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uchas de las leyendas de la Roma primitiva fueron modeladas más o menos de forma directa según historias más antiguas de Grecia, y lo mismo sucede con los relativamente pocos mitos originales que vinieron a desarrollarse en torno a los dioses romanos (en especial por Ovidio en la literatura conservada). Pero incluso aunque los grupos asociados de la leyenda fueran en parte de naturaleza híbrida como consecuencia de lo anterior, pertenecen a la tradición romana más que a la griega, y deben ser interpretados en relación con la materia romana, por lo tanto están fuera del estudio del mito griego. Quizá más relevantes para nuestros intereses son los relatos etiológicos romanos que añaden una extensión romana al mito griego, al llevar a los héroes griegos en persona a Roma o al Lacio. Hemos tenido ocasión de referirnos al valioso apéndice a la leyenda de Hipólito, hijo de Teseo, en el que se decía que había sido trasladado al Lacio después de su muerte y resurrección para convertirse en objeto de un culto asociado a Diana, la equivalente local a su diosa tutelar Ártemis, en su arboleda sagrada de Aricia (cf. p. 470). Para explicar otra característica del bosquecillo, se decía también que Orestes depositó allí la estatua de la Ártemis Tauria después de haberla robado de su lugar original con ayuda de su hermana Ifigenia (cf. p. 662). Heracles, que era adorado en el culto romano como Hércules, puede ser imaginado con mucha naturalidad visitando el emplazamiento de Roma cuando estaba cruzando Italia con el ganado de Gerión. Los autores romanos aprovecharon esta posibilidad para proponer no sólo que el culto más antiguo de aquél se había fundado como consecuencia de esto, sino también que modificó determinados cultos nativos que implicaban sacrificios humanos (dando así una explicación, por ejemplo, a la práctica ritual en la que desde un puente romano se arrojaban muñecos de paja al Tíber). Como ya vimos en relación con la historia que nos ocupa, se decía que el solar de la futura ciudad era gobernado en aquellos tiempos por un griego, Evandro (cf. p. 351), que había dejado su ciudad natal de Palantión en Arcadia para establecerse en la colina Palatina. Con mucho la leyenda más importante de este tipo y una de las que no deberían dejarse de lado sin un apropiado examen, es aquella en la que se decía que Eneas,[*] héroe troyano del mito griego, había viajado al Lacio tras la caída de Troya y que había llegado para ser relacionado, aunque de manera remota, con los mismos orígenes de Roma.
Leyendas griegas que asociaban a Eneas con la fundación de Roma. Problemas de cronología
Eneas era el miembro más importante de la rama más joven de la familia real troyana en época de la gran guerra entre Grecia y Troya (cf. p. 586). Era hijo de Anquises, un bisnieto de Tros, y de la diosa Afrodita (vid. pp. 269-270 para las circunstancias de su concepción). En su leyenda griega original, destacaba entre los demás hombres miembros de la familia real no tanto por sus cualidades personales como por el hecho de que estaba destinado a sobrevivir, pues era necesario que alguien estuviera disponible para gobernar a los troyanos tras la caída de Troya y la destrucción de la rama mayor de Príamo en la familia. En una de las escenas bélicas de la Ilíada, el gran dios Poseidón, que por lo general no se mostraba amistoso con los troyanos, rescata a Eneas del peligro por esta única razón, declarando que se ha ordenado que debe sobrevivir para que la raza de Dárdano (fundador del linaje real troyano) no se extinga del todo.[1] Idéntica conclusión puede sacarse de un episodio del Saqueo de Troya, poema épico perdido del ciclo troyano, donde Eneas y sus seguidores se retiran de Troya antes de su caída a causa de un augurio (cf. p. 612).[2] En el Himno homérico a Afrodita, que narra cómo llegó Afrodita a concebir a Eneas de Anquises (cf. p. 269), la diosa profetiza en respuesta a Anquises que su hijo y descendientes reinarán sobre los troyanos.[3] Dentro de la tradición más conocida del período clásico en adelante, Eneas estaba aún en Troya la noche del saqueo, como en la versión de Virgilio en la Eneida, pero escapó de la carnicería con su anciano padre a cuestas, llevándose con él a los dioses del hogar. De Jenofonte en adelante, los autores cuentan que los griegos le franquearon el paso porque admiraban su piedad al tratar de salvar a su padre y a los dioses de su hogar.[4] Esta tradición griega acerca de su conducta la noche fatídica proporcionó la base para la caracterización romana del justo y obediente Eneas.
Desde el momento en que Eneas sobrevivió a la guerra, estaba preparado para ser enviado al extranjero según se desarrollaba la tradición mítica. En gran medida para explicar el origen de cultos locales o dedicados a él, o los nombres de lugares que parecían estar de alguna forma relacionados con Eneas, se llegó a afirmar que se había establecido en la vecina Tracia o en otros tantos lugares de la misma Grecia. Sin embargo, las historias que aquí nos conciernen son aquellas que lo llevan más lejos aún, a Italia, y lo conectan de una u otra forma con la fundación de Roma.
A muchos les gustaría ser capaces de rastrear cómo es que la leyenda italiana de Eneas se desarrolló primero en la tradición griega, pero la evidencia que se ha conservado es tan insuficiente que a duras penas es posible. Inscripciones en la Tabula Iliaca Capitolina, un relieve italiano en piedra caliza datado hacia el 15 a.C., parecen sugerir que Estesícoro, un poeta greco-siciliano del siglo VI a.C., ya representaba a Eneas navegando hacia Hesperia (esto es, el oeste italiano).[5] Pero se ha argumentado convincentemente sobre diversas bases acerca de que no podemos confiar en este monumento para obtener información válida sobre lo que Estesícoro pudo haber dicho sobre Eneas. Además, se ha observado que si en realidad Estesícoro hubiera presentado a Eneas navegando hacia Italia, Dionisio de Halicarnaso, que estaba bien familiarizado con su trabajo, a duras penas habría pasado por alto mencionarlo en su detallada investigación sobre la leyenda italiana de Eneas. Dionisio es nuestra fuente para el más temprano relato que sigue, ya que menciona que el mitógrafo Helánico (siglo V a.C.) afirmaba que Eneas navegó a Italia con Odiseo y se convirtió en el fundador de Roma, a la que bautizó así por una de las mujeres troyanas que le habían acompañado, una tal Rome, que se había hartado de sus prolongados vagabundeos y les había puesto fin en el Lacio al incitar a las demás mujeres a incendiar las naves troyanas.[6] Pero, por desgracia, hay de nuevo suficientes motivos para dudar de la fiabilidad de esta atribución, en ambos por aspectos internos y porque además Dionisio atribuye a Helánico un relato contradictorio en el que Eneas se establece más cerca de casa: en Palene, en las playas del norte del Egeo.[7]
Sea cual sea el origen de la historia de arriba, en la que Eneas fundó Roma y le puso ese nombre por Rome, es característico de las superficiales seudoleyendas inventadas por autores griegos para relatar el origen de Roma (o el de otras ciudades extranjeras). Se tienen registradas unas treinta historias de este tipo del período helenístico y romano temprano, aunque no todas involucran a Eneas. A los griegos versados en el patrimonio legendario de su tierra les parecía evidente que tal y como Corinto se llamó así por el héroe Corinto, Queronea por Quirón, o Cirene por una ninfa llamada Cirene, entonces Roma debió de haber sido bautizada así por alguien llamado Rome o Romo o algo parecido.[8] Como paso siguiente en el proceso, era necesario que se asociara al epónimo escogido algún tipo de genealogía u origen, y que se imaginaran unas circunstancias apropiadas a la fundación de la ciudad que supuestamente llevaba el nombre por esa persona. Para un lugar tan alejado como Roma no se requería tanto detalle para la última relación, ni por supuesto nadie que pidiera ningún conocimiento de las tradiciones y la topografía local. En las historias fundacionales de esta naturaleza en las que Rome es elegida como epónimo, por lo general está vinculada a Eneas de una u otra forma, ya sea como una compañera suya como arriba, como su esposa o como esposa o hija de su hijo Ascanio. En ese caso, podría decirse que la ciudad había sido fundada por Eneas o Ascanio y llamada así en su honor.[9] Pero además existen relatos en los que ella no tiene nada que ver con Eneas, y se la describe, por ejemplo, como una prisionera traída desde Troya por guerreros griegos, o como hija de Evandro (un héroe arcadio del que se supone que se estableció en el emplazamiento de Roma).[10] Consideraciones parecidas son válidas para el epónimo masculino Romo, que puede relacionarse con Eneas como hijo o nieto, o bien se le da un linaje del todo diferente, como hijo de Odiseo y Circe, por ejemplo, o de Ematión.[11] Cuando Romo es el epónimo, él mismo funda la ciudad.
