sábado, 16 de marzo de 2019

Mitos del origen del fuego en América del Norte

1. (cora)
Los indios coras, de Nuevo México, cuentan cómo antiguamente la
iguana, una especie de lagarto, estaba en posesión del fuego, y cómo
habiéndose peleado con su esposa y su suegra, se retiró al cielo llevándose
consigo el fuego. No hubo más fuego en la Tierra, porque la
iguana se lo había llevado todo y lo conservaba escondido allá arriba.
Estaban así las gentes muy necesitadas del fuego y se reunieron en
asamblea para deliberar sobre cómo obtenerlo. Los viejos y los jóvenes
deliberaron cinco días, sin comer, ni beber ni dormir, y pensando y repensando
afanosamente noche y día. Finalmente, después de cinco días
supieron dónde estaba el fuego.
-Allí en el cielo -dijeron- está el fuego. La iguana lo escondió. La
iguana fue al cielo, allí está.
Luego deliberaron: «¿Cómo podríamos traer el fuego?». Y dijeron:
-Alguien debe subir y traer el fuego -entonces encargaron al cuervo
para intentar la faena y le dijeron:
-Vete, cuervo, y haz la prueba de trepar al cielo.
Una colina se alzaba cerca del lugar y el cuervo fue a ella y empezó
a treparla. Estaba trepando y había llegada a la mitad del camino, cuando
resbaló y cayó. Allí se quedó chato y despanzurrado. El cuervo se
había hecho trizas; el cuervo había fracasado.
Entonces las gentes llamaron a otro, llamaron al picaflor y éste fue.
Pero tampoco pudo hacerlo. Cuando llegó a la mitad, cayó. Cayó y se
salvó apenas. También él regresó al suelo. Cuando estuvo de vuelta,
dijo a los ancianos:
-Es imposible subir hasta allá; hay allí una catarata; no hay acceso».
Luego otro fue. Partió y siguió del mismo modo, pero no pudo llegar
arriba. El también regresó y bajó a la Tierra. Cuando hubo vuelto dijo
a los ancianos:
-Es imposible no hay medio de llegar arriba.
Así todas las aves hicieron la tentativa, pero ninguna de ellas logró
llegar al cielo. Entonces convocaron a la comadreja. Al principio no
quiso, pero cuando se hizo la idea de ir, les dijo:
-Si es posible llegar arriba, hagan así. Si yo puedo llegar arriba,
miren atentamente. Fíjense cuando el fuego llegue abajo, porque
voy a arrojarlo. Espérenlo con mantas, y cuando llegue abajo no
le dejen caer al suelo, porque si no la Tierra será consumida por el
fuego.
Entonces la comadreja partió y subió y subió y llegó hasta la mitad.
Allí crecía un árbol de texcallame y allí descansó la comadreja. Luego
trepó más arriba. El camino era muy liso y la comadreja cayó a la catarata.
A duras penas pudo zafarse y, sacudiéndose, proseguir su ascenso,
empapada hasta los huesos. Cuando estuvo arriba miró y vio el fuego.
Acercóse a él, y allá junto al fuego estaba sentado un viejo. La comadreja
lo saludó:
-¡Buen día, abuelo!
El viejo se levantó y dijo:
-¿Quién me habla?
La comadreja contestó:
-Yo, su nieto -y le pidió que la dejara calentarse. Al principio el viejo
no quiso, pero la comadreja argüyó-: Tengo mucho frío, me gustaría
calentarme.
Entonces el viejo le contestó:
-Caliéntate, pero no te lleves el fuego.
Así, pues, la comadreja se sentó y el viejo se recostó y se quedó dormido.
Mientras dormía, la comadreja envolvió con la cola un tizón y lo
sacó sin problemas del fuego. Entonces el viejo se despertó.
-¿Te estás llevando el fuego, nieto? -preguntó.
-No, estoy aventándolo -contestó la comadreja.
De nuevo el viejo se quedó dormido y esta vez del todo. Mientras
dormía, la comadreja se levantó suavemente, y tomando el tizón empezó
a llevárselo a rastras, con lentitud. Lo había halado así un buen
trecho y estaba cerca del abismo, cuando el viejo se despertó y lo vio
todo. Levantóse, pues, y le dio caza. Pero la comadreja había llegado ya
al abismo y había arrojado hacia abajo el fuego. Cuando el viejo volvió
arriba con la comadreja, le dio una paliza que la dejó azul y negra, y la
arrojó luego abajo a la Tierra. Y hecho esto, fuese diciendo:
-No me quitarás el fuego, comadreja.
Ahora bien, las gentes de la Tierra estaban al acecho del fuego y
éste llegó abajo. Esperaban envolverlo en sus mantas, pero el fuego
no cayó sobre ellos sino en el suelo. Éste se encendió y toda la Tierra
ardió inmediatamente. Mientras ellos estaban tratando de apagar el
fuego, la comadreja cayó a plomo y quedó muerta en el suelo. Entonces
ellos la cubrieron y la arroparon con sus mantas. Un rato después
la comadreja empezó a moverse bajo las mantas, volvió a la vida, se
levantó con dificultad y se sentó derecha. Cuando volvió en sí, preguntó:
-¿Llegó el fuego? Yo lo arrojé hacia abajo. Mi abuelo me mató, ¡me
dio una paliza!
Ellos contestaron:
-El fuego cayó aquí. Nadie pudo agarrarlo cuando caía. Cayó en el
suelo y la Tierra está ardiendo. ¿Cómo podremos apagarlo ahora? Es
imposible para nosotros apagarlo.
Luego invocaron a nuestra madre, la diosa Tierra, y ella apagó el
fuego con su leche. Así apagaron el fuego y quedó allí.
2. (sía)
Los indios sía, de Nuevo México, dicen que la araña, a la que llaman
sussistinnako, fue la creadora de los hombres, animales, aves y
todos los seres vivientes. Vivía en una casa bajo tierra, y allí hacía
fuego frotando una piedra de punta dura contra otra chata y redonda.
Pero habiendo encendido el fuego, lo mantuvo en su casa, y puso una
serpiente, un puma y un oso para guardar la primera, la segunda y la
tercera puertas, de modo que nadie pudiera entrar y ver el fuego. Así,
pues, las gentes de la Tierra no poseían el fuego; el secreto del mismo
no había sido revelado al mundo de arriba. Con el tiempo se cansaron
de mordisquear la hierba como el ciervo u otros animales; así, pues, resolvieron
enviar al coyote a robar el fuego para ellos en el mundo subterráneo.
