Al final de la dinastía de los Yuan, los ocupantes mongoles habían impuesto una ley
marcial draconiana para luchar contra las rebeliones que habían salpicado su
dominación. El yugo del extranjero era tan despiadado que en varias provincias del
Imperio habían estallado numerosas insurrecciones, desencadenando terribles
represiones. Pero los jefes de los rebeldes nunca habían llegado a unirse, y en
ocasiones se libraban combates fratricidas. China era víctima de una interminable
guerra civil que la recorría a sangre y fuego.
En aquella época conmocionada, vivía un adepto del Tao llamado Chang Chung.
Era un fisonomista y un adivino de gran fama. Uno de los jefes de la rebelión, el
general Shou Yuan Chang, fue a consultar al taoísta para conocer su futuro. Éste lo
examinó un instante echándole un vistazo y contestó:
—En estos tiempos inciertos, muchos son los que sueñan con expulsar a los
mongoles y subir al trono del Hijo del Cielo. Sólo uno de ellos es el elegido de los
dioses. Creo que eres tú.
—¿Qué te hace decir eso?
—Tienes la frente de un dragón y los ojos de un fénix. Son los signos de la
realeza. He tenido además una visión en la que tu principal rival, Shen You Liang,
recibía una herida mortal.
Finalmente, la observación de las estrellas anuncia una nueva dinastía y la paz
para China.
El general invitó al adivino a seguirle. Le necesitaba como consejero. Chang
Chung declinó su invitación. El visitante insistió, poniendo de relieve que era preciso
que le ayudara a poner fin a los sufrimientos de todo un pueblo. Por compasión, el
taoísta aceptó.
Chang Chung acompañó a Shou Yuan Chang en sus campañas militares, que
consistían principalmente en luchar contra el ejército de su rival Shen You Liang.
Los combates entre ambos bandos habían causado estragos durante varios días,
provocando terribles pérdidas de una y otra parte. El ejército de Shou Yuan Chang,
inferior en número, se encontraba en una posición adversa. El general hizo venir al
adivino a su tienda y le explicó que no tenía otra elección que batirse en retirada,
esperar refuerzos y contraatacar en un momento más favorable. Chang Chung el
taoísta contestó:
—Sería un grave error. Mantén tus posiciones hasta el anochecer, y mañana, al
alba, obtendrás la victoria.
—¡Es imposible! —exclamó el experimentado estratega—. No tenemos ninguna
posibilidad.
—Confía en mí. Ya te predije la muerte de tu adversario. Estará mortalmente
herido de aquí al anochecer. Mañana, su ejército estará desmoralizado.
Shou Yuan Chang confió en su adivino. Éste no era de esos hombres que dan
consejos sin aplicárselos a sí mismos. Además estaba muy interesado en anticipar el
final de esa guerra civil y de su cortejo de desgracias. Experto en artes marciales
interiores como lo son muchos taoístas, se lanzó, pues, a la pelea con su bastón como
única arma y su ciencia de esquivar como única coraza. Su ejemplo galvanizó a las
tropas, que resistieron hasta la caída de la noche.
A la mañana siguiente, al alba, el general Shou Yuan Chang irrumpió en la tienda
de Chang Chung para anunciarle que su predicción era errónea. El ejército enemigo
estaba en orden de batalla, listo para el asalto. El adivino cerró los ojos un instante y
contestó:
—Shen You Liang ya ha muerto. Lo veo muy claramente. Es posible que sus
lugartenientes hayan hecho creer al ejército que sólo estaba herido para no
desmoralizarlo. Envíame, pues, a parlamentar con él, y saldremos de dudas.
El Estado mayor enemigo se negó a que el taoísta negociara directamente con su
jefe. El taoísta sonrió y dijo:
—Sé que Shen You Liang ha muerto. Si os unís a Shou Yuan Chang, salvaréis
vidas humanas y os convertiréis en los generales del portador de los signos del Hijo
del Cielo. En caso contrario, nuestros heraldos están preparados para proclamar en el
campo de batalla que vuestro jefe no es ya de este mundo. Vuestras tropas se
desmoralizarán y sabrán que les habéis mentido. Perderán toda confianza en vosotros.
Impresionados, los comandantes enemigos se pusieron bajo la bandera de su
adversario, sellando de este modo la unidad de las fuerzas rebeldes.
Chang Chung el adivino ayudó en más de una ocasión al generalísimo de los
guerrilleros a tomar las decisiones oportunas que le aseguraron victorias decisivas
hasta la derrota final de los mongoles. Shou Yuan Chang subió al trono y fundó la
brillante dinastía de los Ming, que garantizó de forma duradera la paz y la
prosperidad en el Imperio del Medio.
El taoísta solicitó la autorización para retirarse lejos de la corte, pues estimaba
que su misión había concluido. El nuevo dueño de China no entendía la cosa así. Le
contestó que tenía necesidad de sus sabios consejos para dirigir los asuntos del Estado
y desbaratar los complots. Chang Chung insistió en su deseo de partir, volvió a pedir
su libertad, en nombre de su vieja amistad, alegando que deseaba seguir caminando
por la Vía, lejos de las intrigas de la corte. El emperador lo tomó a mal y decretó el
arresto domiciliario de su adivino, con prohibición de abandonar la capital. Esto no
hizo más que confirmar las premoniciones del taoísta, quien, como buen fisonomista,
había observado que la mirada y los rasgos de Shou Yuan Chang habían cambiado. Se
asemejaban cada vez más a los del tigre devorador de hombres. Veía también una
nube negra que nimbaba siempre su cabeza. Y el futuro confirmaría estos malos
presagios…
Tras algún tiempo de residencia vigilada, un oficial alarmado vino a advertir al
soberano de que el adivino había desaparecido misteriosamente. Este militar dirigía a
los guardias que escoltaban de manera permanente a Chang Chung con orden de no
dejarlo ni a sol ni a sombra. Pero mientras su palanquín cruzaba el más elevado de los
puentes que atraviesan el río, la escolta se percató de que había sido burlada. Furioso,
el emperador ordenó que se registraran las orillas río abajo, sin éxito, y luego mandó
fijar en todo el Imperio carteles de busca y captura del llamado Chang Chung, con su
retrato.
Un mes más tarde, un mensaje del gobernador de la provincia del Ganxu anunció
que el adivino había sido visto cruzando la frontera del oeste el día decimocuarto del
cuarto mes. Eso correspondía al día siguiente de su desaparición. ¡Y estaba a más de
tres mil li de la capital!
El futuro le dio la razón a la huida del taoísta. El emperador, como muchos jefes
de Estado, se volvió paranoico. Mandó ejecutar por alta traición a todos sus antiguos
compañeros, a todos aquellos que le habían ayudado a subir al trono.
Así son las cosas en el mundo de los poderosos.
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