Dicen que en el lugar llamado Cohualtlicámac (en las fauces de la
serpiente) el demonio les hizo una mala jugada a los aztecas, la cual,
aunque en sí misma no era nada, fue de grandes consecuencias para
todos. Consistía en que en medio de su campamento aparecieron dos
quimiles, que son dos pequeños envoltorios. Deseosos de saber lo que
contenían, desenvolvieron uno de ellos, dentro del cual vieron una muy
rica y preciosa piedra, que resplandecía como una esmeralda. Como la
vieron tan rica empezaron todos a mirarla, y codicioso cada quien de
verla, se dividieron en dos bandos. Viendo Huitziton [que se hallaba
presente y era el que los capitaneaba] que se disputaban cuál de los
bandos había de llevar la piedra, les dijo:
-Admirado estoy, mexicanos, de que por una cosa tan poca y leve
hayáis provocado tanta discusión, sin saber en fin lo que con ello se
pretende. Y está delante de vosotros otro envoltorio, desenvolvedlo y
descubridlo y veréis lo que contiene. Será posible que sea alguna cosa
más preciosa para que estimándola más tengáis en menos ésta.
Les pareció bien la razón de Huitziton a todos los opositores. Desataron
el quimil, y en él hallaron sólo dos palos. Como no relucían
como la piedra, no los estimaron y volvieron a su primera contienda.
Pero viendo Huitziton que uno de ellos, que después se llamaron tlatelocas,
hacía tanta instancia por llevarse la piedra, dijo a los otros, que
después se quedaron con el nombre de mexicanos, que partiesen las
diferencias y que dejasen la piedra a los tlatelocas, llevándose ellos los
dos palos, puesto que era mucho más necesario y de mucha mayor estimación
para el progreso de su jomada, como luego verían. Ellos, que
creyeron las palabras de Huitziton, tomaron los palos y dieron la piedra
a los otros, y con esto se conformaron. Pero deseosos los mexicanos de
saber el secreto de estos palillos, pidieron a Huitziton que se los descubriese.
Él, deseoso de contarles, los tomó y, puesto uno en el otro, sacó
fuego de ellos, de lo cual quedaron grandemente admirados todos los
presentes, porque jamás habían visto cosa semejante. Desde entonces
se conoció la invención del fuego por este método.
La lagartija, el tigre y el fuego
(cuna)
Vivía el tigre a la orilla del río. Solamente él tenía fuego. Los demás
no lo tenían; comían la carne cruda. Una vez, los demás quisieron
buscar fuego. Pidieron al tigre que se lo prestara pero él se negó a dárselo.
Y como él había sido siempre el animal de más poder, lo temían.
Sabían que en el tiempo de la lluvia el tigre poníase fuego debajo de la
hamaca para calentarse. Para robarle el fuego, llamaron a la lagartija,
diciéndole que fuera a donde estaba la casa del tigre. Cayó mucha lluvia
por la noche y ordenaron que atravesase el río. Lo atravesó en medio
de la lluvia y se fue a la casa del tigre. Al encontrarlo, le preguntó
el tigre a qué venía, y la lagartija contestó que venía a hacerle el favor
de ayudarle a cuidar el fuego mientras él dormía. Como caía mucha
lluvia, todos los fuegos que se encontraban dentro de la casa del tigre se
habían apagado y sólo quedaba el que se encontraba bajo la hamaca. La
lagartija se puso a ayudarle. Viendo que el tigre estaba ya dormido, se
puso a apagar el fuego, pero el tigre se despertó y le preguntó por qué
estaba apagando el fuego. La lagartija le contestó que lo estaba cuidando
bien, pero que por el frío el fuego se estaba apagando. El tigre volvió
a dormirse. La lagartija comenzó otra vez a apagar el fuego, pero antes
cogió para sí una chispa, la metió en su cresta y huyó atravesando otra
vez el río. Despertó el tigre y divisó su fuego al otro lado del río, mas
como él no sabía nadar, y el río había crecido mucho con la lluvia, no
podía ir a buscarlo. Así, pues, amaneció sin fuego. La lagartija llegó a
donde estaba su tío, y así tuvo fuego la gente, mientras el tigre dejó de
tenerlo, por lo cual le tocó comer la carne cruda, como antes les había
tocado a los otros.
