Hubo en tiempos remotos un rey entre los reyes de los persas que se llamaba Sabur, y era un rey poderoso que tenía tres hijas, .semejantes a tres resplandecientes lunas llenas o a tres jardines floridos; tenía también un hijo varón que era como la luna. Este rey celebraba dos fiestas anuales, la de Año Nuevo y la del Mihrgán, y en ambas ocasiones acostumbraba abrir sus palacios y a distribuir presentes y a proclamar el indulto y la seguridad y a nombrar chambelanes y lugartenientes. Y sus súbditos acostumbraban también a cumplimentarle y a felicitarle con motivo del festival, llevándole presentes y esclavos. Y este rey amaba la filosofía y la geometría.
Y cierto día que se hallaba sentado en el trono, conmemorando una de aquellas fiestas, .se presentaron ante él tres sabios. El primero llevaba un pavo real de oro, el segundo una trompeta de bronce y el tercero un caballo de ébano y marfil. Y el rey les preguntó:
–¿Qué cosas son esas cosas y qué utilidad tienen?
El dueño del pavo real contestó:
–La utilidad de este pavo real consiste en que a cada nona que pasa del día o de la noche, agita las alas y lanza un grito.
Y el dueño de la trompeta dijo:
–La utilidad de esta trompeta consiste en que, si se la coloca a las puertas de la ciudad, servirá de guardián, ¡pues cuando se acerque un enemigo tocará previniendo contra él, y de este modo se conocerá su presencia y se le podrá detener!
Y el dueño del caballo, dijo:
–¡Oh mi señor! ¡La utilidad de este caballo consiste en que si un hombre lo monta, le llevará sin vacilar al país que desee!
Entonces el rey dijo:
–No os remuneraré hasta que haya sometido estas tres cosas a prueba.
En seguida hizo la prueba con el pavo real y lo encontró tal y como su dueño había dicho; luego hizo la prueba con la trompeta y la encontró tal y como su dueño había dicho. Entonces dijo a los sabios propietarios de aquellos dos prodigios:
–¡Pedidme lo que queráis!
Y contestaron:
–Te pedimos que nos des en matrimonio una de tus hijas a cada uno.
Y el rey les concedió dos de sus hijas. Luego avanzó el tercer sabio, el dueño del caballo, y después de besar el suelo ante el rey, le dijo:
–¡Oh rey del tiempo, haz conmigo lo mismo que has hecho con mis compañeros!
–Cuando haya puesto a prueba lo que me has traído –contestó el rey. Pero entonces avanzó el hijo del rey y exclamó:
–¡Oh padre mío, quiero ser yo quien monte ese caballo y lo ponga a prueba, y se entere de su uso!
Y el rey contestó:
–-¡Haz como deseas, hijo mío!
Al momento se levantó el príncipe y montó en el caballo, pero aunque le espoleó, no consiguió que se moviera de donde estaba, así que preguntó al sabio:
–¡Oh, sabio! ¿Dónde está esa carrera veloz de que te jactaste?
Y al oír esto, el sabio avanzó hacia el príncipe y le mostró una clavija que servía para hacer subir al caballo, diciéndole:
–Hazla girar.
Y el hijo del rey lo hizo así, ¡y he aquí que el caballo se puso en movimiento y se remontó con su jinete a las altas regiones del cielo y voló y voló hasta desaparecer a la vista de los que lo contemplaban! Y el príncipe quedó confuso ante lo que le sucedía y se arrepintió de haberlo montado.
–¡Ese sabio se ha valido de un engaño para perderme! –pensó–. ¡No hay fuerza ni poder más que en Alah el Grande, el Altísimo! –luego se puso a observar atentamente todos los miembros del caballo, y al examinarlo descubrió algo parecido a una cabeza de gallo en el lado derecho de la cruz, y otra cosa igual en el izquierdo, y dijo.
–¡No veo más indicación que estos dos botones!
Y al girar el botón de la derecha el caballo se elevó más velozmente aún, así que retaré prestamente la mano, y volviendo los ojos a la izquierda dio la vuelta al botón que allí había; entonces el caballo disminuyó la velocidad y, dejando de subir, empezó a descender y siguió descendiendo hacia tierra poco a poco, sin que el príncipe abandonara sus precauciones. Y vio esto el joven y supo cómo se manejaba el caballo; su corazón rebosó de alegría y felicidad, y dio gracias a Alah (¡alabado sea su nombre!) por el favor que le había dispensado salvándole de la muerte. Y no dejó de bajar durante el resto del día, pues había subido tanto que la tierra había quedado lejísimos, y según lo deseaba dirigía al caballo, tirándole de la rienda, y cuando quería bajaba y cuando quería subía.
Ahora bien, una vez enterado del manejo del caballo, le encaminó a tierra y vio entonces países y ciudades que no conocía ni había visto en su vida. Y entre aquellas cosas nuevas vio una ciudad de excelente trazado, situada en una verde comarca cubierta de árboles y arroyos, y pensó en su auna: "Me gustaría conocer el nombre de esa ciudad y el de la región en que se encuentra", así que empezó a girar sobre ella, observándola atentamente a derecha y a izquierda. Caía la tarde y el sol estaba a punto de ponerse, por lo cual dijo para sí: "¡No se me ocurre sitio mejor, que esta ciudad para pasar la noche! Dormiré en ella, y por la mañana regresaré a mi palacio y entre los míos, y contaré a mi padre y a mi familia lo que me ha sucedido y les describiré las cosas que han podido contemplar mis ojos".
Así, pues, se puso a buscar un lugar seguro y oculto para él y para su caballo, pero al hacerlo he aquí que distinguió en el centro de la ciudad un elevado palacio rodeado de murallas almenadas, y dijo para sí: "He ahí un lugar agradable". Entonces hizo girar el botón de bajada y descendió hasta ir a posarse en la terraza del palacio; luego echó pie a tierra alabando a Alah (¡exaltado sea su nombre!), y empezó a dar vueltas alrededor del caballo y a examinarlo, diciendo
–¡Por Alah, el que fue capaz de construirte es un sabio insigne! Si Alah (¡alabado sea su nombre!) prolonga el término de mi vida y me devuelve sano y salvo a mi patria y a mi país y me reúne con mi padre, no dejaré de colmar de beneficios a ese sabio y de tratarle con la más extraordinaria generosidad.
Luego se sentó en la terraza hasta que estuvo seguro de que todos los habitantes sp habían retirado a dormir. Pero como el hambre y la sed empezaron a torturarle, pues no había comido desde que se separó de su padre, dijo para sí "De seguro que un palacio como éste no estará desprovisto de víveres", y dejando al caballo echó a andar en busca de algo que comer. Unas escaleras le condujeron a la planta baja del edificio, donde encontró un patio pavimentado de mármol, y se sintió muy maravillado ante aquel palacio y ante la belleza de su construcción, pero como no se oía el menor ruido, ni tampoco voces humanas, se detuvo perplejo y miró a derecha e izquierda, sin saber a dónde dirigirse. Luego pensó: "Lo mejor será volver a la terraza con mi caballo y pasar la noche junto a él, y cuando llegue el día volveré a montarlo y me marcharé".
Pero justamente cuando estaba diciéndose estas cosas, distinguió una luz que se acercaba, y mirando atentamente pudo ver que alumbraba a un grupo de esclavas que rodeaban a una hermosa joven, esbelta como la letra alef y semejante a la espléndida luna llena. Como dijo el poeta: Apareció sin ser notada, en la negrura de la noche, como aparece la luna llena en el oscuro horizonte. Cuando mis ojos contemplaron su belleza, exclamé:
¡Alabada sea la perfección del creador del género humano!
Aquella joven era hija del rey de la ciudad, y su padre la amaba con un amor tan grande que había hecho construir para ella aquel palacio, y siempre que la princesa sentía el corazón oprimido acostumbraba a visitarlo acompañada por sus esclavas, y permanecía en él durante un día, o dos, o más, después de lo cual regresaba a su habitual residencia. Y sucedió que aquella noche había salido en busca de solaz y esparcimiento para su alma, rodeada de sus esclavas y vigilada por un eunuco armado de una espada, y que una vez en el palacio las jóvenes habían abierto los pebeteros y se habían puesto a jugar y a divertirse.
Ahora bien, mientras ellas se hallaban entregadas a sus juegos, el príncipe se lanzó cobre el eunuco, lo derribó de un golpe, y arrebatándole la espada corrió hacia las esclavas que acompañaban a la hija del rey, dispersándolas a derecha y a izquierda. Y cuando la princesa vio la belleza y gentileza del joven, le preguntó:
–¿Eres tú quien me pidió ayer en matrimonio a mi padre y fue rechazado, y quien me ha descrito como de aspecto tan repulsivo? ¡Por Alah, mi padre mintió cuando me dijo tal cosa, pues eres una persona encantadora!
Efectivamente, el hijo del rey de la India había querido casar: e con la joven y el rey le había rechazado a causa de su fealdad, y ella creyó que el príncipe que tenía delante era el mismo que la había pedido en matrimonio, así que se acercó a él y le abrazó y !e besó y se sentó a su lado. Poro las esclavas le dijeron:
--¡Oh señora nuestra! este no es el que te pidió en matrimonio a tu padre, pues aquel era un adefesio y éste es muy hermoso: y aquél no era digno ni de ser tu esclavo, ¡pero, oh señora nuestra, este joven es sin duda de alta estirpe!
Después fueron a levantar al eunuco, que se puso en pie todo alarmado, y buscó su espacio sin encontrarlo.
-El que te arrebató la espada y te derribó está ahora sentado junto a la hija del rey –le dijeron ellas.
Ahora bien, el rey había encargado a aquel eunuco que guardara a su hija, temeroso de que pudieran acaecerle desgracias o accidentes, así que cuando se levantó se dirigió a la cortina que cubría la entrada del aposento en que se hallaba la princesa, y al levantarla la vio conversando con el príncipe. Y en cuanto los vio de aquella manera, dijo al joven:
–¡Oh mi señor! ¿Eres un ser humano o un genio?
A lo cual contestó él:
–¡Vergüenza sobre ti, oh, el más nefasto de los esclavos !¿Cómo te atreves a confundir a los hijos de los Cosroes con los impíos demonios? –luego añadió, blandiendo la espada–: ¡Soy el yerno del rey, y me he casado con su hija, y me ha ordenado que venga a ella!
Y cuando el otro oyó estas palabras, exclamó:
–¡Oh mi señor, si como dices perteneces al género humano, nadie es tan digno de la princesa como tú, y más la mereces por esposa que cualquier otro!
Luego el eunuco, corriendo a más no poder, se precipitó a buscar al rey, ¡y gritaba a voz en cuello, y se desgarraba la ropa, y se cubría la cabeza de polvo! Así que cuando el rey oyó sus gritos le preguntó:
–¿Qué te ha pasado? ¡Me has agitado el corazón! ¡Contesta rápidamente y sé breve en tus palabras!
El eunuco contestó:
–¡Oh rey! ¡Vuela en auxilio de tu hija, pues un genio entre los genios, bajo apariencia humana, se ha apoderado de ella! ¡Corre contra él!
Y cuando el rey oyó estas palabras del eunuco, estuvo a punto de matarle, y le dijo:
^¿Cómo ha podido suceder que hayas sido tan descuidado en la custodia de mi hija como para que le ocurra una cosa así?
Luego corrió al palacio donde se hallaba la princesa, y al llegar encontró a las esclavas y les preguntó:
–¿Qué le ha pasado a mi hija?
–¡Oh rey! –contestaron–. Mientras estábamos con ella se precipitó entre nosotras, empuñando una espada desnuda, un joven como la luna llena, ¡el más seductor que hemos visto jamás!, y le preguntamos
quién era y afirmó que le habías dado a tu hija en matrimonio. Nada más sabemos, e ignoramos si es hombre o genio, ¡pero es comedido y bien educado e incapaz de hacer nada censurable!
Así que el rey se apaciguó al oír estas palabras, y levantando la cortina poco a poco, se asomó. Y vio al hijo del rey que estaba sentado junto a su hija, conversando, ¡y su aspecto era encantador y su rostro se parecía a la luna resplandeciente!
En seguida, temiendo por la seguridad de su hija, levantó la cortina y penetró en el aposento con la espada desnuda en la mano, y se precipitó sobre los jóvenes como un ghul devorador de carne humana.
El príncipe preguntó a la princesa:
–¿Es tu padre?
Contestó ella:
–¡Sí!
Y él entonces se irguió sobre sus pies, y empuñando la espada en ademán de atacar, lanzó un grito tan espantoso que el rey se amedrentó, y dándose cuenta de que el joven era más fuerte que él, envainó la suya y esperó a que el príncipe se acercara; y entonces le recibió cortésmente, diciéndole:
–¡Oh joven! ¿Eres un hombre o un genio? Contestó el príncipe:
–¡Si no fuera por el respeto que me inspiran tus derechos y por el honor de tu hija, habría derramado tu sangre! ¿Cómo puedes confundirme con los demonios, siendo como soy un descendiente de los regios Cosroes, que, si quisieran apoderarse de tu reino, harían tambalearse tu gloria y tus dominios y te despojarían de todo lo que hay en tu morada?
Así que el rey, al oír estas palabras, le temió y le respetó. No obstante le dijo:
–Si, como dices, eres hijo de reyes, ¿por qué has entrado en mi palacio sin mi permiso, y me has deshonrado, y has venido a mi hija asegurando que eres su esposo y que yo te he casado con ella, cuando he hecho dar muerte a tantos reyes e hijos de reyes por haberla solicitado en matrimonio? ¿Y quién podrá salvarte ahora de mi poderío, cuando si mando a mis esclavos y a mis hombres que acaben contigo te matarían inmediatamente? ¿Quién podrá sacarte de mis manos? Cuando el príncipe le oyó hablar de este modo, exclamó:
–¡La verdad es que me dejas estupefacto y que me asombra la estrechez de tu inteligencia! ¿Puedes desear para tu hija un marido mejor que yo? ¿Has visto a otro más intrépido, o más poderoso, o más rico en tropas y guardas?
Contestó el rey:
–¡No, por Alan! Pero hubiera querido, ¡oh joven!, que me hubieras pedido a mi hija públicamente, pues el casarte con ella en secreto será deshonroso para mí.
Y el hijo del rey contestó:
–¡Tienes razón! Pero piensa, ¡oh rey!, que si tus esclavos y tus tropas se precipitaran a una sobre mí y me mataran, según decías antes, tú mismo habrías buscado tu deshonra, y luego el pueblo se dividiría, pues unos te darían la razón y otros te acusarían de falsedad. Mi opinión es que deseches esa idea y aceptes el consejo que voy a darte.
Entonces dijo el rey:
–¡Propón lo que gustes!
Y el príncipe añadió:
Lo que propongo es lo siguiente: o bien que te enfronten conmigo en combate singular y el que mate al otro sea proclamado .superior en méritos y digno del trono, o que me concedas tu hija esta noche, y cuando sea de día envíes contra mi tu infantería y tu alba Uerifi Y dime, ¿cuántos son?
El rey contestó:
–Son cuatro mil jinetes, a los cuales hay que añadir mis esclavos y los esclavos de mis esclavos, que ascienden a otros tantos.
Prosiguió el príncipe:
–Cuando rompa el día, hazlos marchar contra mí, y diles: "Este hombre me ha pedido a mi hija en matrimonio con -la condición de que se enfrentará él solo contra todos vosotros, ¡y pretende que os vencerá y os someterá y que nada podréis contra él".
Luego me dejarás marchar contra ellos, y si me matan, tu secreto quedará mejor guardado y tu honor más a salvo, y si los venzo y los derroto, ¿no daré pruebas de ser el mejor yerno que un rey podría desear?
Y cuando el rey oyó sus palabras aprobó el consejo y lo aceptó; pero de todos modos quedó muy maravillado de lo que oía y verdaderamente sobrecogido ante aquella resolución de enfrentarse con todo su ejército, según había explicado. Luego se sentaron a conversar.
Por su parte, el rey llamó al eunuco y le ordenó que fuera inmediatamente en busca de su visir y le encargara que reuniera todas las tropas y les diera orden de que prepararan sus armas y sus caballos. Y el eunuco se presentó al visir y le trasmitió el mandato del rey. Entonces el visir convocó a los jefes del ejército y a los principales del imperio y dispuso que montaran sus caballos y que se equiparan con sus armas guerreras.
Mientras tanto, el rey seguía charlando con el joven, muy satisfecho de su conversación y de su juicio y de su educación exquisita; y charlando les sorprendió la mañana. Entonces el rey se levantó y se dirigió al trono y ordenó a sus tropas que montaran e hizo preparar un caballo excelente, de los mejores que poseía, para que lo presentaran al príncipe advirtiendo que lo ensillaran soberbiamente y lo enjaezaran con magnificencia. Pero el joven le dijo:
---¡Oh rey! ¡No montaré el caballo hasta que me halle en presencia de las tropas y vea su número! Y el rey contestó:
–¡Sea como lo deseas!
Luego echó a andar, precedido del joven, hasta que ambos llegaron a la plaza de armas, y entonces pudo el príncipe contemplar las tropas y enterarse de su número. Y el rey gritó:
–¡Oh guerreros! Un joven ha venido a pedirme a mi hija en matrimonio, ¡y jamás he visto a otro más apuesto, ni más valiente, ni de corazón más intrépido! ¡Y asegura que él solo es derrotará y os vencerá, pretendiendo que, aunque os elevarías a cien mil, seríais pocos para él! ¡Pero cuando arremeta contra vosotros, recibidle con las puntas de las lanzas y con las puntas de las espadas, pues verdaderamente se ha lanzado a una empresa atrevida! –luego añadió, dirigiéndose al joven–: ¡Oh hijo mío, haz con ellos lo que deseas! Pero contestó él:
–¡Oh rey! ¡No me tratas con equidad! ¿Cómo voy a arremeter contra tu ejército, estando yo a pie y ellos a caballo?
Entonces el rey le dijo:
–¡Te pedí que montaras y te negaste a ello! No obstante, escoge ahora el caballo que te guste.
–No me gusta ninguno de tus caballos –contestó el príncipe– y no montaré sino aquel en que vine. –¿Y dónde está tu caballo? –preguntó el rey. Contestó él: –En la terraza de palacio.
Y cuando el rey oyó estas palabras, exclamó:
–¡He aquí una prueba indudable de tu locura! ¡Desgraciado de ti! ¿Cómo va a estar un caballo en una terraza? ¡Pero inmediatamente se distinguirá tu veracidad de tu mentira!
Luego, dirigiéndose a uno de sus jefes principales le dijo:
–¡Ve a mi palacio y tráeme lo que encuentres en la terraza!
Y la gente se maravillaba de las palabras del joven y se decían unos a otros:
–¿Cómo va a bajar un caballo las escaleras desde una terraza? ¡Verdaderamente no hemos oído jamás una cosa como ésta!
Ahora bien, la persona enviada por el rey subió a la terraza del palacio, y se encontró al caballo ¡y nunca había visto otro más hermoso que aquél!; pero cuando se acercó a examinarlo vio que era de ébano y marfil. Y los jefes que le habían acompañado se echaron a reír, y dijeron:
–¿Y era éste el caballo de que hablaba el joven? ¡De seguro que está loco! Pero pronto se pondrá en claro el asunto, ¡tal vez sea una persona de elevado rango!
Luego cargaron con el caballo y se apresuraron a llevarlo ante el rey. Y la gente se reunió a su alrededor y se puso a contemplarlo, admirándose de la belleza de su estampa y de la suntuosidad de su silla y sus arreos. Y el rey lo admiró también mucho, y se maravilló hasta el límite de la maravilla y preguntó al hijo del rey:
–¡Oh joven! ¿Es éste tu caballo? Contestó él:
–Sí, éste es mi caballo. ¡Y le verás realizar maravillas ! El rey le dijo:
–¡Coge tu caballo y móntalo! Pero él objetó:
–No lo montaré a menos que las tropas se retiren a cierta distancia.
Entonces el rey ordenó que se retiraran a la distancia de un tiro de flecha. Luego dijo al joven:
–¡Haz lo que deseas, y no los trates con compasión, pues ellos no serán compasivos contigo!
El príncipe se acercó al caballo y lo montó. Las tropas estaban alineadas ante él y los soldados se decían unos a otros:
–¡Le recibiremos con la punta de nuestras lanzas y con la punta de nuestras espadas!
Pero uno de ellos exclamó:
–¡Por Alah, qué desgracia! ¿Cómo vamos a matar a un joven tan hermoso y de tan apuesta figura?
Y otro dijo:
–¡Por Alah, no podremos acercarnos a él a no ser que ocurra algo extraordinario, pues de seguro que no se habría metido en esta empresa si no pudiera confiar en su propio valor y recursos!
Una vez acomodado firmemente en la silla, el príncipe hizo girar el botón de subida, mientras los ojos de los ansiosos espectadores casi se salían de las órbitas. Y el caballo se agitó, caracoleó, empezó a moverse de una manera de lo más extraordinaria para
un caballo, y en seguida su cuerpo .se infló de aire y empezó a elevarse a los cielos.
Y cuando el rey lo vio subir más y más, se volvió a sus tropas y les gritó:
–¡La desgracia sobre vosotros! ¡Cogedle antes de que se escape!
Pero el visir y los lugartenientes contestaron:
–¡Oh rey! ¿Hay quien pueda coger en su vuelo al pájaro alado? De seguro que ese hombre es un mago poderoso. Alah (;alabado sea su nombre!) te ha librado de él; ¡dale, pues, gracias por haber escapado a su poder!
Así, pues, el rey hubo de volver a palacio después de haber sido testigo de la extraordinaria conducta del príncipe. En seguida fue en busca de su hija, para contarle todo lo que había pasado en la plaza de armas, ¡pero la encontró lamentándose amargamente por hallarse separada del joven, y tan enferma, que habían tenido que llevarla al lecho! Y cuando su padre la vio en aquel estado, la estrechó contra su pecho, la besó entre los ojos y le dijo:
–¡Oh hija mía, alaba a Alah (¡alabado sea. su nombre!), y dale gracias por haber escapado de las manos de ese hábil encantador!
Y empezó a contarle todo lo que había presenciado, y cómo el príncipe se había remontado por los aires. Pero en vez de escuchar a su padre la princesa redobló su llanto y sus gemidos, diciendo:
–¡Por Alah, no comeré ni beberé has';a que me reúna con él!
Así que el rey quedó abrumado por la aflicción, sobresaltado por el estado de su hija, y angustiado por su pena; pero cada vez que le dirigía palabras consoladoras, sólo conseguía que aumentara la repulsión de la princesa.
Esto en cuanto a ella.
En cuanto al príncipe, una vez que se remontó a las alturas y se vio solo, empezó a recordar la belleza de la joven y sus encantos. Se había enterado por el pueblo del nombre de la ciudad y del nombre del rey y del nombre de su hija; y la ciudad era la ciudad de Sana. Luego siguió diligentemente su viaje hasta que avistó la ciudad de su padre, y después de describir un circulo a su alrededor, se dirigió al palacio del rey y se posó en la terraja Y dejando allí el caballo, bajó en busca de su padre, al que encontró enlutado y lamentando su desaparición. Así, pues en cuanto le vio se levantó precipitadamente y corrió a abrazarle y le estrechó contra su pecho y se alegró hasta el límite de la alegría con su regreso.
Luego el príncipe preguntó por el sabio que había hecho el caballo, diciendo:
–¡Oh padre mío! ¿Qué ha sido de él? El rey contestó:
–¡Alah maldiga al sabio y a la hora en que le vi, pues él fue el causante de tu separación de nosotros! y ¡oh, hijo mío!, está preso desde que te fuiste.
Pero entonces ordenó que le sacaran del calabozo y le llevaran ante él; y cuando llegó, le vistió con un traje de honor en señal de desagravio, y le colmó de honores; pero no le concedió a su hija en matrimonio, por lo cual el sabio se enfureció violentamente y se arrepintió de lo que había hecho, seguro de que el príncipe había descubierto el secreto del caballo y el arte de manejarlo.
Luego el rey dijo a su hijo:
Mi opinión es que no debes acercarte más a ese caballo, ni volver a montarlo, pues no conoces sus peculiaridades y te engañas respecto a él –y como el príncipe le había contado su aventura con la hija del rey de Sana y lo que le había pasado con aquel rey, añadió–: ¡Si hubiera querido matarte, te habría matado!, ¡pero no había llegado tu hora!
Después de esto comieron y bebieron y se alegraron. Y he aquí que el rey tenía una esclava muy hermosa que sabía tocar el laúd y cogiéndolo se puso a tocarlo, delante del rey y de su hijo, entonando una canción sobre la ausencia, y cantó estos versos: No creas que la ausencia me ha hecho olvidar; pues si te olvidara a ti. ¿qué recordaría? El tiempo pasa pero el amor que te tengo no podrá pasar; con este amor he de morir, y con este amor resucitaré.
Entonces el joven príncipe, que amaba a la hija del rey de Sana, se sintió trastornado por el deseo y levantándose fue en busca del caballo, lo montó e hizo girar el botón de subida, y caballo y jinete emprendieron el vuelo.
Por la mañana, el rey notó la falta de su hijo y como no lo encontraba se dirigió muy alarmado a la terraza de palacio: y desde allí pudo divisarle por los aires, por lo cual empezó a lamentarse y se arrepintió extraordinariamente de no haberse apoderado del caballo y haberlo escondido. Y dijo para sí: "¡Por Alah, si vuelve mi hijo, me desharé de ese caballo, para que mi corazón pueda estar tranquilo respecto a él" . Luego reanudó su llanto y sus lamentaciones.
Mientras tanto, el príncipe siguió su carrera por el cielo hasta que llegó a la ciudad de Sana, y entonces descendió en el mismo lugar en que lo había hecho la primera vez y bajó quedamente hasta el aposento de la princesa; pero no la encontró, ni encontró a sus esclavas ni encontró al eunuco que las custodiaba. Y aquello le afligió sobremanera. Luego se puso a buscarla por todo el palacio, hasta que la encontró enferma en su lecho, en un aposento distinto de aquel en que la viera por primera vez, rodeada de las esclavas y nodrizas. Y él se dirigió a ellas y las saludó.
Cuando la joven oyó la voz de su amado, se levantó y lo abrazó y lo besó entre los ojos y lo estrechó contra su pecho. Dijo él:
–¡Oh dueña mía, tu amor me ha tenido sumido en la desolación!
Y ella contestó:
–¡Yo sí que he estado desolada por amor tuyo! ¡Y si tu ausencia se hubiera prolongado, hubiera muerto sin duda alguna!
–¡Oh dueña mía! –agregó él– ¿Qué te parece lo que hice con tu padre y su manera de comportarse conmigo? Si no hubiera sido por tu amor ¡oh tentación de las criaturas! le hubiera matado, dando así ejemplo a todos los observadores. Pero le amo porque te amo a ti.
Ella dijo:
–¿Cómo pudiste abandonarme? ¿Acaso la vida podía agradarme después de tu partida?
Entonces preguntó el joven:
–¿Quieres escucharme y acceder a mi deseo?
Ella contestó:
–Di lo que quieras,, pues haré lo que me digas y no te contrariaré en nada.
y él dijo:
–¡Vente conmigo a mi patria y a mi reino!
Y ella contestó:
–i Con mucho gusto!
Cuando el príncipe oyó estas palabras, se alegró hasta el límite de la alegría, y cogiéndola de la mano le hizo jurar por Alah (¡alabado sea su nombre! > que cumpliría lo prometido. Luego la condujo a la terraza del palacio, montó en el caballo, la colocó detrás de él, y, después de sujetarla fuertemente, hizo girar la llavecita de subida. ¡Y el caballo ascendió con ellos a las alturas!
Al ver aquello, las esclavas empezaron a gritar y corrieron a contar lo que pasaba al padre y a la madre de la princesa. Y cuando el rey levantó los ojos y vio al caballo de ébano que se llevaba a los enamorados, se puso a gritar, cada vez más agitado.
–¡Oh hijo de rey ¡Te conjuro por Alah para que tengas compasión de mí y para que tengas compasión de mi esposa y para que no nos separes de nuestra hija:
Y el príncipe no le contestó; pero pero pensando que la joven podía estar arrepentida de haber abandonado a su padre, a su madre, le dijo:
–oh tentación de estos tiempos! ¿Quieres que te devuelva a tu padre y a tu madre?
–.Oh dueño mío –contestó ella–. No es ese mi deseo, ¡por Alah Mi deseo es acompañarte dondequiera que vayas, pues el amor que te tengo me hace olvidarme de todo, incluso de mi padre y de mi madre.
Y oído el hijo del rey esta contestación quedo muy contento e hizo volar suavemente al caballo para no molestar a la princesa; y así siguieron andando hasta que divisaron una pradera en la que había un manantial, y allí desmontaron y comieron y bebieron: y luego el príncipe volvió a subir al caballo, sujetó cuidadosamente a su amada a la grupa y ya no se detuvo hasta llegar a la ciudad de su padre. Se sentía muy alegre pensando que iba a mostrar a la .joven el asiento de su gloria y su grandeza y a demostrarle que el poderío de su padre era mayor que el del rey de Sana. Y empezó por tomar tierra en uno de los jardines en que su padre solía ir a. distraerse y dejar a la princesa en un aposento privado, especialmente acondicionado para el rey, y al caballo con ella. Y dijo:
–Espera aquí hasta que te envíe un mensajero, mientras yo voy a buscar a mi padre y a preparar un palacio para ti: luego te mostraré mis dominios.
Y la joven se alegró al oír aquellas palabras y contestó:
–¡Haz como deseas! –pensando que. efectivamente, no le correspondía entrar en la ciudad sino con la pompa y honores propios de las personas de su rango.
Así, pues, el hijo del rey dejó sola a la princesa y se dirigió a la ciudad en busca de su padre. Y cuando el rey le vio, se alegró extraordinariamente con su llegada y corrió a su encuentro y le dio la bienvenida. El príncipe le dijo:
Sabe que he traído conmigo a la princesa de quien te hablé, y que la he dejado fuera de la ciudad, en uno de los jardines, para venir a anunciarte su llegada y que puedas preparar un cortejo que vaya a recogerla, poniendo así de manifiesto tu grandeza y el poder de tus tropas y tus guardias.
El rey contestó:
- ¡Con mucho gusto!
E inmediatamente mandó a los habitantes de la ::ciudad que la engalanaran de la manera más vistosa posible, y se puso al frente de un cortejo espléndidamente equipado y con los más ricos atuendos, seguido de todos sus soldados y personas principales de su imperio y de todos los mamelucos y sirvientes.
Por su parte, el príncipe fue a buscar a su palacio galas , y adornos, de esos que sólo los reyes atesoran. y preparó para la joven un camello que llevaba una litera de brocado rojo y amarillo, servida por esclavas indias y griegas y abisinias, y engalanada con magnificencia Luego se adelantó a la litera y a las personas que iban en ella, y se dirigió al jardín, y entró en el aposento privado en que había dejado a la joven. y la buscó, ¡pero ni la encontró a ella ni encontró al caballo!
Al ver aquello se abofeteó el rostro y desgarró sus vestiduras, y, fuera de sí, empezó a vagar por el jardín. Pero luego, volviendo a la razón, se dijo: "¿Cómo ha podido enterarse mi amada del manejo secreto del caballo, no habiéndole revelado yo nada sobre el particular?... ¡Pero tal vez el sabio persa que hizo el caballo la ha descubierto, y la ha raptado para vengarse de lo que mi padre hizo con él!"
Luego fue en busca de los guardas del jardín y les preguntó a quién habían visto, diciéndoles:
–¿Habéis visto a alguien pasar a vuestro lado y entrar en el jardín? Y contestaron:
–No hemos visto a nadie entrar en este jardín, excepto al sabio persa, que vino a buscar hierbas curativas.
Así que cuando oyó estas palabras quedó convencido de que había sido efectivamente el sabio el raptor de la joven.
Ahora bien, sucedió, según lo previsto por el destino, que cuando el hijo del rey dejó a la princesa en el aposento privado y se dirigió al palacio de su padre a hacer sus preparativos, el sabio persa entró en el jardín en busca de hierbas medicinales y notó que el aire estaba impregnado de aroma de almizcle y otros perfumes; y aquel olor era el que se desprendía de la hija del rey. De modo que el sabio, atraído por él, llegó al aposento privado y descubrió al caballo que había hecho con sus propias manos, colocado a la entrada. Y cuando lo vio, su corazón se llenó de alegría y felicidad, pues lo había llorado mucho desde que se quedó sin él. Y acercándose, examinó todos sus miembros y lo encontró intacto; pero cuando se disponía a montarlo y alejarse, dijo para sí: "Debo ver qué es lo que ha traído el hijo del rey y ha dejado aquí con el caballo".
Así que entró, se encontró a la joven, semejante a un sol resplandeciente en si claro cielo, que estaba esperando. Al punto se dio cuenta de su alto rango y de que el hijo del rey la había llevado consigo en el caballo y la había dejado en aquel lugar para ir a la ciudad a preparar un cortejo y conducirla con tedas las consideraciones y honores, así es que se adelantó y besó el suelo ante ella. Y ella levantó los ojos hacia él, y al mirarle, le encontró de lo más horroroso y desagradable y le dijo:
–¿Quién eres?
–¡Oh mi señora! –contestó él–. Soy un mensajero del hijo del rey, enviado con la orden de trasladarte a otro jardín más próximo a la ciudad.
Y cuando la joven oyó aquellas palabras le dijo: –¿Y dónde está el hijo del rey? Contestó él:
–Está en la ciudad con su padre y vendrá inmediatamente a buscarte con un gran cortejo. Pero ella exclamó:
–¡Bueno! ¿Y no ha podido el rey encontrar otro para mandarme que no fueras tú?
El sabio sonrió al oírla y contestó:
–¡Oh mi señora, no te dejes engañar por la fealdad de mi cara y lo desagradable de mi aspecto pues si me conocieras como me conoce el príncipe me recibirás bien' ¡Precisamente el hijo del rey me ha elegido a causa de mi repulsivo aspecto y de mi fealdad mas su amor le hace celoso! Si no fuera por eso sabe que tiene mamelucos y esclavos negros y paje? y servidores, en número tal, que no puede ser calculado.
Y cuando la joven oyó esta respuesta la encontró razonable y la creyó, así que se levantó y dirigiéndose al sabio, colocó su mano sobre la de él. Luego le dijo:
–¡Oh padre mío! ¿Qué cabalgadura has traído para mí?
–¡Oh mi señora! –contestó él–. Montarás en el caballo que te he traído.
Ella exclamó:
–¡No sé montarlo sola!
Y al oír estas palabras el sabio sonrió y se dio cuenta de que la tenía en su poder y le dijo:
–¡Yo montaré contigo!
E inmediatamente lo hizo así, sujetando fuertemente a la joven, sin que ella supiera lo que se proponía. Luego hizo girar el botón de subida, y el cuerpo del caballo se llenó de aire, y empezó a agitarse, y se elevó, y siguió su vuelo con ambos hasta perder de vista la ciudad.
Al ver aquello, preguntó la joven:
–¡Oye! ¿Qué querías significar cuando me dijiste que el hijo del rey te había enviado a mí?
El sabio contestó:
–¡Alah lo maldiga, pues es vil y despreciable!
–¡La desgracia sobre ti! –exclamó ella–. ¿Cómo te atreves a desobedecer las órdenes de tu amo?
–¡No es mi amo! –contestó él, y añadió–. ¿Sabes quién soy?
–No sé más de ti que lo que tú mismo me has contado –dijo ella.
El agregó:
–La verdad es que lo que te dije antes fue una mentira que inventé contra ti y contra el hijo de) rey. Sabe que durante mucho tiempo he llorado la pérdida de este caballo sobre el cual te encuentras ahora, pues es obra de mis manos y el príncipe se había apoderado de él. ¡Pero ya lo tengo otra vez en mi poder, y te tengo a ti también, y he torturado su corazón del mismo modo que él torturó el mío! ¡Ya no lo recuperará jamás! Pero alégrate y ten ánimo, pues más ganarás conmigo que con él.
Pero cuando la joven oyó estas palabras, se abofeteó la cara y gritó:
–¡Ay de mí! ¡No he logrado mi amado y he perdido a mi padre y a mi madre! y lloró amargamente por lo que le había sucedido mientras el sabio seguía su carrera aérea en dirección al país de los griegos, hasta ir a aterrizar en una verde pradera cubierta de árboles y aguas corrientes.
Aquella pradera estaba situada junto a una ciudad en la cual reinaba un rey muy poderoso y puesto que aquel día el rey de la ciudad había salido de montería para distraerse y que al llegar a la pradera vio allí al sabio, junto al caballo y a la joven. y antes de que pudiera darse cuenta, los esclavos del soberano se arrojaron sobre él y, juntamente con el caballo y la joven, lo condujeron ante su amo. Cuando el rey vio el horrible aspecto y la fealdad del sabio y vio asimismo la hermosura de la princesa, preguntó a ésta:
–¡Oh mi señora! ¿Qué parentesco te une con este jeque?
El sabio contestó precipitadamente:
–Es mi esposa, la hija de mi tío paterno.
Pero la joven se apresuró a desmentirle, diciendo:
–¡Oh rey! ¡Por Alah, no le conozco ni es mi esposo, sino que me ha raptado por la fuerza, valiéndose de una astucia!
Y al oírla, el rey ordenó que apalearan al sabio; v le apalearon hasta casi acabar con él; luego dispuso que fuera llevado a la ciudad y encerrado en un calabozo, y lo hicieron así y por su parte, se quedó con el caballo y con la joven, ignorante de la virtud del caballo y de su manejo
Y esto es lo que sucedió al mago y a la joven.
En cuanto al príncipe se puso un traje de viaje, y después de proveerse del dinero necesario emprendió el camino en la condición más desdichada y se dedicó a buscar a su amada. De pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad preguntando siempre por el caballo de ébano, y todos los que le oían mencionar el caballo de ébano se maravillaban mucho v se asombraban ante sus palabras. Y así siguió su viaje hasta llegar a la ciudad del padre de la joven, y allí preguntó por ella, pero no habían tenido noticias suyas y se encontró de luto por su pérdida, así que abandonó aquí lugar y se dirigió al país de los griegos, sin dejar de preguntar ansiosamente.
Y sucedió que fue a descansar a uno de los khans, y vio allí a un grupo de mercaderes que estaban de conversación, y al tomar asiento junto a ellos, oyó que uno decía:
–¡Oh compañeros! Acabo de enterarme de una cosa maravillosa.
–¿De qué se trata? –preguntaron. Contestó él:
–Hallándome yo en determinada región, en la ciudad tal (y dijo el nombre de la ciudad en que se encontraba la joven oí contar a sus habitantes la siguiente extraña historia: "El rey de la ciudad salió un día de montería, acompañado por un grupo de dignatarios de su imperio, y al dirigirse al desierto pasaron por una verde pradera en la que encontraron a un hombre de pie y a su lado una mujer sentada y un caballo de ébano. En cuanto al hombre, era horroroso y de aspecto repulsivo: y en cuanto a la mujer, era una joven dotada de belleza y gentileza y elegancia y gracia perfecta y proporcionada estatura, y en cuanto al caballo de ébano, era una cosa maravillosa: ¡nadie ha visto jamás otro que le aventaje en belleza o estampa!"
–¿Y qué hizo el rey con ellos? –preguntaron los mercaderes.
El otro contestó.
–En cuanto al hombre, el rey se apoderó de él, y le pregunto respecto a la joven, y él pretendió que era su esposa y la hija de su tío paterno. Pero en cuanto a la joven, declaró que aquello era mentira. Así que el rey se la quitó y ordenó que le apalearan y le arrojaran a la cárcel. En cuanto al caballo de ébano ¡no sé qué fue de él!
Cuando el príncipe escuchó todo aquello, se acercó al mercader y se puso a interrogarle con amabilidad y cortesía, hasta que el otro le informó sobre el nombre de la ciudad y el de su rey. Y pasó dichoso la noche pensando en lo que sabía y al día siguiente siguió su viaje.
Siguió sin detenerse hasta que llegó a la ciudad que el mercader le había indicado, mas cuando se disponía a entrar en ella, los guardias de las puertas se apoderaron de él, y le hubieran llevado ante el rey para que éste se informara respecto a su condición y respecto a la causa que le había traído a la ciudad y respecto a la profesión y comercio en que estaba especializado, pues el rey tenía por costumbre preguntar a los extranjeros sobre su condición, su oficio y su comercio. Pero sucedió que el príncipe llegó a la ciudad al anochecer, hora intempestiva para presentarle al rey o para preguntarle respecto a él, así que los guardias se lo llevaron a la cárcel con la intención de encerrarle en ella. No obstante, cuando los carceleros vieron su belleza y apostura, no pudieron decidirse a encerrarle, sino que por el contrario, le hicieron sentarse con ellos, fuera de la prisión, y cuando comieron, comió también él hasta quedar satisfecho. Luego se pusieron a charlar, y dirigiéndose al joven, le dijeron:
–¿De qué país eres?
Contestó él:
–Soy de Persia, el país de los Cosroes.
Y al oír esta respuesta, se echaron a reír, y dijo uno de ellos:
–¡Oh cosroevita! Sabe que he tratado a muchas gentes y que les he oído contar sus historias, y que he observado el carácter de los hombres, ¡pero no he visto nunca, ni he oído hablar jamás de un mentiroso mayor que el cosroevita que está en la cárcel!
–¡Ni he visto yo nunca otro más feo que él o de aspecto más repulsivo! –agregó otro.
Así que el príncipe les preguntó: –¿Y qué razones tenéis para suponerle un mentiroso? Contestaron: –Pretende ser un sabio. El rey se lo encontró yendo de montería, y con él había una joven de sorprendente belleza y gentileza y elegancia y gracia perfecta y estatura proporcionada, y había también un caballo de ébano, el más hermoso que se ha visto jamás. En cuanto a la joven, está con el rey y él la ama, pero se ha vuelto loca. ¡Y si ese hombre fuera el sabio que pretende, la habría curado, pues el rey pone todos, los medios para ello, deseoso de verla libre de su enfermedad! En cuanto al caballo de ébano, está guardado en el tesoro del rey. Y en cuanto al hombre de aspecto repulsivo que se hallaba con él, esté en la cárcel, y tan pronto como se hace de noche empieza a llorar y a lamentarse y no nos deja dormir.
Una vez enterado por los carceleros de todos estos detalles, el príncipe se puso a discurrir un plan para lograr su propósito. Luego los guardias decidieron irse a acostar y le encerraron en un calabozo, cerrando la puerta tras ellos; y desde su prisión oyó al sabio que lloraba y se lamentaba en lengua persa, y que decía en sus lamentaciones:
–¡Maldito sea yo por la equivocación que cometí contra mí y contra el hijo del rey, y contra la joven, pues ni la dejé libre, ni pude conseguir mi deseo! ¡Todo esto me ha pasado por no haber planeado bien las cosas, pues quise apoderarme de lo que no merecía y de lo que no era apropiado para mí! ¡Y el que busca lo que no le corresponde cae en una desgracia análoga a ésta en que he caído yo!
Cuando el príncipe oyó estas palabras del sabio, le habló en lengua persa, diciéndole:
–¿Hasta cuándo vas a seguir con tus llantos y tus lamentaciones? ¿Crees que nadie ha sufrido desventuras como la tuya?
Y al oír estas palabras, el sabio se sintió consolado y le contó lo que le había sucedido y los infortunios que había sufrido. A la mañana siguiente, los carceleros fueron a buscar al príncipe y lo llevaron anta el rey, informando a éste de que había llegado a la ciudad el día antes, cuando ya nno era hora de conducirlo a su presencia. Entonces el rey lo sometió a interrogatorio, preguntándole:
–¿De dónde eres, y cómo te llamas y cuál, es tu oficio o comercio, y qué es lo que te ha traído a esta ciudad?
El príncipe contestó: ...
–En cuanto a mi nombre, es en lengua persa Harjon y en cuanto a mi país, es el país de Persia; y yo soy un hombre entre los hombres de ciencia, especialmente consagrado a la Medicina, pues sí curar a los enfermos y a los locos; y; esto es lo que me induce a viajar por las regiones- y las ciudades, en mi deseo de perfeccionarme, añadiendo ciencia a mi creencia; y cuando encuentro, una persona enferma la curo. ¡Esta es mi ocupación!
Entonces el rey se alegró extraordinariamente y dijo:
–¡Oh, sabio excelente, has llegado precisamente cuando te necesitamos! –luego le contó el caso de la joven, añadiendo–: ¡Si le devuelves la salud y con sigues que se cure de su locura, te daré lo que desees
Y al oír esto el príncipe contestó:
–¡Alah aumente el poder del rey! Descríbeme todos los detalles relativos a la locura que has observado, y dime cuánto tiempo hace que esta loca y cómo la trataste a ella, al caballo y al sabio.
Entonces el rey le contó todo desde el principio hasta el fin, y le dijo: –El sabio está en la cárcel.
–¡Oh rey afortunado! –añadió el príncipe–, ¿y qué has hecho del caballo que había con ellos?
El rey contestó:
–Lo he conservado hasta ahora, guardado en un aposento privado.
Así que el joven pensó. "Me parece que me conviene examinar al caballo antes que nada, y si se conserva intacto y sin deterioro alguno, podrá realizarse mi deseo; pero si veo que han sido destruidos sus movimientos tendré que dar con alguna astucia que me permita salvar la vida luego dijo ungiéndose al rey
–¡Oh rey! es requisito indispensable que yo vea el caballo a que ha aludido. Tal vez encuentre en él algo que me ayude a curar a la joven
–¡Con mucho gusto! -contestó el rey.
Y se levantó y cogiéndole de la mano le condujo al lugar donde guardaba el caballo: y entonces el hijo del rey empezó a dar vueltas a su alrededor y a examinarlo y a observar el estado en que se hallaba, ¡y lo encontró intacto y sin desperfectos! Así que se alegró hasta el límite de la alegría y exclamó:
–¡Alah aumente el poder del rey! Deseo ahora ser conducido ante la joven, para ver cómo está, ¡y Alah quiera que su curación se realice por mediación mía, valiéndome del caballo!
Luego, tras de ordenar que tuvieran cuidado del caballo, el rey condujo al enamorado al aposento en que se hallaba la joven. Y cuando el príncipe entró, La encontró golpeándose y en un estado de gran abatimiento, como tenía por costumbre. Pero en realidad no estaba loca, sino que hacía todo aquello para evitar que se acercasen a ella, así que el joven, viéndola de aquel modo, le dijo:
¡Nada malo ha de sucederte, oh, tentación de las criaturas! –luego empezó a hablarla suavemente y con cortesía, hasta que ella le conoció; y cuando se dio cuenta de que era él lanzó un gran grito y cayó desvanecida de alegría, y el rey creyó que aquello era debido a puro miedo del visitante.
Luego el príncipe acercó sus labios al oído de su amada y le dijo:
–¡Oh tentación de todas las criaturas, salva mi vida y la tuya; y ten paciencia y valor, pues nos encontramos en una situación en que necesitamos de toda nuestra serenidad y prudencia para tramar algo que nos permita escapar de las manos de este rey tiránico! Y la primera parte de mi plan consiste en decirle: "La locura que padece la joven se debe a que está poseída por un genio, pero te prometo que la curaré". Y le aseguraré que es condición indispensable que te libre de tus ligaduras, asegurándole que el genio que se ha introducido dentro de ti será expulsado. De modo que si viene a verte, háblale cortésmente, para que vea que te has curado gracias a mi intervención, y de este modo podremos conseguir nuestro deseo.
Y ella contestó:
–¡Escucho y obedezco!
Luego el príncipe se separó de su amada, rebosante de júbilo y de felicidad, y se volvió al rey, diciendo:
–¡Oh rey afortunado, gracias a tu buena fortuna, he dado con el tratamiento acertado y la he curado! Levántate, pues, y dirígete a ella y háblale suavemente y con dulzura, y prométele cuanto pueda agradarle, pues tu deseo respecto a ella se cumplirá.
Al momento el rey se dirigió a la joven y cuando ella le vio, se levantó en su honor y besó el suelo ante él y le dio la bienvenida. Y el rey, en el límite de la alegría, ordenó a las esclavas y a los eunucos que se consagraran al servicio de la princesa y que la condujeran al baño y que le preparasen trajes y adornos; de modo que todos se presentaron ante ella y la saludaron; y ella les devolvió sus saludos con el mayor agrado y con las palabras más cortases. Luego la vistieron regiamente, rodearon su cuello con un collar de pedrería y la llevaron al baño, y después de arreglarla, la volvieron a traer, semejante a la luna llena. Y cuando ella llegó ante el rey, le saludó y besó el suelo ante él.
Al verla de aquel modo, el rey se alegró extraordinariamente y dijo al príncipe:
–¡Todo esto se debe a las bendiciones que te acompañan! ¡Alah extienda sobre nosotros tus beneficios!
Y el joven contestó:
–¡Oh rey! Para que la curación sea completa y perfecta, es necesario que vayas con todos tus guardias y soldados al lugar en que hallaste a la joven, y has de llevar también al caballo de ébano, para que yo pueda reducir al genio que la ha poseído, y aprisionarle y matarle, de modo que nunca más pueda volver a adueñarse de ella.
El rey dijo:
–Con mucho gusto.
E hizo conducir el caballo de ébano a la pradera en que encontró a la joven y al sabio persa, y cabalgó hacia allá al frente de sus tropas, llevando a la princesa consigo, sin que nadie supiera lo que el príncipe se proponía.
Cuando llegaron a la pradera, el príncipe, que se hacía pasar por sabio, ordenó que el caballo y la joven fuesen colocados a gran distancia del rey y de su séquito, y dijo:
–¡Oh rey, con tu permiso y autorización, deseo proceder a las fumigaciones y exorcismos necesarios para aprisionar al genio e impedir que pueda volver a introducirse en ella! Hecho lo cual, montaré en el caballo de ébano, con la joven a la grupa; e inmediatamente el caballo empezará a agitarse violentamente, para ir luego a detenerse delante de ti. ¡Todo habrá terminado entonces y podrás ya hacer con la joven lo que desees!
Y al oír estas palabras el rey se puso muy contento. Luego, mientras los ojos de todos los presentes estaban fijos en él, el príncipe se montó en el caballo y colocó detrás de él a la joven, y después de acércasela y de sujetarla fuertemente, hizo girar la llavecita de subida. Y el caballo se remontó por los aires, llevándolos, hasta perderse de vista.
Medio día estuvo el rey esperando vanamente su vuelta; pero al cabo de ese tiempo, perdió toda esperanza y muy arrepentido y lamentándose por su separación de la joven regresó a la ciudad en compañía de sus tropas.
En cuanto al príncipe, dirigió su carrera hacia la ciudad de su padre, lleno de alegría y de felicidad, y no se detuvo hasta aterrizar en su propio palacio, donde dejó segura a su amada. Enseguida fue a presentarse a su padre y a su madre y los saludó y les anunció la llegada de la joven; y ellos experimentaron la más perfecta alegría.
Mientras tanto, el rey de los griegos, después de regresar a su ciudad, se retiró a su palacio a gemir y a lamentarse, así es que sus visires fueron a consolarle, diciéndole:
–¡Verdaderamente, el que se llevó a la joven era un mago! ¡Alabado sea Alah que ha librado de sus encantamientos y acucias
Y tanto le dieran que acabó por consolarse de la perdida de la joven En cuanto al príncipe, obsequió a los habitantes de la ciudad con banquetes magníficos, y los festejos se prolongaron durante un mes entero, después de lo cual se casó con la joven y pudieron gozar uno de otro
Y su padre rompió el caballo de ébano y destruyó el mecanismo.
Luego, el príncipe escribió una carta al padre de su esposa, informándole de cómo se encontraba y contándole que se había casado con ella y que disfrutaban ambos de la mayor felicidad; y se la envió con un mensajero, cargado de presentes y cosas raras de gran valor, Y cuando el mensajero llegó a la ciudad del padre de la joven, que era la ciudad de Sana, en el Yemen, le entregó la carta, juntamente con los presentes; y al leer la carta el rey se alegró hasta el límite de la alegría, y aceptó los presentes, y trató al mensajero con todos los honores. Luego preparó a su vez un magnífico regalo para su yerno el príncipe y se lo envió por el mismo mensajero. Y éste regresó junto a su señor y le contó la alegría que había experimentado aquel rey, padre de la princesa, cuando le llevó noticias de su hija. Así que si príncipe se sintió muy dichoso, y en adelante tomó por norma escribir todos los años al padre de la princesa enviándole un presente.
Así siguieron las cosas, hasta que el padre del joven fue llevado de este mundo y el príncipe le sucedió en el trono. Y entonces gobernó a sus súbditos con equidad y se condujo con ellos de una manera digna de alabanza, y así todo el país le estaba sometido y todos los habitantes le obedecían. Y continuaron viviendo la vida más deliciosa, y más placentera, y más dichosa, y más encantadora, hasta que fueron visitados por la destructora de delicias y la separadora de compañeros, la devastadora de palacios y Ir. proveedora de tumbas
¡Alabada sea la perfección del Viviente inmortal, en cuyas manos está el imperio de lo visible y de lo invisible!
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