lunes, 25 de marzo de 2019

LOS CUATRO JÓVENES Y LA MUJER

Cuentan que había en otro tiempo cuatro jóvenes. Había también una mujer. Esta mujer vivía en la vertiente de una colina pequeña. Los cuatro mozos vivían en otra colina. Los mozos se dedicaban a cazar animales fieros. La mujer no sabía cazar; permanecía sentada, sin hacer nada, sin tener qué comer. Los mozos cazaban animales fieros y se alimentaban de su carne. 
Uno de ellos dijo: 
–Allí hay un ser semejante a nosotros. ¿Quién caza para él, puesto que se pasa el día sentado? 
Otro respondió: 
–No es semejante. Es un ser que no puede cazar animales como nosotros cazamos. 
Replicó el primero: 
–Tiene manos, pies y cabeza, como nosotros. ¿Por qué no ha de ir también de caza? 
Otro dijo: 
–Voy a ir a ver qué clase de persona es. 
La encontró sentada, como siempre. Le preguntó: 
–¿Cómo eres tú? 
Respondió ella: 
–No como nada; me alimento de agua. 
–¿De veras? 
–Sí. 
Volvió a sus compañeros y les dijo: 
–No es Un ser de nuestra especie; es de una especie muy diferente; es un ser que no puede ir de caza. 
Le preguntaron: 
–¿Qué forma tiene? 
–Tiene, como nosotros, manos, pies y cabeza; en lo demás no se nos parece. 
–¿Enciende lumbre? 
–No, vive sin lumbre. 
–¿Qué come? 
–Bebe agua; no come absolutamente nada. 
Los otros mozos se maravillaron. Y, acostándose, se durmieron. 
Al día siguiente fueron de caza y volvieron con las piezas cobradas. Entonces uno de ellos dijo: 
–Compañero, voy a dar un pedazo de carne a esa persona, a ver si la come. 
Y, efectivamente, cortó un pedazo de carne, tomó lumbre, reunió estiércol seco y fue donde estaba la mujer, echó lumbre, asó la carne y se la dio, diciendo: 
–Toma y come. 
La mujer tomó la carne y se la comió. El mozo la vio comer y se maravilló. Entonces le dio otro pedazo de carne, diciendo: 
–Toma y ásalo tú misma. 
Después se volvió con sus compañeros y les dijo: 
–Esa persona ha comido carne igual que nosotros; pero no es de nuestra especie, porque no puede matar caza. 
La mujer estaba desnuda; también los mozos, pero ellos se cubrían con pieles frescas de los animales que mataban; no sabían curtirlas ni conservarlas. Llevaban las flechas enredadas en la cabellera. Al día siguiente el joven volvió a buscar a la mujer y le llevó carne. Los otros le dijeron: 
–Si vas a estar cazando para esa persona, no te daremos ya parte en nuestras presas. 
Cuando la mujer se hartó de carne tuvo sed; entonces tomó arcilla y formó un vasito; lo puso al sol para secarlo, y enseguida fue a tomar agua en el vaso; pero se rajó. La mujer, disgustada, fue a beber, como siempre, de bruces en el agua. 
Empezó a hacer otro vaso de arcilla, después otro, los secó al sol, reunió estiércol seco y encendió lumbre para cocer los vasos; terminados, fue a buscar agua y vio que el agua no los destruía. Puso en uno de ellos agua y carne y lo arrimó a la lumbre. Cocida la carne, la sacó del vaso, la puso en una piedra lisa y se la comió; pero dejó un pedazo en el vaso. 
El hombre llegó, trayendo la caza que acababa de matar. Ella le dijo: 
–Come un poco de esto, ya verás lo bueno que está. 
El mozo comió la carne, bebió el caldo y se maravilló. Después volvió con sus compañeros, y les dijo: 
–Compañeros: aquella persona moldea la arcilla; en un vaso toma agua, en otro hierve la carne; probad la carne que ha cocido. Seguramente, esa persona no es de nuestra misma especie. 
Maravillado, fue otro de ellos en busca de la mujer, la miro, comió la carne, bebió el caldo y se quedó estupefacto al ver los vasos de arcilla que había moldeado. Volvió a sus compañeros, y les dijo: 
–Es un ser de otra especie. 
Entonces, el joven que se había ocupado primero de ella, permaneció con la mujer, y le llevaba todos los días la caza que mataba; ella, por su parte, se la preparaba lo mejor que podía. Los otros tres mozos se fueron, dejando a su compañero con la mujer. De este modo vivieron juntos. 

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