No tendría sentido intentar exponer todas las variantes. Un tal Romano, hijo de Odiseo y Circe, es mencionado también como fundador epónimo, igual que Romis, tirano de los latinos, que expulsó a los etruscos de la zona para fundar la nueva ciudad.[12] Como este último ejemplo indicaría, al fundador o epónimo se le daría un linaje nativo. Por ejemplo, existen varias versiones en las que se dice que Rome y Romo eran hijos de Ítalo, epónimo de Italia, o que la ciudad había sido de fundación etrusca.[13] O incluso que fue fundada por unos pelasgos (aborígenes) que la llamaron Roma en conmemoración de su fuerza militar (una etimología griega pura),[14] pero todo esto es bastante incierto.
La mayoría de estas versiones griegas acerca de la fundación de Roma o son anónimas o se atribuyen a autores poco conocidos y de difícil datación. Si se acepta que el relato atribuido a Helánico tiene un origen dudoso, la versión más temprana que puede datarse es una registrada por el historiador menor Calías, que podría haber redactado hacia 300 a.C. (cf. p. 772).
Aunque los romanos llegaron a aceptar que Eneas y sus troyanos tenían alguna relación con los orígenes de su ciudad, la idea de que en efecto esta había sido fundada por Eneas (o un inmediato descendiente o compañero suyo) era una mera idea griega que no parece que fuera tomada nunca muy en serio en la misma Roma. En la literatura romana que ha sobrevivido, ningún autor excepto Salustio se refiere a Eneas como fundador.[15] Se ha argumentado, por supuesto, que los romanos lo consideraban su fundador en época temprana, al adoptarlo como tal por influencia etrusca antes de sustituirlo por Rómulo, pero ésta es una especulación azarosa por la falta de cualquier evidencia definitiva de la propia ciudad, ya sea literaria o arqueológica. De todas formas los romanos desarrollaron su propio mito fundacional, en el que la fundación se atribuía a Rómulo, príncipe latino de Alba Longa. Por lo general, hoy se cree que ésta era una leyenda de origen indígena y considerable antigüedad, que quizá se podría datar hacia el siglo VI a.C., y es bien sabido que la historia estaba fijada a finales del siglo IV (cf. p. 772). Al contrario que las historias griegas mencionadas antes, que nunca habrían sido más que rudimentarias, la leyenda romana era de rico contenido y creció cada vez más al hacer amplia referencia a la topografía y tradiciones locales, abarcando muchas etiologías del lugar. Eclipsó todas las demás historias de este tipo, relegándolas a no más que curiosidades históricas, ya que no sólo se impuso con seguridad a expensas de relatos extranjeros más arbitrarios, sino que las investigaciones cronológicas mostraban cada vez con más claridad que no era posible que Roma hubiese sido fundada por Eneas o alguien más o menos contemporáneo a él, como sugería la mayoría de las historias griegas.
Según cualquier cronología racional, Roma debió de ser fundada bastante más tarde al período inmediatamente posterior a la caída de Troya (es decir, las etapas finales de la era legendaria en Grecia). El historiador Timeo (que murió hacia 260 a.C.), un greco-siciliano con buen conocimiento de las tradiciones locales de Italia, databa la fundación de Roma en 814 a.C., mientras que los anticuarios romanos de los dos siglos siguientes fueron partidarios de una fecha algo posterior, al aceptar por fin como canónica la estimación de Varrón de 754-3 a.C. Mediante cualquier cálculo los héroes de la leyenda troyana debieron de vivir en un tiempo más lejano que éste. Así, de acuerdo con la cronología generalmente más aceptada, que desarrolló Eratóstenes de Alejandría en el siglo III a.C., la caída de Troya tuvo lugar en 1184 a.C. (hacia el final del período micénico según nuestros cálculos, lo que parece bastante apropiado). Si hay que establecer una relación entre Eneas y la fundación de Roma, esto implica que hubo un vacío que debe rellenarse de al menos cuatro siglos entre el momento de su llegada a Italia y la fundación real de la ciudad.
En lo que acabó por aceptarse como narración estándar romana, se consideraba que el fundador, Rómulo (quien en origen no habría tenido conexión alguna con Eneas o con Troya), era un muy lejano descendiente de Eneas que fundó Roma muchas generaciones después de que su antepasado hubiera emigrado a esa zona. Después de llegar al Lacio, el territorio en la costa oriental de Italia en el que más tarde se localizaría Roma, Eneas (Aineias en griego; Aeneas en latín) se estableció allí con sus seguidores troyanos después de algún conflicto inicial con los nativos italianos. No lejos de la costa cercana al lugar de su primer desembarco, fundó la ciudad de Lavinio como nuevo hogar y centro de mando. Su hijo y sucesor Ascanio (Askanios en griego; Ascanius en latín) no permaneció, sin embargo, en Lavinio, sino que se aventuró más hacia el interior para fundar Alba Longa, a unos diecinueve kilómetros al sudeste del sitio de Roma. Unas doce generaciones de descendientes de Eneas gobernaron Alba desde entonces hasta que dentro de la familia nació Rómulo, en delicadas circunstancias, mientras su padre era apartado temporalmente de su derecho al trono. Aun así Rómulo sobrevivió para fundar la ciudad de Roma, y la pobló al principio con colonos de Alba.
Los viajes de Eneas y su llegada al Lacio según Virgilio
La leyenda romana de Eneas puede estudiarse convenientemente a través de la Eneida, que cuenta cómo vagó hacia el oeste tras la destrucción de Troya y se estableció en el Lacio.
Tras la caída de Troya, Eneas y otros supervivientes troyanos construyen una flota de barcos y parten en busca de un nuevo hogar. Aunque al principio Eneas quiere establecerse en la cercana costa del sur de Tracia, Polidoro, un hijo de Príamo que había sido asesinado allí a traición (cf. p. 617), le habla desde su tumba para aconsejarle que abandone aquella tierra salvaje. Así que navega rumbo al sur, desembarcando después en la isla sagrada de Delos, donde recibe una amistosa bienvenida del rey-sacerdote Anio (cf. p. 730). Cuando Eneas entra en el templo de Apolo para elevar plegarias en busca de orientación, una voz sobrenatural les ordena a él y a sus compañeros buscar la tierra de sus antepasados, y le dice que sus descendientes están destinados a gobernar el mundo desde allí. Como su padre Anquises le recuerda que Troya había sido colonizada en su origen desde Creta por Teucro (cf. p. 671), conduce a sus compañeros troyanos a aquella isla y se dispone a fundar allí una ciudad, pero enseguida los recién llegados sufren una hambruna y una plaga. El significado de esto se revela cuando una noche los dioses familiares de Eneas se le aparecen en un sueño y le cuentan que Apolo Delio no tiene planeado que él se establezca en Creta sino más bien en Italia, ya que ésta había sido la patria original de su antepasado Dárdano, el fundador del linaje real troyano. Aunque se suponía que Dárdano había cruzado desde Samotracia según la tradición griega (cf. p. 671), Virgilio se refiere a una historia etrusco-romana en la que se le presentaba llegado a Etruria desde Corinto (en apariencia Tarquinia, a menudo identificado con Cortona).[16]
Mientras los troyanos navegan hacia el oeste desde Creta, son sorprendidos por una tormenta y desviados en dirección noroeste alrededor del Peloponeso hacia las pequeñas islas de los Estrófades, donde se enfrentan a las Harpías, fieras criaturas parecidas a pájaros con cara de mujer (cf. p. 99), que saquean y ensucian su comida igual que en la leyenda de Fineo (cf. p. 504). Cuando por fin logran ahuyentar a aquellas bestias, su jefa, Celeno, atemoriza a los troyanos al decirles que Apolo había revelado que el hambre les hará «comerse sus mesas» antes de que sean capaces de encontrar su ciudad italiana. El sentido de aquellas palabras enigmáticas se hará evidente en poco tiempo.[17] El siguiente desembarco de los viajeros es en Epiro, en la Grecia noroccidental, donde se encuentran con que Héleno, uno de los hijos de Príamo, gobierna en el reino fundado por Neoptólemo (cf. más en pp. 631-632), y ha desposado a Andrómaca, la viuda de Héctor. Para mitigar su nostalgia por la patria, había construido una imitación de la ciudadela troyana y se refería a las características del paisaje con los nombres de los que había en Troya. Por sus poderes como adivino, aconseja a Eneas acerca de su próximo viaje, advirtiéndole de que debe fundar su nueva ciudad donde vea una gran cerda blanca amamantando a sus lechones en el suelo. De camino hacia ese lugar —en algún lugar de la lejana costa de Italia—, debe visitar a la Sibila de Cumas, quien puede revelarle más acerca de lo que le espera en Italia.[18]
