sábado, 30 de marzo de 2019

La indumentaria colonial

Pintoresca y abigarrada por su diversidad de trajes era la multitud de gente que
transitaba por las calles de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de México, Capital y
asiento del virreinato de la Nueva España.
La miseria y la opulencia, descubriendo la una su desnudez entre los harapos de
trajes usados o haciendo ostentación la otra en la riqueza y lujo de sus vestidos.
En el siglo XVI los indios vencidos ofrecían por las calles el curioso espectáculo
de ir, unos, vestidos con su antigua indumentaria, sin sombreros, y otros, ya con los
trajes españoles que se habían mandado hacer los ricos caciques y las indias nobles.
Al lado de ellos, los conquistadores pobres con sus capas y vestimentas raídas, y los
conquistadores poderosos y los afortunados encomenderos con ropas de terciopelo,
cadenas y hebillas de plata u oro o con armaduras de repujado acero en los días de
gala o de alardes y revistas.
Todavía entonces los obispos vestían humildes hábitos de frailes, calzaban
sandalias y caminaban a pie o en mulas. Los frailes presentaban también modestia en
sus hábitos, pero daban nota de variados matices por el color, en las calles y en las
plazas, según la Orden a que pertenecían.
En los siglos XVII y XVIII, la miseria y desnudez de criollos arruinados y de indios
y castas envilecidas por la esclavitud o por los vicios, arrastraban sus hilachas por las
calles y dejaban ver sus carnes sucias y morenas. En cambio, altivas pasaban junto de
ellos las negras esclavas, deslumbrando por sus sedas y joyas; y por en medio de las
rúas rodaban las carrozas ostentosas, llevando dentro, con diversos atavíos y ropas,
damas encopetadas, canónigos estirados, oidores desdeñosos, virreyes venerados o
tiranos, y obispos y arzobispos, ya por estos tiempos, aunque no todos, de capas y
mitras deslumbrantes por sus valiosos bordados de oro y pedrería.
I
La historia de la indumentaria colonial, es asunto variadísimo y pintoresco, que
podría formar un libro de amena lectura y de ilustración profusa.
Los reyes de España, para sus dominios peninsulares y de ultramar, expidieron
Cédulas, Reales Provisionales y Pragmáticas que fijaban los trajes y joyas que habían
de portar sus vasallos, a fin de refrenar el lujo que desplegaban y el derroche que
hacían éstos cuando abundaban las riquezas y sobraba la vanidad.
No poca es la documentación escrita y pictórica que, relativamente a esta materia,
tenemos en obras impresas, en manuscritos, en colecciones de cuadros y de láminas
que se conservan en los museos.
Los trajes de los conquistadores, los podemos ver y estudiar en el famoso «Lienzo
de Tlaxcala», en el que los indios aliados pintaron con mucha exactitud y colores los
vestidos, sombreros, armaduras y arneses de los hombres, mujeres y caballos de los
castellanos, con una minuciosidad que admira por la observación conque
reprodujeron lo que ante sus ojos tenían.
Para no citar lo que permanece aún inédito, mencionaremos el precioso «Códice
Kingsborough», o sea el memorial de los indios de Tepetlaztoc, publicado en Madrid,
por el Sr. Francisco del Paso y Troncoso, que reproduce admirablemente algunos de
los trajes usados, hacia la primera mitad del siglo XVI, por los oficiales reales y sus
sirvientes, así como muchas de las joyas indígenas que tan artísticamente labraban los
conquistados.
De esta primera mitad del siglo mencionado y de años inmediatos, debemos
recordar el valioso «Códice de Osuna», o sea la Pintura del Gobernador, Alcaldes y
Regidores, publicado también en Madrid, en 1871, anónimo y en edición de cien
ejemplares numerados, que contiene los trajes de los Oidores y de sus esposas; y el
curioso «Códice Sierra», o sea el fragmento de una pintura de gastos del pueblo de
Santa Catarina Texupan (Mixteca baja, Edo. de Oaxaca), publicado aquí en México el
año de 1906 por el Dr. D. Nicolás León, en el que pueden verse trajes seglares y
religiosos usados en esa región durante los años de 1550 y 1554.
El interesante y hasta ahora no bien estudiado Plano de la Ciudad y Valle de
México de mediados del siglo XVI, que formó el célebre cosmógrafo Alonso de Santa
Cruz, proporciona materia para el estudio de los trajes de los primeros pobladores
hispanos de aquella centuria.
En todos estos Códices pueden examinarse en detalles los vestidos que todavía
perduraban de los que habían usado los indios en su gentilidad, y que poco a poco
fueron desapareciendo, por la costumbre y aun por haberlos prohibido algunas leyes,
pues no sólo a los indios sino a sus descendientes y castas alcanzaron estas
prohibiciones como consta por la Ordenanza de 31 de julio de 1582, en la que se
prevenía «que ninguna mestiza, mulata o negra ande vestida en hábito de india, sino
de española, so pena de ser presa, y que se le den cien azotes públicamente por las
calles, y pague de pena cuatro reales al alguacil que la aprehendiere; y que esto no se
entienda con las mestizas, mulatas y negras que fueren casadas con indios».
(Montemayor y Beleña, Recopilación sumaria de todos los autos acordados de la Real
Audiencia y Sala del crimen de esta Nueva España, etc., México, 1778, tomo
primero, pág. 11).
No obstante la excepción hecha en la Ordenanza de 1582 el traje español
predominó en negros, indios, mulatos, mestizos y sus castas hasta el siglo XVIII, como
puede verse en un antiguo lienzo y en una serie de pinturas que representan estos
tipos, publicada esta última en los «Anales del Museo Nacional de México», y en
otras colecciones de cuadritos, en tela o en lámina, que conservan en su poder
particulares y museos, tanto en México como en el extranjero, y que era muy
frecuente pintar en los tiempos coloniales.
La indumentaria mexicana, desde la época de la conquista hasta la consumación
de la independencia y retratos de conquistadores, oidores, virreyes, gobernadores,
empleados del virreinato, misioneros, frailes, obispos, doctores de la Universidad,
colegiales, etc., se hallan representados con sus propios trajes de civiles y religiosos,
y se pueden ver en muchos cuadros.
Esta documentación se completa con la hermosa galería de retratos de los virreyes
de la Nueva España, que se exhibe en nuestro Museo Nacional y la colección del
Ayuntamiento, que en algunos retratos supera a la del Museo; con otras dos
colecciones de retratos de los arzobispos de México, que se guardan respectivamente
en las salas Capitular y de juntas de la Archicofradía del Santísimo de la Catedral;
con las cromolitografías publicadas en el tomo segundo de México a Través de los
Siglos, que reproducen con minuciosidad y color los hábitos religiosos de los frailes y
monjas de la época colonial y con un cuadro de grandes dimensiones, que fue
propiedad del rico coleccionista guanajuatense D. Ramón Alcázar, y que es una
curiosísima reproducción de la gran plaza de la ciudad de México, en la que figuran
toda clase de tipos del siglo XVIII con sus trajes propios.
La colección de virreyes, aunque de medio cuerpo, permite reconstruir todos sus
trajes, escudos, condecoraciones, peinados y sombreros. Los que gobernaron durante
los siglos XVI y XVII, llevan los sencillos vestidos usados por ellos a la moda de las
Cortes de la Casa de Austria, compuesto en su mayoría de jubones, calzas,
gregüescos, calzón corto, medias, zapatillas, capas y ferreruelos, ostentando en sus
pechos las cruces de Santiago. Los que gobernaron en el curso del siglo XVIII, visten a
la moda francesa, introducida en España por la Casa de Borbón, consistente en
grandes casacas y chupas muy bordadas, y medias y calzón corto y chinelas con
hebillas. En fin, los que gobernaron después de la invasión napoleónica, llevan los
trajes de capitanes generales.
En tocados, cuellos y peinados, la galería nos ofrece variados modelos. Hernán
Cortés está revestido de armadura a lo Carlos V. D. Antonio de Mendoza y D. Luis de
Velasco, el primero, cubren sus cabezas con boinas o gorras de la época, están
barbados, y con cuellos encarrujados. D. Gastón de Peralta, lleva fieltro de alta copa,
y D. Martín Enríquez una especie de bonete eclesiástico. Es raro el sombrero de D.
Lorenzo Suárez de Mendoza, único en su género y que marca la transición entre el
sombrero de copa y las antiguas boinas, y en su cuello ya aparece la gorguera, aunque
de moderadas dimensiones. Desde el caballeroso D. Luis de Velasco, el segundo,
hasta el ceñudo Marqués de Gelves, todos portan altos sombreros de copa encarrujada
y con toquillas y gorgueras almidonadas, que llegan a alcanzar desmesuradas
dimensiones en el Marqués de Montes Claros. Los marqueses de Cerralvo y de
Cadereyta inician los fieltros de copa moderada y de anchas alas con toquillas y
hebillas de metal a la siniestra, e inician también los cuellos lisos anchos. Desde el
Duque de Escalona hasta el Duque de Alburquerque, llevan cabelleras largas, unos
lacias, otros ligeramente rizadas, y el Conde de Gelves gran peluca, como precursora
de las que se habían de usar pocos años después. Casi todos estos gobernantes de las
grandes cabelleras, se ven afeitados, uno u otro, con bozos o bigotes y perillas, que
recuerdan a Quevedo, y visten trajes más o menos lujosos de las épocas de los Felipes
o de Carlos el Hechizado.
El Duque de Linares, el Marqués de Valero y el de Casa Fuerte, llevan grandes
pelucones a la Luis XIV y Luis XV, pero desde el Duque de la Conquista comienzan
las pelucas y peluquines, los bucles y las coletas y aun los peinados con el cabello
natural, y los trajes cuajados de bordados y condecoraciones, y con grandes bandas,
hasta ser verdaderamente ostentosa por sus bordaduras la casaca de D. Miguel José
de Azanza. Iturrigaray y los que le sucedieron portan uniformes militares y sólo el
virrey Venegas lleva peinado de «furia».
Las dos colecciones de arzobispos de la Catedral se distinguen por reproducir los
hábitos y trajes talares de cada uno de los prelados, principalmente la de la Sala de la
Archicofradía del Santísimo, pues en ella, aparte de ser de cuerpo entero, las figuras
son de gran mérito artístico, por los pinceles que las pintaron y por la vida que las
anima, entre otras la del seráfico Zumárraga, la del dominico García Guerra, la del
agustino Payo de Rivera y la del escuálido y cadavérico benedictino Lanciego y
Eguilaz.
Las cromolitografías de México a Través de los Siglos, ejecutadas por el modesto
artista catalán R. Cantó, son una fiel copia de los hábitos religiosos que mandó hacer
exprofeso el general D. Vicente Riva Palacio para que, vestidos con ellos varios
individuos y agrupados convenientemente, les tomase del natural el mencionado
artista.
En la primera cromolitografía figuran un benedictino, con su hábito negro; un
cosmita o descalzo viejo, con su hábito blanco y cerquillo; un congregante de San
Vicente de Paúl, de negro, con sombrero acanalado; un fernandino (Propaganda fide)
de café oscuro con cerquillo; un juanino, con hábito semejante; un lego franciscano,
de azul con sombrero redondo, alforja al hombro y una alcancía en la mano; un
hermano de la caridad, después hipólito, de gris con cerquillo; un dieguino de café
con cerquillo; un agustino de negro con cerquillo; un franciscano de azul con
cerquillo (debiendo advertirse que primitivamente los frailes de esta Orden usaban
hábitos pardos, pero habiéndose acabado, tuvieron que rehacerlos y teñirlos de azul y
continuar aquí en la Nueva España vistiéndose de ese color); un dominico, de blanco
y capa negra y cerquillo; un betlemita, de café oscuro, con el escudo de su Orden en
el lado izquierdo de la capa, y sombrero; un mercedario, de blanco, cruz roja en el
escapulario y cerquillo; un carmelita, de café y cerquillo; y aunque no aparece la capa
blanca, fue costumbre que la usaran los frailes de esta Orden; un camilo, o padre
agonizante, de azul, cruz roja en el lado derecho del pecho y de la capa, con sombrero
acanalado; un antonino, de azul con cruz del mismo color más claro, en el hombro
izquierdo y calada la capucha; un congregante de San Felipe Neri, de negro, con
sombrero acanalado; y un jesuita, de negro, con bonete de picos encorvados.
La segunda cromolitografía representa a cada una de las monjas con sus hábitos,
tocas y escapularios; con los colores propios de las Órdenes similares de frailes cuyas
reglas seguían; así, en las concepcionistas se nota el color azul, en las dominicas el
negro, en las carmelitas el café; y órdenes en que profesaron, y que no tuvieron
representantes masculinos en México.
Cifra y compendio de todos los trajes usados por hombres y mujeres en el último
tercio del siglo XVIII, es el cuadro que perteneció al Sr. Alcázar. En él se agrupan y
pueden examinarse los vestidos de todas las clases sociales de la Nueva España
militares y civiles, religiosas y populares, desde el erguido virrey hasta el atento
alabardero, desde la dama linajuda hasta la mujer humilde; desde el caballero
orgulloso hasta el lépero timador.
II
Para confeccionar los trajes de la multiforme y policroma indumentaria colonial,
hacer los sombreros, los zapatos, las pelucas y los peinados, se empleaban infinidad
de maestros, oficiales y aprendices, quienes formaban asociaciones que llamaban
gremios, por lo que se refería a las artes u oficios que se ejercían, y cofradías, por lo
concerniente al culto religioso que tributaban a los santos bajo cuyo amparo
trabajaban.
Los gremios fueron a modo de los sindicatos modernos, exclusivistas,
intransigentes; no dejaban ejercer su arte u oficio a individuos que no perteneciesen a
sus agrupaciones, que llegaban a constituir verdaderas tiranías, tanto para los
artesanos como para el público, pues imponían a su antojo precios y modas, al grado
que las autoridades tuvieron que intervenir, nombrando alcaldes y veedores, a fin de
vigilar que se cumpliese lo prevenido en los aranceles y ordenanzas que hubo que
expedir con este objeto.
A la vez que los tales gremios ejercían un monopolio perjudicial para los
compradores, eran una rémora para el progreso de las artes y oficios que estancaban y
una servidumbre para los aprendices, que servían gratis a los maestros durante el
aprendizaje, barriéndoles los talleres, haciéndoles mandados y empleándose en otras
tareas poco honestas e indecorosas.
Ya con los conquistadores vinieron a la Nueva España los primeros sastres, y el
ingenuo y puntual cronista Bernal Díaz del Castillo nos conservó los nombres de
algunos de ellos. Dice que con Hernán Cortés vino Juan Brisca, sastre; con Pánfilo de
Narváez vinieron un tal Martín, o Martín Méndez, como le llamaban otros; Álvaro
Gallego, Pedro Hernández, Francisco Pérez de Sevilla y Juan Pérez, sastres; y Pedro
Nájera Moreno, zapatero; y con Ponce de León, Francisco Comillen, calcetero; fuera
de otros que no pertenecían al arte de la indumentaria ahora única en este artículo.
De antaño estaban, sin duda, constituidos en la ciudad de México los sastres en
gremios, pues en el Acta del Cabildo celebrado a 5 de enero de 1526, consta que «a
pedimento de Francisco de Olmos e Juan del Castillo, sastres e alcaldes del dicho
oficio, los dichos señores justicias e regidores, los eligieron de nuevo por alcaldes, e
les dieron poder e facultad para usar el dicho oficio e para que puedan poner pena e
penas e las executar en los oficiales, que sin ser examinados ante ellos pusieren
tiendas para usar los dichos oficios».
Pronto también, instituyeron su Cofradía, porque en el Acta de 9 de enero del
mismo año, se lee: «Este dicho día de pedimento de Francisco de Olmos e Juan del
Castillo, Alcaldes de los Sastres de esta Ciudad, los dichos Señores les hicieren
merced de los dos solares que son en esta Cibdad en la calle que va de las Atarazanas,
fuera de la traza, para en que dixeron que querían hacer una hermita de la adbocación,
del Señor San Cosme e San Damián e San Amaro, e un Espital a su costa, donde se
alberguen pobres e miserables personas que tuviesen necesidad, e para de donde
saliesen sus oficios el día del Corpus-Cristi, los quales dichos solares dixeron que les
daban e dieron sin perjuicio de tercero, con tanto en que empiecen luego a poner por
obra la dicha hermita e ospital, e les mandaron dar el título de ellos en forma».
La construcción de la ermita, se puso en obra a 23 del propio mes y año, y
andando el tiempo se convirtió en la iglesia de la Santísima Trinidad, y el hospital, en
el de sacerdotes dementes, estableciéndose ahí además la cofradía de S. Pedro y la de
los Trinitarios, que salían en las procesiones de la Semana Santa.
Las primeras ordenanzas formales que se dieron por la Nobilísima Ciudad de
México, relativas a los calceteros, jubeteros y sastres, fueron expedidas el 25 de
febrero de 1590, y confirmadas por el virrey don Luis de Velasco, el segundo, a 16 de
julio de dicho año.
El texto de estas ordenanzas, prevenían la siguiente: «Que ninguno se pueda
examinar de sastre, jubetero y calcetero sin precedente información de haber estado
cuatro años de aprendiz en casa de oficial trabajando, pena de diez pesos a los
veedores, para gastos de la Cofradía que tiene en la Santísima Trinidad.
»Que el que hubiese de examinarse, sea de una capa, sayo o ropilla u otra
cualesquier cosa, y sepa las varas que entran, y lo que hay fraude, y le diferencien por
todos tamaños y señal y el que esto no supiere, no se le dé Carta de examen.
»Que el que se examine sea de una lova, capuz, capocete, ropilla, ropa de
levantar, herreruelo, balandrán y otras que se usasen; y den cuenta de las varas en
paño, seda; y señale, corte y cosa, y el que no supiere que no se le dé Carta de
examen.
»Que dé cuenta de una ropa francesa el letrado, de paño y de cualquiera seda y la
señale.
»Que dé cuenta y señale ropa de mujer basquiña, faldellín, refajo, conforme se
usare en paño u otra cualquier seda.
»Que dé cuenta, y señale saya grande, de seda o tela, con falda, y en todos
tamaños, y basquiña y faldellín francés.
»Que dé cuenta, y señale saya grande, de seda o damasco, u otra tela que tenga
labores, siendo labores encontradas, flores arriba y las sedas al lustre y no al través.
»Que señale y dé cuenta de una sotana, manteo de todos tamaños, media sotana
de paño y cualquiera otra seda.
»Que se le pidan todos los géneros de jubones y demás ropas, coletos en cuatro
mangas, faldillas y también un jubón de hombre, de labores y sin labores de mangas
de armas y francesa, y lo mismo de mujer.
»Que el jubetero se examine, pidiéndole señale y dé cuenta de todos los jubones
conforme a los usos; de lino, de sedas y telas.
»Que el calcetero se examine en todo género de calcetas, calzas de seda, brocado,
terciopelo, etc., y conste haber trabajado en esto, y dé razón y cuenta en todo género
de paño y sedas.
»Que al sastre, calcetero y jubetero, los veedores les pidan todas las demás ropas
que quisieren, especialmente las del uso que cada día se están mudando.
»Que antes del examen, los veedores hagan juramento de no estar rogados, y
después del examen, hagan también el juramento de haberlo hecho en forma según
conciencia.
»Que no tengan tienda los que no fuesen examinados en esta Ciudad, o en Ciudad
cabecera del Reino, porque muchos se van examinando a la Puebla donde no hay
tanto uso de vestidos, so la dicha pena, de los que usan oficios sin ser examinados.
»Que en los exámenes se lleve, en el de sastre, quince pesos; en el de calcetero,
doce pesos, y en el de jubetero, doce pesos, pues durando seis días y en esos días
pierden su trabajo los veedores, los seis pesos para la Cofradía».
Las anteriores ordenanzas las hemos copiado de un curioso libro manuscrito, que
existe en nuestro poder, y se intitula: «Compendio de los tres tomos de la
compilación nueva de las ordenanzas de la M. Noble Insigne y Muy Leal e Imperial
Ciudad de México. Hízolo el Lic. D. Francisco de el Barrio Lorenzot, Abogado de la
Real Audiencia y Contador de la misma, N. C.».
Semejantes a las ordenanzas de los sastres, jubeteros y calceteros, inserta el Lic.
Lorenzot otras relativas a los sombrereros, boneteros, chapineros y zapateros;
variando sólo el número de los años de aprendizaje, la cuantía de las penas, que a
veces se trocaban de pecuniarias en corporales, cuando, por ejemplo, los sombrereros
porfiaban en cambiar las marcas de sus tiendas por las de otras, o relujaban
sombreros viejos o usados.
Poseemos también el original manuscrito de la cuenta o factura de un sastre del
siglo XVIII, y es oportuno trasladarla aquí, para que se tenga idea de lo que importaba
la hechura y compostura de algunas piezas de ropa en aquella época. Dice así: (Véase
la página siguiente.)
A medida que las modas francesas predominaron en los trajes usados en los siglos
XVII y XVIII, los sastres tuvieron como colaboradores en la indumentaria colonial a los
barberos y peluqueros, a los sombrereros y peluqueros, a los sombrereros y a los
bordadores, para completar la confección de los vestidos.
Como la moda relegó casi al olvido barbas, bigotes y cabelleras naturales, los
barberos afeitaban los rostros y rapaban las cabezas, y los peluqueros hacían pelucas
y peluquines y trenzaban las coletas.
Los sombrereros no sólo fabricaban fieltros y sombreros de copa, sino
chambergos y tricornios, con plumas más o menos airosas, y los adornaban con
hebillas incrustadas de piedras preciosas y los ribeteaban con galones sencillos u
ostentosos.
Las casacas y casacones, la chupa y el calzón corto, requerían labor de
bordadores, pues estaban aquellas cuajadas de bordados de seda, plata u oro.

Pero el trabajo de los sastres superaba a todos. Confeccionaban ellos los vestidos de
hombres y mujeres; las togas y garnachas de los oidores; las sotanas y capas de los
clérigos; los trajes talares y mantos de los obispos y arzobispos; los mantos y becas
de los colegiales; las ínfulas y capelos de los doctores y los uniformes de los pajes,
lacayos, cocheros y militares de la servidumbre y del ejército del virreinato.


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