El coyote consintió en ejecutar el trabajo. Cuando llegó a la
casa de la araña, a medianoche, encontró a la serpiente, que guardaba la
primera puerta, durmiendo en su puesto; así, pues, se deslizó pasando
junto a ella. El puma, que guardaba la segunda puerta, estaba también
dormido, y lo mismo el oso que guardaba la tercera. Pasándolos, el
coyote llegó a una cuarta puerta, y el guardián estaba también dormido;
así, pues, el coyote entró al cuarto. Allí encontró a la araña dormitando
tranquilamente; de modo que se acercó con rapidez al fuego, encendió
en él la rama de cedro atada a su cola y luego escapó presurosamente.
La araña despertó restregándose los ojos precisamente a tiempo para
advertir que alguien salía del cuarto. «¿Quien anda ahí? -gritó-. Alguien
anduvo aquí.» Pero antes de que pudiera hacer levantarse a los
guardianes de las puertas para detener al ladrón, el coyote estaba lejos
con el fuego para el mundo de sobre la Tierra.

3. (Navajo)

Los navajos, una tribu india de Nuevo México, dicen que sus primeros
antepasados, seis hombres y seis mujeres, brotaron de la tierra
en medio del lago que está en el valle de Montezuma. En su ascensión
a través del suelo fueron precedidos por la langosta y el tejón; a decir
verdad, al llegar a la superficie de la Tierra encontraron los mismísimos
animales que ahora la habitan, excepto el ciervo y el alce, que no habían
sido creados todavía. No sólo eso, los animales estaban en cierto
sentido mejor que los hombres, pues poseían el fuego, mientras no lo
tenían los hombres ni las mujeres. Pero entre los animales, el coyote,
el murciélago y la ardilla eran amigos muy especiales de los navajos
y convinieron en ayudarse el uno al otro para conseguir el fuego para
aquéllos. Así, pues, mientras los animales estaban jugando al juego
del mocasín o zapato junto a una fogata, el coyote fue al escenario del
juego con algunas astillas de pino resinoso atadas a su cola; y mientras
la atención de los animales estaba absorbida en el juego, corrió
rápidamente a través del fuego de modo que las astillas se prendieron.
Entonces escapó perseguido por todos los animales; y cuando estuvo
fatigado, el murciélago, conforme a lo antes convenido entre ellos, lo
relevó, tomando a ambos, el fuego y el corredor. Volando de aquí para
allá y esquivando a un lado y a otro, el murciélago escapó a sus perseguidores
por un tiempo, y cuando estaba por caer entregó el fuego a la
ardilla, que gracias a su gran agilidad y resistencia se las arregló para
llevar el fuego a los navajos.
4. (apache jicarilla)
Los apaches jicarillas, del norte de Nuevo México, dicen que cuando
sus antepasados emergieron por primera vez de su guarida en el mundo
subterráneo, los árboles podían hablar, pero las gentes no podían quemarlos,
porque no tenían fuego. Sin embargo, los hombres obtuvieron
finalmente el fuego, gracias a las maniobras del zorro. Un día el zorro
fue a visitar a los gansos, deseando aprender a imitar su graznido.
Los gansos le prometieron enseñárselo, pero le dijeron que si deseaba
aprender el verdadero graznido debía acompañarlos en sus vuelos. A
ese fin le dieron alas para volar, pero le advirtieron que durante el vuelo
no debía abrir los ojos. Así, pues, cuando los gansos extendieron sus
alas y se remontaron a lo alto, el zorro voló con ellos. Al caer la noche
pasaron sobre el cerco empedrado en que vivían las luciérnagas.
Algunos destellos de sus trémulos fuegos penetraron en los párpados
entrecerrados del zorro y le hicieron abrir los ojos. En ese mismo momento
sus alas le fallaron y cayó en el cercado de paredes, no lejos de
las tiendas de las luciérnagas. Dos de las luciérnagas acudieron a ver
al zorro caído y éste les dio a cada una un collar de semillas de enebro
para inducirlas a decirle por dónde podía transponer el paredón que lo
rodeaba. Las luciérnagas mostraron al zorro un cedro que podía doblarse
a gusto y ayudar a cualquiera a pasar sobre el paredón. A la tarde, el
zorro fue al manantial donde las luciérnagas tomaban agua y encontró
allí tierras coloreadas, buenas para pintar, y con una de ellas se dio una
mano de blanco. Volviéndose al campamento, dijo a las luciérnagas
que debía darse una fiesta; ellas bailarían y harían juerga, y él les daría
un nuevo instrumento musical. Ellas aceptaron la propuesta y juntaron
leña para una gran fogata, que encendieron con su propia lumbre. Antes
de que empezara la ceremonia, el zorro ató una astilla de cedro a su
cola y luego hizo un tambor, el primero construido hasta entonces, que
golpeteó un rato. Cansado de batir el tambor, se lo dio a una luciérnaga
y fue arrimándose al fuego hasta meter en él la cola mientras las luciérnagas
en tomo suyo le advertían que no lo hiciera, diciéndole que se la
quemaría.
-Soy curandero -replicó el zorro-, y mi cola no se quemará.
Sin embargo, vigilaba cuidadosamente, y cuando la astilla estuvo
bien encendida, dijo:
-Aquí hace mucho calor; apártense y déjenme ir donde esté más
fresco.
Así diciendo, se salió con la cola en llamas, seguido por las luciérnagas
que le gritaban:
-¡Deténgase, no conoce el camino; vuélvase!
Pero el zorro corrió derecho al cedro y llamó:
-¡Encórvate hacia mí, árbol, encórvate!
El árbol lo levantó por encima del cercado y el zorro siguió corriendo,
seguido todavía por las luciérnagas. Mientras pasaba de largo, los
arbustos y árboles de cada lado iban encendiéndose con las chispas que
caían del cedro ardiendo y así el fuego se propagó ampliamente por la
Tierra. Cansado de correr, el zorro entregó por fin el fuego al halcón,
que siguió llevándolo hasta entregarlo a la grulla parda. La grulla voló
muy lejos hacia el sur, pero no tan lejos como para alcanzar un árbol
que no arderá hasta nuestros días. Pero el nombre de ese árbol incombustible
los apaches jicarillas no lo saben. Las luciérnagas persiguieron
al zorro hasta su madriguera y le hicieron saber que, como castigo por
haber robado el fuego y haberlo propagado sobre la Tierra, nunca le
permitirían usarlo.
5. (hitchiti)
Los indios hitchiti de la región sudoriental de los Estados Unidos
relatan cómo el conejo robó el fuego y lo distribuyó a todo el pueblo.