Eneas y sus seguidores navegan entonces alrededor del pie de Italia y las playas del sur de Sicilia, evitando por poco el remolino Caribdis y observando desde lejos a Polifemo y a otros cíclopes (ya que en la tradición tardía se suponía que los Cíclopes homéricos habían vivido en Sicilia). Cuando los viajeros llegan a Drépano, en la punta occidental de Sicilia, son recibidos con hospitalidad por un gobernante local llamado Acestes, de ascendencia troyana por parte materna (cf. p. 744). El anciano Anquises muere poco después y recibe allí sepultura.[19] Eneas reemprende el viaje a la Italia occidental al año siguiente, pero la diosa Juno (equivalente romano de Hera), que odia a los troyanos desde hacía tiempo, convence a Eolo, el gobernante de los vientos, para que desencadene una violenta tempestad con la esperanza de que se hunda la flota; pero, a pesar de que algunos barcos quedan destruidos, Neptuno calma la tormenta, y Eneas se dirige con las siete naves supervivientes a la orilla más cercana, y desembarcan con seguridad en la costa africana próxima a Cartago. Gobernaba la ciudad, recién establecida, su fundadora, Dido, una princesa fenicia de Tiro, que da la bienvenida a su ciudad a los marinos y se enamora desesperadamente de Eneas por incitación de Venus. Un día, durante una cacería, los dos entran en una cueva para protegerse de una tormenta, y tienen una relación amorosa. Después de demorarse en Cartago junto a Dido durante unos meses, Júpiter le envía a Mercurio (equivalente romano de Hermes) para que le recuerde la tarea encomendada. Él responde a la llamada del deber y se prepara para partir, ignorando las súplicas de Dido, que se mata con la espada de Eneas tras su marcha.[20]
Tras desembarcar en Sicilia otra vez, Eneas celebra unos juegos funerales en honor de su padre por el aniversario de su muerte. Durante la celebración de los juegos, las mujeres troyanas, hartas de sus interminables vagabundeos, prenden fuego a los barcos alentadas por Juno. Entonces Eneas pide ayuda a Júpiter, que envía una tormenta para apagar las llamas, y todos los barcos, excepto cuatro, se salvan. Dejando atrás a sus seguidores más ancianos y débiles para que funden la ciudad de Acesta (esto es, Segesta) bajo el mando de Acestes, Eneas se dirige de nuevo hacia Italia.[21] De acuerdo con el consejo que había recibido de Héleno, primero hace escala en Cumas, justo al norte de la bahía de Nápoles, donde la sibila Cumana profetiza acerca de sus aventuras futuras en el Lacio; y en respuesta a su urgente petición, ella está de acuerdo en guiarle hacia el Inframundo para que se reúna con su padre muerto. Ya se ha contado su viaje por las diferentes regiones del Inframundo (cf. pp. 179 y ss.). Al final, su padre le da ánimos ofreciéndole un anticipo del destino glorioso de su familia y de Roma.[22] Después de volver al mundo superior, sus compañeros y él bordean la costa hacia la boca del Tíber y atracan en el Lacio. Cuando están tomando una comida improvisada al aire libre, sentados en la hierba y utilizando tortas planas de pan como fuentes, sienten tanta hambre que acaban comiéndose las propias fuentes, lo que hace que el hijo de Eneas bromee porque están devorando incluso sus mesas. Al oír sus palabras, de pronto Eneas se da cuenta de que la predicción de la harpía se ha cumplido y, por lo tanto, han descubierto su nueva patria. Poco después, encuentra la cerda blanca y los treinta lechones que Héleno había predicho que le indicarían el sitio de la nueva ciudad de Lavinio.[23]
Puesto que un oráculo había aconsejado a Latino, el añoso rey del Lacio, que casase a su hija Lavinia con un extranjero, da la bienvenida a los enviados de Eneas y les hace saber que está deseando aceptarlo como amigo y además muy posiblemente como yerno. Sin embargo, antes de que estos asuntos lleguen a más, Juno interviene de nuevo enviando a la furia Alecto para soliviantar al pueblo local contra los troyanos. Alecto inspira un odio feroz contra ellos en Amata, la mujer de Latino, así como en Turno, príncipe de los rótulos y pretendiente favorito de Lavinia hasta ese momento. Cuando después la Furia incita a Ascanio, el hijo de Eneas, para que cace un ciervo domesticado que pertenecía a la familia real, se declara la guerra. Eneas se encuentra enfrentado a una confederación de latinos, rótulos y seguidores de Mecentio, un tiránico gobernante etrusco que había sido exiliado de su ciudad nativa, Caere.[24] Por su parte él consigue el apoyo de varios aliados, entre los que se encuentran Tarcón, un rey etrusco a quien un adivino había indicado que vencería a su enemigo Mecentio si aceptaba como jefe a un extranjero, y Evandro, el rey del pueblo que entonces habitaba el futuro emplazamiento de Roma. Como Evandro es demasiado mayor para luchar por su cuenta, proporciona un ejército de caballería bajo el mando de su hijo Palas. Latino se mantiene fuera del conflicto. Después de una lucha encarnizada y varios cambios de la fortuna, Eneas derrota a sus oponentes, sellando su victoria al matar a Turno en combate singular (episodio culminante que marca el final de la Eneida). Entonces se casa con la hija de Latino, después de haber firmado la paz en términos muy favorables para los latinos conquistados, que podían conservar sus nombres y costumbres, pero debían aceptar los dioses y ritos sagrados que Eneas había llevado a su tierra.
Latino, epónimo del Lacio y los latinos, es un personaje bastante antiguo que aparece mencionado por primera vez al final de la Teogonía de Hesíodo (en una parte del poema que probablemente se añadió en el siglo VI a.C.). Se le describe como el hijo de Odiseo y Circe «que gobernó a los famosos tirrenos (es decir, etruscos) en un rincón muy alejado de las islas sagradas».[25] Es evidente que el conocimiento del autor de la geografía del oeste era muy deficiente. Latino también era descrito como hijo de Telémaco y Circe,[26] o bien se le daba un linaje nativo como hijo de Fauno, un diosecillo rústico local que se equiparaba con el griego Pan; según la Eneida, engendró a Latino con una ninfa acuática laurentina llamada Marica.[27] Otra tradición sugería que era hijo de Hércules y la mujer o la hija de Fauno (con el significado presumible de Fauna en ambos casos).[28]
Como el relato del conflicto de Eneas con los italianos no tiene fundamento histórico en ninguna tradición antigua, distintos autores podían reformularlo según les conviniera, y el papel de Latino varia de acuerdo con esto. En la historia de Catón, Latino dispensa una amistosa recepción a los troyanos, destina tierra para ellos y ofrece a Eneas a su hija Lavinia. Pero cuando después los troyanos abusaron de su confianza al asaltar los territorios latinos, Latino les hizo la guerra, aliándose con este propósito con Turno, señor de los rótulos, quien guardaba rencor a Eneas porque se había casado con Lavinia. Latino y Turno fueron muertos en el enfrentamiento siguiente.[29] En la versión de Dionisio de Halicarnaso, Latino estaba en guerra con los rótulos en el momento de la llegada de los troyanos, pero la interrumpió para marchar contra los forasteros. Sin embargo, la noche antes de entrar en batalla con ellos, Eneas y él fueron visitados en sueños por dioses que les ordenaron llegar a un acuerdo pacífico. Así que Latino facilitó un terreno a los troyanos, que entonces se convirtieron en sus aliados y le ayudaron a derrotar a los rótulos.[30] Virgilio parte de la tradición más antigua al presentar a Latino como un anciano que no toma parte en la lucha.
