sábado, 16 de marzo de 2019

LA CIUDAD ENCANTADA DE LOS CESARES

Como angosta faja que se extiende a lo largo de la costa suroccidental de la América meridional, el territorio de Chile llegó a ser conocido a los pocos decenios de la llegada de los españoles. Ladrillero, ese navegante sin parangón, penetró ya en los años de 1557 a 1559 en el laberinto de los canales y fiordos de Fuegopatagonia.
Al oriente, sin embargo, se elevaba el muro de la cordillera andina. Sólo en Tucumán y Cuyo se avanzó desde Chile a su vertiente oriental, donde se encontraron dilatadas pampas semiáridas que llegaban hasta el Mar del Norte, nombre que recibía en aquel tiempo el Atlántico. Más al sur, ellas eran casi desconocidas.
Territorios despoblados tenían, sin embargo, la virtud de estimular de una manera prodigiosa la fantasía de los españoles, que los llenaban de seres fantasmagóricos, o bien de .maravillosos reinos humanos. En la América del Norte desempeñó este papel El Dorado; en la cuenca del Amazonas, el del Patiti; y más al sur, el de la ciudad Encantada de los Césares.
Esta última es, sin duda, la más completa y atractiva de todas esas leyendas: fue también la más efectiva, pues todavía hay gente que cree en la existencia de aquella ciudad.
Comenzó a formarse sobre bases ,muy modestas y absolutamente verídicas, de modo que disponemos —en este caso— de un ejemplo clásico que nos permite estudiar esta materia.
Hace poco se publicó la "Crónica" de Jerónimo de Vivar, escrita en 1558, desaparecida durante cuatro siglos y redescubierta en nuestros días.
Pues bien, en ella encontramos ya los fundamentos de la leyenda, que se refieren a dos hechos muy distantes el uno del otro: uno ocurrido en Magallanes y el otro al norponiente de Argentina.
El primero dice relación con la expedición de don Pedro de Valdivia a Chile en 1540. Algunos indios hechos prisioneros en el valle del río Limarí le informaron que "habían visto por la mar una nao". Don Pedro había equipado en el Callao un buque con pertrechos y abastecimientos, y abrigaba la esperanza de que se trataba de él. El capitán de aquella nao lo había engañado, sin embargo, dirigiéndose a la costa de Colombia, para vender por su cuenta las mercaderías a miembros de la expedición de Andagoya. Valdivia recorrió inútilmente la costa con rumbo al valle de Aconcagua; la nao ya se había alejado hacia el norte. Vivar informa lo ocurrido: tratábase de un buque de una armada enviada a la Patagonia oriental por el obispo de Plasencia, quien había obtenido allá una gobernación de parte del emperador Carlos V. El cronista precisa: "Entrada que fue ;esta armada por la boca del Estrecho de Magallanes se les perdió de vista un navío, del cual no supieron más. Los otros dos pasaron a la Mar del Sur (el Pacífico). Según me informé de personas que pasaron en este navío, salidos que fueron a la Mar del Sur, les dio el un navío al través (encalló) en una playa, del cual se escapó la gente y sacaron lo más que llevaba. Visto esto por el otro navío, parecióle que la gente que estaba en tierra había de procurar de entrarse en él, y los que estaban en él defendérselo. Por quitar estos inconvenientes, se hizo a la vela", llegando al Callao, donde hubo que desguazarlo, "y el marqués don Francisco Pizarro por
grandeza hizo parte de sus casas de la madera de este navío".
He aquí, pues, el primer elemento: dos buques españoles perdidos en Magallanes. Del segundo se sabía efectivamente que su tripulación se había salvado, que disponía de abastecimientos y que se la había dejado abandonada en una playa por el buque que llegó al Perú. Podía suponerse que el primer navío .extraviado hubiera corrido igual suerte.
En el invierno de 1551 regresó a Chile don Francisco de Villagrán, quien había sido enviado al Perú por el gobernador de Nueva Extremadura (Chile) para conseguir refuerzos y caballos. Se vino por Tucumán y Cuyo. Al pasar por la provincia habitada por los comechingones (nombre que, según Vivar, significa matar) fueron informados en el pueblo de Calamochica que "en tiempos pasados habían venido a aquel pueblo una gente a pie y que traían una casa pequeña (en arcabuz), y cuando le tiraban daba muy gran trueno. Les enseñaron una casa donde habían estado ciertos días, agregando que de allí salieron y no los vieron más. Esto se tiene por cierto que fue César, el que salió de la fortaleza de Gaboto con once compañeros, y vino atravesando toda esta tierra en busca de la Mar del Sur. Habiendo caminado tan largo camino sin encontrar la Mar del Sur, pareciéndole que estaba lejos, dio la vuelta hacia la Mar del Norte, volviendo donde había salido con cinco compañeros, pues los demás se le habían quedado cansados en algunas provincias. Desde esta provincia (de los comechingones) no se ve la Cordillera Nevada, pero de donde ellos volvieron a la Mar del Norte, que es más de 200 leguas de esta provincia, vieron la Cordillera Nevada, según dijo en Santa Marta uno de los compañeros que yo vi que con él había andado". Le informó también que "toparon otra provincia rica de oro y plata en vasijas; y que, dando noticia a Su Majestad, se murió César, por lo cual no se ha descubierto".
Encontrándose Vivar a principios de 1552 con don Pedro de Valdivia a orillas del lago Raneo, un indio los informó sobre la existencia de un lago (el de Nahuelhuapi) situado al otro lado de la cordillera y que desagua en el Mar del Norte. Continúa: "Yo vi al indio que nos dio esta relación tomar un jarro de plata, de la ,que tenían mucha cantidad, a lo que me parece está noticia ser lo que vio César, según contaba el 'Compañero suyo que yo hablé en Santa Marta, por la altura (de la Cordillera) que él decía ... y que había dos mogotes altos que estaban (orientados de) norte (a) sur, y que había una abertura por entre ellos, que estaban nevados, y así están".
Es éste el segundo elemento de la leyenda. Es efectivo que en 1528 Sebastián Cabot despachó un destacamento al mando del soldado Francisco César desde Espíritu Santo (fortín fundado por él sobre el río Paraná) hacia el interior, para hacer el reconocimiento a que alude Vivar. Este, basándose en la información de uno de los participantes, cree que avanzaron desde la provincia de los comechingones hacia el sur hasta enfrentarse con un boquete que conduce de las pampas al lago Raneo. De los compañeros de César seis no habían regresado, quedando "cansados" en el camino.
Vivar se limita a narrar estos hechos. Luego otros los acogieron y fueron tejiendo la leyenda. Los náufragos de Magallanes habrían marchado al norte por las pampas transandinas, hasta juntarse con los compañeros de César. Como no había noticia de que ni los unos ni los otros hubieran llegado a algún poblado español, era de suponer que se habían radicado en las pampas, donde vivían
separados del resto del mundo y carentes de servicios religiosos. Descubrir la ciudad que se suponía habrían fundado no sólo constituiría una obra humanitaria para con aquellos connacionales, sino, además, una acción cristiana.
A todo esto, que permanecía dentro de la órbita de lo racionalmente posible, se fueron agregando rasgos cada vez más legendarios y que transformaban a aquella ciudad en algo maravilloso e Inaudito. Es hermosísima; sus calles están pavimentadas de tejos de oro y plata; los techos son de planchas argentíferas; las iglesias están construidas de oro y jaspe; sobre ella se yergue una inmensa cruz de oro, la campana de la Iglesia mayor es tan grande que dos maestros zapateros pueden instalarse debajo de ella con sus mesas de trabajo; sus pobladores llevan una vida amena y deleitable; en fin, se la imagina como una Jauja elevada al grado máximo de todas las excelsitudes.
