La creación del mundo, por quién y cómo fue creado, era materia de constante
interés para los egipcios. Así se formularon tres cosmogonías basadas en las
tradiciones de tres antiguas ciudades: Heliópolis, Hermópolis y Menfis.
Fuentes principales
Ya desde el comienzo de este libro será preciso que nos sumerjamos
profundamente en documentos cruciales para nuestra comprensión de la antigua
visión egipcia del cosmos. Hace 4.300 años se grabaron varias columnas de
jeroglíficos en el vestíbulo y en la sala del sarcófago de la pirámide del rey Uenis
(aproximadamente en el 2350 a. de C.) en Saqqara, la necrópolis de la capital real de
Menfis, con intención de asegurar un futuro al monarca en las proximidades de dios
Sol. Los gobernantes posteriores del Imperio Antiguo (2649-2152 a. de C.)
continuaron con esta tradición. Conocidos como los Textos de las Pirámides, este
corpus de ensalmos y especulaciones nos ofrecen la oportunidad de evaluar la
compleja imaginería centrada en el panteón egipcio. También constituye la
compilación religiosa más antigua del mundo.
En el siguiente período de la civilización egipcia, llamado Imperio Medio (2040-
1783 a. de C.), nos encontramos con que las prerrogativas de la realeza, cuyo status
en la vida de ultratumba se define a través de inscripciones mágicas, fueron
usurpadas por gobernadores provinciales y dignidades de la corte. Sus ataúdes se
convirtieron en sarcófagos sobrenaturales pintados con fórmulas funerarias dirigidas
a Anubis y Osiris, amuletos de "ojos de Horus", bienes de lujo, raciones básicas de
alimentación para la supervivencia, centenares de hechizos apretujadamente escritos
(publicados por los egiptólogos bajo el título de Textos de los Sarcófagos), y mapas
de las regiones infernales (proyectados para neutralizar las fuerzas del caos y
fortalecer el espíritu de su propietario con la esperanza de que se uniera al séquito del
dios Sol). Diseminados a través de estos Textos de los Sarcófagos y de las Pirámides
se pueden encontrar comentarios de suma importancia sobre el mito del dios creador
de Heliópolis, siempre que uno controle su frustración por el desprecio que el antiguo
redactor egipcio muestra por el análisis lógico sostenido. Mucho más tarde, a
principios del s. III a. de C., un papiro del Museo Británico (también conocido como
Papiro Bremmer-Rhind), describe con la más gráfica fraseología el desarrollo de la
vida a partir del dios creador. (Aunque de época ptolemaica, este papiro
probablemente evolucionó a partir de un original escrito al menos mil años antes.)
Debemos la supervivencia del relato metafísico de la creación por Ptah, dios de
Menfis, al rey Shabaka (712-698 a. de C.), que pertenecía a la expansionista dinastía
nubia, cuya capital estaba cerca de Gebel Berkal, en el Sudán. Éste prosiguió la
invasión de Menfis llevada a cabo por su predecesor Piye (leído en un primer
momento Pianji) con una fuerza de ocupación más duradera. En un viaje de
inspección al templo de Ptah, Shabaka se quedó horrorizado al descubrir que el rollo
de papiro más sagrado, que contenía una versión dramática del acceso del dios Horus
al trono de Egipto y el mito menfita del dios creador, estaba siendo devorado por los
gusanos. Ordenó inmediatamente que el texto de rollo que aún no estaba dañado se
grabara en un bloque de granito negro. Sus pías intenciones, sin embargo, quedaron
parcialmente frustradas: antes de su adquisición por el Museo Británico, la "Piedra de
Shabaka" fue utilizada como piedra de molino, como atestigua la profunda incisión
en el centro con sus radios saliendo a partir de ella.
Los primeros que estudiaron la fecha original de la "Teología Menfita" copiada en
piedra creyeron que la lengua del texto correspondía a un prototipo de Imperio
Antiguo. Un estudio más cuidadoso de los epítetos de Ptah y de la estructura de
pensamiento que revela el texto llevaron a rechazar como fecha de este destacado
mito el tercer milenio a. de C., en favor de su origen en época ramésida (hacia del s.
XIII a. de C.) o posterior.
Los testimonios que tenemos de Amón como dios creador de Hermópolis
descansan fundamentalmente en el Papiro Leiden 1 350, un vasto panegírico del dios
Sol que enfatiza su exclusivo papel procreador. Además, los templos del Imperio
Nuevo de Deir el-Bahri y Luxor revelan cómo Amón abandona sus misteriosos
confines del cielo para unirse sexualmente con la reina que gobernaba Egipto,
engendrando así al futuro monarca. Finalmente, en la época grecorromana, que son
los últimos siglos en los que se decoran templos en Egipto, como en Esna y Edfú,
cuando los escribas proporcionan elaboraciones teológicas enigmáticas y oscuras para
que los escultores las graben, los jeroglíficos guardan relatos de la creación
imaginativos y ricos en alusiones sutiles, pero que parecen haber perdido el rumbo en
términos de revelación cósmica.
El dios Sol de Heliópolis
Bajo los arrabales del noroeste de El Cairo están las minas de Yunu, que se
contaba entre los principales y más antiguos santuarios de Egipto. Heródoto, el
historiador griego que visitó la región en el s. V a. de C., unos dos mil años después
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de que se hiciesen las primeras dedicatorias de sus templos, la conocía como
Heliópolis, la Ciudad del Sol. Aquí los intelectuales en el momento de la unificación
del Alto y Bajo Egipto (hacia el 3000 a. de C.) empezaron a formular una
cosmogonía para explicar los elementos vitales de su universo, que culminó con su
significativa cristalización en los Textos de las Pirámides de las dinastías V y VI.
Antes del desarrollo de un cosmos estructurado existía en la oscuridad un océano
de agua inerte, al que se consideraba el ser primordial, llamado Nu o Nun. Nunca se
construyeron templos para honrarlo, pero la naturaleza de Nu está presente en el culto
de muchos santuarios bajo la forma de lago sagrado que simboliza la "no existencia"
antes de la creación. De hecho, esta vasta extensión de vida inanimada nunca dejó de
existir y tras la creación se imaginaba que rodeaba el firmamento celeste guardando
al sol, la luna, las estrellas y a la tierra al igual que lo hacía con las fronteras de los
infiernos. Por eso siempre hubo temor en la mente de los egipcios a que Nu se cayese
estrepitosamente a través de los cielos e inundase la tierra. Se alude a esa amenaza de
destrucción en el ensalmo 1130 de los Textos de los Sarcófagos de la edición de
Faulkner de 1973, donde se lee: "Los montículos se convertirán en ciudades, y las
ciudades en montículos, y los palacios destruirán a los palacios". Cuando tenga lugar
este Götterdämmerung ("ocaso de los dioses"), los únicos supervivientes serán los
dioses Atum y Osiris en forma de serpientes, "desconocidos para la humanidad e
invisibles para los demás dioses".