A pesar de que la Eneida acaba con la victoria de Eneas sobre sus adversarios italianos, el destino que les espera a él y a sus descendientes no se da por supuesto, sino que se predice de forma explícita en el poema. Se indica que fundará la ciudad de Lavinio de acuerdo con la señal que le dio Héleno, y poco antes de que descubra a la cerda y los treinta lechones, el dios del río Tíber le explica que la señal significa que su hijo Ascanio fundará Alba treinta años después de la fundación de Lavinio.[31] Además, mientras Eneas está visitando el Inframundo, su difunto padre, Anquises, le presenta una visión del futuro de su familia y de Roma al hablarle de los destinos que esperan a varias almas destinadas a renacer en cuerpo terrenal.[32] Anquises señala primero a Silvio, el hijo póstumo de Eneas que fundará el linaje de reyes que regirán Alba Longa,[33] y después identifica a un par de esos reyes por su nombre antes de referirse a Rómulo como el miembro de ascendencia divina de la familia que fundará la propia Roma.[34] El desfile continúa con los reyes legendarios de Roma y una selección de sus más destacados hombres hasta Julio César y Augusto. Como veremos, la gens Iulia afirmaba que descendía del propio Eneas.
Lavinio, ciudad de Eneas. Muerte y apoteosis de Eneas
Lavinio era una vieja ciudad latina cercana a la costa a unos 27 kilómetros al sur de Roma, en el lugar de la moderna Pratica di Mare. Se decía que Eneas la llamó así por su segunda esposa, Lavinia. Aunque la ciudad de la leyenda troyana se supone que era bastante antigua, nada se sabe con certeza sobre la época de su origen. El historiador greco-siciliano Timeo, que visitó Lavinio en la primera mitad del siglo m a.C. para investigar sus antigüedades, proporciona la evidencia definitiva más antigua para la conexión de Eneas con la ciudad. En aquellos tiempos acabó por aceptarse que Eneas no sólo había fundado la ciudad él mismo, sino que también había instalado allí sus dioses del hogar para fundar su culto troyano de los Penates; a Timeo le mostraron las vasijas de barro en las que se suponía que los había transportado desde Troya.[35] El conocimiento sobre Eneas debió de llegar a la zona bastante pronto, bien a través de Etruria, donde era bien conocido hacia el final del siglo VI a.C., bien por las colonias griegas en el sur, pero las investigaciones arqueológicas no han conseguido aportar ninguna evidencia temprana inequívoca de su presencia en Lavinio. Después del primer desembarco en el Lacio, se decía que Eneas y sus seguidores habían acampado en un lugar llamado Troia, que está a unos pocos kilómetros de la costa entre Lavinio y Ardea.[36] Si el lugar había tomado su nombre por la leyenda de que Eneas se había establecido allí, como parece bastante posible desde un punto de vista lingüístico, su presencia puede haber sugerido, o al menos alentado, la idea de que Eneas se había asentado en el vecindario.
En la Eneida, como ya hemos visto, el adivino Héleno dijo a Eneas que debería fundar su ciudad donde encontrase a una gran cerda blanca con treinta cochinillos. En las versiones que ofrecen Dionisio y Diodoro,[37] que parecen reflejar la influencia de los cuentos griegos de guías animales (como en la leyenda fundacional tebana, cf. pp. 388 y ss.), un oráculo prevenía a Eneas de que un animal cuadrúpedo le llevaría al sitio de su ciudad; y cuando una cerda blanca preñada escapó mientras la llevaba para sacrificarla después de su desembarco, y huyó a una colina donde parió treinta lechones, él recordó el oráculo y decidió fundar allí su ciudad. En la que quizá sea la forma más primitiva del mito, los treinta cochinillos simbolizaban las treinta ciudades que después formarían la Liga Latina,[38] pero fue más frecuente pensar que el número tenía un significado cronológico. En la versión atribuida al historiador romano Fabio Píctor (activo hacia 200 a.C. o un poco antes), Eneas tuvo una visión durante su sueño que le ordenaba retrasar la fundación de su ciudad por treinta años, de acuerdo con el número de los cerditos.[39] En la Eneida, el dios del Tíber se le apareció en sueños la noche antes de que viese el portento, y le explicó que esto indicaba que debía fundar Lavinio en aquel lugar mientras que su hijo Ascanio debería fundar Alba treinta años después.[40] En aquel caso, podría decirse que Alba fue llamada así por la cerda blanca (alba).[41] Se originara o no la historia de la cerda como una genuina leyenda local, llegó a ser aceptada en Lavinio como un rasgo en extremo valioso de la leyenda fundacional de la ciudad. El anticuario Varrón (siglo I a.C.) refiere que no sólo había estatuas de la cerda y sus lechones en la ciudad, sino que también podía verse allí el propio cuerpo de la puerca embalsamado en salmuera.[42]
El sepulcro y santuario de Eneas podía verse cerca de Lavinio junto a un arroyo local, el Númico o Numicio. Era honrado allí como una deidad menor bajo el nombre de Eneas Indiges, y había desplazado al primer ocupante del santuario, que se llamaba Pater Indiges o algo similar. Según Dionisio, había un montículo no muy grande rodeado por una bella y cuidadosamente ordenada arboleda, y el santuario estaba señalado por la siguiente inscripción: «Al padre y dios de la localidad, que domina las aguas del río Numicio».[43] Se contaba que Eneas había desaparecido en las aguas del riachuelo, evidentemente porque su sepulcro estaba ubicado en la ribera; o según historias racionalistas, esto podría explicarse simplemente porque se lo hubiese llevado la corriente después de que hubiera muerto en batalla junto al río. Un santuario del siglo IV a.C., situado en un túmulo cerca de Lavinio, ha sido identificado en ocasiones con el sepulcro de Eneas, pero esto es muy cuestionable, en especial porque el lugar excavado no está situado cerca de un arroyo. Aunque no se honró a Eneas como héroe o dios en el culto romano, los poetas augústeos hablan de su apoteosis. En la Eneida, Júpiter anuncia a la madre de Eneas, Venus (diosa romana equivalente a Afrodita), que él está destinado a ser ascendido a los cielos como un dios. En las Metamorfosis de Ovidio, Venus se prepara para su apoteosis pidiendo al dios del Numicio que lave todo elemento mortal de su cadáver.[44]
Existían conexiones establecidas hacía tiempo de cultos entre Roma y Lavinio. De acuerdo con una práctica que bien puede haber sido inaugurada cuando los romanos tomaron por primera vez el control sobre Lavinio, un grupo de magistrados y sacerdotes mayores viajaría cada año para efectuar varios ritos tradicionales en la ciudad, en especial para ofrecer sacrificios a Vesta y los Penates.[45] Vesta era la diosa del fuego del hogar, la equivalente italiana de Hestia (cf. p. 197), mientras que los Penates eran deidades que se habían originado como espíritus guardianes de la despensa (penus). Éstos y la diosa eran todos honrados en el culto doméstico como protectores del hogar por su naturaleza original, y en el culto público como deidades de mayor importancia que vigilaban la ciudad y el estado. Entonces los romanos creían que los Penates de su estado, los Penates publici, habían llegado desde Lavinio, y que podían identificarse con los dioses troyanos que Eneas había establecido allí. Puede que haya habido algo de cierto en esto, hasta el punto de que el culto estatal de los Penates pudo haber sido introducido desde Lavinio o, por lo menos, organizado en relación con el culto lavinio.
Ascanio, hijo de Eneas, y la fundación de Alba Longa
La fundación de Alba Longa marca el siguiente paso en la leyenda. Al contrario que Lavinio, Alba había sido antes un lugar poderoso, y se creía que Roma y otras ciudades latinas diferentes habían sido fundadas desde allí. Como la tradición romana daba por supuesto que el fundador Rómulo era de ascendencia albana, cualquier vínculo con Eneas y los troyanos debía establecerse por vía de Alba, lo que convertía a Rómulo y sus antepasados en descendientes de Eneas. A través de la armonización de las tradiciones griegas, romanas y lavínicas, se estableció así un patrón canónico según el cual Eneas fundó Lavinio mientras su hijo Ascanio fundó Alba y Rómulo, su descendiente, fundó Roma. No es necesario suponer que Alba Longa (que fue destruida por los romanos en una época bastante temprana) tuviese en algún momento una leyenda troyana propia de la misma forma en que la tenía Lavinio. Si familias albanas en Roma, como los Julios y los Clelios, reivindicaban ascendencia troyana, con seguridad es más probable que se tratara de un fenómeno tardío inspirado por el conocimiento de los anticuarios que una reclamación antigua enraizada en la tradición albana.