El origen del fuego I
Aspán pipigua (Lagartija Pequeña)
(cuna)
Variante
Los indios cunas pasaban frío.
Hacía mucho frío en aquella época en la Tierra.
Había mucha humedad en la Tierra,
porque los tiempos eran de muchas aguas.
Las tormentas eran constantes.
El indio tiritaba de frío.
Los hombres y las mujeres daban diente con diente.
Dentro de las viviendas había oscuridad y frío.
Los alimentos estaban malos
porque los hombres los tenían que comer crudos.
Por el río viene Lagartija Pequeña.
Lagartija Pequeña caminando sobre las aguas.
Los indios veían a Lagartija Pequeña desde la orilla.
Los indios llamaron a Lagartija Pequeña,
los indios, nuestros padres, nuestros abuelos,
porque nuestros padres, nuestros abuelos, tenían frío
y dentro de sus viviendas no había fuego, no había luz;
dentro de sus viviendas todo estaba oscuro.
No se veían unos a otros la cara.
Por eso llamaron a Lagartija Pequeña.
Lagartija Pequeña se compadeció de nuestros padres.
Lagartija Pequeña se compadeció de nuestros abuelos.
Porque Lagartija Pequeña sabía dónde estaba el fuego,
el fuego que da calor,
el fuego que da luz,
el fuego con que se preparan los alimentos,
que ablanda el maíz,
que ablanda la carne y la hace jugosa.
El fuego que quita el frío cuando las llamas son grandes
o cuando las noches son de tiritar.
Lagartija Pequeña se reunió con nuestros padres
y conversaron todos reunidos en la Casa del Congreso,
aunque tenían frío.
Y Lagartija Pequeña prometió cruzar el río
y llegar a la casa del tigre,
que era el único que tenía fuego.
El tigre carnicero que se acostaba a la orilla del fuego,
el fuego que nunca se apaga.
Lagartija Pequeña se lanza al agua,
al agua fría del río Ibetí.
No teme la fuerte corriente
porque sabe deslizarse sobre la superficie del agua
y no se hunde.
Lagartija Pequeña corre como el viento
sobre la superficie del agua.
Poco tiempo después llega a la orilla opuesta.
Lagartija Pequeña sabe el camino,
el camino que lleva a través de la montaña.
La montaña llena de árboles grandes y lianas y bejucos,
la montaña donde vive el tigre.
Ya se ve el tigre a lo lejos.
Ya se oye el tigre a lo lejos,
ya se ve la casa del tigre.
El tigre está durmiendo junto al fuego,
el fuego que nunca se apaga.
El tigre ronca profundamente,
se oye su ronquido desde lejos.
El fuego calienta la casa del tigre.
El fuego da luz a la casa del tigre.
Lagartija Pequeña se acerca despacio,
se acerca Lagartija Pequeña cautelosamente.
Lagartija Pequeña va a entrar por un hueco de la pared,
ya está entrando.
Se acerca cautelosamente al fuego.
Lagartija Pequeña toma un trozo de leña que arde,
del fuego que nunca se apaga.
El tigre no se ha despertado.
Lagartija Pequeña corre ahora como el viento.
Corre Lagartija Pequeña a través de la montaña,
a través de los oscuros caminos de la montaña.
Lagartija Pequeña conoce bien el camino,
el camino que sale de la casa del tigre.
Los monos gritan animando a Lagartija Pequeña
para que corra más deprisa.
Los pájaros cantan para animar a Lagartija Pequeña
para que corra más deprisa.
Ya está llegando al río,
al río donde vivían nuestros padres.
En la boca lleva la rama prendida,
en la boca lleva la rama del fuego que nunca se apaga,
del fuego del tigre.