Atum, "Señor de Heliópolis" y "Señor de los límites del cielo", es el demiurgo, el
creador del Universo, que surgió de Nu al inicio de los tiempos para crear los
elementos que lo componen. Como dios Sol, se autogeneró en un ser y se posó sobre
un montículo emergente, una imagen que sugiere los bancales e islas que reemergen
tras la estación de las inundaciones del Nilo. (Era natural que el régimen del río,
fuente de la vida y prosperidad de Egipto, influyese en los conceptos de creación de
la misma forma en que el entorno de los primeros escribas sugirió los signos de la
escritura jeroglífica.) Este montículo primordial tomó la forma de Benben, una firme,
elevación piramidal cuya finalidad era dar soporte al dios Sol; la reliquia real de
piedra, tal vez considerada como el semen petrificado de Atum, se decía que
sobrevivía en el Hewet-Benben (la Mansión del Benben) en Heliópolis.
La noción subyacente en el nombre de Atum es una noción de totalidad, pues
como dios Sol él es la Mónada, el ser supremo y quintaesencia de todas las fuerzas y
elementos de la naturaleza. Por lo tanto, contiene en sí mismo la fuerza vital de
cualquier otra deidad aún por existir. En el pensamiento egipcio, la totalidad tiene un
poder positivo, como en la noción de llenar una eternidad de existencia, y un aspecto
destructivo, como en la entrega de un enemigo a las llamas. Este dualismo inherente a
la Mónada permite el futuro nacimiento de una diosa constructora como Isis o de un
dios del caos y la confusión como Set.
Pero ¿cómo un principio masculino en solitario iba a dar nacimiento a su
progenie? En esto la ingenuidad de los teólogos heliopolitanos no tenía límites. Dos
narraciones desarrollaban cómo la esencia dadora de vida de Atum salió de su cuerpo
para dar lugar a un dios y a una diosa. En el texto 527 de los Textos de las Pirámides
se hace la inequívoca afirmación de que Atum se masturbó en Heliópolis: "Al coger
su falo con las manos y eyacular, nacieron los gemelos Shu y Tefnut". Esta clara
imagen sólo tiene sentido si recordamos que Atum contenía en sí mismo el prototipo
de cada poder cósmico y de cada ser divino. Por otra parte, esta descripción de un
orgasmo por un dios sol itifálico se convierte en una grosera caricatura en vez de ser
la evocación de un acto creador misterioso y sublime.
En el texto 600, sin embargo, los sacerdotes ofrecen otra explicación del
nacimiento de los hijos de Atum que se basa en una asonancia de palabras con
armazón consonántico similar. Los juegos de palabras eran un útil instrumento para la
instrucción en el antiguo Egipto, como se ve en un ejemplo procedente de un papiro
del Museo Británico que trata de la interpretación de los sueños: ver un gran gato en
un sueño significaba una cosecha abundante porque ambas expresiones contenían
fonemas o sílabas que eran muy similares. Por tanto, sin negar que el sentido del
humor egipcio era punzante, cosa que muy a menudo no se tiene en cuenta, debemos
considerar los juegos de palabras en la creación de los mitos como intentos de
trasmitir conceptos intelectuales no de mover a risa por medio del ingenio. Así Atum
es conocido como el dios que "salivó a Shu y escupió a Tefnut", Shu es la secreción
de Atum en la medida en que su nombre —de una raíz que significa "vacuo" o
"vacío", una noción apropiada para el dios aire— no es muy diferente de la palabra
cuyo valor consonántico es yshsh (en jeroglífico no se escriben las vocales) y que
significa "estornudo" o "farfullo". En el caso de Tefnut, cuyo nombre escapa a una
interpretación precisa y cuyo significado se especuló que era "rocío" o "humedad en
el aire", las dos primeras consonantes de su nombre forman la palabra tf, traducida
como "escupitajo". Algunas citas del Papiro Bremmer— Rhind reúnen los puntos
sobresalientes que rodean al acto procreador de la Mónada:
Todas las manifestaciones empezaron a existir tras haber empezado yo a existir… no existía ni la
tierra ni el cielo… Creé de mí mismo todas las cosas… mi puño fue mi esposa… copulé con mi
mano… Estornudé a Shu… Escupí a Tefnut… Después Shu y Tefnut dieron lugar a Geb y Nut…
De Geb y Nut nació Osiris… Set, Isis y Neftitis…
… dieron finalmente lugar a la población de esta tierra.
Las deidades aquí nombradas forman la Pesdyet de Heliópolis, un grupo de nueve
dioses y diosas para los que se usa frecuentemente el término griego Enéada.
Obviamente, las nueve deidades pueden ser restringidas a la genealogía ideada en
Heliópolis, pero la noción de un círculo de dioses u diosas era transferible; el templo
de Abido tenía una Enéada de siete deidades, mientras que había quince miembros en
la Enéada del templo de Karnak. Probablemente debido a que los signos que se
agrupaban en tríos en los jeroglíficos egipcios comunicaban la idea de un plural
indeterminado, el concepto de nueve dioses y diosas indicaba un plural de plurales,
suficiente para abarcar un panteón de cualquier número de deidades en cualquier
templo.
Las primeras deidades que Atum creó, Shu y Tefnut, podían ser representados
como leones, como, por ejemplo, en el reposa cabezas de mármol de Tutankhamón.
En las ilustraciones del Libro de los Muertos, Shu, llevando la pluma de avestruz que
de hecho es el jeroglífico de su nombre, levanta sus brazos para sostener el cuerpo de
la diosa del cielo Nut, que está arqueada sobre su consorte el dios tierra Geb. El rol de
Shu en la cosmogonía heliopolitana parece haber sido suprimido, sin duda porque
tenía un fuerte componente solar en su naturaleza y no podía permitírsele que se
aproximara al dios solar por excelencia. Además abarcaba el concepto de aire
penetrado por los rayos del sol (un concepto utilizado por el faraón Ajenatón en el
primitivo nombre didáctico del Atón, el dios solar supremo durante menos de dos
décadas del s. XIV a. de C.): "Viva Re-Horajty regocijándose en el horizonte en su
nombre de Shu que está en el Atón [es decir, el disco solar]."
