De entre lós innumerables dioses que constituyen el panteón
de Ugarit sólo unos pocos, en concreto unos diez o doce, son
activos en su literatura, hablan y obran, mientras tenemos en
ella la mención de algunos otros cuyo papel queda muy impreciso.
No vamos a intentar aquí un análisis de su ‘personalidad’,
sino que vamos a fijarnos únicamente en los puntos
clave que determinan las relaciones vigentes entre ellos, para
poder trazar así las coordenadas del universo mitológico de
Ugarit.
El dios supremo del panteón ugarítico es El, que mantiene
esta supremacía incontrastada tanto en los textos mitológicos
como en los épicos. No es posible advertir en ellos
indicios serios de una pretendida degradación de esta divinidad
o de su progresiva pérdida de importancia. En los
textos mitológicos aparece como la suprema instancia que
decide la jerarquización de los demás dioses. El es sobre
todo el que determina y distribuye la realeza entre ellos. El
mismo es rey, que tiene su morada, de múltiples estancias,
en la ‘montaña santa’, junto a la fuente de las aguas primordiales,
pero se preocupa de nombrar a otro que reine inmediatamente
sobre dioses y hombres, con lo que adquiere
más bien el rango de emperador supremo.
Precisamente en torno a su designación y su reconocímiento
como ‘rey5 de los dioses gira todo el movimiento
épico del ciclo mitológico de Baal. Pues tal designación no
es un hecho caprichoso y autónomo de El, sino que tiene
las características de una ‘sanción’, de un reconocimiento
de hecho de la supremacía manifestada por los dioses en
sus mutuos enfrentamientos. En realidad, el único candidato
válido es Baal, el dios de la lluvia y de la fecundidad; y lo
que el mito trata de hacer es precisamente fundar y garantizar
su realeza. El primer contrincante que le sale al paso, y
que parece obtener la sanción de El en su pretensión, es eldios
Yam, la divinidad del mar. Su enfrentamiento parece
referirse a una situación primordial, cuando tal realeza no
había sido aún detentada por nadie, aunque ya se vislumbraba
a Baal como futuro rey. De hecho, la proclamación
de Yam tiene las características de una destitución de Baal
por su comportamiento impropio para con los demás dioses.
A este propósito, no se puede olvidar el carácter prolativo
de los temas mitológicos {de hecho, Baal será luego el
rey) y su organización cíclica. No podemos precisar más
este punto, pero la reducción a términos estacionales de
este conflicto resulta muy problemática. Quizá lo que se
sancione con esta primera candidatura de Yam para ser ‘rey
de los dioses’ sea la prioridad del elemento acuoso en todas
las teo-cosmogonías antiguas. De todos modos, contra tal
pretensión se alza Baal, y con la fuerza supradivina de la
magia, que le proporciona el dios artesano Kothar en forma
de unas mazas prodigiosas, logra deshacerse de su adversario
y desbaratar su pretensión. La proclamación, pues,
por parte de El abre paso a la realidad del contraste entre
las divinidades, tal como lo indicaba el mismo dios supremo.
Proclamación y victoria (podríamos decir ‘carisma’)
son ambos elementos indispensables. Quizá nos hallemos
ante el posible reflejo de un orden social en el que el mando
se obtenía por designación (elección) y por demostración
(carisma) o, mejor aun, en el que la aceptación estaba
supeditada a la demostración de la capacidad correspondiente.
Precisamente en este mismo contexto se sitúa la pretensión
y el fracaso del segundo pretendiente a la realeza divina,
Athtar, el dios del desierto, que no en vano constituye
con el mar el par de aspectos que definen ai caos primitivo.
Frente a la candidatura de Yam, la suya no tiene ninguna
probabilidad, por carecer de los requisitos elementales para
ser rey.
Pero incluso, aun después de su triunfo sobre Yam, Baal
se ve obligado a recurrir al dios supremo El para conseguir
su reconocimiento y proclamación como ‘rey de los dioses’
y obtener consiguientemente su permiso para edificarse el
palacio que le corresponde como tal, palacio que le construirá
Kothar. Para lograrlo se vale de nuevo de la ayuda de
otras divinidades, en concreto del ascendiente de la diosa
Anat, hija de El, sobre su padre y de la persuasión de Ashera,
esposa del mismo dios El. De ese modo el panteón de Ugarit
se delinea dividido en dos grupos: dioses favorables u
hostiles a Baal. En realidad, la mayoría de los dioses, que se
nombran bajo el apelativo genérico de ‘hijos de El’ o de ‘los
setenta hijos de Ashera’, y hasta el mismo El, aparecen a la
expectativa en el conflicto que opone a Baal con sus principales
contrincantes, pues la mitología ugarítica es la ‘historia
de Baal’.