Hablan de un tiempo en que el fuego no era, en verdad, desconocido,
pero en que la costumbre prohibía encenderlo en cualquier parte que no
fuera el campo de ceremonias donde se celebraban los ritos sagrados y
se ejecutaban solemnes danzas. Ahora bien, el conejo sabía que debía
haber una danza en el campo de ceremonias y pensó para sí: «Voy a escapar
con algún fuego». Meditó sobre el asunto y resolvió cómo debía
operar. Se untó la cabeza de brea para tener la cabellera brillante. Luego
se presentó. Cuando llegó al campo sagrado, una gran muchedumbre
estaba reunida allí. La gente estaba bailando y el conejo se sentó.
Luego se llegaron a él y le dijeron que debía dirigir la danza. El aceptó
y se levantó. Así bailó en tomo del fuego cantando y la gente lo seguía.
La danza seguía rápida, más rápida y cuando el conejo describía círculos
en tomo al fuego, de tiempo en tiempo inclinaba la cabeza hacia las
llamas, como si fuera a cargarlas. Pero todo lo que la gente decía era:
-Cuando el conejo dirige la danza, siempre hace así.
Por fin metió la cabeza directamente en las llamas y escapó con la
cabeza incendiada, y la gente salió tras él alarmada y gritando.
-¡Vamos, agarrémoslo y tirémoslo al suelo!
Así escapó con la gente detrás, pero no pudieron atraparlo y desapareció
de la vista. Entonces, ellos hicieron llover por tres días enteros y
al cuarto día dijeron:
-Ahora la lluvia debe de haber apagado el fuego.
Así, pues, paró la lluvia, brilló el Sol y hubo buen tiempo. Pero el
conejo había hecho fuego en un árbol hueco, y allí permaneció mientras
llovía, y cuando brilló el Sol, salió y sacó a la luz sus fuegos. Pero la
lluvia cayó de nuevo y apagó todos los fuegos, excepto el que el conejo
había dejado ardiendo en el hueco de un árbol. Esto ocurrió una y otra
vez. Pero aunque las lluvias eran fuertes, no podían apagar del todo los
fuegos que en los intervalos de sol hacía el conejo con el que quedaba
en el árbol hueco. Así, pues, las gentes vinieron y tomaron las brasas y
se las llevaron. El conejo distribuyó el fuego a todo el pueblo.
6. (alabama)
Los indios alabama tienen un mito diferente sobre el origen del fuego.
Dicen que antaño los osos poseían el fuego y siempre lo llevaban
consigo. Una vez lo pusieron en el suelo y se fueron mascando castañas.
Al dejarlo solo, el fuego casi se apagó y en su desamparo gritó:
«Aliméntame». Algunos seres humanos oyeron el grito y acudieron en
su socorro. Tomaron un palo del lado norte y lo pusieron en el fuego.
Tomaron otro palo del oeste y lo pusieron en el fuego. Tomaron otro
palo del sur y lo pusieron en el fuego. Tomaron otro del este y lo pusieron
en el fuego, y el fuego llameó. Cuando los osos volvieron a recoger
su fuego, el fuego les dijo: «No los conozco más a ustedes». Así, pues,
los osos no se llevaron el fuego y ahora pertenece a los seres humanos.
7. (cheyenne)
Los indios cheyenne tienen una tradición, según la cual en los primeros
tiempos del mundo uno de sus antepasados, llamado Raíz Dulce,
fue enseñado por Trueno a hacer fuego por el sistema del taladro. Según
esa tradición, Trueno obtuvo de Búfalo unas astillas de madera de
las que podía sacarse fuego. Entonces, dirigiéndose a Raíz Dulce, dijo:
-Toma un palo; voy a enseñarte algo con lo cual tu gente podrá calentarse,
podrá cocer su alimento y podrá quemar las cosas.
Cuando Raíz Dulce trajo el palo, Trueno le dijo:
-Apoya la punta en medio de la astilla, ten el palo entre tus manos y
hazlo girar rápidamente.
Raíz Dulce hizo así varias veces y la astilla prendió fuego. Así, por
intermedio de Trueno, fue ayudada la gente contra Ho-im-a-ha, que se
entiende generalmente como «el hombre del invierno» o «la tempestad
», el poder que trae el frío y la nieve. Así consiguió la gente el medio
de calentarse.

8. (Sioux,menomonis,fox y otros del valle del Missisipí)

Los sioux, menomonis, zorros (fox) y varias otras tribus indias que
habitan el valle del Misisipí, conservan la tradición de una gran inundación
en la que todos los habitantes de la Tierra, excepto un hombre
y una mujer, se ahogaron. Los sobrevivientes solitarios escaparon refugiándose
en una alta montaña. Viendo que en su desamparada condición
necesitaban fuego, el Dueño de la Vida envió un cuervo blanco
para llevárselo. Pero el cuervo se detuvo en el camino a comer carroña
y dejó que el fuego se apagara. Volvió entonces al cielo a conseguir más
fuego; pero el Gran Espíritu lo expulsó y lo castigó, volviéndolo negro
en vez de blanco. Entonces el Gran Espíritu envió al erbette, un pequeño
pájaro gris, como mensajero para llevar fuego al hombre y la mujer.
El pájaro hizo como le fue ordenado y volvió a informar al Gran Espíritu,
que lo recompensó dándole dos barritas negras en cada lado de los
ojos. De aquí que los indios vean al pájaro con gran respeto; nunca lo
matan y prohíben a sus niños que le den caza. Más aún: imitan al pájaro
pintándose dos barritas negras a cada lado de sus ojos.
9 .(cherokee)
Los indios cherokee dicen que en el principio no había fuego y el
mundo era frío, hasta que los truenos enviaron su relámpago y pusieron
fuego en el fondo de un viejo sicomoro hueco que crecía en una isla.
Los animales sabían que allí estaba, porque podían ver el fuego saliendo
por la copa, pero no podían obtenerlo, debido al agua. Así, pues, se
reunieron en consejo para decidir qué harían.
Todo animal capaz de volar o nadar estaba deseoso de ir en busca del
fuego. El cuervo ofreció ir, y como era tan grande y fuerte, creyeron que
podría hacer el trabajo ciertamente; así, pues, lo enviaron el primero.