Tefnut, la de la cabeza leonada, escapa a una categorización definitiva. Su
asociación con la humedad o con el rocío está atestiguada en los Textos de las
Pirámides, donde también hay un pasaje que sugiere que ella es la atmósfera de los
infiernos. Tal vez el énfasis deba situarse en su acceso automático al dios Sol, ya que,
siendo su hija, se acaba igualando con su todopoderoso ojo solar. Por el
procedimiento natural, de Shu y Tefnut nacieron Geb y Nut. Los egipcios
consideraban a la tierra como un principio masculino y al cielo como femenino, en
contraste con la mitología indoeuropea. Geb, el dios de la tierra, personificaba la
tierra de Egipto, y a través de él se establecía el vínculo con el trono del faraón
reinante. La diosa del cielo Nut se convirtió en una de las deidades más representadas
de la más antigua Enéada. Su cuerpo se tendía a lo largo de Geb pero, tras haber dado
a luz a cuatro hijos, es separada de él por Shu en cumplimiento del mandato de Atum.
Más allá de ella está Nu y la no existencia. Las recargadas pinturas que tenemos de
ella en la Sala del sarcófago de la tumba de Rameses VI (1156-1148 a. de C.) en el
valle de los Reyes recalcan su importancia —aquí el dios Sol viaja a través del
firmamento, que se halla a lo largo de la superficie inferior de su cuerpo—; al llegar
al horizonte occidental, al final de las doce horas distribuidas a lo largo del día, el
dios Sol es tragado por la diosa cielo; él recorre la longitud interior de su cuerpo
durante las horas de la noche y, al alba, Nut da a luz al dios Sol en el horizonte
oriental en medio de un despliegue de rojo que es la sangre del parto.
En este punto de la genealogía, los sacerdotes de Heliópolis desarrollaron una
inteligente transición que incorporaba el ciclo mitológico de Osiris en el corpus solar.
Esta transición descansa sobre el hecho de que Nut le dio a Geb cuatro hijos: Osiris,
Isis, Set y Neftitis. Esto creó una vinculación entre las deidades cósmicas más
antiguas de la Enéada y el mundo político. También subordinaba al arribista dios
Osiris, no atestiguado epigráfica o arqueológicamente antes de la V dinastía (2464-
2323 a. de C.), a la posición de biznieto del dios Sol, enfatizándose de este modo la
impresionante antigüedad de la Mónada. La leyenda de Osiris se verá más adelante,
pero debemos destacar que, al completar la Enéada de Heliópolis, los cuatro
descendientes de Nut y Geb representan el ciclo perpetuo de la vida y la muerte en el
Universo, continuando el acto de la creación de Atum. El ciclo de Osiris se adecua al
dualismo del orden cósmico establecido por el dios Sol, estableciéndose un equilibrio
entre los contrarios de la totalidad: Osiris corona un reino legítimo en Egipto; Set
destruye al poseedor legal del trono de Geb. Más adelante veremos esto con mayor
detalle.
La imagen del loto parece haber sido empleada por los sacerdotes de Heliópolis
para ayudar a explicar el nacimiento del dios sol Atum. De Nu brotó un loto, junto
con la colina primordial, del que el dios Sol surgió como un niño, aunque
autogenerado. El mismo loto fue más tarde identificado con el dios Nefertum
(adorado en Menfis); en consecuencia, hay hechizos en el Libro de los Muertos para
transformar al muerto en Nefertum, porque él es "el loto en la nariz del dios Sol". En
el Museo de El Cairo puede encontrarse la representación más hermosa de esta idea
en el loto de madera pintado con la cabeza del niño dios Sol brotando. Se encontró en
el valle de los Reyes y constituye una identificación iconográfica de Tutankhamón
con el dios Sol recién nacido.
Antes de concluir con el mito de la creación heliopolitano, debemos hacer
mención del rol del Fénix, del simbolismo del loto y de la unión de Atum con otras
manifestaciones del dios Sol. El Fénix, del que el escritor griego Heródoto oyó hablar
en Egipto en el s. V a. de C., pero al que no vio excepto en dibujos de papiros
mitológicos o en grabados murales, originariamente tomaba la forma de una motolita
amarilla, que luego se cambió por la de una garza con un largo plumacho en la
cabeza. En los jeroglíficos se le llamaba el Benu, cuya etimología significaba "alzarse
con fulgor". Autoevolucionado, el Benu se convirtió en el símbolo del nacimiento del
dios Sol. Así se afirma en el texto 600 de los Textos de las Pirámides que contiene
una invocación a Atum: "… tú surgiste, con el Benben, en la Mansión del Benu en
Heliópolis."
Heródoto no estaba convencido de la existencia del Fénix, pero narró la historia
que le contaron los sacerdotes. El Fénix herodotiano es un pájaro semejante a un
águila, que lleva un plumaje de color oro y rojo. A la muerte de su padre cada
quinientos años vuela desde la península Arábica a Egipto. Lleva el cuerpo de su
difunto padre embalsamado en un huevo de mirra y lo entierra en el Templo del dios
Sol. Las diferencias entre el Fénix de Heródoto y otros autores clásicos y el Benu de
las fuentes antiguas egipcias son lo suficientemente serias como para que nos
preguntemos si los dos pájaros están relacionados de algún modo. Sin embargo,
Heródoto pudo haberse visto confundido por la muestra que se le ofreció. El pájaro
que vio en dibujos no era realmente el Benu, ni en la forma en que lo describe ni en
su magnífico colorido; probablemente era el buitre egipcio o el halcón Horus. La
mención del incienso le añade un sabor genuino, ya que era altamente valorado en los
rituales del templo egipcios. La mirra para embalsamar de la descripción de Heródoto
pudo haber sido utilizada posiblemente en Heliópolis en este período de la
civilización egipcia, procediendo de los reinos de Arabia meridional a través de las
rutas comerciales del mar Rojo.
Para el resto, no debemos olvidar que nadie conoce la posición de los
informadores de Heródoto en la jerarquía sacerdotal quizás en los más altos peldaños
del conocimiento de la teología heliopolitana o quizá novicios aún en período de
aprendizaje. Además algunas explicaciones del Benu pudieron haber vencido a los
traductores, especialmente porque no hay registros de la época de Heródoto para
informarnos de cualquiera de las complejidades o variantes sobre este pájaro que
pudieran haber surgido durante los dos milenios que siguieron al primer testimonio
que tenemos sobre él en los Textos de la Pirámides. Por ejemplo, sabemos que el
Benu se incorporó a los rituales funerarios y empezó a jugar un papel en ellos al
asegurar la resurrección del difunto en los infiernos. El punto de contacto más fuerte
entre el Benu y el Fénix es el vínculo que ambos tenían con el Templo del Sol en
Heliópolis.
