En las tierras en que Hércules habría de fundar la ciudad de Segovia reinaba un rey
viudo, con una sola hija que era lo que más quería en el mundo, y que le correspondía
con un amor tan grande, que había jurado que nunca habría de compartirlo con nadie
más. Sin embargo, llegó un día Hércules, acompañado de un joven compañero de
aventuras, y la princesa se sintió prendada por aquel forastero que acompañaba al
héroe y que era también príncipe en lejanas tierras.
El rey asistió, cada vez más aturdido, a aquella atracción de su hija hacia el joven
príncipe acompañante de Hércules. Un día el príncipe le pidió al rey su hija en
matrimonio, y al verla tan feliz el rey no se atrevió a negarse, pero al considerar que
la boda de su hija supondría su alejamiento a los confines del mundo, y que acaso no
volvería a verla nunca más, y al comprobar que ella no parecía sentir ninguna tristeza
ante la definitiva separación, el rey sintió mucha ira y un despecho que trocó su amor
en odio.
Para despedirse de su hija el rey le pidió que lo acompañase a un paraje alejado y
montuoso, pues quería hablar con ella a solas y con tranquilidad. La princesa se fue
con su padre y estuvieron apartados del palacio durante toda una jornada. Cuando el
sol se puso, el rey regresó solo de su excursión y, sin dar explicaciones a nadie del
paradero de su hija, ni interesarse por los preparativos de los esponsales que llenaban
todo su palacio de signos festivos, se encerró en sus aposentos.
Cada vez más extrañados por la ausencia de la princesa, Hércules y su joven
compañero decidieron buscarla en los lugares a los que parecía haberse dirigido con
el rey, pero cuando la encontraron estaba muerta, con las manos cruzadas sobre el
pecho.
Ante aquel terrible suceso de celos y muerte, Hércules, turbado en lo más hondo
de su ánimo, decidió construir un monumento a la princesa y, con sus propias manos,
movió las montañas hasta darles la silueta que recuerda la de una mujer tumbada
boca arriba en la inmovilidad de la muerte. A continuación fundó la ciudad de
Segovia en un punto en el que su obra fuese particularmente visible, para que el
recuerdo de la desdichada princesa perdurase en la memoria humana.
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