viernes, 1 de marzo de 2019

Harisarman

Había una vez un brahmán que se llamaba Harisarman. Era pobre y tonto, estaba tan necesitado de un empleo y tenía tantos hijos que quizá estuviera recogiendo los frutos de sus fechorías en una vida pasada. Vagaba de un lado a otro pidiendo limosna con su familia, y al final llegó a una ciudad y entró al servicio de un rico terrateniente llamado Sthuladatta. Sus hijos cuidaban de las vacas de Sthuladatta y de otras de sus propiedades, su esposa se convirtió en su criada, y él mismo era su empleado y vivía cerca de su casa. Un día se celebró un banquete por el matrimonio de la hija de Sthuladatta al que asistieron muchos amigos y familiares del novio. Harisarman esperaba poder llenarse el estómago de mantequilla, carne y otros manjares, pero aunque esperó ansiosamente a que le llevaran algo de comer, nadie se acordó de él.

    Estaba muy angustiado por no tener nada de comer, así que dijo a su mujer:

    —Aquí me tratan con muy poco respeto debido a mi pobreza y estupidez, así que fingiré poseer conocimientos mágicos para ganarme el respeto de Sthuladatta. Cuando tengas la oportunidad, dile que conozco algo de magia.

    Esto le dijo y, después de pensar en ello, mientras la gente dormía, se llevó de la casa de Sthuladatta un caballo en el que solía montar el yerno de su señor. Lo escondió a cierta distancia y, por la mañana, cuando los amigos del novio no pudieron encontrar el caballo, empezaron a buscarlo por todas partes. Entonces, mientras Sthuladatta, inquieto por el mal augurio, buscaba a los ladrones que se habían llevado el caballo, la mujer de Harisarman se presentó ante él y le dijo:

    —Mi marido es un hombre sabio, conocedor de la astrología y de las ciencias mágicas; él podría devolverte el caballo. ¿Por qué no se lo pides?

    Cuando Sthuladatta escuchó esto llamó a Harisarman.

    —Todos me olvidaron ayer, pero hoy, como os han robado el caballo, recurrís a mí —dijo el hombre.

    Sthuladatta apaciguó al brahmán con estas palabras:

    —No me acordé de ti, perdóname.

    Y le pidió que le dijera quien se había llevado su caballo. Entonces Harisarman dibujó unos supuestos diagramas y dijo:

    —Los ladrones han escondido el caballo en la frontera sur de este lugar. Debes ir a recuperarlo antes de que se lo lleven más lejos, lo que ocurrirá al final del día.

    Al escucharlo, algunos hombres se marcharon y trajeron al caballo de vuelta. Todos alabaron la perspicacia de Harisarman, que fue proclamado sabio y vivió felizmente bajo la protección de Sthuladatta.



Un tiempo después robaron un gran botín de oro y joyas en el palacio del rey. Como nadie conocía la identidad del ladrón, el rey llamó a Harisarman, que ya era famoso debido a sus conocimientos de magia.

    —Te lo diré mañana —dijo Harisarman al rey, intentando ganar tiempo.

    Entonces el rey lo alojó en una cámara férreamente protegida y Harisarman se arrepintió de haber fingido que era mago. En el palacio había una doncella llamada Jihva (que significa «lengua»), y había sido ella la que, con la ayuda de su hermano, había robado todas aquellas joyas del palacio. La joven, preocupada por si Harisarman sabía algo, fue aquella noche y pegó la oreja a la puerta de la cámara. Y Harisarman, que estaba solo dentro, estaba en aquel momento culpando a su propia lengua, que había sido la culpable de su vana declaración de conocimiento.

    —Lengua, ¿en qué lío te has metido debido a tu codicia? Malvada, pronto recibirás tu castigo.

    Cuando Jihva escuchó esto pensó, aterrada, que el sabio la había descubierto. Entró y se lanzó a sus pies, sollozando.

    —Brahmán, sé que has descubierto que fui yo quien robó las joyas. Después de llevármelas las enterré en el jardín que hay detrás del palacio, debajo de un granado. Perdóname, y acepta esta pequeña cantidad de oro que llevo encima.

    Cuando Harisarman oyó aquello, le dijo orgullosamente:

    —Márchate, pues yo lo sé todo: conozco el pasado, el presente y el futuro. Sin embargo, como has implorado mi protección, no te denunciaré, pero tendrás que entregarme todo el oro que poseas.

    La doncella asintió y se marchó rápidamente.

    «Como en la caza, el destino nos depara cosas impensables, porque cuando la calamidad estaba tan cerca, ¿quién habría pensado que el azar me traería el éxito? —reflexionó Harisarman, estupefacto—. Mientras culpaba a mi Jihva, Jihva la ladrona se lanzó a mis pies. El miedo saca a la luz los crímenes secretos.

    Y así pensando pasó la noche felizmente. Por la mañana, cuando lo llevaron ante el rey, fingió que lo sabía todo y lo acompañó al jardín, donde encontraron el tesoro enterrado debajo del granado. Le dijo que el ladrón había escapado con una parte del botín, pero el rey se mostró satisfecho y le entregó los ingresos de muchas villas.

    Sin embargo, un ministro llamado Devajnanin susurró al oído del monarca:

    —¿Cómo es posible que un hombre posea un conocimiento tan inalcanzable para el resto sin haber estudiado los libros de magia? Puedes estar seguro de que este es uno de esos estafadores que se alían en secreto con los ladrones. Será mejor que lo pongamos a prueba con una treta.

    Entonces, el rey trajo una jarra cubierta en la que había metido una rana y dijo a Harisarman:

    —Brahmán, si puedes adivinar lo que hay en esta jarra, haré que hoy te dediquen grandes honores.

    Cuando Harisarman oyó aquello, pensó que su fin había llegado y se le vino a la mente el apodo que su padre le había puesto en su infancia, «Ranita». Utilizando este apodo para lamentar su mala suerte, exclamó de repente:

    —Qué pena, Ranita, que una jarra tan bonita vaya a terminar contigo.

    Los presentes, al oírlo, gritaron y aplaudieron; porque sus palabras encajaban a la perfección con el objeto que le habían presentado.

    —¡Oh! ¡Es un gran sabio! ¡Sabe que es una rana! —murmuraron.

    El rey se mostró complacido, seguro de que todo aquello se debía a sus artes adivinatorias, y entregó a Harisarman los impuestos de más aldeas, además de oro, un paraguas y carruajes de todo tipo. Y así prosperó Harisarman en el mundo.

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