Ya no será sólo el tigre el que tenga ahora fuego,
ahora también tendrán fuego nuestros padres.
Lagartija Pequeña ya ha cruzado el río.
Lagartija Pequeña llega a la Casa del Congreso,
la Casa del Ibeorgum, donde nuestros padres y abuelos
tiemblan de frío.
Nuestros padres y abuelos gritan de júbilo,
la luz de la alegría se refleja en sus rostros,
porque Lagartija Pequeña ha llegado,
ha llegado con el fuego robado al tigre.
A lo lejos se oye rugir al tigre.
El tigre ha despertado y ha notado que le robaron el fuego.
El tigre ruge en lo más profundo de la montaña.
Pero ahora nuestros padres y abuelos se ríen del tigre,
porque ahora el fuego ilumina sus casas.
Ahora pueden comer los alimentos calientes,
ahora pueden poner las pailas llenas de alimentos,
ahora pueden cocinar y ahumar los alimentos,
ahora pueden dominar el frío,
ahora pueden sentir correr el fuego por sus venas,
el fuego que nunca se apaga,
el fuego robado al tigre
por la pequeña lagartija,
la que corre por el agua
sin hundirse,
la que puede atravesar el río sobre el agua.
Lagartija Pequeña, la que ayudó a nuestros padres,
Lagartija Pequeña la que ayudó a nuestros abuelos.
El origen del fuego II
(haida)
Hace mucho, mucho tiempo, hubo una gran inundación, por la cual
fueron destruidos todos los hombres y animales, excepto un solo cuervo.
Esta criatura, sin embargo, no era exactamente un ave ordinaria,
sino que poseía en gran medida los atributos de un ser humano. Su
manto de plumas, por ejemplo, podía ponérselo o quitárselo a gusto,
como una vestidura. Hasta se cuenta que había nacido de una mujer que
no tenía esposo y que ella hacía arcos y flechas para él. Después de la
destrucción de la humanidad en la gran inundación, este notable cuervo
se casó con un caracol marino, que le dio una niña; y tomando esa niña
por esposa, repobló finalmente la Tierra.
Pero la gente, sus descendientes, tenían aún muchas necesidades,
pues no tenían fuego ni luz diurna, ni agua fresca, ni el pez oolachán.
Todas estas cosas estaban en poder de un gran jefe llamado Setlin-kijash,
que vivía donde ahora está el río Nasse. Todas esas buenas cosas,
sin embargo, se las arregló el astuto cuervo para robarlas a su dueño y
otorgarlas a la humanidad. El modo como consiguió robar el fuego fue
así: no se atrevía a presentarse en casa del jefe, pero tomando la forma
de una hoja aguzada de pino flotaba sobre el agua cerca de la casa.
Ahora bien, el jefe tenía una hija, y cuando ella bajó en busca de agua,
se llevó consigo la hoja en el agua de un vaso, y luego, bebiéndola,
se tragó la hoja sin advertirlo. Poco después concibió y tuvo un niño
que no era otro que el sutil cuervo. Así, el cuervo obtuvo entrada en la
guarida. Acechando su oportunidad, un día tomó un tizón ardiendo y,
soltando su manto de plumas escapó por la chimenea de la vivienda,
llevando el fuego consigo y desparramándolo donde quiera que iba.
Uno de los primero lugares a donde llevó fuego fue cerca del extremo
norte de la isla de Vancouver, y ésa es la razón por la que tantos árboles
de allí tienen la corteza negra.
El origen del fuego III
(guarao)
Al principio los guaraos eran tan pobres que no tenían fuego. No podían
comer [muchas clases de comida], pues la comían calentada al sol.
Traían la yuruma y la dejaban en casa, pero después desaparecía de
la casa. Aquellos guaraos cavilaban:
-¿Qué es esto? Desaparece la comida. ¿Quién se comerá nuestra
comida llevándosela de la casa?
