Dicen que la Tierra en que se afirman los pies estaba recién nacida
guando el que todo lo hace vino y la vio.
Entonces hizo al hombre varón con sus manos y lo puso en la Tierra.
Para eso labró la figura con barro húmedo y con heno verde. El barro
fue la carne y del heno salieron los huesos. El hombre quedó así hecho
y el amor del Sol bajó sobre él. Tomó forma y vida del calor santo, y de
la luz le fue dado su espíritu.
Cuando eso, el hombre echó a andar sobre la Tierra, solitario. Hasta
que de él mismo nació la mujer, que dentro de él estaba, y para ser aparte
se escapó del costado del hombre y le miró sonriendo.
Entonces el hombre rojo tuvo quien respondiera a sus palabras y
pobló la Tierra con sus hijos.
El techo de la Tierra es azul, para que en él descansen los ojos que
se elevan a lo alto.
Cuatro gigantes, uno a cada viento, sostienen el cielo con sus grandes
brazos. Éstos son los Bacab que se oyen nombrar.
Uno está pintado de color blanco y es el del norte, que tiene por
servidor al viento fuerte que anima a los guerreros en las batallas y
transporta las cosas para arriba, Su signo es una lanza.
Otro es de color rojo, y es el de oriente, que manda al viento perfumado
que da la vida y trae las grandes lluvias buenas y hace florecer las
semillas en el vientre de la Tierra y enciende el amor en los enamorados.
Su signo es el girasol.
Otro es el del sur, que es amarillo como el color del bien y tiene
consigo al viento que mandan los dioses para suavizar las fuerzas del
mundo y levantar la oración en el espíritu y en la boca del hombre. Su
signo es el pebetero de humo tranquilo y oloroso.
El cuarto Bacab, es malo y negro y gobierna al viento afilado del
poniente, que trae la noche y la enfermedad. Su signo es la lechuza.
Los cuatro Bacab disputan entre sí por el gobierno de los días que
sobran en cada cuatro años. Y según el que manda, así los días son malos
y de muerte y de sequía, o son buenos y de vida y abundancia.
El hombre rojo alcanzó muchos bienes cuando vivía sobre la Tierra
que ya no existe. Fue dueño de mandar en todas las fuerzas que se ven y
en las que no se ven. Los cuatro mundos que hay dentro de este mundo
le obedecían y era rey del agua y del aire, del fuego y de la Tierra. Le
fue dado gran saber y poder, que luego perdió.
Y lo perdió porque se apartó de la luz, de que estaba lleno por arriba,
para bajar adentro de su cuerpo de barro y de paja ensoberbecido y
sublevado, que todo lo pedía para él. Cuando el hombre bajó adentro de
su cuerpo, la luz que el Sol había encendido en su alma se fue apagando
poco a poco.
Todo cuanto hizo desde entonces fue negro y malo. Le sirvió su gran
poder para hacer la iniquidad y trató con los malos espíritus, que antes
temblaban delante de él.
Los malos espíritus se atrevieron a todo, al ver que la frente del
hombre ya no resplandecía. Y le pidieron sangre de los animales, que
eran sus hermanos, y él los mató para darla.
Le pidieron después sangre de los niños y los sacrificó en los templos,
llenándolo todo de sangre pura. Y los malos espíritus se hicieron
como dioses sobre el hombre rojo y le ordenaron las grandes matanzas,
y le enseñaron el mal placer. Así cambió todo, y los poderes de abajo
se bebieron la sangre del hombre, que le había dado el poder de arriba.
El hombre rojo fue castigado cuatro veces. Una, por el aire, que vino
y lo arrasó todo; otra, por el fuego, que vino y todo lo quemó; otra vez
por la tierra que saltaba y se abría para sacudirse del mal, y otra vez por
el agua, que inundó el mundo.
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