Vencido Yam y conseguida la realeza por Baal, no está
todo hecho. Surge ahora el enfrentamiento más decisivo, el
de Baal con Mot, divinidad de la esterilidad y de la muerte.
Tal enfrentamiento aparece como el de la sequía y la lluvia,
la vida y la muerte, que ambas divinidades personalizan. En
un primer encuentro, Baal tiene que ceder ante la supremacía
de Mot y descender a su reino de muerte, momento que
se aprovechará para adelantar de nuevo la candidatura de
Athtar al trono divino. Pero de nuevo su incapacidad es manifiesta.
Nadie puede suplantar a Baal como rey. Se impone,
pues, su vuelta, que se logra gracias a la intervención belico-
sa de Anat, su ‘hermana-esposa’, y que el mismo El constata
en un sueño premonitorio. Vuelto de nuevo a la vida, y contando
con la decisión de éste en su favor, logra Baal imponerse
en un segundo encuentro a su adversario, ayudado esta
vez por el consejo persuasivo de la diosa Shapash. De esa
manera reina ya incontrastado en su palacio regio con la
aquiescencia de El,
2. El sistema binario del panteón de Ugarit
Baal representa la fuerza providente y conservadora del.
mundo, mientras El ostenta más bien el carácter de fuerza
generadora y creadora (ab adm, bny bnwt, ‘padre dei hombre,
creador de las creaturas’), aunque no tengamos drama -
tización alguna cosmogónica de tal actividad, es decir, un
relato de creación. No son, pues, dos divinidades antagónicas,
no hay entre ellas un real conflicto ni está en marcha un
proceso de suplantación; estamos ante una mitología consolidada.
Baal nunca aparece como dios supremo. El conflicto
existe, pero se plantea entre Yam, Athtar y Mot, por un lado,
y Baal, por otro, ayudado por Anat, Kothar y Shapash. La
parej'a suprema El-Ashera se mantiene en cierta postura ambigua.
Si en un primer momento la predilección de El se
inclina hacia Yam y si Ashera muestra cierta reticencia ante
Baal, debida sin duda al enfrentamiento de éste con sus hijos
y en primer lugar con Yam, ambas divinidades se ponen de
parte de aquél a la hora de consolidar su realeza y dirimir el
conflicto que le opone a Mot, a pesar de ser definido éste
como el ‘Amado de El’. Se aprecia así una cierta concomitancia
original entre las divinidades supremas, El y Ashera, y
el principio primordial caótico y ctónico-infernal, mar-desierto-
infierno, como realidad más originaria y previa. En
cambio, el triunfo de Baal significa el de la vida y el cosmos,
realidades posteriores, pero más definitivas a la hora de reconquistar
ía aquiescencia y el apoyo de los dioses supremos.
Esta dicotomía orgánica del módulo primordial, dios
supremo-dios inmediato, es estructural en toda la mitología
oriental.
Sí que podemos hallar en Ugarit, en cambio, restos no
de una suplantación de El por Baal, sino de la fusión de dos
sistemas de nomenclatura de este módulo mitológico estructural.
Por un lado tendríamos el sistema cananeo Dagón-
Baal y, por otro, el amorreo El-Hadad (posiblemente el caso
es también extensible a las denominaciones Anat-Ashtarte),
De hecho a Baal se le denomina tanto Hadad (bd) como ‘hijo
de Dagón’ (bn dgn). Y si no cabe duda de la identificación de
Baal con Hadad, no debiera haberla tampoco de la de El y
Dagón. El argumento aducido para su distinción, ocurrencia
de ambos nombres en las mismas listas de dioses y ofrendas,
no es en manera alguna definitivo. Tales ocurrencias suponen
distintas denominaciones cúlticas, no distintas entidades
míticas; como tampoco las suponen las distintas ocurrencias
del nombre de Baal. Al menos en los textos literarios
mitológicos no hay indicación válida de la suplantación de
El por Baal ni de la distinción entre El y Dagón.
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