Algunas de las figuras más atractivas de la mitología y el folclore antiguos son la multitud de ninfas (Nymphai), de las que se creía que habitaban en la naturaleza como espíritus de praderas y montes, de árboles y grutas, de arroyos, torrentes y del mar. Su nombre significa literalmente «jóvenes casaderas», o algo parecido. Algunas de ellas entraron dentro del catálogo de ninfas, aunque en realidad se trataba de diosas bastante relevantes, como sucede con algunas Oceánides y Nereidas (por ejemplo, Anfítrite o Tetis), pero, por lo común, el grueso de las ninfas eran semidiosas con un estatus comparativamente menor. Tenían cierta importancia en el culto popular, precisamente porque resultaban más accesibles que las grandes divinidades del panteón de las ciudades griegas, y porque se les suponía una vinculación mayor con los problemas cotidianos de los mortales, especialmente los de las mujeres. Aparecen muy a menudo en los mitos, aunque su papel no sea protagonista, sino de acompañamiento o incluso decorativo. Para la versión que da Hesíodo del origen de las Melias (en puridad ninfas de los fresnos, pero en general ninfas de los árboles), cf. p. 67. Homero se refiere a las Ninfas como hijas de Zeus;[40] Odiseo las invoca en dos ocasiones en las que ofrece un sacrificio y solicita su ayuda; ellas le ayudan a conseguir comida en una ocasión haciendo que unas cabras salvajes se dirijan al lugar en el que están él y sus hombres.[41] Viven en los márgenes de la sociedad divina; cuando Zeus ordena a Themis que convoque una asamblea general de dioses en la Ilíada, ellas están presentes, al igual que los dioses-río, «y no faltó ninguno de los ríos, excepto Océano, y ninguna de las ninfas, que moran las hermosas forestas, los manantiales de los ríos y los herbosos prados».[42] Las Ninfas ayudan a Ártemis en sus monterías (como indica Homero, cf. p. 232) y a Dioniso en sus deleites; eran capaces de ejercer de nodrizas de dioses niños, como Zeus y Dioniso (cf. pp. 121 y 234), al igual que de mortales, como en el caso de Eneas (cf. p. 270). A menudo se las puede encontrar en las ascendencias primeras de las genealogías heroicas como las esposas de los primeros hombres nacidos de la tierra y de los primeros gobernantes. Como figuras de gran individualidad, aparecen muy a menudo en mitos de transformación, especialmente en aquellos que se desarrollaron para explicar el origen de plantas y corrientes de agua, generalmente tardíos dentro de la tradición mitológica. Todas ellas son descritas como bellas y jóvenes, con gusto por la música y el baile, y muy a menudo como personajes amorosos, dado que una y otra vez aparecen como amantes no sólo de sátiros, sino también de dioses y mortales. Tienen poderes proféticos y poseen un extraño poder mágico sobre los mortales, haciendo que se vuelvan nympholeptai, llenos de locura divina. Como las hadas del folclore posterior, a las que se asemejan en muchas de sus características, se vuelven terribles cuando se enfurecen, como veremos.
Las Ninfas se dividían en muchas categorías según las regiones naturales en las que habitaban. Había ninfas de las colinas, valles, praderas y montañas; ninfas de arroyos, ríos, lagos y mares; ninfas de bosques y de árboles. Aparte de las Oceánides y las Nereidas, de las que ya hemos hablado, las únicas ninfas que pueden aparecer en la literatura con nombres griegos son las Dríadas y las Hamadríadas (Dryades, Hamadryades), que eran ninfas de los árboles, y las Náyades (Naiades), que eran ninfas del agua, ya fuera de arroyos, ríos o lagos, y quizá también las Oréadas (Oreiades), que eran ninfas de las montañas.
Es interminable el número de nombres diferentes que se podrían aplicar a las Ninfas; las Náyades, por ejemplo, podían dividirse en Potamiadas (ninfas de los ríos), Creneidas (de las fuentes), Limniadas (de estanques y lagos) y más. La verdad es que no se trataba realmente de nombres, sino de adjetivos en género femenino que podían ser aplicados a la palabra nymphe según se quisiera. Más allá de un determinado punto, esto se reconvirtió en un ejercicio de pedantería erudita. Nunca se llevó a cabo una clasificación ortodoxa ni exhaustiva de estos seres y los autores de la Antigüedad generalmente no se preocuparon, o fueron arbitrarios, en la aplicación de estos epítetos.
El nombre de Dríadas (ninfas de los árboles) deriva de la palabra drys, que significa roble, pero podía referirse, en un sentido más amplio, a cualquier clase de árboles grandes. Con las Hamadríadas pasa lo mismo; aunque los mitógrafos antiguos trazan a veces distinciones entre Hamadríadas —como ninfas que viven en árboles concretos y perecen con ellos— y Dríadas —como ninfas que viven entre árboles— no está muy claro que ésta fuera una distinción que funcionara en el común de las narraciones mitológicas.