Finalmente, la complejidad interna de la Mónada podía dar lugar a otras
manifestaciones. La conjunción de Atum con tres aspectos del sol ya existía en la
época en que los Textos de las Pirámides estaban siendo inscritos. "Re" es una
palabra básica para designar al sol indicando su presencia física en el cielo y también
el nombre del dios Sol "brillando con su disco"; Jepri es la imagen del sol impulsado
por un escarabajo, una analogía tomada de la naturaleza; Harajti es el halcón
remontando el vuelo en el horizonte, lejano y distante como el mismo sol. Los
nombres se combinan: por ejemplo, Re-Atum o Re-Harajti. Sin embargo, la esencia
del mito de Heliópolis no es confusa por su multiplicidad de formas, sino que cada
una de ellas es un intento de captar en un nombre un aspecto del dios Sol creador.
Ptah de Menfis
Ptah, "sur de su muralla", era el dios de Menfis, la antigua capital política de
Egipto. De hecho, en el Imperio Nuevo (1150-1070 a. de C.) su templo, Heuetka-
Ptah (Mansión del Espíritu de Ptah), dio nombre a toda la región y es el origen, a
través de Grecia, de la palabra Egipto. Las ruinas de Menfis que para los turistas
consisten fundamentalmente en una esfinge de calcita de Amenhotep II y una estatua
colosal de Rameses II ofrecen hoy en día pocos vestigios de la floreciente capital que
un día fue. Pero dejando aparte los espléndidos monumentos, ahora desvanecidos,
que adornaban la capital, Menfis demanda nuestra atención como guardiana de una
tradición intelectual cosmogónica dirigida a afirmar el papel de Ptah como el más
antiguo y preeminente de los dioses. Porque fue aquí donde los sacerdotes de Ptah
formularon la síntesis metafísica de la creación preservada en la antes mencionada
Piedra de Shabaka erigida en su templo.
Antes de describir los contenidos de la Piedra de Shabaka, podría ser útil decir un
par de cosas sobre Ptah como dios creador. En los Textos de los Sarcófagos y en los
documentos de la época ramésida hay referencias a Ptah como responsable de la
formación de los dioses y el Sol y de la maduración de la vegetación. Pero aún antes,
en el Imperio Antiguo, la naturaleza de Ptah como supremo artesano se había
desarrollado totalmente y su sumo sacerdote en Menfis tomaba el nombre de "El más
grande de los supervisores de los artesanos". Desde el reino de Rameses II (1290-
1224 a. de C.) nos encontramos con que el dios Ptah se une con la deidad Ta-tenen.
El nombre de Ta-tenen significa "la tierra que se ha hecho distinguible", en otras
palabras, distinguible de las aguas primordiales. De esta manera, Ta-tenen, surgida de
Nu, puede hacerse equivalente de la imagen de la colina primordial ya descrita.
Ahora podemos considerar la narración menfita de la creación que empieza en la
columna 53 de la Piedra de Shabaka.
Ptah dio vida a otros dioses (incluyendo a Atum de Heliópolis) por medio de su
corazón y de su lengua. La concepción del pensamiento en el corazón y el habla en la
lengua determinan la acción de cada miembro. La presencia de Ptah es universal en
los corazones y bocas de "todos los dioses, de todas las personas, de todos los
rebaños, de todas las cosas vivientes que se arrastran". Ptah es superior a Atum, que
hizo que la Enéada existiese "por su semen y sus dedos". La Enéada de Ptah es los
dientes y los labios de su boca, de manera que, al pronunciar la identidad de cada
cosa, la autoridad de su palabra era tal que toda la creación empezó a existir. Lo que
los ojos ven, los oídos oyen y la nariz inspira, va directamente al corazón, y la
conclusión a la que llega el corazón es después pronunciada por la lengua. Así es
cómo ordenó Ptah que los dioses existiesen y cómo se convirtió en Ta-tenen, "de
quien surgió toda vida". Habiendo dirigido el nacimiento de los dioses, Ptah creó para
ellos las ciudades, santuarios, lugares de culto y ofrendas perpetuas.
A través de este mito, Ptah se ve como un principio intelectual de creación
amalgamado con la imagen física de Ta-tenen como la colina primordial. Es una
síntesis completa de intelecto y mundo material. Conocida como la "doctrina del
logos", hay un eco de esta impresionante aproximación filosófica al cosmos
formulada por los sacerdotes de Menfis resonando en el siguiente pasaje del Nuevo
Testamento:
Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio en Dios
Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él ni una sola cosa de lo que ha sido hecho fue hecha.
En él era la vida; y la vida era la luz de los hombres.
(S. Juan, cap. I, vers. 1-4)
La semejanza de ideas ha recibido atención. Lo que, sin embargo, no ha sido
subrayado es el pequeño paso, pero destructor de la voluntad, que va del
reconocimiento de una posible inteligencia creadora (elocuentemente propuesta tanto
por los sacerdotes de Menfis como por San Juan) al dogma de la predestinación. El
"pérfido" puente lo constituye el argumento de que dado que la suprema deidad es a
la vez artesana de la raza humana y gobernadora del orden del Universo, sus palabras,
en consecuencia, han planeado todos los sucesos futuros. Tal servil aceptación de la
idea de un curso preordenado para la raza humana puede encontrarse en los versos de
un poeta citado por Scheherezade:
Continúa tu camino y consuélate,
Hijos de los fieles.
Él, que moldeó el mundo en sus manos,
lo sustenta y nos sustenta en sus manos para siempre.
Lo que Él ha escrito no puedes alterarlo,
lo que no ha escrito, nunca será…
Sigue caminando alegre, sin preocuparte ni llevar nada,
abandonándote todo a Él.
No temas lo que el hombre pueda hacer, ni te aflijas en el dolor,
sobre todo, no hagas planes, porque Él ha planeado todas las cosas…
(Las Mil y Una Noches)
Los sacerdotes de Menfis han argumentado y especulado para desarrollar los
principios ya avanzados de la doctrina del logos. A veces debió de haber acalorados
debates sobre la naturaleza de Ptah. Pero de este positivo proceso surgió la
cosmogonía menfita inscrita en la Piedra de Shabaka. Si en el Egipto faraónico
hubiese existido un ambiente idiotizante de creencias religiosas irrenunciables, se
habrían suprimido las iniciativas de los sacerdotes de Ptah para resolver lo que Ornar
Khayyam llama en los Rubaiyat "la querella del Universo".
La Ogdóada de Hermópolis
El-Ashmunein es un asentamiento del Egipto medio que fue en otros tiempos una
próspera ciudad que ostentaba un templo impresionante construido en honor del dios
Dyeheuti, más conocido por su nombre griego de Tot. Las ruinas son vastas pero
están cubiertas, y desbrozarlas exige una dedicación plena, incluso para los
especialistas. Aunque algunas expediciones arqueológicas, incluyendo las
excavaciones intensivas del Museo Británico de la década de los ochenta, han
ampliado nuestro conocimiento sobre diferentes desarrollos de este asentamiento,
muchos visitantes sólo podrían recorrer la enorme basílica cristiana construida con las
columnas y muros romanos reutilizados. Debido a que la región fue el principal
centro de culto de Tot, dios de la sabiduría y transmisor del conocimiento de los
jeroglíficos a los antiguos egipcios, los griegos (que hicieron equivalentes a Tot y a su
Hermes) se referían a ella como Hermópolis. En la lengua egipcia Hermópolis se
llamaba Jemnu, de donde deriva, a través del copto, el nombre árabe moderno de el-
Ashmunein. Jemnu significa "ciudad de los Ocho" y era el hogar de ocho divinidades
primordiales conocidas normalmente como la Ogdóada (un grupo de ocho).
El mito de la creación que incluye a la Ogdóada es casi científico en su
tratamiento de la composición física de la materia primordial. La sustancia cósmica
original es vista como más compleja que Nu, aunque Nu se cuente entre los seres
míticos que aquélla abarca. Sin duda, la cosmología de Hermópolis carece de la
iconografía que rodea al mito del dios Sol de Heliópolis y de la precisión de la
teología menfita, pero sus pobres formulaciones probablemente sean el resultado de
la casi total destrucción o "no excavación" de material faraónico inscrito en el
yacimiento de el-Ashmunein. De hecho, la mayoría de los testimonios sobre la
Ogdóada están sacados de monumentos tebanos reunidos en 1929 por el egiptólogo
alemán Kurt Sethe en un trabajo magistral titulado "Amun und die acht urgotter von
Hermópolis".
El número de ocho dioses o diosas en el mito hermopolitano está lejos de ser
fortuito. Podemos ver que cuatro se consideraba como el concepto de una totalidad
equilibrada: los egipcios reconocían cuatro puntos cardinales, el mito de Heliópolis le
concede cuatro hijos a la diosa Nut y las vísceras extraídas durante el
embalsamamiento están protegidas por los cuatro "hijos de Horus" con cuatro diosas
guardándolas a su vez. Por consiguiente, el concepto de ocho es la totalidad
intensificada, de acuerdo con el ensalmo 76 de los Textos de los Sarcófagos (el dios
Shu creó ocho "seres infinitos" para ayudarlo a sostener el cuerpo de la diosa cielo).
Los ocho de Hermópolis (estructurados en cuatro parejas) eran entidades
personificadas en la materia primordial, con los dioses contemplados como ranas y
las diosas como serpientes. En la sucinta fraseología de Henri Frankfort en su
polémico Reyes y dioses, "…el caos ha sido conceptualizado en ocho extrañas
criaturas, adecuadas para habitar en el limo primordial". Los nombres de estas ocho
deidades sobreviven, pero es difícil en algunos casos conjurar la imagen mental
exacta que los antiguos egipcios se pudieron haber hecho. La siguiente tabla ofrece
una noción básica de cada pareja, pero ignora cualquier divergencia conceptual que
pudiera haber existido entre los principios masculino y femenino:
Dioses (ranas) Diosas (serpientes) Concepto
Un Naunet aguas primordiales
Heh Hauhet fuerza de inundación
Kek Kauket oscuridad
Amón Amaunet dinamismo encubierto
En el caso de Heh, el testimonio filológico muestra de manera convincente que la
traducción convencional de "infinitud" confunde dos palabras diferentes con raíces
consonánticas semejantes.
En algún momento estas entidades que comprendía la sustancia primordial se
influyeron recíprocamente de forma explosiva e hicieron estallar las tensiones
equilibradas que contenían en su seno, los formuladores de la cosmogonía
hermopolitana estaban convencidos de que la Ogdóada precedía a la Enéada de
Heliópolis y que era la responsable del origen del sol. En consecuencia, de la
explosión de energía liberada dentro de la agitada sustancia primigenia, la colina
primordial salió a la luz. El lugar se convirtió posteriormente en Hermópolis, pero su
emergencia original se describía como la isla de las Llamas porque el dios Sol nació
en ella y el cosmos fue testigo del brillante resplandor de la primera salida del sol. La
primacía de la Ogdóada en este cataclismo parece haber sido lo más importante del
mito de Hermópolis.
En términos egipcios, la Ogdóada son "los padres y las madres que empezaron a
existir al principio de los tiempos, que hicieron nacer al sol y que crearon a Atum".
Los acontecimientos se sucedieron después en el recién creado universo, pero tres
parejas de la Ogdóada no se interesaron más por él y permanecieron inconmovibles e
inmutables en el vórtice. Amón y Amaunet, sin embargo, unieron su suerte al nuevo
orden, y por eso abandonaron Hermópolis por Tebas.
Finalmente, una tumba en Tuna el-Gebel, la necrópolis abandonada de el-
Ashmunein, añade una intrigante complicación al mito de la creación. Construida con
el estilo de un templo en miniatura poco después de la conquista de Egipto por
Alejandro Magno en el 332 a. de C., perteneció a Petosiris, sumo sacerdote de Tot en
Hermópolis. Éste era también sacerdote de la Ogdóada, pero su retirada de la escena
hermopolitana tras el episodio cosmogónico de la isla de las Llamas significaba que
Tot había asumido el papel de "Señor de Jemnu". Petosiris en sus inscripciones
autobiográficas llama la atención sobre las restauraciones que hizo del complejo
templo de Hermópolis, gravemente dañado durante los desórdenes de la segunda
dominación persa de Egipto en el 343 a. de C. Éste, en efecto, revitalizó los rituales
del templo, redactó una nueva lista de sacerdotes y mejoró sus perspectivas de
promoción y además, presidió la ceremonia de fundación de un templo de piedra
caliza del dios sol Re, a quien se refiere como "hijo de la isla de las Llamas". Esto
concuerda con el mito de Hermópolis, pero hace su aparición en un lugar relevante un
nuevo símbolo de la creación. Petosiris describe cómo construyó un cercado
alrededor de un área del templo que había sido saqueada por los merodeadores. Él lo
llama el "lugar de nacimiento de cada dios" y afirma que con los desperfectos se
ultrajó a todo Egipto. El motivo de este ultraje era que las reliquias del huevo
cósmico del que salió el dios Sol estaban enterradas allí. Por tanto, una nueva imagen
del dios Sol surgiendo de un huevo se había introducido en Hermópolis.