Ascanio desapareció en la tradición griega. A pesar de que Homero no lo menciona ni de hecho a ningún hijo de Eneas (refiriéndose sólo a un Askanios que era un aliado bitinio de los troyanos),[46] es razonable asumir que aparecía en la épica primitiva como heredero de Eneas. Desde luego que Eneas tuvo al menos un heredero en la tradición temprana, pues el Himno homérico a Afrodita presenta a la diosa contándole a Anquises que su hijo (esto es, Eneas) y sus descendientes gobernarían entre los troyanos;[47] y Ascanio es el nombre que se da sin variaciones a este hijo de Eneas desde el período clásico en adelante. Cuando se llegó a imaginar que después de la caída de Troya Eneas se había asentado en el extranjero en vez de quedarse a gobernar en la Tróade, naturalmente se decía que Ascanio le había acompañado, y así él estaba disponible para convertirse en el fundador de Alba en la leyenda italiana. En la tradición común, como sería de esperar, se decía que Eneas había tenido a Ascanio de su mujer troyana, a quien se conocía al principio como Eurídice, y después como Creúsa en latín, como aparece en la Eneida.
Se ofrecieron diversas versiones para explicar el hecho de que Ascanio dejara Lavinio para fundar una nueva ciudad. En la versión preferida por Virgilio y Dionisio, fundaba Alba treinta años después de la fundación de Lavinio porque en una profecía recibida por su padre se revelaba que el portento de la cerda y los lechones indicaba que así debía hacerlo.[48] O, según otra tradición, decidió dejar Lavinio cuando empezaron los conflictos entre él y la viuda italiana de su padre. Pues Lavinia, que estaba encinta cuando ocurrió la muerte de su esposo, huyó a los bosques por temor a los celos de su hijastro, y allí dio a luz a su hijo, que fue conocido por ello como Silvio («el de los bosques»); y como Ascanio se encontró con la hostilidad de la gente de Lavinio por la situación de la reina, la invitó a volver para dejar él el trono y marchar a fundar una nueva ciudad propia.[49]
Livio recoge un relato diferente en el que Ascanio nacía en Italia de Eneas y Lavinia y Silvio era hijo de Ascanio. En esta versión, Ascanio era demasiado joven para asumir el poder a la muerte de su padre, y Lavinia gobernó en su nombre como regente hasta que él alcanzó la mayoría de edad. Cuando por fin partió para fundar el nuevo asentamiento en Alba, devolvió Lavinio al hábil mandato de su madre.[50] Para entender el probable origen de esta versión heterodoxa es necesario tener en cuenta un detalle más de la leyenda italiana de Ascanio. Julio César pertenecía a la gens Iulia, una familia de origen albano, como Augusto por línea materna y adopción. Esta familia proclamaba descender de Ascanio al equipararlo con Iulus, legendario fundador del linaje. Se explicaba esta conexión porque Ascanio había sido llamado Ilus (es decir, hombre de Ilión o Troya) durante sus años en Troya, y este nombre alternativo fue un poco alterado en su nueva patria. Pero si Eneas tuvo a Ascanio con su esposa italiana en vez de con su primera mujer en Troya, Ascanio no podría ser identificado con Julus por esta vía; así daría la impresión de que ésta era una versión antijulia que se redactó para no admitir la identificación.
Como se esperaría que Ascanio se llevara sus dioses del hogar con él, se concibió una historia para explicar por qué el culto troyano de los Penates permaneció en Lavinio. Si bien Ascanio ordenó que se construyese un templo especial para ellos en Alba y procedió a instalarlos allí, éstos, de mutuo acuerdo, volvieron a su hogar previo durante la noche. La mañana siguiente se descubrió que habían desaparecido (aunque las puertas del templo se habían mantenido cerradas, y sus muros y tejado estaban intactos), y enseguida se informó desde Lavinio de que estaban de nuevo en sus pedestales originales. Después de que volvieran a su hogar original, se les permitió permanecer allí, y se envió de vuelta a seiscientos hombres con sus familias para que cuidaran de su culto.[51] Por el contrario, no hay nada que decir sobre la fundación de Alba ni sobre el reinado de Ascanio en su conjunto.
La dinastía albana de los Silvios
Aunque Ascanio fuera el fundador de Alba Longa, no lo fue de la dinastía que allí gobernaba, pues el trono pasó a su hermanastro Silvio cuando él murió.[52] Puede que se haya preferido tal versión porque Silvio había nacido de madre italiana, y los reyes albanos y más tarde Pómulo podían considerarse de origen medio romano, medio troyano si él hubiera sido el fundador del linaje. Se contaba que él había ascendido al trono porque Ascanio no tuvo descendencia propia, o bien Ascanio tuvo un hijo llamado Julus (o Julio) que intentó reclamar el trono tras su muerte, pero los albanos eligieron en su lugar a Silvio, prefiriendo destinar a Julus a la autoridad sacerdotal.[53]
De la época de Silvio en adelante el trono pasó pacíficamente de padre a hijo hasta que Numitor, el abuelo de Rómulo, fue excluido a la fuerza por su hermano más joven, y de esta forma la cadena de acontecimientos que llevaría a la fundación de Roma se puso en marcha. Por motivos que ya se han indicado, la mayoría de los anticuarios llegaron a creer que debían de haber transcurrido más de cuatro siglos entre la llegada de Eneas y la fundación de Roma, así que inventaron un largo linaje de reyes albanos para llenar ese vacío. Si bien los catálogos conservados difieren hasta cierto punto unos de otros, todos coinciden en que Rómulo y Eneas están separados por alrededor de quince generaciones. Nada se sabe con certeza sobre la fuente de la lista de reyes original, pero es razonable asumir que fue compilada hacia el siglo III a.C. mejor que mucho antes o mucho después. En el relato de Livio se dice que los siguientes reyes reinaron después de Silvio: Eneas Silvio, Latino Silvio, Alba, Atis, Capis, Capeto, Tiberino, Agripa, Rómulo Silvio, Aventino y Proca, padre de Numitor.[54] Pero esta lista no puede ser más que artificial, y será evidente en un primer vistazo que muchos de estos nombres o bien fueron reciclados de otro lugar de la tradición, como en el caso de los dos primeros, o bien se inventaron como epónimos de lugares o características geográficas adecuadas, como en los casos de Alba y Tiberino.
Otras listas destacadas se deben a Diodoro (7.5.10-11), Ovidio (Metamorfosis 14.61021, Fastos 42-52) y Dionisio de Halicaraso (1.71.3). Eneas Silvio, Latino Silvio y Rómulo Silvio son sombras de sus tocayos más famosos. Se decía que Rómulo Silvio había provocado la ira de Júpiter al imitar sus truenos y rayos, y que murió alcanzado por un rayo;[55] pero se trata tan sólo de una revisión del mito griego de Salmoneo (cf. p. 548). Se suponía que su casa había quedado sumergida bajo el lago Albano, donde sus restos podían verse en tiempos históricos. Los nombres de Atis y Capis también se reciclaron de la tradición más temprana. Atis comparte nombre (que está relacionado con el del dios frigio Attis) con varios miembros de la primitiva familia real lidia mencionada por Heródoto.[56] El Epito que reemplaza a Atis en algunas listas lleva un nombre de origen homérico, proveniente de un pasaje de la Ilíada que relata que un tal Epito era mensajero del padre de Eneas.[57] El nombre de Capis deriva del de Capis, hijo de Asáraco, el abuelo de Eneas, que también se menciona en la Ilíada.[58] En el contexto italiano, su nombre hace pensar en Capua; la Eneida sostiene a este respecto que fue fundada por ton Capis que acompañó a Eneas desde Troya, mientras que otra narración sugiere que fue fundada por Romos, quien la llamó así por el abuelo de Eneas.[59] Es más difícil de contestar por qué el sucesor de Capis había de llamarse Capeto. El único Capeto que se registra en la mitología griega es un personaje bastante oscuro, y aparece en una lista de los pretendientes de Hipodamía que fueron asesinados por su padre Enomao.[60] Agripa habría sido clasificado como rey albano mucho después de la época del famoso edil de Augusto, M. Vipsanio Agripa. Se presume que su nombre lo sugirió un personaje legendario de la historia primitiva de Roma, Menenio Agripa, que se suponía había tenido un papel destacado en los hechos que condujeron a la designación del primer tribuno de la plebe.[61] Es obvio que Alba se llamó así por la ciudad, mientras que Tiberino se inventó para que sirviera de epónimo del Tíber; un relato superficial explica que el río se conocía como el Álbula hasta que fue rebautizado en honor a Tiberino después de que éste se hubiera ahogado mientras lo atravesaba con un ejército (o se lo tragó el río después de que muriese en una batalla a su orilla).[62] Aventino era el epónimo de la colina Aventina en Roma. Como padre de Numitor y Amulio, Proca aparecería presumiblemente en el mito fundacional romano antes de la invención de la dinastía de los Silvios. Su nombre, que se puede relacionar con la palabra latina procer, significa caudillo o príncipe.
