jueves, 7 de marzo de 2019

tas Aventuras de un Batán

ESTA era: una piedra blanca y redonda que servía de batán y
se encontraba sobre un gran poyo de barro, en cierta cocina*.
Pero no creáis que, por el hecho de ser piedra, no tenía sentimientos
ni inteligencia; por el contrario, era muy lista y bondadosa,
hasta poseía un corazón más blando que muchísimos hombres y no
podía ver sufrir, a nadie, sin llenarse de tristeza.
Recordaba haber vivido antes en el fondo del río. Entonces
las aguas, la cubrían por completo y crecían sobre ella, musgo y culantrillo.
Les pececi I Ibs llegaban hasta la piedra y encontrándola muy
abrigada, hacían en ella sus nidos. A ella le agradaba mucho esto
y se consideraba dichosa de poder ser útil a los demás.
Pero durante un verano en que llovió torrencial mente, las
aguas del río aumentaron muchísimo; fueron subiendo y poniéndose
primero amarillentas; luego, oscuras como el chocolate y al fin, de
color rojo. Tanta fuerza traía la corriente, que comenzó a mover a la
piedra y de pronto, de un terrible sacudón, la sacó del lugar donde
se hallaba y la arrastró, haciéndola girar a gran velocidad.
Dando vueltas y tumbos, llegó la pobre a un sitio en que se
atascó. Ahí quedo atontada, mientras el río bramaba sobre ella.
Así pasaron ocho días; al cabo, el agua fue disminuyendo,
hasta que por fin dejó de rugir y empezó a cantar las dulces canciones
que tanto gustaban a la piedra, a los peces y al musgo. La
corriente seguía bajando_,cada vez más. La piedra sentía que, poco
a poco, iba quedándose al descubierto, hasta que por fin notó que
el lugar en que se hallaba estaba completamente seco y que el agua
se había retirado tanto, que entre las dos mediaba una ancha orilla.
El sol caía sobre su cuerpo, tenía mucho calor; todavía la
adornaban algunos culantrillos, pero lentamente se fueron secando,
hasta que, una tarde, murieron las últimas plantitas y la pobre quedóse
completamente sola. Estaba tan blanca, que parecía que la
habían pintado con cal y si alguien la hubiese tocado, habría sentido
que quemaba.
Un día se hallaba muy triste, cuando oyó que exclamaban
junto a ella:
—¡Mira,papá, qué linda piedra para un batán!
—Verdad, añadió otra voz, está bien lisa y limpiecita.
Como es redonda, podremos llevarla haciéndola rodar. Será un
magnífico batán.
Batán, batán, dijo para sí la piedra. ¿Qué cosa será un
batán?
Los peces y el río que eran los únicos seres con quienes había
hablado en su vida, jamás habían pronunciado esa palabra.
En seguida sintió que la movían y que de un empellón la
hacían rodar. Y vaya si daba vueltas, parecía no haber hecho otra
cosa en su vida.
Muy bien, pensó, no sabía yo que era tan buena corredora.
Y encontró muy agradable ir brincando por los caminos, por esas
sendas tan raras, todas de tierra, sin una gota de agua, que jamás
había visto.
El hombre y el chiquillo iban tras ella que siempre los ganaba.
Por fin llegaron a la casa. La piedra vio que se abría ante
sí un hueco y que por él la hacían entrar. Aquel hueco era la puerta
de la cocina. Luego sintió que dos fuertes brazos la suspendían y la
colocaban en alto. Acababan de ponerla sobre un poyo de barro.
Miró a su alrededor y contempló que brillaba un hermoso
fuego y que una olla cantaba alegremente, lanzando humo por su
ancha boca.
De pronto entró la dueño de casa y exclamó:
—¡Vaya, qué buen batán; hacía tiempo que lo necesitaba!;
y tomando una cebolla, la puso encima de la piedra y la golpeó,
valiéndose de una piedra más pequeña. En seguida hizo lo mismo
con un trozo de carne; luego echó ambas cosas en la olla y fuese.
No le gustaron mucho aquellos golpes al batán, ni tampoco
el olor de la cebolla, al que no estaba acostumbrado; pero como era
muy bueno, se resignó con su nueva suerte.
En cuanto salió la mujer, de la habitación, todos los objetos
de la cocina empezaron a hablar.
—Amigo batán, dijo la olla, gracias a Dios que has venido.
Ahora se cocinará todo con más rapidez porque tú harás la mitad de
'la labor, ablandando las cosas. Antes tenía que trabajar sólita horas
y horas para cocinar un trozo de carne.
—Lo mismo digo yo, exclamó el fuego; en adelante no necesitaré
calentar tanto las ollas.
Entonces ios porongos y los mates bailaron alegremente y
cantaron:
"|Chilín, chilán.
Que viva el batán!
