Acosados por el hambre caminan por la llanura desierta dos grandes columnas de indios.
Buscan mejores tierras donde asentarse. Buscan la salvación.
Muchas penurias han tenido que enfrentar en este tiempo. La sequía se ha comido todo.
Primero se tomó toda el agua de los ríos y arroyos.
Después se comió las frutas de los árboles.
Más tarde se comió toda la hierba verde.
Los animales comenzaron a morir por decenas.
Al fin, Tupi y Avati decidieron marcharse de aquellas zonas en las que vivían. Lo hicieron
juntos, para marchar con más fuerza. Unieron las tribus y comenzaron la búsqueda de
mejores horizontes. Pero la búsqueda ha resultado, hasta el momento, infructuosa. Nada más
que pastos quemados, árboles secos y animales muertos han hallado en el camino...
Apenas un hilo de agua cada tanto o un charco sucio donde algunos calman la sed. Los
indios que mueren van quedando en el camino. Ya no se preocupan ni de sus muertos.
Una noche que puede ser esta que estamos viendo ahora, Avati subió a un cerro cercano al
campamento que habían levantado y pidió a Tupã que les ayudara en su camino.
“Oh sagrado padre, tú que siempre has guiado nuestros pasos, llévanos hasta las buenas
tierras, danos la oportunidad de juntar nuestras fuerzas y ganarnos el sustento”, clamaba
Avati en la cumbre cuando de pronto apareció ante él un guerrero lujosamente ataviado, alto
y fuerte. Su voz era respetuosa pero amenazante:
“Soy mensajero de Tupã”, dijo el guerrero, “y vengo a decirte que para obtener el alimento
que tanto necesitan deberán luchar en mi contra y vencerme. Ese es el deseo de Tupã”.
Avatí, aún con las fuerzas reducidas por el peregrinar, bajó hasta el campamento y transmitió
lo sucedido a Tupi.
A pesar de no entender el sentido de semejante propuesta, los jefes deciden luchar contra el
guerrero enviado de Tupã.
“Del otro lado del cerro”, indicó el enviado cuando estuvieron listos.
La lucha fue sin cuartel.
Toda la noche rodaron por la seca tierra una y otra vez los caciques y el enviado. Una y otra
vez se cayeron y se levantaron hasta que el enviado acertó con su ita mara en la cabeza de
Avati y éste cayó muerto, aprovechó entonces la ocasión Tupi y terminó con el enviado
clavándole una lanza en el corazón. Entonces Tupi pudo observar el milagro. El enviado
como si nunca hubiera existido, despareció y del sitio en el que cayera Avati, se levantó una
planta verde y espigada que maduró rápidamente dando unos frutos como mazorka.
Allí, antes sus ojos, creció de una vez el maíz que sirvió de alimento a todo su pueblo. La
peregrinación cesó pues a la mañana siguiente la lluvia se descargó sobre aquel sitio y las
plantas de avati se reprodujeron rápidamente calmando el hambre de aquellos indios.
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