales fieros a beber agua. Dicen:
—Eso es un hombre, de pie en medio del agua.
Responde:
—Sí; soy un hombre; he hecho bien a un caimán, y me lo paga de este modo.
Los animales fieros dicen:
—Así tratan ustedes, hijos del hombre, a todos los que les hacen bien. Tú, caimán, sujétalo bien; no sueltes lo que te pertenece.
El hombre comienza a llorar. El chacal, a su vez, llega a refrescarse. Ve al hombre en el agua que se lamenta, y le pregunta:
—¿Por qué lloras ahí en el agua?
Responde:
—He hecho bien a un caimán, y me lo paga de este modo.
El chacal dice:
—¿Es verdad, caimán?
El caimán responde:
—Sí.
El chacal les dice:
—Salgan los dos, quiero juzgar el caso, porque soy morabito.
El caimán responde:
—Bien. Nadie puede desobedecer la ley.
Suelta al hombre. Salen, para venir junto al chacal, y se sientan ante él. El chacal dice:
—Caimán, ¿cómo se ha portado contigo este hombre?
—Iban a matarme —dice el caimán—; él me ha restituido a mi elemento; me ha hecho bien y yo, en cambio, le hago mal.
El chacal dice:
—Caimán, razón tienes; este hombre yerra.
Dice al hombre:
—¿Cómo lo has traído aquí?
Responde el hombre:
—Lo metí en este saco para traerlo.
Dice el chacal:
—Mientes, hombre. ¿Cómo ibas a traerlo en este saco?
Dice el caimán:
—No miente, dice la verdad; me ha traído en este saco.
Dice el chacal:
—Métete en él, para que yo me haga cargo.
El caimán se mete en el saco, y el chacal dice al hombre.
—Cose el saco para que yo lo vea.
Una vez hecho esto, el chacal le dice:
—¿Cómo lo llevabas?
—En la cabeza —responde el hombre.
—Levántate —dice el chacal— y póntelo en la cabeza, para que yo lo vea.
Cuando el hombre va a ponerse el saco en la cabeza, el chacal le pregunta:
—¿Comen en tu casa carne de caimán?
—La comemos —responde.
—Entonces —dice el chacal—, ve a tu casa y cómete lo que es tuyo.
Entonces el hombre dice al chacal.
—Acabas de prestarme un gran servicio; vamos juntos a casa; quiero darte cuatro pollos en recompensa.
Y echan a andar juntos.
Al llegar a la aldea, el hombre dice:
—Chacal, quédate aquí; voy a casa y te traeré los pollos.
Entra en su casa, halla a su mujer acostada, enferma de dolor de vientre, y le dicen que sólo podrá curarse con la piel de chacal, y que corre prisa buscar una. Dice:
—No hagan ruido; tenemos un chacal al alcance de la mano.
¿Dónde están los hijos, dónde están los perros? Hijos, tomen unos palos, salgan con los perros; vamos a matar un chacal y a traerlo aquí.
Pero, en cuanto a lo primero, el chacal no había tenido confianza, y no se había quedado en el sitio donde el hombre le dijo: lo había dejado al Oeste de la aldea, y él se había ido al Este, desde donde, lleno de recelo, acechaba el sitio que había abandonado, y pronto lo vio cercado de perros y gente; al mismo tiempo, oyó decir al hombre:
—Aquí lo dejé; rodeen el sitio para que no se escape.
Mientras tanto, al Este, el chacal decía:
—¡Je! Conozco bien a los hombres. De modo que, ¡huyamos! No merecen confianza, hijos del hombre.
Ha terminado.
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