jueves, 28 de marzo de 2019

BREVE HISTORIA DE LAS LEYENDAS MEDIEVALES :WIFREDO EL VELLOSO Y LA LEYENDA DE LAS CUATRO BARRAS

Wifredo el Velloso es otro héroe épico en las leyendas medievales, pero a su vez
también es un personaje histórico de gran trascendencia política para Cataluña. Como
sucede con Pelayo en Asturias, ambos pusieron las bases para el nacimiento de sus
naciones, pero con el paso del tiempo su vida se vio rodeada de aspectos novelescos y
legendarios. La presencia de cuatro barras rojas en el escudo de Cataluña es una
imagen que ha aprovechado la leyenda para explicar los orígenes de la nación
catalana. Estos hechos legendarios son falsos y no tienen correspondencia alguna con
la actividad política de Wifredo como conde de la Marca Hispánica. Conozcamos
pues la leyenda y lo que realmente sucedió.
El primero en citar la leyenda de las cuatro barras en el escudo del conde Wifredo
el Velloso fue el historiador y sacerdote de origen alemán Pere Antoni Beuter, en
1551. No hay ningún rastro de la leyenda en fuentes anteriores como son la crónica
Gesta Comitum Barcinonensium et regnum aragonum, obra de los monjes del
monasterio de Santa María de Ripoll a partir del siglo XII, o las cuatro grandes
crónicas de las historia de la Corona de Aragón, escritas entre los siglos XIII y XIV por
el rey Jaime I el Conquistador, Bernat Desclot, Ramón Muntaner y el también rey
Pedro III el Ceremonioso. Pere Antoni Beuter fue el forjador de la leyenda, y para
ello se inspiró en una idea recurrente en la literatura como era explicar el origen de
los escudos de armas o banderas a partir de una hazaña militar.
Posteriormente aparecieron otras adaptaciones destacables, como la versión de
Joaquim Rubió Ors, publicada en el Diario de Barcelona con el título Lo compte
Jofre l’Pelós (1839), donde reconoce que la versión que cuenta no es la más veraz
sino la más gloriosa y poética. Y también sobresale una versión poetizada titulada Les
barres de sanch (1880), obra de Jacinto Verdaguer Santaló, uno de los poetas
catalanes más representativos del siglo XIX.
En el contexto histórico, el ímpetu de la expansión musulmana más allá de la
península Ibérica se vio frenado por la derrota contra los francos en la batalla de
Poitiers (732). El Imperio carolingio estaba amenazado por diferentes frentes:
eslavos, ávaros, vikingos y musulmanes que castigaban sus fronteras. Para
defenderlas, los francos organizaron un sistema de territorios de seguridad llamados
marcas. La Marca Hispánica era la frontera franca con los musulmanes de Al-
Andalus en la península Ibérica y estaba delimitada geográficamente por los ríos
Llobregat, Segre y Cardener. Administrativamente se dividió en condados,
gobernados por un conde designado directamente por el emperador franco.
Wifredo pertenecía a la familia de los Belónidas, una estirpe de nobles feudales
vinculados al poder condal en la Marca Hispánica. Su padre, Sunifredo, hijo de
Bellón, acumuló bajo su poder los condados de Urgell, Cerdaña, Barcelona y Girona.
La saga de los Belónidas apoyó a la dinastía Carolingia en las luchas por el poder que
sucedieron en el seno del Imperio franco, y los emperadores recompensaron su
fidelidad con cargos de responsabilidad en la Marca.
En 870, Wifredo recibió de manos del emperador Carlos el Calvo (875-877) la
investidura de los condados de Urgell y Cerdaña. Ocho años más tarde, en el Concilio
de Troyes, el nuevo emperador franco Luis II el Tartamudo (877-879) lo invistió
conde de Barcelona, Gerona y Besalú, con lo que ejercía el poder sobre los mismos
condados que su padre había administrado treinta años atrás.
Wifredo consolidó el prestigio de su linaje con la fundación de monasterios como
los de Santa María de Ripoll y San Juan de las Abadesas o la restauración del
obispado de Vic con el obispo Gomar. También favoreció la repoblación de la actual
Cataluña central protegiendo los movimientos colonizadores en las tierras de la plana
de Vic, Ripollés, Moianés y las Guillerías.
Cuenta la leyenda de Pere Antoni Beuter que los normandos invadieron el país de
los francos y el emperador Luis I el Piadoso pidió ayuda a sus vasallos. Entre los que
acudieron se encontraban Wifredo y sus huestes. Después de duras batallas, los
normandos fueron derrotados y el conde de Barcelona, que destacó por su coraje, fue
herido en el combate.
Pasada la batalla, el propio emperador visitó la tienda de Wifredo en
reconocimiento de la actitud valerosa de su caballero. El conde suspiraba de dolor, y
el emperador conmovido lo tranquilizaba diciendo que el médico estaba al llegar.
Pero a Wifredo le dolía más el honor que las llagas de la batalla y pidió al monarca
que le diera unas armas que pudiera portar en su escudo dorado para honrar a su
linaje. Luis I el Piadoso se acercó al conde y hundió su mano derecha en las heridas,
con la sangre en sus manos pasó los cuatro dedos por el escudo de oro haciendo
cuatro barras. Este fue, según Beuter, el origen de las armas que lucieron los condes
de Barcelona y los reyes de la Corona de Aragón y que ha llegado hasta nuestros días.
Pero la leyenda es absolutamente falsa, la expedición de Wifredo contra los
normandos no existió jamás y, de ser así, el emperador franco de aquel entonces no
sería Luis el Piadoso (814-840), sino Carlos el Calvo.
Está bien documentado que la primera utilización del escudo de las cuatro barras
no tuvo lugar hasta mediados del siglo XII, en tiempos del conde de Barcelona Ramón
Berenguer IV, y no en el siglo IX con Wifredo el Velloso. No obstante, los símbolos
del conde de Barcelona son de los más antiguos de Europa. Se conservan siete
ejemplares sigilares del conde Ramón Berenguer IV en los Archivos Departamentales
de Bouches du Rhone de Marsella y en el Archivo Histórico Nacional de Madrid. En
el anverso llevan la leyenda Raimundus Berengarius Comes Barchinonensis, Ramon
Berenguer conde de Barcelona, y en el reverso Princeps Regni Arragonensis,
príncipe del reino de Aragón, título obtenido por el matrimonio con la princesa
Petronila. El rey Jaime I el Conquistador, de quien ya conocemos gracias al capítulo
anterior la leyenda de su nacimiento, concedió el privilegio de usar las barras en el
escudo a sus territorios de Mallorca (1269) y Valencia (1312).
Pero ¿qué ocurrió realmente? Wifredo murió el 11 de agosto de 897 a
consecuencia de las heridas en el combate contra el señor de Lérida Llop Ibn
Muhammad. Los movimientos repobladores y la intensa actividad del conde no
habían pasado desapercibidos a los musulmanes, que decidieron atacar Barcelona. La
población civil fue evacuada y las tropas de Wifredo salieron a defender la ciudad
pero fueron estrepitosamente derrotadas.
El cronista árabe Isa Ibn Ahmad, contemporáneo de Wifredo, habla de que fue
herido de «una lanzada» por Llop Ibn Muhammad en el castillo de Aura, en el
territorio de la ciudad de Barcelona. La ubicación exacta del castillo de Aura está en
discusión, pero según el prestigioso historiador catalán del siglo XX Miquel Coll
Alentorn podría interpretarse como Vallis Laurea, es decir, en el término de Valldaura
en la sierra de Collserola.
Las heridas del combate causaron la muerte a Wifredo pocos días después y fue
enterrado en el monasterio de Santa María de Ripoll, iniciando de esa forma el
panteón de los condes de Barcelona. Wifredo no creó el escudo de las cuatro barras,
ni llevó a los territorios catalanes a la independencia pero no por ello deja de ser un
personaje de primera magnitud en la historia de la nación catalana.

Tumba de Wifredo el Velloso en el crucero del monasterio de Santa María de Ripoll. En la basílica se encuentran
enterrados los restos de algunos de los condes de Barcelona desde Wifredo hasta Ramón Berenguer IV. La
dinastía iniciada por Wifredo el Velloso perduró hasta la muerte del rey Martín el Humano, en 1410.

A su muerte, los condados fueron repartidos entre sus hijos. Guifré II heredó
Barcelona, Girona y Osona; Miró Cerdaña, Berguedá y Conflent; Sunifredo Urgell; y
Sunyer recibió Besalú. Era el inicio de la sucesión hereditaria y los orígenes de la
dinastía nacional de los condes de Barcelona. Debido a su lejanía y debilidad los
emperadores francos quedaron fuera en la toma de decisiones sobre quiénes serían a
partir de ahora los próximos condes de la Marca Hispánica.

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