Nacimiento, abandono y primeros años de Rómulo y Remo
Proca, rey de Alba, que reinó unas doce generaciones después de que la ciudad fuese fundada por Ascanio, tuvo dos hijos de naturalezas contrarias: Numitor, el magnánimo, y Amulio, el despiadado. Aunque Numitor debería haber accedido al trono como hermano mayor, Amulio le envió fuera y entonces asesinó a sus hijos para reforzar su posición.[63] También se hizo con la hija de Numitor, que era conocida como Rea Silvia o como Ilia, y la obligó a convertirse en Virgen Vestal, en apariencia como un honor, pero en realidad para prevenir que se casara y tuviera hijos que pudieran representar un peligro para él. Sin embargo, sus precauciones demostraron ser inefectivas en vista de la intervención divina. Era un deber de las sacerdotisas de Vesta, en Alba como en Roma, ir a recoger agua pura de manantial para usar en el culto de la diosa, y cuando un día la hija de Numitor estaba visitando la arboleda de Marte (dios de la guerra) con este propósito, el dios la tomó por sorpresa y la violó, haciendo que concibiese hermanos gemelos: Rómulo y Remo.[64] Su tío respondió a este inesperado desarrollo con la rudeza de costumbre: ordenó que debería ser encarcelada o ejecutada después del nacimiento de sus hijos[65] y que los recién nacidos deberían ser arrojados al Tíber. Pero de nuevo sus planes estaban destinados al fracaso, porque sucedió que el río se desbordó en aquel momento. En una versión de la historia, los sirvientes del rey pusieron a los niños a flote en una cesta u otro pequeño recipiente, pero las aguas desbordadas los depositaron a salvo en la orilla bajo la colina Palatina, en el sitio de Roma.[66] En otra versión, temiendo acercarse a las aguas rugientes, los hombres dejaron la cesta en el suelo cerca de la ribera del río, de donde el caudal creciente la arrastró y la llevó con suavidad corriente abajo al mismo solar de Roma;[67] o sencillamente dejaron abandonados a los muchachos en la orilla en el mismo sitio de Roma.[68] Fuera cual fuese el curso de los acontecimientos, los gemelos acabaron en un punto del curso del río marcado por un viejo árbol, la Higuera Ruminal (ficus Ruminalis).
La Higuera Ruminal, que supuestamente estaba en el lugar con anterioridad a la fundación de la ciudad, aún podía verse en época de Augusto, aunque por aquel entonces estaba aparentemente en mal estado. Se asociaba a una diosa menor llamada Rumina. Según los anticuarios romanos, su nombre derivaba de la palabra ruma o rumis, término latino que se refería al pecho femenino, y era la deidad que dominaba el amamantamiento de los niños. Si fuera este el caso, se entiende que debían de hacérsele ofrendas de leche, y que su árbol fuese una higuera, que podía relacionarse con la lactancia y la fertilidad por causa de su savia lechosa. Aunque se ha cuestionado que el árbol tuviese en origen algo que ver con Rumina, e incluso que la explicación tradicional de su nombre y naturaleza sea correcta, podemos asumir que el árbol fue incluido en la leyenda de los gemelos (que supuestamente fueron amamantados bajo sus ramas) porque se consideraba que estaba conectado con el amamantamiento. Puesto que el nombre del árbol guarda cierta semejanza con el de Rómulo, algunos autores antiguos, incluido Livio, alegaban que había sido llamado así por él, y que originalmente era conocido como ficus Romularis. Había otro árbol igual en el Comicio (lugar de la asamblea) junto al Foro.
Una loba oyó a los críos llorar cuando estaba bajando al río para beber, y les dio de mamar hasta que fueron descubiertos y rescatados por los de su propia especie.[69] Los lobos estaban especialmente asociados con Marte, el padre de los gemelos, y algunos autores reforzaron esta conexión añadiendo que un pájaro carpintero, el ave de Marte, cuidó también de ellos llevándoles comida en el pico.[70] El hecho de que la Higuera Ruminal estuviera localizada cerca de la gruta de Lupercal, que tiene un nombre que hace pensar en lobos (lupi), puede haber influido en el desarrollo de esta parte de la leyenda.
A pesar de que era frecuente en la leyenda griega que los niños abandonados fuesen amamantados por animales, no hay evidencia de que ningún héroe fuese amamantado por una loba. Según un cuento helenístico atribuido a Nicandro (siglo II a.C.), a Mileto, el fundador de la ciudad jonia del mismo nombre, lo cuidaron lobos por la voluntad de su padre Apolo después de que fuese abandonado por su madre de Creta. Como la leyenda de Mileto seguía otros patrones de la tradición previa (vid. pp. 458-459), en conjunto parece probable que esta versión que implicaba a los lobos fuese inventada por el mismo Nicandro, quizás con la leyenda romana en mente.[71] Sólo otro cuento griego de este tipo se presenta como paralelo de la leyenda de Rómulo y Remo en las seudoplutarquianas Historias paralelas griegas y romanas. Una ninfa arcadia llamada Filonome dio a luz hermanos gemelos, hijos de Ares (el equivalente griego de Marte), y los abandonó en el río Erimanto por miedo a la ira de su padre, pero fueron sacados sanos y salvos a la orilla del río y una loba les dio de mamar hasta que los rescató el pastor Tilifo, que los crio como a sus propios hijos con los nombres de Licasto y Parrasio. A su debido tiempo ellos se establecieron como gobernantes de Arcadia. Atribuido a Zópiro de Bizacio, un autor evidentemente ficticio, no se trata en absoluto de una historia paralela, sino de un mito apócrifo creado por su autor sobre la base de la historia romana.[72]
Al final los gemelos fueron descubiertos por Fáustulo, el jefe de los vaqueros de Amulio, que se los llevó a casa y confió su cuidado a su mujer Acá Larencia. O en otra versión, unos pastores locales tropezaron con ellos y se los pasaron a Fáustulo.[73] El nombre del caritativo Fáustulo se deriva de la palabra latina faustus, que significa afortunado o favorable; era pues portador de buena suerte. Los gemelos fueron criados por él y su esposa en una zona rural aislada, y se mantuvieron a sí mismos gracias a su trabajo cuando crecieron, trabajando con los ganaderos del lugar y construyendo cabañas para refugiarse. Una choza de paja que supuestamente habían construido ellos, la casa Romuli o «cabaña de Rómulo», podía verse en tiempos históricos en la colina Palatina, cerca de los escalones de Caco; y había otra cabaña de este tipo en la colina Capitolina.[74] Como jóvenes acomodados de ascendencia real, los gemelos demostraban que eran más emprendedores que sus vecinos ganaderos, y se convirtieron en sus líderes reconocidos. Se decía que les ayudaron a combatir a los ladrones de ganado, o que incluso actuaban a la manera de Robín Hood, saqueando a los bandidos locales y compartiendo las ganancias con sus amigos rústicos. Se puede sospechar que habrían estado involucrados en el robo de ganado por cuenta propia en la tradición más temprana.[75]
Al final los gemelos descubrieron su identidad verdadera después de que Remo fuese a parar a manos de su padre Numitor en el exilio. Ellos y sus amigos vivían en la colina Palatina, mientras que los ganaderos de Numitor apacentaban su ganado en el vecino Aventino. Los dos grupos tenían continuas disputas sobre derechos de pasto y otros asuntos. Un día, después de que las disputas se volvieran violentas, los vaqueros de Numitor capturaron a Remo en una emboscada mientras su hermano y sus amigos asistían a un sacrificio (o tomaban parte del desordenado festival de las Lupercales), y lo llevaron delante de su señor bajo la acusación de robo de ganado. En otra versión lo llevaron frente a Amulio, que lo puso en manos de su hermano para que lo juzgara. Al enterarse de la mala situación de Remo, Fáustulo le contó a Rómulo todo lo que sabía o había adivinado acerca del origen de los dos hermanos y su nacimiento real. Fortalecido por este conocimiento, Rómulo corrió ante Numitor para interceder por su hermano. Numitor ya había deducido del noble aspecto de Remo y su conducta que podía ser algo más que un ganadero ordinario, y por eso había estado investigando por su cuenta. Así que cuando llegó Rómulo, ordenó la liberación de Remo (si es que no lo había hecho ya) y reconoció a los jóvenes como nietos suyos. Entonces los tres conspiraron juntos para vengar los males que les había infligido Amulio. Con ayuda de sus rústicos amigos, que ya antes se infiltraban en Alba por rutas separadas, Rómulo y Remo cogieron desprevenido en el palacio a Amulio y lo mataron; y Numitor convocó una reunión de ciudadanos para revelar los crímenes del usurpador y reclamar su derecho al trono. Las diferentes versiones de la historia varían notablemente en sus detalles: por ejemplo, Livio ofrece una versión en la que Remo fue enviado ante Numitor bajo cargos falsos por bandidos locales a los que él y su hermano habían saqueado; y la escena del reconocimiento en la que Numitor se pone al día con sus nietos a veces era muy elaborada por influencia de otras comparables de la tragedia griega. Sin embargo, el patrón general es siempre muy parecido.[76]
Los gemelos se ponen en camino para fundar Roma. El concurso de augurios y la muerte de Remo
