Aunque no tan frecuentemente como los caballos o los toros, los perros misteriosos también tienen su lugar en la literatura oral vasca. Se cree que los perros siguen a sus amos cuando éstos mueren, y que son los guardianes de sus huesos.
Por ejemplo, R. Mª de Azkue cuenta que en la zona de Barakaldo, a la noche siguiente de fallecer una persona, aparecía un perro llevando en el hocico una tea qué despedía fuego y llamas. Al ver a alguien, se zambullía en el primer arroyo que encontraba y desaparecía.
En otros casos, los perros errantes son almas en pena que esperan a que alguien repare el daño que en vida hicieron.
Cuentan que en vísperas de su boda, un mozo de Berriz, en Bizkaia, andaba repartiendo las invitaciones a familiares y amigos. Al pasar por delante del cementerio vio una calavera que probablemente se le había caído al enterrador al llevarla al osario.
—Tú también quedas invitado a mi boda mañana —dijo, dándole un puntapié—. ¡Si es que puedes venir!
Y el joven prosiguió su camino tan campante. Al poco rato, se dio cuenta de que un enorme perro negro le seguía, y de que en su mirada había algo aterrador que le puso los pelos de punta. Al llegar a casa, su madre se asustó al ver su cara tan pálida.
—¡Qué mala cara traes! —exclamó—. ¿Qué te ocurre?
El hijo le contó lo que había hecho al pasar por el cementerio, y cómo, desde entonces, le seguía un gran perro negro. La madre se asomó a la ventana y vio que, en efecto, había un perro negro ante la casa con los ojos clavados en ella.
—¡Ay, hijo! —dijo la mujer—. ¡Vete inmediatamente a ver a Don Marcial! Es muy viejo y tiene fama de brujo, él te dirá lo que tienes que hacer. ¡No pierdas el tiempo! ¡Corre!
El joven fue a ver al viejo y le contó lo que ocurría. Don Marcial caviló durante un buen rato y luego observó al perro, que se había detenido a unos metros de su casa.
—Has hecho mal en darle un puntapié a la calavera —le dijo por fin—. El perro es el guardián del muerto, e intentará vengarse de ti por la ofensa. Pero aún puede haber una solución: cuando comience el banquete de bodas, coges al perro y lo pones a tu lado y, antes de servir a los invitados, haces que le sirvan primero a él.
El joven recordó las palabras del anciano, y al día siguiente, a la hora del banquete, puso al perro junto a él y le sirvió de cada plato antes que a los invitados.
Naturalmente, todos los presentes se quedaron tan asombrados ante el comportamiento de novio que empezaron a pensar que, una de dos, o quería gastarles una broma o estaba loco de atar.
—¿Cómo puedes darle a un perro los bocados más exquisitos? —le preguntaron—. ¿Te has vuelto loco?
—No me preguntéis la razón por la que lo hago —les respondió él—. Basta con que yo la conozca.
—Has hecho bien en seguir las indicaciones del anciano, porque si no lo hubieras hecho, habrías sufrido un gran castigo —le dijo el perro al finalizar el banquete—. Yo soy el guardián de mi amo, y él me envió para vengarle por tu grave ofensa. Ahora te perdona y ya no volverás a verme.
Dicho esto, el gran perro negro desapareció de la vista, dejando a todos sorprendidos y aliviados.
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