Voló alto y lejos, (...) y resplandeció sobre el árbol de sicomoro; pero el
calor chamuscó sus plumas, ennegreciéndolas y se asustó y regresó sin
el fuego. La pequeña lechuza chillona (alucón) se ofreció luego como
voluntario para ir y llegó a salvo al lugar; pero mientras espiaba dentro
del árbol hueco, subió una ráfaga de aire caliente y casi le quemó los
ojos. Se dio maña para volar de regreso, pero pasó mucho, mucho tiempo,
hasta que consiguió ver bien y sus ojos se han quedado rojos hasta
hoy día. Entonces la lechuza gritona y el búho fueron, pero al tiempo de
llegar al árbol hueco, el fuego ardía tan furiosamente que el humo casi
los cegó, y las cenizas llevadas por el viento les hicieron anillos blancos
en tomo a los ojos. Tuvieron que volver a casa sin el fuego, pero por
mucho que se restregaron no pudieron borrar esos anillos blancos.
Entonces ningún ave más quería aventurase; así, pues, la pequeña
serpiente uksuhi, la corredora negra, dijo que nadaría a través del agua
y traería de vuelta algún fuego. Nadó, pues, hacia la isla, se arrastró
entre las hierbas hasta el árbol y entró en él por un agujerito del tronco.
Sin embargo, el calor y el humo eran demasiado grandes para ella y
después de gambetear ciegamente entre las cenizas, se dio por afortunada
con salir por el mismo agujero por el que había entrado; pero su
cuerpo estaba ahora chamuscado y desde entonces ha sido costumbre
suya serpentear y dar vueltas sobre sus huellas, como si tratara de escapar
de algo a lugar seguro. Luego la gran serpiente negra, que los indios
llaman gulegi o «trepadora», ofreció ir por el fuego. Nadó hasta la isla
y trepó al árbol por fuera, como hace siempre la serpiente negra, pero
cuando metió de golpe la cabeza en el agujero, el humo la sofocó de
modo que cayó en el tronco, ardiendo, y antes de que pudiera escapar
trepando, estaba ya negra como la pequeña serpiente uksuhi.
Después de esto, los animales se reunieron nuevamente en consejo,
pues aún no había fuego y el mundo estaba frío; pero las aves, las
serpientes y los animales de cuatro patas estaban ahora muy asustados
para aventurarse cerca del sicomoro encendido. Finalmente, la araña
de agua dijo que iría. No se trataba de esa araña de agua que parece un
mosquito, sino de esa otra con pelo negro y rayas rojas en el cuerpo.
Puede correr sobre el agua o zambullirse hasta el fondo; así que fue fácil
para ella cruzar hasta la isla, pero ¿cómo traería de vuelta el fuego?
Esto era lo arduo. «Me las arreglaré» dijo la araña de agua. Así, pues,
desenvolvió hilo de su cuerpo y lo hizo como un ovillo de tusti, que cargó
en su espalda. Luego hizo la travesía hasta la isla y se abrió camino
entre la hierba hacia el árbol, donde el fuego ardía todavía. Puso un carboncito
encendido en ovillo y regresó; y desde entonces hemos tenido
fuego y la araña de agua todavía lleva su ovillo de tusti.
10. (karok)
Los indios karok, de California, hablan de un tiempo, en la primera
edad del mundo, en que sus antepasados no tenían fuego. Pues el
Creador, Kareya, que había hecho tanto al hombre como a los animales,
no les había dado fuego; por el contrario, lo había ocultado en un cofre,
que dio a guardar a dos viejas brujas, no fuera que algún karok lo robara.
Sin embargo, el coyote era amigo de los karok y les prometió darles
algún fuego. Así que se fue y reunió una gran junta de animales, uno
de cada clase, desde el león (sin duda, quiere decirse el puma) hasta
la rana. Los estacionó en fila, a lo largo del camino, desde la vivienda
de los karok hasta la muy lejana comarca en que el fuego estaba escondido.
Los animales estaban escalonados, según su fuerza, desde los
más débiles, junto a la vivienda, hasta los más fuertes, cerca del fuego.
Luego se llevó consigo un indio y lo escondió bajo una colina, y fue a
la choza de las brujas que guardaban el cofre y golpeó a la puerta. Una
de ellas salió y él dijo:
-Buenas tardes.
Y ellas contestaron:
-Buenas tardes.
Luego dijo él:
-Es una nochecita de lo más fría. ¿Pueden dejarme sentar junto al
fuego?
Y ellas dijeron:
-Sí, entre.
Así, pues, entró y se tendió delante del fuego, proyectó su hocico
hacia las llamas, resolló sobre el fuego y se sintió muy cómodo y a
gusto.
Finalmente, alargó el hocico entre sus garras delanteras y fingió
echarse a dormir, aunque mantenía el ángulo de un ojo abierto, vigilando
a las viejas brujas. Pero éstas no dormían nunca, ni de día ni de
noche, y él perdió toda la noche vigilando y meditando sin objeto.
Así que a la mañana siguiente se fue y dijo al indio que había ocultado
bajo la colina que debía hacer un ataque a la cabaña de las brujas,
como si tratara de robar algún fuego, mientras él (el coyote) estaba
adentro. Entonces regresó y pidió a las brujas dejarlo estar dentro nuevamente,
lo que hicieron, pues no pensaron que un coyote pudiera robar
fuego. Se mantuvo cerca del cofre del fuego, y cuando el indio hizo
irrupción en la cabaña y las brujas se lanzaron tras él por una puerta, el
coyote tomó un tizón con sus dientes y escapó por la otra puerta. Casi
volaba sobre el suelo, pero las brujas vieron las chispas que saltaban y
le dieron caza, al ganarle en velocidad. Pero cuando estaba ya sin aliento,
alcanzó al león, que tomó el tizón y corrió con él hasta el siguiente
animal, y así sucesivamente, teniendo cada animal apenas el tiempo necesario
para pasar el tizón al siguiente antes de que llegaran las brujas.
El próximo al último en la fila era la ardilla, quien tomó el tizón y
corrió tan rápido con él que su cola se encendió, y ella se la encorvó
sobre la espalda, y así se quemó, y apareció la mancha negra que hasta
hoy vemos detrás de sus hombros. La última en la fila de animales era
la rana, que no podía correr absolutamente pero abrió mucho la boca y
la ardilla le metió el fuego y la rana se lo engulló de un trago. Luego se
volvió y dio un gran salto, pero las brujas estaban tan cerca detrás de
ella que una la agarró por la cola (pues la rana era entonces renacuajo)
y se la cortó, y ésa es la razón por la que las ranas hasta hoy carecen de
cola. Nadó bajo el agua tanto como pudo mantenerse sin respirar, luego
enfiló hacia arriba y escupió el fuego en un leño seco, y allí ha quedado
desde entonces. De modo que cuando un indio frota dos trozos de madera
se produce fuego.
