EN la proximidad, debajo de esas enormes rocas, mana un riachuelo cuyas
aguas calientes le dan nombre, y en rápidos giros corre luego hasta ocultarse en las
blancas arenas de la selva impenetrable.
Dice la tradición, que la virgen Pinú (linda) la graciosa india de trenzas de ébano,
de dulces y negros ojos, adornó una mañana sus desnudos brazos y su precioso cuello
con nacar y cuentecillas de oro; tomó su cántaro de rosada arcilla, y con los nacientes
rayos de la primera luz, se fué sola a la fuente en busca de agua cristalina.
Su leve piesecillo movió las arenas, y sorprendidas las aguas despertaron á un
génio invisible que dormía sobre la tranquila superficie del lago.
Al ver tanta belleza en Pinú, enamoróse el génio, y la encantó con las suaves
armonías de su mágica flauta, ocultándola entre las frescas y verdes grutas de
enredaderas, y haciéndola invisible como el perfume de las flores.
Su tribu la buscó inútilmente y después la lloró, vistiéndose de amarillo los
Tajibos.
Airado el pueblo incendió las selvas en que vagaba oculto el génio y pasó tres
veces la estación de las rosas y de todas las flores.
Agruparon después en grandes pilas los formidables troncos del bosque é hicieron
enormes hogueras para calentar en las brasas las grandes rocas de la montaña, las que
candentes arrojaron á la pérfida fuente para eterno castigo.
Desde entonces el agua nace hirviendo en los manantiales y corre por el riachuelo
dándose vuelta, semejando
furiosas serpientes.
La fuente ya no duerme
tranquila acariciada por los
gratos perfumes del aura, y el
pobre leñador indio, que pasa
por las cercanías llorando la
infortunada suerte de la inocente
Pinú, escucha desde léjos el
eterno quejido que como castigo,
le ha sido impuesto por el
espíritu de la suprema justicia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario