viernes, 15 de marzo de 2019

La creación del hombre por el coyote (mito de los indios de america Del norte)

Después que el coyote hubo creado el mundo y los seres inferiores,
quiso crear al hombre, para lo cual convocó un consejo de animales.
Escogieron para reunirse un lugar despejado en el bosque, donde se
sentaron formando un gran círculo.
■' No siempre se ha podido identificar exactamente el grupo étnico al que pertenece
cada mito recogido en esta antología. En esos casos, nos vemos obligados a prescindir
de ello y señalar la región geográfica donde fueron colectados. (N. del E.)
El león presidía. A su derecha se sentó el oso pardo y próximo a
éste, el oso castaño. Así, de esta manera, se fueron unos tras otros, hasta
colocarse el último el ratoncillo, que se sentó a la izquierda del león.
Éste fue el primero en hablar y declaró que deseaba un hombre con
una potente voz, semejante a la suya, con la que asustaría a todos los
animales; además debería estar cubierto de piel, tener largos colmillos
y fuertes garras. Respecto al color, opinaba que debía ser de un tostado
semejante al suyo.
Entonces lo interrumpió el oso pardo:
-Esto es ridículo. ¿Por qué debe tener el hombre una voz como la
vuestra? Opino que el hombre debe ser de gran fuerza y moverse rápido
y en silencio, sin hacer el menor ruido.
El ciervo aseguró que él no estaba de acuerdo con aquello. El hombre,
según su manera de pensar, debería tener buenas astas sobre la
cabeza, semejantes a las suyas, para poder luchar. También daba mucha
importancia a los ojos y oídos, que deberían tener la sutileza de los
suyos.
-Nada de eso -protestó la oveja-. El hombre necesita unos cuernos
como los míos, con los cuales pueda topar contra su presa, y no las
complicadas astas del ciervo, que se le engancharían en todos los matorrales.
A continuación tomó la palabra el coyote y declaró que en la vida
había oído decir tantas tonterías. Él era, sin duda, superior a todos los
animales allí congregados, y, por lo tanto, le correspondía hacer el
hombre a su semejanza, pero más perfecto aún que él mismo. Tendría
cuatro patas, cinco dedos y una cabeza con ojos, oídos y nariz. No le
parecía mal que tuviese una voz como la del león; pero no sería necesario
que rugiese.
Entonces el león ordenó al coyote, que paseaba nervioso, que se
sentase en su sitio y cesase de hablar.
El oso pardo prosiguió:
-Encuentro que el coyote ha hablado acertadamente en lo que se refiere
a la forma de los pies, pues esto le permitiría permanecer derecho
fácilmente; por lo tanto, los pies del hombre deberían ser, poco más o
menos, como los del oso.
El coyote subrayó después la ventaja que tenían los osos al no tener
rabo. Él sabía por experiencia que no servía más que de refugio a las
pulgas. También habló de las ventajas que tenían los ojos y oídos de los
ciervos, quizá mejores que los suyos, y de las que tenía el pez, a quien
siempre había envidiado por la desnudez de su cuerpo. El pelo de los
animales era una pesada carga, y, por lo tanto, él deseaba ver al hombre
libre de pelo, con poderosas uñas, tan largas como las de las águilas.
Por último, reconoció que no había en la reunión, a excepción de él,
un animal capaz, por su ingenio, de hacer al hombre. Y al decir estas palabras,
levantó su hocico y miró a los reunidos con un aire importante.
El castor se levantó para dar su opinión:
-El hombre debe tener una ancha y gruesa cola, con la cual deba
arrastrar fango y arena.
-Todos los animales habéis perdido el sentido -dijo la lechuza, gruñona-.
Ninguno de vosotros desea ver al hombre con alas, y yo no comprendo
qué podría hacer sobre la Tierra un hombre que no las tuviera.
El topo aseguró que estaban todos locos. El pensar en un hombre
con alas era el mayor disparate, porque estrellaría su cabeza contra el
cielo; además, sus ojos se quemarían con la proximidad del Sol. Sin
ojos, en cambio, podría horadar la tierra y ser tan feliz como él.
Finalmente, el ratoncillo levantó su chillona voz:
-Yo haría al hombre con ojos, de manera que pudiera ver el alimento
que lleva a la boca; pero nunca debería arañar la tierra.
Todos los animales discrepaban entre sí. El Consejo estaba sumido
en el mayor desorden; nadie ocupaba su puesto, y, al fin, empezaron a
luchar unos con otros. El coyote intentó huir; pero en ese momento la
lechuza se abalanzaba sobre él, mientras el castor le arañaba la quijada.
El león y el oso pardo luchaban como fieras.
Pasado un largo rato, cuando comenzaban a desfallecer, agotados
por la lucha, cada animal se sentó y empezó a trabajar, para hacer al
hombre de acuerdo con sus propias ideas. Tomaron un terrón de tierra
y comenzaron a moldearlo. Pero el coyote lo hacía según lo había descrito
en el Consejo.
Era muy tarde cuando se habían puesto a trabajar, y así, la noche
llegó antes de que hubiesen terminado su modelo. Empezaron a bostezar,
y pronto todos los animales se retiraron a descansar. Uno sólo
continuaba laborando afanosamente: el coyote, que permaneció así sobre
su modelo durante toda la noche. Muy temprano, y antes de que los
restantes animales despertasen, el coyote terminó su obra y le dio vida.
Al levantarse los demás, vieron con sorpresa que el hombre había sido
hecho por el coyote.

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