jueves, 7 de marzo de 2019

Por qué vive el Añas debajo de la Tierra

HACE muchísimos años, aun
antes de que los Incas
construyeran la ciudad del Cuzco,
con sus palacios y jardines de
oro, un zorro y un añas habitaban
dos casas cercanas, hechas
entre rocas, al pie de un cerro.
Ambos animales parecíanse
mucho, lo cual no tenía nada
de extraño, puesto que eran parientes.
Los dos acostumbraban salir
de paseo en las noches. Cuando
la Luna alumbraba los cerros
y hacía brillar el campo como si
fuera de plata, dejaban sus madrigueras,
correteaban alegremente
y poníanse a contemplar
aquella redondela que caminaba
todo el tiempo por el cielo,
con la misma facilidad con que
ellos se movían sobre la tierra.
—¡Ay!; dijo una noche el zorro. ¿Sabes cuál es el deseo más
grande de m¡ vida? Ir a la Luna. Nada, ni subir hasta el Sol, ni tener
las más grandes riquezas me haría tan feliz como poder llegar a la
Luna.
—Mira, mi mayor deseo es otro muy distinto, contestó el
añas. A mí me haría dichoso tener mi despensa repleta de esos gusanos
que viven entre las raíces de las papas.
Paseaban conversando así; cuando de pronto, gritó el zorro:
—|AAira allá arriba. Algo cae de la Luna!
Alzó la cabeza el añas y vio que, en efecto, iban bajando
muy lentamente por los aires, dos objetos.
—¿Primo, exclamó el zorro; qué será eso? Parecen dos sogas.
¡Oh, qué dicha tan grande si así fuera en realidadl
—¿Y por qué no había de ser?; respondió el añas. Tal vez
la Luna ha lanzado esas cuerdas para que subas por alguna de ellas.
Y en efecto, eran dos sogas que descendieron lentamente hasta
tocar el suelo. Los dos animales se acercaron a mirarlas y las contemplaron
estupefactos. La primera era de simple fibra, una soga
corriente como cualquier otra. Pero la segunda. . . ¡Ah, eso si era algo
verdaderamente precioso! Las hebras de finísimo oro que la formaban
estaban tan bien retorcidas que la cuerda era, en realidad,
una obra de arte como no habría podido hacerla ni el mejor orfebre.
Levantaron la cabeza y vieron que la Luna los miraba sonriendo.
Al zorro le brillaron de alegría los ojos. ¡Por fin iba a realizar
el deseo de toda su vidal
El añas preguntó:
—¿Te animas a subir? La verdad, yo no he ansiado nunca
hacer este viaje, pero si tú quieres, iré sólo por acompañarte. Mas,
con una condición: que me dejes trepar por la soga de oro.
-—Escoge la que quieras. A mí lo mismo me da; lo único que
me interesa es llegar a la Luna; respondió el zorro.
Empezaron ambos a ascender; el añas, por la cuerda de oro
y el zorro, por la de chahuar.
Él añas decía para sí:
En cuanto llegue, pediré a la Luna que me regale la soga y
ella, que es una señora tan buena, no podrá negarme ese favor.
¡Qué rico voy a ser. Cómo van a envidiarme todos!
Mientras tanto, el zorro no pensaba sino en lo feliz que iba a
sentirse al mirar de cerca a la Luna.
Los dos animales trepaban ligeramente cogiéndose a las sogas
con todas sus fuerzas, para no caer. Tras de subir un rato, miraron
hacia abajo, pero no pudieron distinguir sus casas pues, tan
alto estaban ya, ellos, que apenas veían las cumbres de los cerros cubiertos
de nieve.
Habían llegado a la mitad del viaje cuando, de pronto, el
añas se paró en seco y contempló estupefacto su cuerda. Pestañeó
varias veces, abrió los ojos lo más que pudo; acercó el hocico a la
soga, la olió, la lamió, la tocó con las patas una, dos y hasta tres
veces y por fin gritó, lleno de rabia:
—¡La Luna me ha engañado. Sólo la mitad de la cuerda era
de oro, lo demás es de chahuar, de miserable chahuar. Luna embustera,
Luna embustera!
En ese mismo instante oyó la voz del zorro, que exclamaba
lleno de alegría:
—¡Qué felicidad, las fibras de mí soga se han convertido
«en hilos de oro. Gracias, gracias, amiga Luna!
a él,
En seguida escuchó el añas que su primo añadía dirigiéndose
—¿Qué es lo que está bajando de la Luna, por tu cuerda?
Me parece un cuy.
—Sí, es un cuy, respondió el otro, furioso.
—Ve, dijo el zorro, ya se paró. Creo que está comiendo algo.
En efecto, el animal habíase detenido a devorar una mazorca