En lugar de permanecer en Alba bajo el gobierno de su abuelo, Rómulo y Remo decidieron fundar una ciudad propia junto al Tíber, en la zona donde habían tocado tierra y habían pasado sus felices años de infancia. Numitor aprobó su plan (o incluso lo sugirió él mismo en una versión) y les asignó compañeros y tierra para su nueva colonia.[77] Pero los gemelos enseguida discutieron bien por el emplazamiento de la ciudad, porque Rómulo quería establecerla sobre el Palatino, mientras que Remo prefería el Aventino, bien por el trono, puesto que cada uno quería convertirse en gobernante y darle su nombre, como Roma o como Rémora. Acordaron someter su disputa al arbitrio de los dioses buscando un presagio en el vuelo de los pájaros, la forma de adivinación preferida en la antigua Italia. Así que Rómulo eligió la colina Palatina como lugar de observación, mientras Remo se dirigía al Aventino, a poca distancia, hacía el sur. Aunque por lo común se aceptaba que Rómulo cantó victoria tras observar el vuelo de doce buitres (una de las más importantes aves augúrales), el curso de la historia varía en las distintas versiones. En el relato más antiguo que ha sobrevivido en la cita de algunos versos de un poema de Ennio, en apariencia Remo no vio ningún pájaro (incluso aunque el pasaje acabe demasiado pronto para que esto sea del todo cierto).[78] En otras narraciones, Remo vio seis buitres antes de que Rómulo viera sus doce, y así el significado de los augurios era todavía más discutible, ya que podían interpretarse como favorables tanto para Rómulo en cuanto al número, como para Remo en cuanto a la prioridad. Según Livio, estalló una pelea entre los partidarios de cada hermano y Remo fue asesinado en la refriega.[79] No obstante, era más común la creencia de que Rómulo fue declarado victorioso y Remo encontró la muerte poco después en otras circunstancias.
Para delimitar las fronteras (pomerium) de la nueva ciudad, Rómulo unció un toro y una vaca juntos y aró un surco alrededor de la base de la colina Palatina; después de sacrificar al ganado del yugo y otras víctimas, puso a sus seguidores a trabajar para levantar un muro defensivo a lo largo de la línea del surco y edificar la propia ciudad. Mientras el muro estaba en construcción, Remo, que aún estaba apenado por haber sido derrotado en la competición de los augurios, se burló de su hermano saltando por encima del parapeto a medio levantar, cometiendo así deliberadamente un acto de mal augurio. Puede ser que lo hiciera con una intención más positiva, para mostrar lo inadecuado de las fortificaciones. De cualquier manera Rómulo, enfurecido, lo mató en un ataque de ira, condenando a cualquiera que en el futuro osase saltar las murallas a sufrir un destino similar.[80]
Han sobrevivido dos mitos de la tradición griega que mantienen cierta semejanza con la historia romana. Se decía que un gobernante beocio poco conocido llamado Pemandro, que fue el fundador epónimo de Pemandria (cerca de Tanagra o quizá identificable con ésta), había matado a su hijo Efipo por saltar un foso defensivo que había dispuesto alrededor de su ciudad.[81] En una versión algo distinta, mató a su hijo (aquí llamado Leucipo) con una piedra por accidente cuando amonestaba a un constructor que había menospreciado el foso y lo había saltado.[82] En la otra historia de este tipo, de la que se conserva un mero esbozo, se decía que Eneo había matado a su hijo Toxeo por «saltar sobre el foso» en su ciudad de Calidón (cf. p. 538).[83] Estas leyendas —o por lo menos lo poco que se conoce de la segunda— parecen tener la misma moraleja que la de Remo, a saber, que cualquiera que viole un círculo defensivo comete un acto ominoso que merece un castigo drástico, con independencia de cualquier relación de parentesco. En tiempos históricos, cualquiera que saltase los muros de Roma podía en efecto ser condenado a pena de muerte. En cuanto a esto, debería tenerse en cuenta que para romanos y etruscos (no así para los griegos) las murallas de una ciudad eran sagradas. No existe razón que haga suponer que la leyenda de la muerte de Remo se basara en el modelo de historias de Grecia; esto fue evidente para Ennio y es probable que fuese una característica central de la leyenda de la fundación en época temprana. Evidentemente el acto fratricida de Rómulo, aunque pudiera justificarse desde determinado punto de vista, llegó a sentirse como algo vergonzoso, pues varios relatos hacen hincapié en que más tarde él sintió fuertes remordimientos o que incluso se le absolvió totalmente del asesinato. En la versión de los Fastos de Ovidio, por ejemplo, un tal Celer, que se hizo cargo de la autoridad durante las labores de construcción, recibió de Rómulo la orden de matar a quien se atreviese a saltar los muros; y cuando Remo, que no había oído la orden de su hermano, se mostró desdeñoso y saltó por encima de ellos para demostrar su ineficacia, Celer lo golpeó hasta la muerte con una pala.[84]
Rómulo consigue población para su nueva ciudad. Enfrentamiento con los sabinos. Muerte y apoteosis
Entonces, como soberano único e indiscutido de la pequeña comunidad, Rómulo se dispuso a conseguir más ciudadanos abriendo un santuario o asylum (del griego asylon —el nombre y la institución son griegos, sin equivalente próximo en Italia—) en la colina Capitolina, en la depresión entre sus dos cumbres. Hombres sin tierra y mendigos, esclavos huidos y criminales acudieron allí con diligencia desde las tierras de alrededor.[85] Pero el futuro de la ciudad no estaba todavía asegurado porque también se necesitaban mujeres, y los pueblos vecinos rechazaban toda propuesta de matrimonio, en parte por los orígenes dudosos de muchos de sus ciudadanos. Así que Rómulo recurrió a una artimaña. Invitó a los hombres de los territorios colindantes, en especial a los sabinos, a que asistieran a la festividad romana de las Consuales con sus esposas e hijos, anunciando que habría sacrificios espléndidos y juegos y espectáculos públicos. Durante la festividad, en respuesta a una señal convenida, los hombres jóvenes de Roma se precipitaron en el gentío y se llevaron a todas las muchachas solteras. El episodio ha llegado a ser conocido como el rapto (es decir, secuestro) de las sabinas. Después de que los demás visitantes hubieran huido, Rómulo intentó tranquilizar a las cautivas prometiéndoles que serían tratadas con respeto apropiado si se casaban con ciudadanos romanos; y ellas acabaron con aceptar su suerte. Algunos autores están de acuerdo con la afirmación de Livio de que fueron capturadas treinta jóvenes, mientras que otros sugieren que había muchas más, en torno a quinientos.[86]
A pesar de que las doncellas secuestradas aceptaron su situación, sus relaciones eran menos filosóficas y llevaron a las dos ciudades a la guerra. Pero aunque los estados más pequeños podían ser derrotados con facilidad, los sabinos, bajo las órdenes de su rey Tito Tacio, representaron más de una amenaza. Marcharon contra Roma y tomaron el Capitalino gracias a la traición de Tarpeya, la hija del comandante de la ciudadela, que les abrió las puertas en secreto porque codiciaba sus brazaletes de oro. En pago por su ayuda, le habían prometido darle «lo que llevaban en sus brazos izquierdos»; pero cumplieron su promesa de manera harto diferente a lo que ella había estado esperando, aplastándola hasta la muerte bajo sus escudos (porque también los llevaban en su brazo izquierdo).[87] Igual que en relatos griegos de traición filial (vid. pp. 326 y 445), los sabinos estaban tan escandalizados por el comportamiento de Tarpeya (incluso aunque se hubiesen beneficiado) que prefirieron matarla antes que recompensarle por ello. Tras este éxito inicial, los sabinos pudieron usar el Capitolíno como base para atacar a la principal fuerza romana en el Palatino. Los ejércitos enfrentados chocaron en el terreno bajo entre las dos colinas, en el lugar del Foro, que entonces era una tira de tierra pantanosa y sin drenar. Siguió una batalla muy reñida en la que los romanos empezaron a sacar ventaja, pero como los dos ejércitos se estaban preparando para el enfrentamiento final, las mujeres raptadas, en aquel momento muchas de ellas madres y con sus hijos en brazos, se interpusieron entre romanos y sabinos y les exigieron que hicieran las paces, declarando que preferían morir antes que perder a sus maridos por un lado o a sus padres por otro. Esta súplica tuvo el efecto deseado, y los dos líderes se adelantaron para definir las condiciones. No sólo acordaron una tregua, sino que también decidieron que sus dos pueblos deberían estar unidos en una única nación bajo su mando conjunto. Rómulo permaneció en el Palatino con los primeros colonos mientras Tito Tacio y sus sabinos se asentaron en el Capitolino y en el Quirinal.[88] Esto completa el ciclo de la leyenda que empieza con el establecimiento del asilo por Rómulo. Como consecuencia de la guerra, Roma recibió más ciudadanos, y la llegada de los sabinos justifica el fuerte elemento sabino en la población. El período de reinado dual siguiente en el que se suponía que Tito Tacio gobernaría junto a Rómulo pudo servir de precedente para el consulado dual de la era republicana.