Aunque las Ninfas eran bastante longevas, en comparación con los seres humanos, no se consideraba que fueran inmortales. En un curioso fragmento de Hesíodo, una náyade afirma que los seres de su clase tienen una vida que se corresponde con casi diez mil generaciones humanas (9.720, para ser más precisos), ya que viven diez veces más que un fénix, que vive nueve veces más que un cuervo, que ve envejecer nueve generaciones de hombres.[43] Se suponía que las ninfas de los árboles morían cuando sus árboles lo hacían o eran talados. Cabe citar un pasaje del Himno homérico a Afrodita que señala esto mismo acerca de las ninfas de las montañas: «Las ninfas de hermoso pecho (…) que no se encuentran entre los mortales ni entre los inmortales; viven una larga vida, seguro, alimentándose de manjares divinos y uniéndose en encantadoras danzas con los inmortales, y con ellas los Silenos y el Argifonte de astuta mirada se unen en amores en las profundidades de amables cuevas; pero en el momento de su nacimiento, pinos o robles de alta copa brotan de la tierra a la vez sobre la tierra nutricia (…) y cuando su mortal hado se les aproxima, estos bellos árboles se marchitan en la tierra, la corteza se seca y sus ramas se caen; entonces, junto con los árboles, su alma abandona la luz del sol».[44]
Como hemos visto en el caso de Erisictón (cf. p. 190) un hombre podía granjearse el odio o la gratitud de una ninfa si dañaba o salvaba un árbol. De acuerdo con una tradición, Árcade, el héroe epónimo de Arcadia (cf. p. 698), engendró a su progenie de una ninfa hamadríada cuyo árbol había salvado una vez. Un día se encontraba de cacería y se le apareció la ninfa Crisopeleya instándole a salvar su árbol, que corría el peligro de ser destruido por una torrentera de agua. Él cambió el curso del agua y dio firmeza a la tierra que cubría sus raíces. A continuación, ella se mostró encantada de unirse a él y darle herederos.[45] Otra historia semejante cuenta cómo Reco, un joven de Cnido, en la costa oeste de Asia Menor, llegó junto a un roble que estaba a punto de caer y ordenó a sus sirvientes que lo apuntalaran. La ninfa del árbol, agradecida, que había sido salvada de morir junto a éste, le ofreció concederle aquello que más deseara, a lo que él respondió que quería convertirse en su amante. Nombraron a una abeja como mensajera entre ellos y ella le aseguró que su deseo se cumpliría siempre y cuando no mantuviera relaciones con otra mujer. Sin embargo, un día la abeja fue a convocarle mientras él se encontraba en medio de una partida de damas. Bruscamente apartó a la abeja, por lo que la ninfa se encolerizó tanto con él que le dejó ciego. Al menos ésa es la historia que nos ha llegado, aunque cabe la sospecha de que la abeja informara a la ninfa de alguna infidelidad en la versión original.[46] Finalmente, Apolonio cuenta cómo un tal Parebio, un amigo del adivino tracio Fineo, hizo que cayera sobre él y sus hijos una maldición por ignorar las lágrimas y plegarias de una ninfa hamadríada que le suplicó que no cortara su roble.[47]
Otro ejemplo de cómo se comporta una ninfa cuando se enfada con un amante lo podemos encontrar en la leyenda del pastor Dafnis, que en las versiones que le hacen hijo de Hermes era también hijo de una ninfa. Mientras cuidaba sus rebaños en Sicilia, una ninfa de la zona se enamoró de él y le tuvo por amante, diciéndole que perdería la vista si le era infiel alguna vez. Cuando la hija de un gobernante de la región se quedó prendada de él y le enredó emborrachándole para llevárselo al lecho, la encolerizada ninfa le cegó, tal y como le había dicho. Él halló consuelo para sus desventuras entonando canciones tristes, de ahí el origen de la poesía pastoril.[48] Hay muchas versiones distintas de esta historia; de acuerdo con la de Ovidio, la ninfa le convirtió en piedra; en otra fue cegado pero pidió ayuda a su padre Hermes, que se lo llevó a los cielos e hizo que un arroyo brotara en su honor en el lugar en el que había emprendido su ascensión.[49] En su Idilio IV, Teócrito aporta una versión completamente diferente, en la que se cuenta que Dafnis se había jactado de ser más que un rival para Eros, lo que provocó que Afrodita le castigara con una pasión abrasadora que fue aparentemente la causa de su muerte.[50] Para otras leyendas notorias en las que aparecen ninfas que se enamoran de mortales, cf. pp. 503 y 574-575.
No hay comentarios:
Publicar un comentario