-de maíz que se encontraba amarrada a la soga.
—¡Eh, eh; gritóle el añas, alzando la cabeza; sal de ahí! ¿Qué
estás haciendo. No vez que puedes cortar las fibras con tus filudos
dientes y hacerme caer?
Pero el cuy parecía sordo y seguía comiendo.
—¡Oye, no te hagas el zonzo; exclamó el añas, cada vez con
mayor cólera, mientras trepaba lo más rápido que podía. Vas a cortar
la cuerda y me voy a matar!
Viendo el cuy que el añas se acercaba, se puso a comer con
mayor velocidad. Terminó los granos y mostrando sus filudos dientecillos,
comenzó a mascar la coronta ya completamente pelada.
—1 Eh, vuélvete arriba, no sigas royendo!; chilló desesperado
el añas.
Mas, el animalillo acabó de devorar la coronta y en el acto
empezó a morder la soga. Sus dientes eran muy filudos; sonaban
contra la cuerda: "chirr chirr, trac trac"; y el añas vio espantado cómo
el cuy iba cortando, poco a poco, los hilos de chahuar y cómo la
soga se adelgazaba más y más a cada instante.
—¡Por favor!; dijo el añas, ¿Qué daño te he hecho yo? ¡Deja
de mascar la cuerda. Cuando vuelva a la tierra te regalaré todo el
maíz que me pidas; si quieres, blanco; si te gusta más, amarillo o si
prefieres, moradol
Pero el cuy lo miraba con sus ojitos brillantes y mordía los
hilos cada vez más rápidamente.
De pronto; "crac", crujió la soga, partióse en dos y el infeliz
añas se vino abajo con la misma velocidad de una flecha.
El zorro lo miró y dijo:
—¡Pobre amigo, ahí está lo que le ha pasado, por ambicioso.
Gracias a Dios que yo elegí la cuerda de chahuar!
El infortunado bajaba dando tumbos y volteretas por entre
los nubes que lo miraban cqn pena, pero que no podían hacer nada
para sostenerlo y; al fin, cayó a tierra quedando muerto en el acto.
En el sitio donde fue a parar el añas, crecieron, en ese mismo
instante, cientos de plantas llenas de espinas, que aumentaron rápidamente,
hasta cubrir por completo aquel campo. Y habéis de saber
que todas las espinas que existen hoy en el mundo, tuvieron su origen
en ese lugar.
Desde aquel día, los demás añases comenzaron a sufrir los
insultos de los otros animales que les gritaban:
—¡Por la culpa de ustedes hay espinas sobre la tierra. Por
culpa de su ambicioso abuelo nos hincamos cuando salimos al campo.
Ese añas codicioso quiso la soga de oro y la Luna lo castigó!
Tanto les decían todos, desde las llamas y las vicuñas, que
antes jamás habían peleado con nadie, hasta las loras, que pasaban
el día buscando camorra que, por fin, desesperados, se reunieron
en un congreso para decidir lo que habían de hacer. Tras mucho
discutir, acordaron abandonar sus casas construidas en los agujeros
de las peñas, donde podían verlos e insultarlos, y hacerlas bajo
la tierra.
—Cavaremos huecos y viviremos en ellos, dijeron.
—¿Pero, y de qué habremos de alimentarnos. A qué hora
buscaremos nuestra comida?, preguntó uno.
—Saldremos a buscarla por la noche, respondió una añas
anciana. Cuando todo el mundo duerma y nadie pueda vernos>
dejaremos nuestras madrigueras e iremos al campo.
Y así fue. Desde aquel día empezaron su trabajo. Largo tiempo
pasaron cavando y cavando, hasta que lograron hacer casas cómodas
y una vez que las terminaron, entraron en ellas. Luego cerró
cada cual su puerta, colocando una gran piedra delante. De ese modo,
nadie sabría dónde vivían y no los molestarían más.
Desde entonces los añases viven debajo de la tierra y salen
solamente en las noches, para comer. Se deslizan hasta las chacras
de papas, cavan rápidamente la tierra y buscan los gusanos que viven
entre las raíces. Malogran los sembríos, devoran cuanto quieren,
pero cuando comienzan a asomar los primeros rayos de sol, huyen
a esconderse de nuevo, antes de que salgan al campo los demás animales.
Y ésta es la triste historia del añas, desde el día en que aquel
abuelo suyo ambicioso quiso para sí la soga de oro.
En cuanto al zorro, no se volvió a saber de él; jamás regresó
a la Tierra, a contar cómo era la Luna.

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