Este enigmático colega de Rómulo, que nunca encontró su sitio en la lista canónica de los reyes romanos, es probable que fuera una figura de invención relativamente tardía. Se decía que había dado su nombre a una de las tres tribus romanas primitivas, los ticios o ticienses, y que había fundado uno de los colegios sacerdotales menores en Roma, los Titii Sodales, cuya función se desconoce. Antes de que pasara mucho tiempo, provocó su propia muerte por un acto de injusticia, dejando que Rómulo gobernara solo de nuevo. Sucedió que una vez unos embajadores de Lavinio fueron víctimas de un asalto en Roma, y sus compañeros de la ciudad exigieron una compensación. Tito Tacio se negó a pagar porque los hombres que habían perpetrado el ataque eran parientes suyos; y cuando después él visitó Lavinio para realizar un sacrificio anual (cf. p. 759), los ciudadanos se amotinaron y lo asesinaron.[89]
Dejando aparte bastante material ajeno, seudohistórico y etiológico, podemos concluir con la historia de la muerte de Rómulo. Un día, mientras pasaba revista a sus tropas en el Campus Martius (Campo de Marte) justo a las afueras de la ciudad, se desencadenó una violenta tormenta eléctrica y quedó envuelto en una nube tan espesa que impedía que pudiera ser visto. Cuando la tormenta amainó, no lo encontraron en ningún sitio, y nunca se pudo hallar rastro alguno de él. Mientras los romanos discutían acerca del significado del misterioso evento, un tal Julio Próculo, granjero de Alba Longa, llegó al Foro para informar de que el glorioso Rómulo se le había aparecido y le había contado que se había convertido en el dios Quirino, y que Roma estaba destinada a convertirse en la capital del mundo.[90] Después de haber sido uno de los más grandes dioses en Roma, como lo demuestra el hecho de que su flamen (sacerdote especial) figuraba junto a los de Júpiter y Marte como uno de los flamines maiores, Quirino parece haber sufrido algo así como un eclipse. Presumiblemente se identificó a Rómulo con él porque era un dios asociado a lo militar del que se pensaba que compartía cierta semejanza con Marte (fuese cual fuese su naturaleza original). Si los historiadores se alegraron de mantener la verdadera índole de la marcha de Rómulo como un misterio, un poeta como Ovidio pudo describir cómo su padre Marte había descendido de los cielos en su carro teñido de sangre para llevárselo a su nuevo hogar entre los dioses.[91] Ya que esta historia de la apoteosis del fundador era de evidente inspiración griega, y no hay prueba de ningún culto primitivo de Rómulo en Roma, sin duda se trata de un añadido relativamente tardío a la leyenda de la fundación, originado en el siglo II o III a.C.
Hay también narraciones de índole racionalista en las que se cuenta que Rómulo había sido asesinado en secreto. En una de tales versiones, los patricios conspiraban contra él porque consideraban que ya no gobernaba como un rey, sino que ejercía su poder de forma arbitraria y tiránica. Así que se reunieron para darle muerte en la casa del Senado; después cortaron su cuerpo en pequeños pedazos y se los llevaron bajo sus ropas para enterrarlos en secreto.[92] La muestra más primitiva de esta historia aparece en una anécdota de Plutarco que sugeriría que era una historia familiar hacia 67 a.C., pues durante la controversia sobre la Lex Gabinia de aquel año, que otorgaba poderes excepcionales a Pompeyo, se supone que uno de los cónsules había gritado que Pompeyo se encontraría con el mismo destino que Rómulo si se disponía a imitarlo.[93] En otro relato del mismo tipo, unos ciudadanos recién alistados que tenían motivos de queja contra Rómulo, aprovecharon la tormenta antes mencionada en el Campo de Marte para acabar con él mientras estaba oculto a la vista.[94]
Un importante asunto que debe ser tenido en cuenta es la cuestión del origen de la leyenda de Rómulo y Remo. ¿Se trataba de un auténtico producto de la imaginación romana, quizá originado incluso en el folclore? Y ¿es posible sacar alguna conclusión sobre la época en que se originó? El relato del abandono y la asombrosa liberación de los gemelos sigue un patrón que es muy familiar en el mito griego, en el que un héroe es concebido por un dios con una muchacha soltera que de alguna manera está aislada de la vida familiar ordinaria, y es abandonado tras su nacimiento, pero se salva gracias a los cuidados de un animal, que amamanta al crío hasta que es descubierto por un pastor o un vaquero. Entonces el campesino lo cría en un aislamiento pastoril hasta que reaparece para cumplir un destino excepcional. Es más, los gemelos aparecen en algunos mitos griegos de este estilo, como el de Pelias y Neleo (cf. p. 496). Sí la historia del abandono y rescate de Rómulo y Remo no tenía un origen nativo, con seguridad no habría sido un asunto difícil para cualquier autor griego o romano inventarlo imitando famosos relatos griegos como éstos; y precisamente porque los paralelismos son tan llamativos, y también por otra serie de razones, muchos eruditos clásicos se sintieron inclinados en algún momento a creer que era una ficción literaria de origen tardío. De todas formas, las historias de abandonos y rescates de niños de origen real no están para nada restringidas al mito griego, sino que son un modelo muy extendido que se atestigua en las tradiciones de otros pueblos indoeuropeos y aún más lejos. Así que no hay ninguna incongruencia inherente en la idea de que la leyenda de Rómulo pueda haberse desarrollado en Roma con independencia de un influjo griego, incluso como cuento folclórico. En parte como resultado de admitir un muestreo más amplio de evidencias comparativas, pero sobre todo consecuencia de una revalorización de los aspectos relevantes en las tradiciones griega y romana, en décadas recientes se ha dado un cambio muy marcado en este consenso, y muchas autoridades se inclinan ahora por aceptar que la leyenda de Rómulo y Remo era una historia realmente antigua de origen indígena.
Aunque no hay evidencia positiva que muestre con exactitud cuándo nació la leyenda del abandono de Rómulo y Remo, podemos al menos estar seguros de que era familiar en la Roma de finales del siglo IV a.C. Livio refiere que dos magistrados (curule aediles) romanos, Cneo Ogulnio y Quinto Ogulnio, erigieron una estatua de la loba y los gemelos cerca de la Higuera Ruminal en 296 a.C., y la pagaron con las multas que habían cobrado a los usureros.[95] Unos 30 años después, es probable que en 266 a.C., este conjunto de la loba y los gemelos aparecía en las primeras monedas de plata acuñadas en Roma. Esto puede querer decir que la historia no sólo estaba bien arraigada en este período, sino que en Roma había adquirido el estatus de leyenda fundacional estándar aceptada. Y como el historiador menor Calías, que trabajó en la corte de Agatocles de Siracusa (muerto en 289 a.C.), es el autor griego más temprano que se pueda datar en relacionar a Rómulo con la fundación de Roma,[96] la evidencia en la literatura griega no nos lleva más allá. En el caso de que la leyenda de Rómulo y Remo fuera en efecto una invención nativa, es razonable asumir sin embargo que la historia básica era bastante antigua, quizá se podría datar hacia el temprano siglo VI a.C.
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