Posiblemente este pasaje sea una intrusión en el mito original, desarrollándose
alrededor de Tot, que huyó llevando el huevo cósmico a la colina primordial en
Jemnu para el nacimiento del dios Sol.
Amón, el creador trascendente
Durante el Imperio Nuevo, los sacerdotes tebanos alcanzaron las cimas de la
elocuencia en sus himnos al dios Amón, que elogiaban su carácter incomparable
como creador. Al igual que los análisis de la naturaleza del dios sol Atón inscritas en
la tumba de Ay en el-Amarna, estas alabanzas, especialmente las estrofas del Papiro
Leiden I 350, iban dirigidas a demostrar que todos los elementos del universo físico
eran manifestaciones de un único demiurgo. Hay en efecto una conflación de todas
las ideas de creación en la persona de Amón, una síntesis que enfatiza cómo Amón
trasciende a todas las demás divinidades al estar "más allá del sol y más profundo que
los infiernos". Una y otra vez, los sacerdotes poetas egipcios intentaron interpretar la
inexplicabilidad de Amón. Su misterio está contenido en su nombre, ya que su
esencia es imperceptible, no puede ser nombrado por ningún nombre que aluda a su
naturaleza más íntima, y, por tanto, en el nombre de Amón subyace la idea de "lo
oculto", cuya mejor traducción probablemente sea "lo que se oculta a sí mismo". Su
identidad es tan secreta que ningún otro dios sabe su auténtico nombre. Amón —
arriesgándome a cometer un crimen de lesa majestad— es el padrino por excelencia,
cuyos socios nunca saben la amplitud de sus implicaciones, de manera que la mejor
política es la omertá (el código de silencio de la mafia siciliana). En palabras del
himno de Leiden, Amón es "demasiado grande para escudriñar en él y demasiado
poderoso para conocerlo"; y también se dice con claridad que el castigo por intentar
conseguir información no permitida acerca de su identidad es la muerte instantánea.
Amón es sinónimo de crecimiento de Tebas como capital religiosa. Su destacada
posición en esta religión está ya atestiguada en el Imperio Medio, especialmente
como dios con poderes creadores semejantes a los de la antigua divinidad itifálica
Min, el dios primordial de Coptos. Uno de sus epítetos, el que describe la posesión de
una fertilidad inagotable, es "toro de su madre", y la mejor iconografía de Amón en
esta faceta puede encontrarse en la capilla períptera de Senwosret I (1971-1926 a. de
C.), reconstruida en el museo al aire libre del templo de Karnak. Fue, sin embargo, en
los cinco siglos del Imperio Nuevo cuando Amón se convirtió en jefe indiscutido del
panteón egipcio (salvo durante un eclipse de dos décadas, cuando el "disco solar" del
faraón Ajenatón fue promovido al puesto de dios supremo). Amón como gobernante
universal debido a su título de "Señor de los tronos de las Dos Tierras" y "Rey de
Dioses" tenía templos construidos para él en Tebas, tan impresionantes que los
rumores del esplendor de Tebas se extendieron más allá de las fronteras de Egipto
hasta llegar al mundo de los compositores de la poesía épica griega, como se ve en
los comentarios de Aquiles sobre Agamenón:
Sus presentes me son odiosos, y hago tanto caso de él como de un caballo. Aunque me diera diez o
veinte veces más de lo que poseo o de lo que a poseer llegare, o cuanto entra… en Tebas de Egipto,
cuyas casas guardan muchas riquezas —cien puertas dan ingreso a la ciudad y por cada una pasan
diariamente doscientos hombres con caballos y carro—… ni aun así aplacaría Agamenón mi enojo,
si antes no me pagaba la dolorosa afrenta.
(De la Ilíada de Hornero, canto IX)
Obviamente, había capillas dedicadas a él por todo Egipto y en el período que
siguió al Imperio Nuevo los monarcas de las dinastías XXI-XXII (en torno a 1070-715
a. de C.) reutilizaron los monumentos colosales del reinado de Rameses II para
construir un enorme templo para Amón, el equivalente septentrional de Karnak en
Tanis, en la zona del delta. Pero es mirando a las estancias con columnas, a los
obeliscos, las estatuas colosales, los relieves murales e inscripciones jeroglíficas de
los templos tebanos, como obtenemos la verdadera sensación de la superioridad de
Amón. Tebas era naturalmente considerada como la ubicación del surgimiento de la
colina primordial en el origen de los tiempos. Era la "ciudad" suprema y todas las
demás ciudades de Egipto sólo podían intentar imitarla y lograr un pálido reflejo de
ella.
En el mito hermopolitano de la creación, Amón es una de las fuerzas elementales
de la Ogdóada. Pero como única deidad de la teología tebana es trascendental está por
encima de la creación y preexiste a los esfuerzos conjuntos de la Ogdóada para que la
colina primordial surja. Los intelectuales tebanos debieron de haber debatido mucho
y durante mucho tiempo para lograr resolver este problema. Amón como "El que se
hizo a sí mismo" se autogeneró para empezar a existir antes de que todas las demás
sustancias existieran. Sin detalles específicos de este suceso misterioso, la atmósfera
de esta ocasión se evoca por la imagen de su "fluido" soldándose con su cuerpo para
formar un huevo cósmico. Una vez surgido, Amón forma la materia primitiva, (los
elementos de la Ogdóada de la que él forma parte. Respecto a esto último, se
convierte en el "Primero que hace nacer a los primeros". Pero el universo estaba
oscuro, silencioso e inmóvil. Parece que Amón fue la explosión de energía que
impulsó a la Ogdóada a la acción. Kurt Sethe en su monografía interpretó el rol de
Amón como semejante al del "Espíritu de Dios" en el Génesis, que "se movía sobre la
faz de la tierra"; en otras palabras, Amón era una estimulante brisa sobre las aguas
primordiales, agitándolas en un vórtice del cual la colina primordial había surgido. Es
ésta una sugerencia tentadora y la noción de viento está de acuerdo con la
invisibilidad de Amón. El Himno de Leiden da otra graciosa versión de la creación.
El escenario es el tranquilo cosmos en el que repentinamente suena con estruendo la
voz de "gran graznador" que "abre cada ojo" provocando una conmoción en el
cosmos. Amón, bajo la forma de la oca primigenia, puso todo el proceso de la
creación en movimiento con su grito penetrante.
Los teólogos desarrollan extensamente la idea de que aparentemente todas la
deidades importantes son meras proyecciones de Amón. De aquí que no caiga en el
olvido con la Ogdóada de después de la creación, sino que se convierte en Ta-tenen,
la colina primigenia. Él se desarrolla como dios Sol, lejano en el cielo,
rejuveneciendo continuamente en el ciclo ocaso/aurora. Así pues, su nombre en los
monumentos como Amón-Re son legión. La Enéada de Heliópolis es una
manifestación de Amón. De hecho, cada dios es una imagen proyectada de Amón, y
tres dioses en particular forman una unidad que es "Amón": Re es su cara, Ptah es su
cuerpo, y Amón su identidad oculta.
Como posdata podemos mencionar un aspecto de Amón como deidad primigenia
que está probablemente restringido a la región tebana. Si el dios creador y asimilador
de otras deidades descrito en el himno de Leiden resultase demasiado filosófico e
intangible para algunas mentes, entonces los sacerdotes tebanos podían facilitar una
imagen muy concreta de Amón como ser primordial. En el banco occidental de Tebas
hay un asentamiento llamado Medinet Habu, muy visitado por el imponente templo
funerario del faraón Rameses III (1194-1163 a. de C.). Dentro de sus murallas hay
otro templo situado al norte de la puerta fortificada occidental. Su construcción en su
hechura actual data desde la dinastía XVIII, en los reinados de Hatshepsut y Tutmosis
III (que empieza en torno al 1479 a. de C.), hasta la ocupación grecorromana en el
reinado de Antonino Pío (138-61 d. de C.). La estatua de Amón de Karnak debía ser
llevada regularmente a este santuario con el exclusivo propósito de cumplimentar a
su ancestro, una forma primera de sí mismo imaginada como una serpiente. La
serpiente se describía como "Kematef o "El que ha completado su momento". Esto
podría ser una referencia a la velocidad de un dardo que tiene una serpiente,
obteniéndose con ella una inherente analogía de la explosión de energía de Amón en
la creación. Podría también hacer referencia a la serpiente mudando su piel, y de ahí
el que simbolice el poder procreador de Amón y el ciclo continuo de la renovación de
la vida. El escritor griego Plutarco (en torno al 40-120 d. de C.) describió la serpiente
como "Knef", mencionando que los habitantes de Tebas la adoraban, excluyendo a
todos los demás dioses. En esta afirmación Plutarco estaba sin duda equivocado, pero
los epítetos usados por él para la serpiente están sacados de tradiciones que reflejan
con exactitud la forma ancestral de Amón como "no engendrado e inmortal".
Jnum y la teogonía tebana
El dios Jnum, un dios con cabeza de carnero de la región de las cataratas del Nilo,
introduce un nuevo énfasis en los mitos de la creación cuyo tema principal es la
creación de la humanidad. Se creía que él había moldeado la forma del hombre en un
torno de alfarero. En otros sitios, en los mitos heliopolitanos y hermopolitanos, por
ejemplo, la raza humana es ignorada en favor de los temas cósmicos. Pero en el mito
de Jnum hay un vínculo progresivo entre los dioses y la gente del mundo. El carnero,
la criatura sagrada de Jnum, es un símbolo de la procreación en el mundo natural. En
Asuán, en la catarata del Nilo, Jnum controlaba las cavernas de Hapi, el dios de la
inundación. Antes de los proyectos de irrigación de Asuán, que culmina en la Presa
Alta (que destruyó el régimen natural del Nilo), el río se desbordaba anualmente. El
agua cubría los campos y, al retroceder, dejaba una rica capa aluvial que había
transportado desde el Sudán. En el fértil lodo los agricultores egipcios cultivaban
cebada y el trigo emmer y las cosechas normalmente daban como resultado un
excedente de grano: como consecuencia, inundación significaba prosperidad, y Jnum,
su controlador, era visto como un benefactor del pueblo de Egipto. Las ruinas de un
santuario dedicado a Jnum como "Señor de la catarata" se extienden por el confín
meridional de la isla de Elefantina en Asuán.
En el templo de Esna en el Alto Egipto, Jnum era celebrado como creador de todo
el pueblo. El pueblo de Esna hoy en día, exceptuando la escasa arquitectura islámica
de calidad, es un escuálido racimo de construcciones. La principal calle que lleva al
templo desde el río está justamente al norte de la antigua entrada ceremonial, ahora
enterrada profundamente bajo la ciudad moderna. Todo lo que perdura del templo de
Jnum es la sala hipóstila, que es fundamentalmente de época romana. Las
inscripciones de las columnas y muros están hechas en la forma voluntariamente
complicada de la escritura jeroglífica fomentada por los sacerdotes escribas de la
época grecorromana. Sin embargo, de las liturgias e himnos grabados en Esna es de
donde obtenemos la percepción más clara de Jnum como creador y dios del torno de
alfarero.
Las acciones de Jnum al moldear el cuerpo humano se mencionan explícitamente
y perduran como un registro anatómico detallado. Él hizo que la corriente sanguínea
fluyese sobre los huesos y unió la piel al armazón del cuerpo. Puso un sistema
respiratorio en el cuerpo, así como las vértebras para soportarlo y un aparato para la
digestión. En consonancia con sus responsabilidades procreadoras, ideó los órganos
sexuales para que permitiesen un máximo confort sin perder por ello la eficiencia
durante las relaciones sexuales. Supervisó la concepción en la matriz y dio inicio a las
épocas de trabajo. Recitado en la Fiesta del Torno del Alfarero, el himno mencionado
debía de semejarse a un manual médico versificado. Otras descripciones destacan que
el trabajo de Jnum en el torno es un proceso continuo y no únicamente restringido a
los egipcios, sino que también abarca a los que hablan lenguas extranjeras. Él es,
pues, un creador universal que formó a los dioses y a las gentes, a los animales, los
pájaros, los peces y reptiles.
Se ha sugerido que la idea de Jnum moldeando un ser humano en un torno de
alfarero, que se remonta muy atrás en Egipto en los relieves e inscripciones del
templo de Esna, podría haber influido en las tradiciones que el poeta griego Hesíodo
(en torno al 700 a. de C.) usó para la conformación de Pandora, que describe tanto en
la Teogonía como en los Trabajos y los días. En ellas Zeus ordenó a Hefesto que
moldease una mujer hecha de arcilla, Pandora, que traería a la humanidad miserias
sin límites. Pero es muy probable que el concepto hesiódico de Pandora pertenezca a
una tradición independiente (ciertamente las intenciones maliciosas de Zeus están
lejos del espíritu del filántropo Jnum). También hay fabulaciones tardías en el Oriente
Medio en torno a la idea de creación de personas en el torno. Por ejemplo, Ornar
Khayyam, en los Rubaiyat, presenta la escena de una tienda de cerámica en Irán,
probablemente en Naishapur, en torno al 1200 d. de C. Las "gentes de arcilla"
conversan unos con otros con un angst típicamente humano: "Luego otro dijo: —
Seguramente en vano fue tomada de la tierra mi sustancia, puesto que Aquel que
sutilmente me dio forma me reintegrará de nuevo a la tierra."
Ahora podemos pasar del encomio general de Esna sobre la importancia de Jnum
para la vida humana a un encargo que el dios Anión le confió en Tebas. El episodio se
conoce como la "Teogonia tebana". Ésta describe el "matrimonio" (en realidad un
breve encuentro sexual) entre el dios Amón y la gran esposa real. De hecho, hay dos
ejemplos de la teogonía tebana en los templos tebanos: uno relacionado con el
nacimiento de la reina Hatshepsut en Deir el-Bahri y el otro, que será el que aquí
trataremos, que concierne al faraón Amenhotep III (1391-1353 a. de C.).
La forma procreadora de Amón, con su energía autorrenovadora evocada por el
epíteto "Ka-mutef o "toro de su madre", predomina en el templo de Luxor a la orilla
derecha de Tebas. Cerca del santuario, que en su forma actual lleva las cartelas de
Alejandro Magno, Amenhotep III dio orden de construir un apartamento en el que los
resultados de la inagotable fuerza sexual de Amón pudieran desplegarse en una serie
de relieves que realzaban la propia divinidad del monarca. El faraón era llamado
desde la época de las pirámides en adelante (especialmente desde el 2500 a. de C.)
"Hijo del dios Sol", esto último además de ser la temprana manifestación del dios
Horus. Los relieves en arenisca de Luxor, hoy en día horadados de forma horrenda,
definen su parentesco con el dios creador (el status que ahora recae en Amón) en un
documental de una "boda real".
A partir de los jeroglíficos resulta que Amón, "El que se oculta", tomó bajo la
forma de Tutmosis IV (1401-1391 a. de C.) un aspecto tranquilizador para la reina
implicada, con el propósito de llevar a cabo la proyección terrenal de sí mismo. Sin
embargo, las representaciones de Amón en su iconografía tradicional lo presentan
como un dios imponente: antropomorfo, con barba propia de deidad con la punta
rizada y una corona con dos largas plumas. La primera escena desde el punto de vista
cronológico muestra a la reina Mut-em-uiya, la gran esposa real de Tutmosis IV,
sentada frente a Amón en un largo sofá que puede leerse también como el jeroglífico
de "cielo". Así pues, podemos presumir que el escenario es, simbólicamente, el lugar
de Amón en los cielos, muy alejado de la habitación del palacio. La unión sexual se
representa de forma discreta (tanto Mut-em-uiya como Amón están vestidos con sus
atuendos de lino, pero sus piernas están enredadas); la mano derecha de Amón tiende
el "anj", el signo de la vida, hacia la nariz de Mut-em-uiya para que ella aspire en él
la vitalidad. Éste es el momento del orgasmo y de la transmisión del semen del Dios a
la Reina.
Aguantando el sofá-cielo con sus cabezas y agarrando los pies del Dios y de la
Reina aparecen la diosa-escorpión Serket y la diosa demiurgo Neit.
La escena siguiente trae Jnum a escena. Amón, llevando su cetro de soberanía y
el signo de la vida, se acerca al dios con cabeza de carnero Jnum, que lleva insignias
regias semejantes. Se le dan instrucciones a Jnum. Ahora Jnum ocupa el lugar que le
corresponde. Se sienta sobre un trono, sus manos descansan sobre las cabezas de los
dos seres infantiles que acaba de moldear, que están sobre el estilizado torno de
alfarero. Una de las figuras es el rey Amenhotep III, y la otra representa a "ka" o
fuerza vital eterna del faraón. La diosa Hathor, que en un sentido es la guardiana de la
realeza, se sienta junto al torno y tiende el "anj" hacia las dos figuras. El misterio
rodea, por tanto, el método que usó Jnum para la implantación de estos dos seres
moldeados en la entrañas de la Reina. Luego se nos muestra el nacimiento de
Amenhotep III. La reina Mut-em-uiya está sentada en una silla cúbica que aparece
sobre un gigantesco sofá acabado con remates con cabeza de león. Tanto su postura
como su silla son estilizaciones de situaciones de la vida real en las que las mujeres
se arrodillaban sobre el "ladrillo del embarazo" (que representaba a la diosa
Mesjenet) para dar a luz. Dos comadronas sostienen por los brazos a Mut-em-uiya,
pero desgraciadamente hay una gran hendidura en la arenisca dañando los detalles
alrededor del abdomen de la reina. Los relieves que lo rodean, no obstante, indican
que el parto de Amenhotep III y su "ka" se ha efectuado con éxito.
La teogonía tebana es incapaz de cualquier interpretación que sugiera que Amón
está abusando de sus prerrogativas como Dios supremo para gozar una noche con la
reina de Egipto. Su unión poco tiene que ver como la lujuria indiscriminada de ciertas
deidades griegas en las que obviamente pensaba Lord Byron cuando escribió:
Lo que los hombres llaman galantería, y los dioses adulterio, es mucho más normal cuando el clima
es bochornoso.
(Don Juan, Canto I: LXIII)
En Egipto, para el faraón-dios ser proclamado descendiente del Rey de los dioses
era un mito propagandístico dirigido a situar jerárquicamente a los monarcas como
los segundos en el gobierno del cosmos. La reputación de su predecesor no quedaba
en absoluto empañada. La reina era elevada, aunque momentáneamente, al rango de
consorte del Dios supremo, alcanzando una intimidad con él a la que no accedía el
propio faraón. El dios Amón se manifestó en una premeditada aventura con Mut-emuiya
con el fin de engendrar un futuro regente que gobernase Egipto en su nombre.
En palabras de Leda y el cisne, de W. B. Yeats, la reina de Egipto en su aventura con
el Rey de los dioses pudo "haber tomado parte de su conocimiento y su poder".
Además, la preocupación que muestra Amón en asegurarse de que su heredero al
trono de Egipto fuera totalmente intocable, por medio de una introducción
extraterrena de ADN, crea un estilo que está a años luz de las pasiones turbulentas del
dios griego Zeus, que condujeron al desastre de:
Los muros caídos, los tejados y la torre en llamas y Agamenón muerto.
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