Cuando se habla de brujería normalmente se piensa en las brujas, mas raramente en los brujos. Sin embargo, también hay hombres brujos en los aquelarres. Puede que sean menos numerosos que las brujas, pero también los hay.
Uno de los brujos más famosos de Euskal Herria es el de Bargota, en Nafarroa. Juanis nació y fue cura de Bargota en el siglo XVI. Consiguió su fama por los prodigios que se le atribuían y que comenzaron en los tiempos en los que estudiaba para ser cura en Salamanca.
He aquí dos pequeñas narraciones sobre él.
El avaro
Un vecino del brujo Juanis de Bargota, un pueblo de Nafarroa, tenía una deuda con un avaro de la localidad. El hombre trabajaba de sol a sol, pero no conseguía saldar la deuda.
—No te preocupes—le dijo Juanis, enterado de lo que le ocurría—. Tengo doscientos chivos en el corral. Dile que te perdone lo que le debes y que te dé dos mil reales, yo le daré los chivos, que valen mucho más.
El prestamista firmó el trato después de ver los chivos. Al día siguiente, muy contento con el negocio que había hecho, fue a sacar los chivos. Abrió las puertas del corral y salió primero el chivo jefe de la manada, y detrás los otros, de dos en dos. Al salir, todos levantaban la cola y le hacían una reverencia doblando las rodillas e inclinando la cabeza. Al ver esto, el avaro, asustado, pensó que era cosa del diablo, se santiguó y los chivos desaparecieran.
Pasado el susto, el avaro fue en busca del hombre y le reclamó el dinero que le había pagado por los animales y también la deuda, puesto que los chivos habían desaparecido y por lo tanto él no había ganado nada, pero el amigo de Juanis le mostró el papel que había firmado, y el avaro se quedó con un palmo de narices.
El viaje a Pamplona
Un año, Juanis de Bargota decidió ir a las fiestas de San Fermín. Normalmente se trasladaba de un sitio a otro montado en una nube, pero aquel día el cielo estaba totalmente azul, así que tuvo que ir andando.
Cuando llegó a Pamplona estaba tan cansado que se dirigió a una posada, a fin de descansar y pasar la noche. La dueña de la posada le dijo que, debido a las fiestas, no tenía ni una sola cama libre.
Juanis le pidió que, por lo menos, le dejase dormir sobre una alfombra. La dueña, al verlo tan agotado, accedió, y llevó una pequeña alfombra a uno de los dormitorios en el que había una cama que ya estaba ocupada por dos huéspedes.
Los ocupantes de la cama estaban profundamente dormidos. Juanis los contempló durante unos segundos y luego empezó a toser con fuerza, hasta que los otros se despertaron.
—Lo siento, señores, no era mi intención despertarles —se disculpó.
A continuación, se sentó en la alfombra.
—No se asusten —añadió—, pero yo acostumbro a dormir sin cabeza.
Los dos ocupantes de la cama lo miraban asombrados, temiendo que estuviese loco. En eso, Juanis empezó a desatornillarse la cabeza y la dejó sobre la mesilla. Los dos huéspedes, al ver aquello, lanzaron un grito de horror y salieron corriendo de la habitación.
El brujo se puso la cabeza de nuevo, se acostó en la cama y se quedó dormido.
Mientras tanto, los dos asustados clientes habían ido en busca de ayuda y volvieron acompañados del posadero, su mujer y varias personas más, todas fuertemente armadas.
Al entrar en la habitación encontraron a Juanis durmiendo plácidamente, con cabeza y todo. Ni qué decir tiene que los dos pobres asustados fueron tomados por locos, que tuvieron que recoger sus cosas y abandonar la posada.
El brujo de Bargota durmió a pierna suelta hasta bien entrado el día siguiente, y se limitó a sonreír cuando, a la hora del desayuno, la posadera le contó lo ocurrido.
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