11. (tolowa)
Los indios tolowa, de California, hablan de una gran inundación en
la que todos los indios se ahogaron, excepto una pareja que se salvó
refugiándose en la cima de la más alta montaña. Pero cuando las aguas
se retiraron, los sobrevivientes no tenían fuego, y aunque con el tiempo
la Tierra volvió a poblarse por obra suya, los hombres carecían siempre
de fuego y miraban con ojos de envidia la Luna, considerando que poseía
el tesoro negado a ellos. De común acuerdo, los indios arañas y los
indios serpientes tramaron un complot para robar el fuego de la Luna.
Para ponerlo en práctica los indios arañas tejieron un globo de pelusa
y lo fijaron a tierra por un largo filo que soltaban a medida que se remontaban
en el globo hacia la órbita lunar. Con el tiempo, llegaron a su
destino, pero los indios de la Luna lo miraron de soslayo adivinando su
propósito. Los arañas, sin embargo, se las arreglaron para persuadirlos
de que venían a la Luna sólo para jugar. Esto gustó mucho a los indios
de la Luna, que propusieron empezar el juego enseguida. Pero mientras
ellos se sentaban a jugar, un indio serpiente, que había subido por el
largo cable, entró en escena y serpeando por entre el fuego, escapó sin
dificultad antes de que los indios de la Luna se hubieran recobrado de
su sorpresa. A su regreso a la Tierra le tocó la tarea de viajar sobre toda
roca, palo o árbol; todo lo que tocaba, desde entonces, contiene fuego
y el corazón de los indios se llenó de contento. Como el fuego ha permanecido
constante para siempre, los indios serpientes se felicitan de
su éxito.
12. (maidu)
Los indios maidu, de California, dicen que una vez los hombres encontraron
fuego e iban a usarlo; pero Trueno quería mantenerlo lejos
de ellos, pues deseaba ser el único que tuviera fuego. Pensaba él que
si podía hacerlo estaría en condiciones de matar a cualquiera. Después
de algún tiempo lo consiguió, y se llevó el fuego a casa consigo, lejos,
en el sur. Puso al woswosim (un pájaro pequeño) a guardar el fuego y
a cuidar que nadie lo robara. Trueno pensaba que la gente se moriría
después que él hubo robado el fuego, pues no podrían cocer la comida;
pero la gente se las arregló para conseguir un poquito mientras tanto.
Comían la mayor parte del alimento crudo, y a veces conseguían que
el toyeskom (otro pájaro pequeño) mirara largo tiempo un pedazo de
carne; y como tenía el ojo muy rojo, mirando la carne largamente la
cocía casi tan bien como el fuego. Pero sólo los jefes podían cocer así
su comida.
Todo el pueblo vivía junto en una gran casa de trabajo. La casa era
tan grande como una montaña. Entre la gente se encontraba el lagarto
y su hermano; eran siempre los primeros en salir a solearse en el techo
de la casa de trabajo por la mañana. Un amanecer, mientras estaban
acostados asoleándose, miraron hacia el oeste, hacia la cordillera de la
Costa, y vieron humo. Llamaron a todo el resto de la gente, diciéndole
que habían visto humo en lontananza, hacia el oeste. La gente, sin embargo,
no les creyó, y el coyote salió y les arrojó un montón de polvo
y barro a los dos. Pero a uno de entre la gente no le gustó esto y reprochó
al coyote su comportamiento descortés. Luego las otras gentes lo
lamentaron. Preguntaron a los dos lagartos qué era lo que habían visto
y les pidieron que señalaran en dirección al humo. Los lagartos lo hicieron
y todos pudieron ver la columna que se alzaba allá lejos, al oeste.
Una persona dijo:
-¿Cómo podríamos conseguir la vuelta del fuego? ¿Cómo podremos
sacárselo a Trueno? Es un mal hombre. No sé si será mejor intentar
o no conseguirlo.
Entonces el jefe dijo:
-El mejor de ustedes haría bien en intentarlo. Aunque Trueno sea
mal hombre debemos tratar de obtener el fuego.
El ratón, el ciervo, el perro y el coyote fueron los únicos en intentarlo,
pero los otros fueron también. Llevaron una flauta consigo, pues
se proponían poner en ella el fuego. Viajaron largo tiempo y finalmente
llegaron cerca de la casa de Trueno, donde estaba el fuego. El woswosim,
que se suponía estaba guardando el fuego de la casa, empezó a
cantar: Soy el hombre que nunca duerme. Soy el hombre que nunca
duerme. Trueno le había pagado por su trabajo con cuentas que llevaba
en su cuello y en su cintura. Estaba sentado en el techo de la casa,
junto al agujero del humo. Después de un rato, el ratón fue enviado a
ver si podía conseguir el fuego. Trepó lentamente hasta llegar junto al
woswosim y entonces vio que sus ojos estaban cerrados. Estaba dormido,
a pesar de la canción que cantaba. Cuando el ratón vio que el guardián
estaba dormido, se arrastró hasta la abertura y entró. Ahora bien,
Trueno tenía varias hijas, y estaban allí acostadas, durmiendo. El ratón
se deslizó cautelosamente y desató la correa del cinturón del delantal de
cada una, de modo que si se daba la señal de alarma las muchachas se
levantaban, esos delantales o camisas caerían y ellas necesitarían detenerse
para atarlos de nuevo. Hecho esto, el ratón tomó la flauta, la llenó
de fuego, y luego se arrastró hacia fuera, para unirse a los demás que lo
esperaban allí. Una parte del fuego fue sacada y puesta en la oreja del
perro, mientras lo que quedaba de fuego en la flauta fue dado al más rápido
de los corredores para que lo llevara. Sin embargo, el ciervo tomó
un poco de él y lo puso en el corvejón de la pierna, donde le apareció
una mancha negra que tiene aún hoy.
Por un rato todo anduvo bien, pero cuando estaban más o menos a
medio camino de regreso, Trueno se despertó y, sospechando que algo
andaba mal, preguntó: «¿Qué pasa con mi fuego?». Entonces saltó con
un rugido de Trueno, y sus hijas se levantaron también, pero sus delantales
cayeron al hacerlo y tuvieron que sentarse de nuevo para ponérselos.
Cuando estuvieron todas listas salieron con Trueno a darles caza.
Llevaron consigo un fuerte viento y una gran lluvia y una tormenta
de granizo, de modo que pudieran apagar todo el fuego que la gente
llevaba. Trueno y sus hijas corrieron velozmente y pronto alcanzaron a
los fugitivos, pero Zorrino tiró contra Trueno y lo mató. Luego Zorrino
hizo un llamado: «Después de esto nunca más intentarás seguir y matar
a la gente. Debes permanecer arriba en el cielo y ser el trueno. Esto
es lo que serás». Las hijas de Trueno no siguieron adelante; así que la
gente siguió a salvo y llegó a casa con el fuego y desde entonces tiene
fuego.
13. (nootka)
Una vez, hace mucho, vivía Pájaro Carpintero, un jefe de los lobos,
que tenía una esclava llamada Kwetavat. Él era el único en el mundo
que tenía fuego en su casa; hasta su propio pueblo carecía de él. El sabio
jefe Ebewavak, jefe de la tribu mowatcath, su rival, no sabía cómo
obtener el fuego de Carpintero, el jefe de los lobos.
Un día la tribu de los mowatcath tuvo una reunión secreta, pues habían
oído que una ceremonia de invierno iba a tener lugar en la casa de
Carpintero. Decidieron que irían a la casa de Carpintero, donde estaba
el fuego. Carpintero tenía muchos palos de punta aguda puestos en el
piso, cerca de la puerta, de modo que la gente no pudiera escapar sin
lastimarse los pies. El jefe Ebewavak habló en la reunión, diciendo:
-Mi pueblo, ¿quién de ustedes intentará robar el fuego de Carpintero?
El ciervo dijo:
-Yo conseguiré el fuego para ti.
Luego el jefe puso un poco de aceite de pelo en una botella de planta
marina, diciendo:
-Toma esto contigo y también este peine y este pedazo de piedra.
Cuando consigas el fuego, escaparás corriendo y cuando los lobos te
persigan tira la piedra entre tú y los lobos, y la piedra se convertirá en
una gran montaña; y cuando se te acerquen nuevamente, tira el peine
y se convertirá en una espesa maraña. Cuando hayan cruzado la espesa
maraña, volverán a correr detrás de ti; y cuando lleguen cerca de ti arrojarás
el aceite de pelo y se convertirá en un gran lago. Entonces correrás.
Verás al caracol marino en el camino; a él le darás el fuego y luego
correrás para salvar tu vida. Ahora permíteme vestirte con corteza de
cedro blanda para que tomes fuego con ella.
Tomó la corteza de cedro blanda y ató un manojo en cada codo del
ciervo, diciéndole que debía levantarse y bailar en torno al fuego durante
una canción. Agregó:
-Cuando esa canción termine, pídeles que abran el agujero del
humo, porque necesitas aire fresco; y cuando hayan abierto el agujero,
cantaremos la segunda canción, y en medio de ella tocarás el fuego con
tu codo y saltarás por el agujero del humo. Ahora voy a poner estas piedras
negras duras en tus pies, de modo que no te lastimes con las puntas
duras de los palos en el suelo de la casa del jefe.
Así diciendo, frotó las piedras en los pies del ciervo.
Cuando terminó el Consejo, oscurecía ya; y la gente de la tribu
mowatcath cantó mientras se dirigía a la casa de baile de los lobos. El
ciervo estaba bailando frente a ellos. Antes de que llegara a la puerta de
la casa, Carpintero, el jefe de los lobos, dijo a su gente:
-No dejaremos entrar a los mowatcath, pues podrían tratar de robar
nuestro fuego.
Pero su hija dijo:
-Deseo ver la danza, pues me han dicho que el ciervo baila bien;
nunca me dejas salir a ver una danza.
Entonces el padre dijo:
-Abre la puerta y déjalos entrar; pero vigila al ciervo y no lo dejes
bailar demasiado cerca del fuego. Cuando estén dentro, cierra la puerta
y pon una barra atravesada, de modo que no puedan escapar.
Eso dijo el jefe del pueblo.
Así, pues, los lobos abrieron la puerta y llamaron adentro a la gente.
Éstos entraron cantando, y, después que estuvieron dentro, los principales
guerreros de los lobos cerraron la puerta, pusieron una barra
atravesada y se estacionaron enfrente de la misma. Los mowatcath empezaron
a cantar la primera canción bailable del ciervo, y éste empezó
a bailar en tomo al fuego despaciosamente. Al terminar la primera canción,
dijo:
-Hace mucho calor aquí dentro. ¿Quieren ustedes abrir el agujero
del humo para dejar entrar aire y refrescarme, pues estoy sudando?
Carpintero, el jefe de los lobos, dijo:
-No puede saltar tan alto. Vayan y abran el agujero del humo, pues
hace mucho calor aquí.
Una de su gente abrió el agujero del humo. Mientras tanto, los visitantes
estuvieron quietos y dieron al ciervo un buen descanso.
Después que el agujero del humo fue abierto ampliamente el director
de canciones de los visitantes empezó a cantar, y el ciervo empezó a
bailar en tomo al fuego. Por momentos se acercaba al fuego. Cada vez
que el jefe lo veía acercarse al fuego enviaba un guerrero a decirle que
se apartara. Cuando la canción estaba a medio terminar, el ciervo saltó
por el agujero del humo y corrió a los bosques, y todos los guerreros
lobos lo persiguieron. Cuando llegó al pie de una alta montaña, vio a
los lobos cerca. Por consiguiente tomó la piedrita y la arrojó detrás
de sí y ésta se convirtió en una gran montaña que detuvo a los lobos.
Corrió largamente. Otra vez los lobos llegaron cerca, y él arrojó hacia
atrás el peine. Se convirtió en arbustos espinosos y los lobos fueron
dejados atrás, del otro lado. Así el ciervo ganó otra gran ventaja sobre
los lobos. Después de cierto tiempo, éstos se abrieron camino por entre
los arbustos espinosos y corrieron detrás de él nuevamente. Vieron al
ciervo corriendo delante y cuando llegaron cerca, arrojó el aceite de
cabello en el suelo. De repente se formó un gran lago entre el ciervo y
sus perseguidores, y mientras él corría, los lobos tuvieron que andar a
través del lago. Ahora el ciervo llegó cerca de la costa; allí encontró al
caracol marino y le dijo:
-Caracol Marino, abre tu boca y pon dentro el fuego y escóndelo de
los lobos, pues yo lo robé de la casa del jefe Carpintero. No les digas
qué rumbo sigo.
El caracol marino puso el fuego en su boca y lo escondió; y el ciervo
siguió corriendo.
Después de cierto tiempo los lobos llegaron y vieron al caracol marino
sentado al borde del camino. Le preguntaron si sabía qué rumbo
había tomado el ciervo; pero él no pudo contestar, porque no podía
abrir la boca. Sólo dijo, con la boca cerrada: «¡Ho, ho, ho!», señalando
a un lado y a otro; así que los lobos perdieron el rastro del ciervo y se
fueron a casa. Desde entonces, para siempre, el fuego ha estado diseminado
en todo el mundo.
14. (catlotq)
Los catlotq, una tribu india de la isla Vancouver, al norte de los nootka,
dicen que largo tiempo ha los hombres no tenían fuego. Pero un viejo
tenía una hija, que poseía un maravilloso arco y flechas, con los que
podía tirarle a cualquier cosa y derribarla. Pero era ella muy haragana y
dormía constantemente. Su padre estaba enojado por eso y le dijo:
-No duermas tanto; toma tu arco y dispara sobre el ombligo del
océano, que tendremos fuego.
Ahora bien: el ombligo del océano era un enorme torbellino en el
que se amontonaban los palos para hacer fuego por fricción. La muchacha
tomó el arco y disparó al ombligo del océano, y el aparato para hacer
fuego saltó sobre la playa. El viejo se puso muy contento. Encendió
una gran fogata y como quería mantenerlo para sí, hizo una casa con
una sola puerta que se abría y cerraba con un mordisco como una boca,
y mataba a cualquiera que intentara entrar. Pero la gente sabía que tenía
fuego en su poder y el ciervo resolvió robárselo para ellos. Así, pues,
tomó madera resinosa, la partió y se puso las astillas clavadas en el
pelo. Luego aparcó dos botes, les puso cubierta y bailó y cantó sobre la
cubierta, mientras velaba la casa del viejo. Cantaba: ¡Oh! ¡Voy en busca
del fuego! La hija del viejo lo oyó cantar y dijo a su padre:
-¡Oh, deja que el extraño entre en casa; canta y baila tan bien!
Mientras tanto, el ciervo desembarcó y se acercó a la puerta bailando
y cantando. Saltó a la puerta, como queriendo entrar. Entonces la
puerta se cerró con un mordisco, y cuando se abrió de nuevo, el ciervo
saltó dentro de la casa. Allí se sentó junto al fuego, como queriendo
secarse y continuó cantando. Al mismo tiempo inclinó la cabeza sobre
el fuego, hasta que se oscureció y las astillas puestas en el pelo ardieron.
Entonces escapó de un salto de la casa, corrió y llevó el fuego a los
hombres.
15. (awikenoq)
Los awikenoq, una tribu india que habita la costa de la Columbia
Británica, al norte de los kwakiutl, concuerdan con los nootka de la isla
Vancouver en atribuir el primer robo del fuego al ciervo. Dicen que después
que el ciervo hubo puesto en libertad al Sol aprisionado, dos seres
llamados Noakaua (el Sabio) y Masamasalaniq descendieron del cielo
para hacer todo lo bueno y hermoso en la Tierra. Por desearlo Noakaua,
su compañero Masamasalaniq separó la tierra del agua, creó ese pez
gordo que es el colachan y dio forma a hombres y mujeres tallándolos
en madera de cedro.
Más tarde, pensó: «¡Oh, si Masamasalaniq pudiera encontrar el fuego!
». Pero Masamasalaniq no pudo. Así, pues, Noakaua envió primero
al armiño a la casa del hombre que guardaba el fuego. El armiño tomó
subrepticiamente el fuego en su boca y se alejaba con él cuando el
dueño del fuego le preguntó: «¿Adonde vas?». El armiño no pudo contestarle,
porque tenía el fuego en la boca. Entonces el dueño le dio un
bofetón a un costado de la cabeza que lo hizo largar el fuego. Como la
misión del armiño resultó un fracaso, Noakaua despachó al ciervo con
el mismo propósito. El ciervo fue primero a lo de Masamasalaniq para
obtener que sus piernas se hicieran sutiles y veloces. Y Noakaua pensó:
«¡Oh, que Masamasalaniq clave leños en la cola del ciervo!». Así,
pues, Masamasalaniq clavó leños en la cola del ciervo. El ciervo corrió
ahora velozmente hacia allá. Llegó a la casa en que estaba el fuego y
bailó en tomo a éste cantando: ¡Me gustaría encontrar el fuego! De un
golpe volvió su espalda a las llamas, de modo que la leña de su cola
se encendió. Entonces escapó y por doquiera cayó leña ardiendo de su
cola al suelo, y los hombres la conservaron cuidadosamente. Y el ciervo,
mientras corría, gritaba a la leña que dejaba atrás:
-¡Esconde el fuego! -y la leña recibía el fuego y ha sido desde entonces
combustible.
16. (lillooet)
Una historia diferente sobre el origen del fuego la cuentan los lillooet
como sigue:
Dicen que el cuervo y la gaviota eran amigos y vivían en la comarca
de los lillooet. El cuervo tenía cuatro sirvientes, a saber: el gusano,
la pulga, el piojo y el piojillo. En aquellos tiempos, el mundo estaba
enteramente a oscuras, porque la gaviota era dueña de la luz del día: la
tenía guardada en una caja y no dejaba que saliera nada de ella, salvo
cuando la necesitaba para uso personal. Sin embargo, el cuervo se las
arregló, con un ardid, para romper la caja y hacer que la luz del día se
extendiera por el mundo. Así, pues, el cuervo tenía luz, pero no había
obtenido fuego.
Finalmente, mirando desde el techo de su casa, vio alzarse humo,
allá lejos en el sur, en la ribera del mar. Al día siguiente se embarcó con
todos sus servidores en la canoa del piojillo; pero ésta era demasiado
pequeña y se hundieron. Al día siguiente hizo la pmeba con la canoa
del piojo, pero también resultó demasiado pequeña. Así fue probando
las canoas de todos sus sirvientes, pero con el mismo resultado. Entonces
dijo a su mujer que fuera y pidiera prestada la Gran Canoa a la
gaviota, pues se proponía ir a obtener el fuego. Al día siguiente, después
de obtener la Gran Canoa, se embarcó con todos sus sirvientes y,
después de cuatro días de remar corriente abajo, llegaron cerca de la
casa de la gente que tenía fuego.
Entonces el cuervo preguntó a sus sirvientes cuál de ellos quería ir a
robar la niñita de esa gente. El piojillo se ofreció, pero los otros dijeron:
-Harás demasiado ruido y despertarás a la gente.
El piojo se ofreció; pero aquéllos hicieron las mismas objeciones.
Entonces la pulga dijo:
-Iré yo. De un salto alcanzaré y arrebataré la niñita, y de otro salto
estaré fuera de nuevo. La gente no será capaz de atraparme.
Pero los otros dijeron:
-Harás ruido y no queremos que la gente lo sepa.
Entonces habló el gusano, diciendo:
-Iré despacito y tranquilamente, y cavaré un canal subterráneo. Llegaré
por debajo de donde cuelga el bebé en su cuna, lo robaré y volveré
sin que nadie me oiga.
