Cuando principió el mundo la mata de yuca era una persona como
nosotros, era hombre, se llamaba Can-Tim, padre de las yucas. Vivía
como indio y se convertía en yuca para que ellos comieran. Tenía mujer
e hijos, grandes y pequeños. Pero ella era vieja y floja.
-Tú no trabajas duro -le dijo una vez Can-Tim. Tú siembras con
pereza; cocinas mal y no me sirves como mujer.
La vieja se puso muy brava. En un descuido de Can-Tim, lo agarró
por las orejas y se las arrancó.
Enojado y ofendido, Can-Tim abandonó la choza con sus hijos mayores.
Dejó a la vieja con los niños más pequeños. Su gran conuco de
yucas se fue con él. Allí sólo se quedaron las batatas y los mapueyes.
Can-Tim no regresó el día siguiente ni el otro. No volvió más.
-Tu papá no aparece -dijo la vieja-. Vamos al conuco a buscar yuca
para hacer mañoco16.
Pero ni una raíz de yuca encontraron.
A los pocos días se cansaron de las batatas y de los mapueyes. Estaban
acostumbrados al cazabe y al mañoco.
-¿Dónde estará mi papá? -preguntó el más grande.
-Él nos daba yuca -respondió el otro pequeño.
Una mañana decidieron ir a buscarlo y se volvieron un par de loros.
Volaron hacia donde muere el Sol y dieron vueltas y vueltas hasta donde
nace, y allí encontraron a su padre.
Can-Tim estaba en medio de una fiesta, rodeado de sus hijos mayores.
Los pequeños le contaron las causas del viaje y el padre les explicó
el motivo de su fuga y abandono de la casa. Sin embargo, les prometió
regresar una noche para llevarles suficiente comida.
-Pero eso sí -les dijo-, háganme una buena curia11 para cuando yo
vaya.
Los chiquitos retomaron donde la vieja. No le contaron nada de lo
sucedido. En la noche, como ellos dormían con su mamá en un mismo
chinchorro, dejaron caer un pedacito de cazabe y ella les preguntó:
-¿Qué comen?
-Nada -contestó el mayor.
-Sin embargo, huele a tu papá.
-¿Por qué te acuerdas de nuestro padre ahora -dijo el menor-, si por
tu culpa nos abandonó?
-Huele, huele a tu padre -repetía mientras buscaba, hambrienta, por
todos los rincones de la choza.
Al levantarse prepararon la curia, a escondidas de su mamá. La taparon
con hojas de platanillo para mayor seguridad.
En la mitad de la siguiente noche llegó el viejo con sus otros hijos y
sus nueras. Los menores se levantaron. Con la curia comenzó la fiesta.
Todos comían cazabe, bebían curia y yucutta18. Cuando amaneció se
acercaron otros amigos. Bailaban y cantaban para celebrar el regreso
de Can-Tim, pero a la vieja no le dieron ni un pedazo de cazabe ni un
trago de yucutta.
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