viernes, 1 de marzo de 2019

Mitos supersticiones y supervivencias populares de Bolivia: El taripacu

Otro género de taripacus, lo realizan los indios en días anteriores y posteriores a la Navidad, hasta el Año Nuevo, en que se cambian los funcionarios indígenas, llevando de regalo a sus compadres blancos, al son de música, corderos, hasta un novillo joven, cubierto el cuerpo de monedas y de cintas, y varios productos del país. El agazajado recibe los obsequios y les hace beber abundante aguardiente.
También hacen taripacus a las iglesias introduciendo largas pilas de ceras o espermas, adornadas con cintas de diversos colores, seguidos los del obsequio por una banda de música y haciendo reventar petardos y bombas criollas. El sacerdote los recibe en la puerta del templo, pone en la cabeza del principal y de su familia el manípulo, los hace rociar con agua bendita y después de darles su bendición, manda que todo se entregue al sacristán.
Los indios que deben celebrar la fiesta de Navidad, llamados huaranis, por entregárseles la vara de la autoridad para este objeto, conducen la víspera en la noche, al templo o capilla un arco de madera adornado con cintas multicolores, banderillas, plata labrada y espejos; arco que es colocado delante del altar mayor y al alojamiento o casa del alferez, a la danza, usando instrumentos de cuerda y viento. Cada alferez tiene un grupo o comparsa de bailarines.
 Pasada la hora de las doce el día de la Navidad, se reunen las comparsas con objeto de proceder a la lucha a honda. Esta lucha es presidida por el alcalde o jilakata, de quién solicitan permiso los duelistas, que ejecutan el acto al son de música. Sólo pueden tomar parte en la lucha los jóvenes casados.
Se colocan dos indios, guardando una distancia de ocho metros entre sí; uno de ellos le da la espalda al otro y este comienza a propinarle una serie de hondazos, que despiden peras. La misma operación repite a su vez el otro. La destreza consiste en que las peras hagan blanco en el occipital del contrario, y la mayor parte de ellos son diestros hondeadores; de manera que las seis peras que a cada uno le corresponde arrojar a su antagonista, dan en el blanco, cayendo la pera con el choque en menudos pedazos.
El veintisiete concluye la fiesta con la acostumbrada despedida o cacharpaya.
La víspera de Navidad acostumbran fabricar los hijos de los indios y mestizos dedicados a la agricultura, figuras de barro, que representan corderos, toritos, llamas y cerdos, llevándolas al templo, y colocándolas en el altar del niño Jesús. Al siguiente día, después de pasada la misa, es que han recibido aquellas figuras la bendición del párroco, las recogen y acomodan sobre las puertas, en el espacio formado por los aleros con objeto de que el ganado que poseen se conserve incólume o que se acreciente; y si no lo tienen que les conceda Dios el adquirirlos. Suponen que tales figuras tienen la virtud de favorecer las intenciones de sus obreros y en ese sentido no omiten adornarlos de flores en la fiesta que les dedican.

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