Es, sin embargo, extremadamente difícil dar con ella. Si el viajero la llega a divisar desde la distancia y procura acercársele, pronto la cubrirá una densa neblina, y no verá nada. Si trata de llegar a ella por el caudaloso río que corre por su centro, las aguas refluyen y alejan la embarcación. Y si a pesar de todo alguien penetrara en ella y pretendiera abandonarla, perderá la memoria, y se borrará en su mente todo recuerdo de lo visto.
Sólo en el día del Juicio Final todos verán resplandecer este magnífico segundo Gral, y se tocará entonces su enorme campana, cuyo sonido retumbará por todo el mundo.
Lógicamente, esta maravillosa Ciudad Encantada y su territorio, al que se atribuía una extensión de 260 leguas (1.650 kms.), fueron solicitados como gobernación. Don Francisco de Toledo, uno de los más capaces de los virreyes que gobernaran el Perú, informó al respecto el 1º de marzo de 1572: "Lo postrero que está poblado de la gobernación del Perú es Tucumán, desde 24 a 40 grados (de latitud austral), en que, además, de lo que está poblado de españoles, hay noticias tenidas por buenas según las cuales al sur de la ciudad de Santiago del Estero está la provincia de La Sal y por otro nombre de César, adonde fue en los años pasados el general Juan Jufré, que dicen Lo de Cuyo. Esta noticia (acerca de Lo) de César (informa que ella) empieza desde 44 grados al sur (o sea, desde la parte austral de la Isla Grande de Chiloé) hasta el Estrecho de Magallanes". Entrando por el golfo de Los Coronados y el canal de Chacao hasta 46 grados o más, agrega, se llega "al puerto de esta tierra de César, que en lengua natural se llama Trapalanda" (de tra, pedregal; palan, tierra arcillosa blanca, y ta, partícula de adorno): Pedregal sobre tierra arcillosa blanca, descripción exacta del aspecto de la pampa transandina.
Dice finalmente el virrey que "esta noticia (en el sentido de territorio) de César me envió a pedir el Dr. Saravia para Alonso Picado, su yerno, y me la vino a pedir asimismo el capitán Juan Jufré desde Chile, y a ninguno se dio, ni convino".
El virrey no se refiere a la Ciudad Encantada, pero sin duda en aquel tiempo comenzó a urdirse su leyenda, y posiblemente fue ella la que indujo al virrey a no acceder a ambas peticiones, queriendo reservarse el gobierno las fabulosas riquezas de la "gran noticia", como se llamaba "lo de César".
Los numerosos naufragios ocurridos en los mares australes; la fundación de las ciudades de Nombre de Jesús y Rey Don Felipe por Sarmiento de Gamboa en el Estrecho de Magallanes, en 1584; el abandono de las siete ciudades australes
de Chile después del levantamiento araucano de 1598; y la suposición de haber huido al sur indios peruanos con tesoros del inca: todos estos elementos contribuyeron a robustecer la leyenda, pues se supuso que los afectados por aquellas catástrofes pueden haber encontrado un refugio en "lo de César". Es preciso, sin embargo, dejar constancia que la leyenda tiene un origen anterior incluso a la conquista del Perú, iniciada en 1532, pues la expedición de Francisco César ocurrió ya en 1528.
Fue sobre todo en los siglos XVII y XVIII que se manifestara una fe ciega en la existencia de la Ciudad Encantada. Se le fueron agregando cada vez más características. Hubo tantos derroteros para llegar a ella —cuyos puntos de partida eran sobre todo Chiloé y la Región de los Lagos—, que pronto se conocieron hasta cinco diferentes urbes igualmente fabulosas y que se distinguían por nombres propios, como Santa Mónica del Valle y Arguello (apellido del capitán de uno de los buques del obispo de Plasencia que se perdieron en el Estrecho de Magallanes).
Uno de los más crédulos fue el padre jesuita Nicolás Mascardi, pero no lo era menos su biógrafo, el eminente araucanista padre Diego de Rosales, autor de la famosa "Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano", escrita en la segunda mitad del siglo XVII.
Fue precisamente su certeza de existir aquella ciudad la que impulsó en 1670 a Mascardi a fundar una misión al otro lado de la cordillera andina, en Bariloche sobre el lago Nahuelhuapi. Lo habían informado sobre "Los Césares" algunos indios poyas hechos prisioneros y llevados a Chiloé, donde logró los pusieran en libertad y lo acompañaran en su expedición. Entre ellos se encontraba una pretendida reina poya. En compañía de ellos se dirigió desde el lago hacia el sur, hasta donde se podía hacer "sin incurrir en la indignación de los cesares". Desde ese sitio les escribió en español, italiano, latín, griego, mapuche y poya (tehuelche). Los emisarios regresaron, efectivamente, pero expresaron que "ciertos caciques" de las inmediaciones del Estrecho de Magallanes no les habían permitido pasar adelante, de modo que en un segundo viaje emplearían otra vía para ponerse en contacto con los "cesares".
Informó sobre sus exploraciones y su labor misionera (que era muy fructífera) al virrey del Perú, conde de Lemos, quien le contestó el 4 de marzo de 1672, enviándole 200 ducados en plata, medallas, 50 estampas y una imagen de Nuestra Señora de los Desamparados, a quien había dedicado una capilla en Lima. En una segunda expedición llegó el padre a principios de 1672 al Estrecho de Magallanes, convenciéndose que la Ciudad Encantada no existía allá. Un cacique lo informó, en cambio, que se encontraba en la costa del archipiélago de Los Chonos, y como prueba le entregó una daga, un trozo de hierro y una ropilla de grana. Estuvo de regreso en Nahuelhuapi el 8 de octubre e informó al gobernador de Chile, Hernández. Le expresa que, fuera de la ciudad que se acaba de nombrar, había otra al oriente del Estrecho, y viajó a ella a fines de ese año. Llegó al Atlántico, no lejos del cabo Vírgenes, pero sólo encontró algunos hornillos y enseres de la expedición de .Narborough. En su viaje de regreso bautizó 4.000 tehuelches y puelches (araucanos transandinos). A fines de 1673 volvió a emprender una expedición a la Patagonia en busca de la Ciudad Encantada. Llegó hasta 47 grados de latitud austral, o sea, hasta el Río Deseado, donde fue
asesinado por tehuelches.
La misión de Nahuelhuapi fue abandonada durante 30 años, pero reestablecida en seguida, pues la leyenda de la existencia de la Ciudad Encantada continuaba viva.
El primero que trató de desvirtuarla fue el célebre explorador de la región de Chiloé, el capitán José de Moraleda, quien realizó sus viajes entre 1786 y 1788 y entre 1792 y 1796. En sus informes se refiere extensamente a las numerosas expediciones que salieron desde Chiloé en busca de la Ciudad Encantada. Quienes creían en ella no eran campesinos o marineros ignorantes, sino también los personajes más ilustrados de la época. El capitán Ignacio Pinuer, comisario de naciones de indios, por ejemplo, sostenía que ella se encontraba al poniente de la cordillera andina, a sólo 5 ó 6 leguas de distancia de las ruinas de Osorno. El padre franciscano Francisco Menéndez, a su vez, quien acompañó a Moraleda en su viaje del Callao a Chiloé en 1792, iba a ese destino "con la comisión de buscar y reconocer la laguna de Nahuelhuapi hacia el norte y sur, en solicitud de las poblaciones de gentes blancas que se dice hay en dichos sitios y que denominan comúnmente Césares" (Moraleda).
Hace ver este último que todos los derroteros existentes son absolutamente vagos, que se sabe positivamente que ni de las dos fundaciones de Sarmiento de Gamboa en el Estrecho de Magallanes ni de las ciudades destruidas por los araucanos después del desastre de Curalava en 1598 hubo sobrevivientes que hubieran escapado a las pampas y que puede suponerse que los náufragos de expediciones marítimas han perecido todos; lo que comprobaría que la leyenda era una simple quimera que no merecía ser tomada en serio.
No obstante, por muy racionales que fueran estos argumentos, el hecho es que todavía hay gente, sobre todo en .Chiloé, que sigue convencida de la existencia de la Ciudad Encantada de los Césares.

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