En ese momento entró de nuevo la patrona y al instante todos
callaron y se quedaron muy quietecitos.
La mujer tomó un jarro, sacó de un gran porongo un poco
de agua y fue vertiéndola en varias ollas. Entonces la piedra
oyó que una voz conocida, muy dulce y bella, le hablaba; y sintió
que el corazón le daba un vuelco de alegría.
—Querida amiga, decía aquella voz, por fin te volví a encontrar.
A mí también me han sacado del río y me han traído
hasta aquí, en un cántaro oscuro.
La patrona oía el ruido del agua al caer en las ollas, pero
no podía comprender sus palabras porque ella no entendía ese idioma
y después de dar un vistazo a los guisos que se cocían en el fogón,
salió de la cocina.
En aquel mismo instante, un zorro asomó su rojiza cabeza
por la puerta que daba a la calle y al ver al batán dijo:
—(Hola, tenemos un huésped. Buenos días, señor batán!
—Buenos días, contestó él, a quien le hacía poca gracia el
zorro. Lo conocía mucho porque lo había visto devorando a los polluelos
de las huashuas y bebiendo luego en el río, hasta hartarse.
—¿Cuándo llegaste?, preguntóle el animal.
—Hoy, respondió secamente la piedra.
—Parece que estás de mal humor, dijo con tono zumbón el
zorro. ¿Y de dónde has venido?
—Del río.
—¿Qué, y cómo te las compusiste para llegar hasta acá, tú
que eres tan pesada y que nunca has caminado? Te traerían cargada.
—Pues debes saber que vine corriendo con mis propios pies.
—|Ja, ja, ¡a, repuso el muy pleitista. Apostaría que no eres
capaz de correr ni un metro!
—Antes de apostar, piénsalo bien, dijo la piedra, porque
te aseguro que perderás.
—|Qué risal ¿Has visto alguna vez que un batán haya ganado
a un zorro?
Entonces el fuego, agitando su colorada tengüecilla, dijo:
—No seas palangana, zorro. Fíjate en que estás apostando
con una piedra redonda que rueda muy bien, y que vas a perder.
—¿Perder yo? ¡Zonzo! ¿No ves el aire de pesada, que tiene?
Ni siquiera puede moverse.
—Zorrito, zorrito, acuérdate de cuando el sapo viejo ganó a
tu abuelo en la prueba de la carrera. No vayas a acabar tú lo mismo
que él, reventando por ahí, dijo el cuchillo de cortar carne, con su
voz delgadita y burlona.
Al oír esto, brilláronle de rabia los ojos, le rechinaron los
dientes y gritó:
—¡Apuesto, batán. Acepta, si eres valiente!
—Muy bien, dijo la piedra; pero como yo sé que eres un gran
tramposo, acepto con una condición: que corramos atados con una
soga.
—Perfectamente, respondió el otro; aguarda, que voy a
traerla.
A los cinco minutos, estaba de regreso con una fuerte y larga
cuerda.
—Yo los amarraré, dijo el cuchillo y tomando la soga, la
ató alrededor del batán, rodeó después con el otro lado el cuerpo
del animal e hizo luego un seguro nudo.
Entonces la piedra brincó del poyo en que se hallaba y dando
vueltas, salió hasta la calle.
Fueron al camino que se dirigía hacia el río. El batán adquirió
pronto gran velocidad y comenzó a dar vueltas vertiginosas; entre
tanto, el zorro iba mucho más atrás, amarrado al otro extremo de
la larga cuerda.
—¿Te has cansado tan pronto?; preguntó la piedra.
—Espera que ya te voy a pasar. Estoy tomando viada, contestóle
el animal.
—Bueno, entonces apúrate, exclamó ella y siguió saltando
alegremente.
Mas el pobre zorro, arrastrado con más rapidez a cada momento,
corría con la lengua afuera, sintiendo que las fuerzas se le
acababan.
—¡Te voy a ganar la apuesta!, le gritó su contrincante.
Pero el palangana no oía ya. Los oídos le zumbaban y la cabeza
le daba vueltas.
Entre tanto, la piedra continuaba arrastrando al zorro que iba
como una cosa sin vida, dando botes contra las rocas del camino.
—¡Corre, corre!; gritó de nuevo el batán, pero al no escuchar
respuesta, miró hacia atrás y vio que lo que halaba era ya un cada
ver. Entonces se desató la soga, abandonó el cuerpo del vanidoso en
mitad de la senda y siguió brincando hasta que llegó al río.
—¡Hurra, hurra!; exclamó él, al ver acercarse a la piedra.
¿Cómo hiciste para escapar de la cocina de aquellos hombres?
Mas, ella, que se hallaba cansada y muerta de calor, entró
sin contestar, hasta el medio del cauce y allí se tumbó a descansar
sobre la arena blanda, mientras el agua la refrescaba y le cantaba
las dulces canciones que tanto había amado siempre.

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