Al igual que sucede en Hafarroa, en las zonas del sur de Araba no se conservan tantas leyendas como en el norte. Tal vez esto se deba también a que están menos pobladas y a que la influencia de otras culturas ha sido más fuerte en esta zona.
Sin embargo, existen algunas leyendas de “moros y cristianos”, cuyas raíces se encuentran seguramente en la larga convivencia y las luchas que mantuvieron unos y otros.
Hace muchos siglos, cuando los alaveses sostenían duras batallas contra los musulmanes que habían atacado sus tierras, tuvo un hecho singular en la zona de Zaitegi (Cigoitia).
En una ocasión en la que los alaveses habían causado muchas bajas al ejército enemigo y esperaban que éste se rindiese o se retirase, se encontraron con la sorpresa de que, al día siguiente, el ejército musulmán era igual de numeroso que la víspera. De nuevo volvieron a luchar y a vencer, dejando el campo lleno de cadáveres, pero al amanecer el enemigo volvió a presentar batalla con el mismo número de soldados que los dos días anteriores.
Una y otra vez ocurría lo mismo, hasta que, un día, un soldado alavés decidió averiguar la razón de hecho tan misterioso. Después de la batalla, y mientras sus compañeros dormían, el joven se quedó de centinela, sin perder de vista el campo enemigo.
A medianoche apareció una sombra, que se agachó junto a uno de los soldados musulmanes que había muerto aquella misma tarde, cogió un poco de ungüento de un pucherillo de barro que llevaba, untó con los dedos las heridas del muerto y, al momento, éste se levantó como si acabase de dormir una siesta.
El alavés no creía lo que veían sus ojos. Acercándose con sigilo, pudo comprobar que se trataba de una bruja que había sido expulsada de Araba debido a sus malas artes y que, para vengarse, vivía con los enemigos y los resucitaba para que pudiesen vencer a los alaveses.
Sin pensárselo dos veces, el joven cogió su lanza y atravesó con ella a la bruja y al musulmán recién resucitado. Los dos cayeron muertos. Cogió entonces el puchero y untó la herida de la vieja con un poco de ungüento para ver si realmente funcionaba. La bruja resucitó al instante y le dijo:
—¡No me mates otra vez, por favor! Yo te enseñaré a hacer este ungüento prodigioso.
Pero el soldado, sin hacerle caso, le clavó la lanza y la mató definitivamente.
Muy contento por lo que acababa de averiguar, el joven corrió a su campamento y les contó a los demás lo que había ocurrido. Los otros no podían creérselo; entonces, él les dijo:
—Matadme y luego me untáis bien las heridas con este ungüento. ¡Ya veréis!
Naturalmente, sus compañeros no querían hacerlo, pero él insistió tanto que, al fin, lo mataron; después, lo untaron bien con el ungüento, y al punto resucitó.
Rápidamente, utilizaron la pócima mágica para resucitar a todos los alaveses que habían muertos durante los días anteriores, y esta vez vencieron a los musulmanes para siempre.
¿Y qué pasó con el ungüento? Bueno..., se les acabó y no se les ocurrió guardar un poco para hacer más, así que la fórmula mágica se perdió, y aunque muchos han sido los que han intentado descubrirla, que nosotros sepamos, nadie lo ha conseguido..., todavía..
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