sábado, 16 de marzo de 2019

El celemín de trigo

José Antonio Quesada
Cuentan los cronistas que el rey de León era tan aficionado a la guerra como a la
caza. Y que procuraba dedicarle tanto tiempo a la una como a la otra. Así, cuando no
estaba ocupado en ensanchar su reino a costa de los moros (o a defenderlo, porque no
siempre pintaban oros), le placía recorrer sus tierras en busca de jabalíes, venados o
cualquier otro animal menor que pudiera proporcionarle un festín tras la jornada. Le
acompañaban en estas correrías cinegéticas muchos de sus nobles, entre ellos el
conde Fernán González, que administraba en nombre de su rey unas tierras situadas
en el Oriente del reino leonés: Castilla. El conde, hombre aguerrido, gozaba de la
sincera estima del monarca. Ambos habían combatido juntos a los ejércitos califales y
habían obtenido victorias tan decisivas como la de Simancas.
En una de aquellas jornadas de caza, se presentó el conde a lomos de un
magnífico corcel y llevando en su antebrazo un majestuoso azor. Fue verlos el rey
leonés y quedarse prendado de los dos animales. Tanto es así, que pidió de inmediato
al conde que les pusiera precio. El castellano, que no quería en absoluto desprenderse
de aquellos ejemplares, trató de zafarse de la petición real alegando que no era
caballeroso someter al rey de la cristiandad a un regateo indigno, más propio de
comerciantes infieles. Pero el monarca, empecinado en hacerse con los animales, hizo
caso omiso de la sutil negativa de su vasallo e insistió una y otra vez en comprarlos.
Fernán González, que no quería desairar al rey con una rotunda negativa ni ofenderlo
con la petición de una cantidad demasiado alta decidió ofrecérselos a un precio
simbólico. Un celemín de trigo que habría de duplicarse por cada día que pasara sin
que el monarca saldara la deuda. Alborozado por un precio tan ridículo, el rey leonés
se hizo con los animales ante la mirada enigmática del conde.
Pasó el tiempo y, como tal vez esperaba el noble, el rey de León olvidó por
completo saldar la deuda. Fernán González siguió guerreando y cazando con el
monarca hasta que un día decidió que había llegado el momento de reclamar lo que
en justicia le pertenecía. Solicitó audiencia real y expuso ante el atribulado rey el
montante final. Después de tanto tiempo, la cantidad era tan desorbitada que no había
tesoros en todo el reino para satisfacerla. El monarca pidió entonces a Fernán
González que plantease alguna alternativa de su interés con la que poder dar por
saldada la deuda. El conde pidió Castilla y el rey de León no tuvo más remedio que
conceder aquellas tierras a Fernán González, y reconocerlo como primer conde
independiente.
Se producía así el nacimiento de Castilla como entidad política diferenciada del
reino de León.

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