Todos pensaron que aquélla era la mejor proposición y asintieron al
plan del gusano. Así, pues, aquella noche el gusano cavó un canal subterráneo
y robó al bebé. Tan pronto como regresó con él, lo pusieron en
la canoa y remaron rápidamente rumbo a la casa.
A la mañana siguiente, temprano, la gente no encontró al bebé y
los de más juicio comprendieron lo que había ocurrido. Salieron a
darles caza, pero no pudieron descubrir ni alcanzar al cuervo y sus
sirvientes. El esturión, la ballena y la foca buscaron con ahínco, por
todas partes, pero finalmente desistieron y regresaron a casa. Sólo un
pequeño pez (dicen que muy pequeño y muy espinoso, que habita en
el mar) descubrió el rumbo tomado por la canoa y la alcanzó. Trató
de retardar el avance de la canoa pegándose a los remos, pero al fin
se cansó y regresó a casa. La madre de la niña hizo llover fuerte (algunos
dicen que con sus lágrimas) pensando que la lluvia detendría a
los ladrones, pero todo fue en vano. El cuervo llegó a su tierra con la
niña, y la parentela de la niña, sabiendo a dónde había sido llevada,
fue a casa del cuervo con muchos obsequios; pero el cuervo dijo que
no eran obsequios lo que él deseaba, de modo que la parentela regresó
a casa sin la niña.
Dos veces, nuevamente, visitaron al cuervo con obsequios pero con
el mismo resultado. En su cuarta visita, también el cuervo rehusó sus
obsequios, aunque cada vez traían regalos más ricos. Entonces le preguntaron
qué deseaba y él dijo:
-Fuego.
Ellos preguntaron:
-¿Por qué no lo dijo antes? -y se pusieron contentos porque tenían
fuego en abundancia y lo consideraban de poco valor. Así, pues, se fueron
y trajeron fuego, y él les devolvió la niña. El pueblo de los peces
enseñó al cuervo cómo hacer fuego con raíces secas de algodón. El
cuervo se puso contento y dijo a la gaviota:
-Si no les hubiera robado la luz a ustedes, no habría visto ahora
dónde se conservaba el fuego. Ahora tenemos fuego y luz, y ambos nos
beneficiamos.
Después de esto el cuervo vendió fuego a cada familia que lo deseaba
y cada familia que lo compraba le daba en pago una joven. Así, pues,
el cuervo se hizo de muchas esposas.
17. (lilloet)
Variante
El oso dio el fuego a los duendes. Los hombres no sabían cómo
conseguirlo y finalmente enviaron a la nutria pequeña en su busca. La
pequeña nutria tomó el cuchillo de su abuela bajo su manto y partió
para la casa de los duendes. Al llegar a su casa, entró y los vio bailando.
Cuando terminó la danza, los duendes quisieron bañarse y lavarse.
-Quédense -dijo la pequeña nutria-; yo les buscaré agua.
Tomó un cántaro y fue al banco del río. Cuando volvió con el cántaro
lleno y pasaba por delante de uno de los fuegos que ardía en la casa,
hizo como que tropezaba y, al hacer así, volcó el agua sobre el fuego,
apagándolo.
-¡Oh -gritó-, tropecé!
Y así diciendo, volvió al río a llenar el cántaro. Cuando regresaba
a la casa y pasaba delante de otro fuego, volcó agua sobre él, apagándolo
también. Ahora estaba enteramente a oscuras la casa. Entonces
la pequeña nutria desenvainó el cuchillo y cortó la cabeza del jefe de
los duendes. Después de esto puso polvo en el cuerpo cortado del jefe
decapitado para impedir que sangrara y se alejó con la cabeza. Pero aun
antes de que los duendes pudieran reencender el fuego, el polvo estaba
remojado de sangre. La madre del jefe lo advirtió, y tan pronto como el
fuego estuvo encendido, vieron que la cabeza del jefe había sido cortada.
Entonces la madre del jefe muerto habló así:
-Vayan mañana a lo de la pequeña nutria y rescaten la cabeza.
Así lo hicieron y fueron a casa de la pequeña nutria. Ahora bien, la
pequeña nutria se había construido diez casas para sí, y su abuela le había
hecho diez vestidos diferentes. Así que cuando los duendes llegaron
la pequeña nutria apareció ya en el techo de una, ya en el techo de otra
y siempre con vestidos diferentes; de modo que los duendes pensaron
que había allí mucha gente. Cuando los duendes llegaron, se dirigieron
a la abuela de la pequeña nutria diciéndole:
-Les daremos ropas a cambio de la cabeza de nuestro jefe.
Pero ella contestó:
-Mi nieta no necesita ropas.
Ellos le ofrecieron entonces un arco y flechas, pero la abuela los
rechazó también. Entonces los duendes lloraron y los árboles lloraron
con ellos, tan tristes estaban, y las lágrimas de los árboles fueron lluvia.
Finalmente los duendes ofrecieron a la pequeña nutria el taladro para
el fuego. La abuela aceptó y les devolvió la cabeza. Desde entonces los
hombres han tenido fuego.
18. (sampoil)
Los indios sampoil pertenecen a la estirpe salish viven en los ríos
San Pail y Columbia, más abajo de Big Bend, en el Estado de Washington.
Dicen que una vez, hace mucho, llovió hasta que todos los fuegos
de la Tierra se apagaron. Los animales se reunieron en Consejo y decidieron
hacer la guerra al cielo con el objeto de recuperar el fuego. Empezó
la gente en primavera y trataron de lanzar sus flechas al cielo. El
coyote intentó primero, pero no tuvo éxito. Finalmente el chickadec20
consiguió arrojar una flecha que se clavó en el cielo. Continuó tirando,
e hizo una cadena de flechas por medio de la cual treparon los animales.
El último en trepar fue el oso, pero bajo su peso la cadena de flechas
se rompió y él no pudo reunirse con los demás animales del cielo.
Cuando los otros animales llegaron al cielo, se encontraron en un
valle, cerca de un lago, donde la gente del cielo estaba pescando. El coyote
quería actuar de explorador, pero fue capturado. Entonces el ratón
almizclero cavó hoyos a lo largo de la ribera del lago y el oso y el águila
salieron a obtener fuego. El oso se metió en una trampa de pescar e hizo
como si estuviera muerto. Las gentes [del cielo] lo llevaron a la casa
del jefe, donde empezaron a cuerearlo. Justamente entonces el águila se
posó en un árbol cerca de la tienda.
Cuando la gente vio al águila, acudió afuera y en el mismo momento
el oso tomó una concha-cántaro llena de brasas y escapó corriendo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario