viernes, 1 de marzo de 2019

Una lección para los reyes



Hace mucho tiempo, cuando Brahmadatta reinaba en Benarés, el futuro buda regresó a la vida como su hijo y heredero. Y cuando llegó el día de elegir un nombre, lo llamaron príncipe Brahmadatta. Creció como el resto de niños y cuando cumplió dieciséis años fue a Taxila12 y se instruyó en todas las artes. Y tras la muerte de su padre accedió al trono y gobernó la región con justicia y equidad. Emitía sus juicios sin parcialidad, odio, ignorancia o miedo. Y como de este modo reinaba con justicia, con justicia también administraban sus ministros la ley. Las leyes se decidían con equidad y no había nadie que presentara litigios falsos. Y, cuando estas cesaron, el ruido y el tumulto que provocaban las demandas también cesaron. Aunque los jueces estaban todo el día en el tribunal, se marchaban sin que nadie acudiera pidiendo justicia. Llegaron a un punto en el que se plantearon cerrar el tribunal.

    Entonces el futuro buda pensó: «No es posible que el hecho de que nadie acuda pidiendo justicia se deba a mi rectitud como rey; el bullicio ha cesado y habrá que cerrar el tribunal. Ahora debo, por tanto, examinar mis propios defectos y, si encuentro algo errado en mí, debo desecharlo y practicar solo la virtud».

    A partir de entonces buscó a alguien que le dijera sus defectos, pero entre los que lo rodeaban no encontró a nadie que le señalara algún error, y en lugar de eso solo oía alabanzas.

    Entonces pensó: «Estos hombres solo me dicen cosas buenas, y nada malo, por el miedo que me tienen», y buscó entre aquellos que vivían fuera de palacio. Y al no encontrar allí a nadie que le señalara un defecto, buscó entre aquellos que vivían fuera de la ciudad, junto a las cuatro puertas. Y allí tampoco encontró a nadie que le encontrara defectos y solo oía alabanzas, así que decidió buscar en toda la región.

    Dejó el gobierno en manos de sus ministros y subió a su cuadriga para abandonar la ciudad disfrazado y con la única compañía de su auriga. Pero tras buscar por toda la región no encontró a nadie que le encontrara un defecto; no cesaba de oír hablar de sus virtudes, de modo que decidió regresar y emprendió el camino de vuelta a la ciudad por la carretera principal.

    En aquella época, el rey de Kosala, Mallika, también estaba gobernando su reino con justicia, y cuando buscó algún defecto en su mandato tampoco encontró en palacio a nadie que se lo señalara. ¡Solo oía hablar de su virtud! Así que buscando en el resto del país él también llegó a aquel punto. Y los dos se encontraron en un sendero escarpado y estrecho donde no había espacio para que pasaran ambos.

    —¡Aparta esa cuadriga del camino! —pidió el auriga del rey de Kosala al auriga del rey de Benarés.

    —¡Saca a esa cuadriga del camino! —contestó el otro— Conmigo viaja el señor del reino de Benarés, el gran rey Brahmadatta.

    —En esta cuadriga, auriga, viaja el señor del reino de Kosala, el gran rey Mallika. ¡Aparta del camino y deja paso a la cuadriga de nuestro rey!

    Entonces, el auriga del rey de Benarés pensó: «¡El otro también es un rey! ¿Qué hago ahora?». Después de pensarlo un instante, se dijo: «Conozco un modo. Descubriré qué edad tiene, para que la cuadriga del más joven se aparte y deje espacio para la del mayor».

    Y cuando hubo llegado a esa conclusión, preguntó al otro auriga qué edad tenía el rey de Kosala. Pero tras preguntar descubrió que la edad de ambos regentes era la misma. Entonces preguntó por la extensión de su reino y de su ejército, y sobre su riqueza y su renombre, y sobre el país en el que vivía, su estirpe, su casta y su familia. Y descubrió que ambos eran señores de un reino de trescientas millas de extensión y que respecto al ejército, la riqueza, el renombre, los países en los que vivían, su estirpe, su casta y su familia, estaban justo a la par.

    Entonces pensó: «Dejaré paso al más justo». Y preguntó:

    —¿Es justo este rey tuyo?

    Entonces el auriga del rey de Kosala, proclamando la maldad de su rey como bondad, recitó esta primera estrofa:

 
      «Mallika derroca al fuerte con fuerza,
       Al bondadoso con benevolencia;
       Al bueno lo conquista con bondad
      Y al malvado con malevolencia.
 

 
      ¡Tal es la naturaleza de este rey!
      ¡Aparta del camino, auriga!».
 

    Pero el auriga del rey de Benarés le preguntó:

    —Bueno, ¿has listado todas las virtudes de tu rey?

    —Sí —dijo el otro.

    —Si esas son sus virtudes, ¿cuáles son entonces sus defectos?

    —Bueno, ¡también podrían considerarse defectos, si te place! Pero dime, ¿qué tipo de bondad posee tu rey?

    Y entonces el auriga del rey de Benarés le pidió que prestara atención y recitó la segunda estrofa:
 
     «Al furioso conquista con serenidad,
       Y con bondad al malvado.
       Al avaro conquista con regalos,
      Y con verdades al taimado.
 
 
      ¡Tal es la naturaleza de este rey!
    ¡Aparta del camino, auriga!».

    Y, tras decir esto, tanto el rey Mallika como su auriga bajaron de su cuadriga y se apartaron para dar paso al rey de Benarés.


      12 Desde el siglo V a.C. hasta el siglo II d.C. fue un importante centro de enseñanza budista (N. de la T.).

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