Entonces discurrieron lo siguiente: ellos tenían un pajarito, un loro.
Le dijeron:
-Lorito, ¿quién es el que entra aquí, en la casa? Hoy vigilarás bien.
Esto le encargaron los guaraos al lorito.
Por la tarde le preguntaron:
-¿Quién es el que come nuestra comida?
El lorito respondió:
-El que come nuestra comida sale de la selva y llega por aquí a la
casa. Al llegar sale fuego de su boca. Se llama «sapo».
Fue entonces cuando dijeron los guaraos al lorito:
-Cuando salga el fuego de la boca del que nos come nuestra comida,
coge un poquito. Nada más cógelo y nos lo llevas.
El lorito respondió:
-Está bien. Yo os llevaré un poquito de fuego.
Llegó de nuevo el sapo para comerse la comida. El lorito se colocó
junto al sapo para coger un poquito de fuego, pero al acercarse, el sapo
empujó al lorito. Al empujarlo, el lorito gritó: «Kuán». Aquel sapo se
comía la yuruma, la comida de los guaraos. Hizo un gran fuego y entonces
el lorito separó un poquito de fuego. Voló un poquito con él,
pero enseguida el fuego prendió en el pico del lorito. Inmediatamente
lo soltó y cayó. Nada más caer, el sapo se tragó el fuego. El lorito salió
en busca de los guaraos y les dijo:
-Cuando yo traía el fuego se me prendió el pico.
Cuando por la tarde los guaraos llegaron a la casa, le explicó bien
claro:
-El sapo que se come la comida viene por aquí. El sapo es el que se
come la comida.
Al día siguiente todos los guaraos se dispusieron a buscarlo. Marcharon
hacia la selva, miraron por allí y enseguida vieron al sapo. Al
verlo lo agarraron y lo pusieron al descampado. Uno de los guaraos le
dijo:
-Abuelo, acuéstate aquí, a lo largo.
Nada más decirle esto los guaraos, uno de ellos subió a un árbol
con un machete, con intención de cortar algo desde arriba. Lo primero
que cortó fue un racimo de fruta de «manaca», justamente encima del
sapo. Al cortarlo, cayó sobre el sapo, pero no tenía peso. Entonces trasladaron
al sapo hasta encontrar buena cantidad de fruta de moriche. Al
verlas, nuevamente lo acostaron. Le dijeron:
-Abuelo, acuéstate aquí otra vez.
Un guarao subió y cortó un racimo de moriche encima del sapo.
Cayó el racimo sobre el sapo y esta vez salió de su boca un poquito de
fuego.
De nuevo lo trasladaron, hasta encontrar unas palmas de seje. Al
llegar le dijeron:
-Abuelo, acuéstate aquí.
Cortaron un racimo de seje sobre el sapo. Al cortarlo, cayó sobre sus
espaldas y salió una buena llamarada de fuego de su boca.
De nuevo lo trasladaron. Salieron con él hasta llegar a un árbol que
tenía muchas frutas y le dijeron:
-Abuelo, acuéstate aquí.
Había un racimo enorme de cucurito. Lo cortaron sobre el sapo y le
cayó en todo el medio, partiéndolo por la mitad. Al partirlo, el fuego
salió libremente hacia afuera.
Al escaparse, el fuego se extendió libre por toda la Tierra. Prendió
en los árboles, a excepción de los árboles que no son portadores de
fuego. Los árboles portadores de fuego se incendiaron todos. Cuando
prendemos fuego sale aquel mismo fuego que salió del sapo hacia los
árboles. Ese es el fuego que sale. Frotando las pencas del moriche sale
fuego. Frotando el sangrito sale fuego. Frotando el jimajeru (palo de
fuego por antonomasia) sale fuego. Frotando el jiono sale fuego. Frotando
el cedro seco sale fuego. Frotando la guaika seca sale fuego. Por
este descubrimiento del fuego los guaraos ya no somos tan pobres. Así
que ahora los guaraos estamos bien.
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