Un discípulo deseaba entrevistarse con el sheij Ebu’l Hasán Harkaani. Dejó, pues,
la ciudad de Talkán por la ciudad de Harkán. Atravesó muchas montañas y valles
rezando a Dios para que le permitiese un día contemplar el rostro del sheij. Después
de muchas tribulaciones acabó por descubrir la casa del sheij. Lleno de respeto llamó
a la puerta. Desde el interior la mujer del sheij le respondió gritando:
«¿Qué quieres? ¿Qué vienes a hacer aquí?».
El discípulo respondió:
«¡He venido a visitar al sheij!».
La mujer se echó entonces a reír:
«¿Realmente no tienes nada mejor que hacer? ¡Has atravesado todo el país para
ver el rostro de un imbécil! ¿Acaso estabas harto de tu país?».
Así, sin vergüenza, vilipendió esta mujer a su marido. Pero no es mi propósito
referir sus palabras. Lo seguro es que sus palabras ahogaron en el pesar el corazón del
discípulo. Con lágrimas en los ojos, preguntó:
«¿Dónde está ese hermoso sheij?
—¡Es un hipócrita! dijo la mujer. ¡Una trampa para los idiotas! ¡Un lazo para los
extraviados! ¡Cuántas personas como tú han venido así y se han puesto en peligro por
culpa suya! ¡Vale más que te vuelvas sin verlo!».
El discípulo se puso a gritar:
«¡Ahora ya basta! La luz de los hombres de Dios ha cubierto el Oriente y el
Occidente. Tus palabras satánicas no me arrancarán de aquí. No he venido aquí como
una nube, empujada por el viento, para abandonar este umbral como polvo. ¡Oh,
mujer! Tú soplas para apagar la antorcha de la verdad. Pero no lograrás más que
quemarte la cabeza. ¿Puede apagarse el sol de un soplo? Si no vivieses en esta casa,
te rompería la cara. ¡Da gracias al cielo por ser el perro dé esta casa!».
— Después, el discípulo preguntó a su alrededor dónde podría encontrar al sheij.
Y alguien le respondió:
«¡Ha ido al bosque a buscar leña!».
Satanás, que pretende ocultar la luz bajo el polvo sembró la duda en el corazón
del discípulo, que se dijo:
«¿Cómo puede conservar este sheij a esta mujer en su casa y vivir con ella?
¿Cómo pueden unirse estos dos opuestos?».
Pero, al mismo tiempo, se decía:
«No debo juzgar al sheij pues sería un pecado».
Entonces, su ego le hacía esta pregunta:
«¿Cómo puede vivir Gabriel con Satanás? ¿Cómo puede vivir el guía con el que
extravía a la gente?».
Mientras era asaltado por todos estos pensamientos, vio al sheij, montado en un
león, que venía a su encuentro. El león tiraba de una carga de leña y una serpiente
servía al sheij como látigo. Cuando éste vio al discípulo, se puso a sonreír. Pues la luz
de su corazón le había hecho descubrir sus pensamientos. Se los describió y le contó
sus aventuras como si hubiera asistido a ellas.
«Si yo no mostrara paciencia con ella, dijo, ¿cómo podría este león arrastrar mi
fardo? Soy feliz, ebrio y fiel, como un camello bajo la carga que Dios le ha ofrecido.
No tomo demasiado en consideración las críticas del pueblo. Podemos soportar el
fardo de esta idiota y de millares de gentes como ella. Este destino es una lección
para nuestros alumnos».
Todas estas palabras se te dirigen para que soportes con paciencia a las personas
de mal carácter.
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