viernes, 1 de marzo de 2019

El muchacho que tenía una luna en la frente y una estrella en la barbilla

En cierto país existían siete jóvenes, hijas de un matrimonio muy pobre, que solían jugar todos los días con la hija del jardinero bajo las sombras de los árboles del jardín del rey. La hija del jardinero decía todos los días:

    —Cuando me haya casado tendré un hijo, y será un niño tan hermoso como nunca ha habido igual. Tendrá una luna en la frente y una estrella en la barbilla.

    Y sus compañeras de juegos solían burlarse y reírse de ella.

    Pero un día el rey la oyó hablar sobre el hermoso hijo que tendría cuando se casara y pensó que le gustaría mucho tener un hijo así; más aún porque ya tenía cuatro esposas que no le habían dado ningún hijo. Por tanto fue a ver al jardinero y le dijo que quería casarse con su hija. Esto alegró en gran medida al jardinero y a su esposa, que pensaban que así su hija se convertiría en una princesa. Así que aceptaron la proposición del rey e invitaron a todos sus amigos a la boda. El rey invitó a todos los suyos y entregó al jardinero tanto dinero como este quiso. Entonces se celebró la boda con grandes festejos y banquetes

    Un año después, cuando se acercaba el día en el que la hija del jardinero daría a luz a su hijo, el rey y las cuatro reinas iban constantemente a verla.

    —El rey sale a cazar todos los días —le dijeron las reinas—, y pronto tendrás a tu hijo. Si enfermaras mientras está fuera cazando, no se enteraría. ¿Qué harías entonces?

    Cuando el rey llegó a casa aquella noche, la hija del jardinero le dijo:

    —Todos los días sales de caza. Si alguna vez enfermo o me veo en apuros mientras tú no estás, ¿cómo te avisaré?

    El rey le entregó un tamboril que colocó cerca de la puerta y le dijo:

    —Siempre que me necesites haz sonar este tamboril. Por muy lejos que esté, lo oiré y vendré de inmediato.

    A la mañana siguiente, cuando el rey se marchó a cazar, sus cuatro reinas acudieron a visitar a la hija del jardinero, y ella les contó lo del tamboril.

    —Oh —le dijeron—. Tócalo, así sabremos si es verdad que el rey viene.

    —No, no lo haré —dijo—. ¿Por qué debería llamarlo mientras está de caza si no lo necesito?

    —Que no te importe interrumpirlo —le contestaron—. Prueba a tocar el tamboril para saber si acude a ti.

    Así que, al final, solo para complacerlas, lo tocó y el rey apareció ante ella.

    —¿Por qué me has llamado? —le preguntó— He tenido que abandonar la cacería para venir a verte.

    —No necesito nada —le respondió—. Solo quería saber si de verdad vendrías cuando tocara el tamboril.

    —Muy bien —contestó el rey—, pero no me llames de nuevo a menos que me necesites de verdad.

    Y dicho esto regresó a su cacería.

    Al día siguiente, cuando el rey salió a cazar como siempre, las cuatro reinas visitaron de nuevo a la hija del jardinero. Le suplicaron una y otra vez que tocara el tamboril, «solo para ver si el rey acude a tu llamada de nuevo». Al principio se negó, pero al final consintió. Así que golpeó de nuevo el tambor y el rey acudió a su llamada. Pero cuando descubrió que una vez más no estaba enferma ni en problemas, se enfadó y le dijo:

    —Dos veces he abandonado la cacería y he perdido a mi presa para venir a verte sin que me necesitaras. Ahora podrás llamarme tanto como quieras, ya que no vendré.

    Y entonces se marchó lleno de furia.

    Al tercer día la hija del jardinero se puso de parto y golpeó una y otra vez el tamboril, pero el rey no acudió. Escuchó el redoble pero pensó: «En realidad no me necesita; solo quiere saber si acudiré en su ayuda».

    —En esta región existe la costumbre de tapar los ojos de la madre con un pañuelo para que no pueda ver a su hijo al nacer—le dijeron las cuatro reinas—. Así que deja que te tapemos los ojos.

    —Muy bien, tapádmelos —contestó.

    Las cuatro reinas le ataron un pañuelo alrededor de los ojos.

    Poco después, la hija del jardinero tuvo a un niñito precioso, con una luna en su frente y una estrella en la barbilla, pero antes de que la pobre madre lo hubiera visto, las cuatro malvadas reinas llevaron al niño con la nodriza y le dijeron:

    —No debes dejar que este niño haga ningún ruido; su madre no debe oírlo. Y esta noche debes matarlo o llevártelo lejos para que su madre jamás lo vea. Si obedeces nuestras órdenes, te recompensaremos con muchas rupias.

    Todo esto lo hicieron por rencor. La nodriza cogió al pequeño, lo metió en una caja, y las cuatro reinas volvieron junto a la hija del jardinero.

    Primero metieron una piedra en la cunita del niño y después le quitaron el pañuelo de los ojos y se la mostraron.

    —¡Mira, este es tu hijo!

    La pobre chica lloró amargamente y pensó: «¿Qué dirá el rey cuando sepa que no hay ningún niño?». Pero no había nada que pudiera hacer.

    Cuando el rey volvió a casa y se enteró de que la más joven de sus esposas, la hija del jardinero, había dado a luz a una piedra en lujar de al hermoso niño que le había prometido, enfureció. La convirtió en una de las sirvientas de palacio y jamás volvió a hablar con ella.

    En mitad de la noche, la nodriza cogió la caja en la que estaba el pequeño príncipe y caminó hasta un amplio claro en el centro del bosque. Allí excavó un hoyo, cerró bien la caja y la metió en el agujero, a pesar de que el niño del interior seguía vivo. El perro del rey, que se llamaba Shankar, la había seguido para ver qué hacía con la caja. Tan pronto como la nodriza volvió con las cuatro reinas (que le entregaron su recompensa), el perro regresó al hoyo en el que había depositado la caja, la sacó y la abrió. Cuando vio al hermoso niñito se alegró mucho.

    —Si Khuda desea que este niño viva, no le haré daño; no me lo comeré, pero me lo tragaré entero y lo esconderé en mi estómago.

    Y eso hizo.

    Seis meses después, una noche, el perro se adentró en el bosque y pensó: «Me pregunto si el niño estará vivo o muerto». Entonces sacó al niño de su estómago y se maravilló al ver su belleza. El pequeño tenía ya seis meses de edad. Después de acariciarlo y mimarlo, se lo tragó de nuevo durante otros seis meses. Tras este tiempo, una noche volvió a adentrarse en el bosque. Allí sacó al niño, que ya tenía un año, de su estómago; lo acarició y mimó y se alegró mucho al ver su gran belleza.

    Pero esta vez el guardián del perro lo había seguido y había visto todo lo que Shankar había hecho, así que se presentó rápidamente ante las cuatro reinas y les dijo:

    —¡En la barriga del perro del rey hay un niño! Se trata de un niño adorable: tiene una luna en la frente y una estrella en la barbilla. ¡Jamás había visto un niño igual!

    Las cuatro esposas se asustaron mucho y, tan pronto como el rey volvió de su cacería, le dijeron:

    —Mientras has estado fuera tu perro ha entrado en nuestros aposentos, ha roto nuestra ropa y ha volcado todos los muebles. Tememos que nos mate.

    —No tengáis miedo —contestó el rey—. Cenad tranquilas. Haré que maten al perro mañana por la mañana.

    Entonces ordenó a sus criados que mataran al perro al amanecer, pero el perro lo escuchó y se dijo: «¿Qué voy a hacer? El rey pretende matarme. Eso no me importa pero ¿qué será del niño si yo muero? Él también morirá. No sé si podré salvarlo».

    Cuando llegó la noche, el perro fue a ver a la vaca del rey, que se llamaba Suri, y le dijo:

    —Suri, el rey ha ordenado que mañana me maten. Si te entrego algo, ¿cuidarás muy bien de ello?

    —Déjame ver qué es —dijo Suri—. Si puedo, me ocuparé de ello.

    Entonces ambos fueron juntos al bosque, donde el perro sacó al niño de su estómago. Suri quedó encantada con él.

    —Nunca había visto un niño tan guapo como este —dijo—. Mira, tiene una luna en la frente y una estrella en la barbilla. Cuidaré muy bien de él.

    Dicho esto, se tragó al pequeño príncipe.

    —Mañana moriré, pero lo haré tranquilo —dijo el perro con pesar tras darle las gracias, y la vaca regresó a su establo.

    A la mañana siguiente, llevaron al perro al bosque y lo mataron.

    El niño vivía ahora en el estómago de Suri y, un año después, cuando tenía dos años, la vaca se adentró en el bosque pensando: «No sé si el niño estará vivo o muerto. Pero nunca le he hecho daño; ahora lo descubriré». Entonces sacó al niño y Suri lo observó encantada mientras jugaba; lo mimó y lo acarició y habló con él. Después se lo tragó y regresó a su establo.

    Al final de otro año regresó al claro del bosque y sacó al niño. El pequeño jugó y correteó durante una hora mientras Suri, deleitada, hablaba con él y lo acariciaba. El príncipe era tan bonito que se sentía muy contenta. A continuación se lo tragó de nuevo y volvió a su establo. El niño tenía ya tres años.

    Pero esta vez el arriero había seguido a Suri y había visto al hermoso niño y todo lo que ella había hecho. Corrió a contárselo a las cuatro reinas.

    —La vaca del rey tiene un hermoso niño en su interior, un niño con una luna en la frente y una estrella en la barbilla. ¡Jamás se ha visto un niño igual!

    Las reinas estaban aterradas. Se rasgaron las vestiduras. Se mesaron los cabellos y lloraron. Cuando el rey llegó a casa por la noche les preguntó por qué estaban tan nerviosas.

    —Oh —le contestaron—, tu vaca ha intentado matarnos pero hemos escapado. Nos ha arrancado el cabello y la ropa.

    —No os preocupéis —les contestó el rey—, cenad tranquilas. La vaca será sacrificada mañana por la mañana.

    Pero Suri oyó al rey dando esta orden a sus criados.

    «¿Qué voy a hacer para salvar al niño?», pensó. A medianoche se presentó ante el caballo del rey, que se llamaba Katar y era muy rebelde y prácticamente indomable. Nadie había sido capaz de montarlo nunca; de hecho nadie podía acercarse a él, pues era salvaje.

    —Katar, ¿te ocuparás de algo que quiero entregarte? —le preguntó Suri— El rey ha ordenado que me sacrifiquen mañana.

    —Claro —contestó Katar—. Enséñame de qué se trata. —Entonces Suri sacó al niño de su interior y el caballo se mostró maravillado—. Sí, cuidaré de él lo mejor posible. Hasta ahora nadie ha conseguido montarme, pero este niño lo hará.

    A continuación se tragó al niño y la vaca le dio las gracias.

    —Moriré mañana, pero será por el bien de este niño.

    A la mañana siguiente, la llevaron al bosque y la sacrificaron.

    El hermoso niño vivió a partir de entonces en el estómago del caballo, donde se quedó durante un año entero. Al final de ese tiempo, el caballo pensó: «Veré si el niño sigue vivo». Lo sacó, lo acarició y lo mimó, y el pequeño príncipe jugó por el establo del que no permitían salir al caballo. Katar se alegró mucho de ver que el niño, que ya tenía cuatro años, estaba bien. Después de jugar durante un rato, el caballo se lo tragó de nuevo. Al final de un año más, cuando el niño tenía cinco años, Katar lo sacó de nuevo, lo acarició, lo mimó, y dejó que jugara en el establo como había hecho un año antes. Y a continuación se lo tragó de nuevo.

    Pero esta vez el mozo había visto todo lo ocurrido y, cuando llegó la mañana y el rey se marchó de cacería, se presentó ante las cuatro malvadas reinas y les contó lo que había visto, todo sobre el maravilloso y hermoso niño que vivía en el interior de Katar, el caballo del rey. Al oír la historia del mozo las cuatro reinas lloraron, se mesaron los cabellos, se rasgaron los ropajes y se negaron a comer. Cuando el rey regresó por la noche y les preguntó por qué estaban tan angustiadas, le contestaron:

    —Tu caballo, Katar, nos ha roto los vestidos y ha destrozado todas nuestras cosas. Tuvimos que huir por miedo a que nos matara.

    —No os preocupéis —dijo el rey—. Cenad tranquilas. Ordenaré que mañana sacrifiquen a Katar.

    Entonces pensó que dos hombres sin ayuda no conseguirían matar a un caballo tan salvaje, así que ordenó a sus criados que pidieran la colaboración de sus tropas de cipayos14.

    Al día siguiente, el rey apostó a sus cipayos alrededor del establo y ocupó su lugar junto a ellos, tras asegurar que él mismo mataría a cualquiera que dejara escapar a su caballo.

    Pero Katar había oído todas aquellas órdenes, así que sacó al niño de su barriga y le dijo:

    —Entra en esa pequeña habitación: en ella encontraras una silla y unas bridas que deberás colocarme. En la misma habitación encontrarás también ropajes tan hermosos como los de un príncipe; póntelos, y coge la espada y el arma que encontrarás allí. A continuación, móntame.

    Aunque ni el rey ni sus hombres lo sabían, Katar era un caballo mágico originario del país de las hadas, así que podía conseguir cualquier cosa que se propusiera. Cuando todo estuvo preparado, Katar salió del establo con el príncipe en su grupa, dejó atrás al rey antes de que este tuviera tiempo de disparar y se adentró en el vasto bosque al galope. El rey vio que su caballo llevaba a un niño en su grupa, aunque no consiguió verlo bien. Los cipayos intentaron disparar al caballo en vano; este galopaba mucho más rápido, y al final terminaron diseminados por el bosque. Entonces el rey se rindió y regresó a casa, y los cipayos volvieron a sus hogares. El monarca no pudo disparar a ninguno de sus cipayos por dejar escapar a su caballo, ya que también él había permitido que lo hiciera.




Katar galopó y galopó y, cuando llegó la noche, se detuvo a descansar debajo de un árbol. El caballo comió hierba y el niño frutos silvestres que encontró en el bosque. A la mañana siguiente reanudaron el viaje y se alejaron hasta llegar al bosque de otro país, que no pertenecía al padre del pequeño príncipe sino a otro regente. Allí, Katar dijo al niño:

    —Ahora baja de mi grupa. Quítame la silla y las bridas, desvístete y mete tu hermosa ropa en un hato con la espada y el arma.

    El chico lo hizo y el caballo le entregó una ropa sencilla y pobre que le pidió que se pusiera. Cuando estuvo vestido, el caballo le dijo:

    —Esconde tu hato entre estas hierbas, que yo lo vigilaré por ti. Voy a quedarme en este bosque, para que cuando me necesites puedas encontrarme. Ahora debes irte y encontrar trabajo al servicio de alguien.

    Esto entristeció mucho al niño.

    —No sé nada sobre la vida —dijo—, ¿qué voy a hacer solo en este reino?

    —No tengas miedo —le respondió Katar—. Encontrarás trabajo y yo siempre estaré aquí cuando me necesites. Así que vete, pero antes de hacerlo retuérceme la oreja derecha.

    El niño lo hizo y el caballo se convirtió de inmediato en un burro.

    —Ahora retuércete tu oreja derecha —continuó Katar. Y cuando el chico se la retorció, dejó de ser un guapo príncipe y se convirtió en un hombre feo y pobre, de aspecto común; su luna y su estrella desaparecieron.

    Entonces se adentró en la región hasta que se encontró con un mercader de grano que le preguntó quién era.

    —No soy más que un pobre hombre —respondió el muchacho—. Busco trabajo.

    —Estupendo —dijo el mercader de grano—. Serás mi criado.

    Resultó que el mercader de grano vivía cerca del palacio del rey. Una noche, a las doce, el joven tenía tanto calor que se adentró en el fresco jardín del rey y comenzó a cantar una adorable canción. La séptima hija del rey, que era la más pequeña, lo oyó y se preguntó quién sería aquel que cantaba de un modo tan encantador. Entonces se vistió, se recogió el cabello y acudió al lugar donde el hombre aparentemente pobre estaba cantando.

    —¿Quién eres? ¿De dónde eres? —le preguntó.

    Pero él no le contestó nada.

    «¿Quién será este hombre que no responde cuando le hablo?», pensó la pequeña princesa y se marchó. Tras una segunda noche, y una tercera, en la que ocurrió lo mismo, como no conseguía que le contestara le dijo:

    —Eres un hombre extraño. No me respondes cuando te hablo.

    Pero él permaneció en silencio, y la joven se marchó.

    Al día siguiente, cuando terminó de trabajar, el joven príncipe se adentró en el bosque para ver a su caballo.

    —¿Estás bien? ¿Eres feliz? —le preguntó Katar.

    —Sí, lo soy —respondió el chico—. Soy el criado de un mercader de grano. Las tres últimas noches he ido al jardín del rey y he cantado una canción, y cada noche la princesa más joven se ha acercado a mí y me ha preguntado quién soy y de dónde vengo, pero no le he respondido a nada. ¿Qué debería hacer?

    —La próxima vez que te pregunte quién eres, dile que eres un hombre muy pobre y que te has marchado de tu país para encontrar trabajo aquí.

    El chico volvió a casa del mercader de grano. Aquella la noche, cuando todos se hubieron ido a la cama, se adentró en el jardín del rey y cantó su dulce canción de nuevo. La joven princesa lo oyó, se levantó, se vistió y bajó a verlo.

    —¿Quién eres? ¿De dónde vienes? —le preguntó.

    —Soy un hombre muy pobre. Vine aquí a buscar trabajo y ahora soy uno de los criados del mercader de grano.

    Entonces la joven se marchó. El muchacho cantó durante tres noches más en el jardín del rey, y cada vez la princesa bajaba y le preguntaba lo mismo de siempre, a lo que el príncipe siempre respondía igual.

    La joven princesa se presentó ante su padre y le dijo:

    —Padre, deseo casarme, pero debería ser yo quien escogiera mi marido.

    Su padre consintió y escribió a todos los reyes y rajás de la tierra diciendo: «Mi hija menor desea casarse pero insiste en elegir ella misma a su marido. Como no sé con quién desea casarse, suplico que acudáis todos a palacio para que os conozca y pueda tomar su decisión».

    Muchos reyes, rajás y príncipes aceptaron esta invitación. Cuando llegaron, el padre de la pequeña princesa les dijo:

    —Mañana por la mañana todos os sentareis en mi jardín. —El jardín del rey era muy grande—. Mi hija menor bajará entonces y elegirá a su marido de entre vosotros. Yo no sé a quién elegirá.

    La princesa ordenó que le prepararan un majestuoso elefante, y cuando el alba llegó, se vistió con su ropa más hermosa, se puso sus maravillosas joyas y montó en el animal, que estaba pintado de azul. En la mano llevaba un collar de oro.



 El niño con la luna en la frente



Entonces se dirigió al jardín donde estaban los reyes, rajás y príncipes. El muchacho, el criado del mercader de grano, también estaba en el jardín; no como pretendiente, sino junto al resto de sirvientes.

    La princesa rodeó el jardín observando a todos los reyes, rajás y príncipes. A continuación colocó el collar de oro alrededor del cuello del criado del mercader de grano. En ese momento todos se rieron; los reyes estaban desconcertados.

    —¿Qué tomadura de pelo es esta? —dijeron los reyes y los rajás, y apartaron al pobre muchacho y le quitaron el collar del cuello— Aparta pobretón, miserable. ¡Tu ropa está demasiado sucia para que te acerques a nosotros!

    El muchacho se alejó de ellos y se detuvo a bastante distancia para ver qué ocurría.

    Entonces la hija del rey rodeó el jardín de nuevo con el collar de oro en la mano, y una vez más lo colocó alrededor del cuello del criado. Todos se rieron de ella.

    —¿Cómo puede la hija del rey pensar en casarse con un hombre pobre?

    Y los reyes y los rajás que habían acudido como pretendientes intentaron echarlo del jardín.

    —¡Cuidado! ¿Qué hacéis? No lo echéis. Dejadlo en paz.

    Entonces lo dejó subir a su elefante y se marchó con él del palacio.

    Los reyes, rajás y príncipes estaban perplejos.

    —¿Qué significa esto? ¡La princesa prefiere a ese hombre pobre antes que a uno de nosotros!

    —Prometí que mi hija se casaría con quien quisiera, y por dos veces ha elegido a ese hombre —contestó el rey—. Se casará con él.

    Y la princesa y el muchacho se casaron entre grandes festejos y celebraciones. Sus padres estaban muy contentos con su elección, y los reyes, rajás y príncipes regresaron a sus países natales.

    Pero las seis hermanas de la princesa se habían casado con príncipes ricos y se rieron de ella por elegir a un marido tan pobre y feo.

    —¡Vaya! ¡Con menudo desharrapado se ha casado nuestra hermana!

    Sus seis maridos solían salir de caza todos los días, y todas las noches traían a sus esposas presas de todo tipo que estas cocinaban para la cena. Pero el marido de la joven princesa siempre se quedaba en palacio y nunca salía de caza. Esto la entristecía mucho. «Los esposos de mis hermanas cazan todos los días, pero mi marido nunca sale de cacería», pensaba.

    —¿Por qué nunca sales de caza, como hacen los maridos de mis hermanas? —le dijo al final— Ellos les traen carne de todo tipo. ¿Por qué siempre te quedas en casa en lugar de hacer lo que ellos hacen?

    Un día, él le dijo:

    —Hoy voy a salir a tomar el aire.

    —Muy bien —le contestó ella—. Vete, y llévate uno de nuestros caballos.

    —No, no montaré. Daré un paseo.

    Entonces se adentró en el bosque donde había dejado a Katar, que había mantenido su apariencia de burro todo este tiempo, y se lo contó todo.

    —Escucha —le dijo—. Me he casado con la princesa más joven y cuando nos casamos todos se rieron de ella por elegirme y dijeron: «¡Qué hombre tan pobre y vulgar ha elegido nuestra princesa como marido!». Además, mi esposa está muy triste porque los maridos de sus seis hermanas cazan todos los días y vuelven con carne de todo tipo; sus esposas están muy orgullosas de ellos. Yo, sin embargo, me quedo en palacio todo el día y no salgo nunca de caza. Hoy me gustaría mucho cazar.

    —Bueno —dijo Katar—, entonces retuérceme la oreja izquierda.

    Y, tan pronto como lo hizo, Katar dejó de ser un burro y se convirtió en un caballo de nuevo.

    —Ahora —dijo Katar—, retuércete la oreja izquierda y verás en qué príncipe tan atractivo te has convertido.

    Así que el muchacho se retorció la oreja izquierda y dejó de ser un hombre feo y pobre para transformarse en un majestuoso y joven príncipe con una luna en la frente y una estrella en la barbilla. Entonces se puso sus espléndidas ropas, ensilló a Katar, montó en su grupa con su espada y su arma y salió de caza.

    Cabalgó hasta muy lejos y disparó a muchas aves y ciervos. Aquel día sus seis cuñados no encontraron presas porque el joven príncipe las había abatido todas. Los seis príncipes vagaron durante todo el día buscando en vano una presa, hasta que al final se encontraron hambrientos y sedientos, sin una fuente de agua y sin llevar provisiones con ellos. Mientras, el joven príncipe se había sentado debajo de un árbol para comer y descansar y allí lo encontraron sus seis cuñados. A su lado había una fuente de agua deliciosa, y también carne asada.

    Cuando lo vieron, los seis príncipes se dijeron:

    —Mirad a ese atractivo príncipe. Tiene una luna en la frente y una estrella en la barbilla. Nunca antes habíamos visto un príncipe así en este bosque. Debe ser de otra región.

    Entonces se acercaron a él, lo saludaron y le suplicaron un poco de comida y agua.

    —¿Quiénes sois? —les preguntó el joven príncipe.

    —Somos los maridos de las seis hijas mayores del rey de este país —le respondieron—, y llevamos todo el día cazando. Tenemos mucha hambre y sed.

    No habían reconocido a su cuñado.

    —Bueno —dijo el joven príncipe—, os daré algo de comer y beber si hacéis lo que os pido.

    —Haremos todo lo que nos pidas —le respondieron— porque, si no conseguimos agua para beber, moriremos.

    —Muy bien —dijo el joven príncipe—, si dejáis que os ponga una moneda al rojo vivo en la espalda, os daré comida y agua. ¿Os parece bien?

    Los príncipes aceptaron, porque pensaron: «Nadie verá nunca la marca de la moneda, ya que la cubrirá nuestra ropa; y, si no bebemos agua, moriremos». Entonces el joven príncipe sacó seis monedas. Las puso al rojo vivo en el fuego, colocó una de ellas en la espalda de cada príncipe, y a continuación les proporcionó buena comida y agua. Los seis comieron y bebieron. Cuando terminaron, le dieron las gracias y regresaron a casa.

    El joven príncipe se quedó debajo del árbol hasta el atardecer; entonces montó en su caballo y cabalgó hasta el palacio del rey. Todo el mundo lo miraba al pasar diciendo:

    —¡Qué atractivo es! Tiene una luna en la frente y una estrella en la barbilla.

    Pero nadie lo reconoció. Cuando llegó al palacio del rey los criados le preguntaron quién era, y como ninguno de ellos conocía su existencia, los guardias no le dejaron entrar. Todos se preguntaban quién sería, y a todos les parecía el príncipe más hermoso que habían visto nunca.

    —Soy el marido de la princesa más joven —les aseguró.

    —No, no lo eres —le dijeron—, porque su marido es un hombre feo y pobre.

    —Pues soy yo —respondió el príncipe, aunque nadie lo creía.

    —Dinos la verdad —insistieron los criados—. ¿Quién eres?

    —Es posible que no me reconozcáis, pero llamad a la más joven de las princesas. Deseo hablar con ella.

    Los criados la llamaron y la joven acudió.

    —Ese hombre no es mi marido —dijo de inmediato—. Mi marido no es tan atractivo. Este debe ser un príncipe de otra región. ¿Quién eres? —le preguntó— ¿Por qué dices que eres mi marido?

    —Porque lo soy. Estoy diciendo la verdad —respondió el joven príncipe.

    —No lo eres, no es cierto —dijo la princesa—. Mi marido no es tan atractivo como tú. Me casé con un hombre muy pobre y de aspecto común.

    —Es cierto —le respondió—, pero aun así soy tu marido. Yo era criado del mercader de grano, y una calurosa noche entré en el jardín de tu padre y canté. Tú me oíste, así que bajaste y me preguntaste quién era y de dónde había venido, pero yo no te respondí. Y lo mismo ocurrió a la noche siguiente, y la siguiente, y la cuarta noche te dije que era un hombre muy pobre, que había venido a tu país a buscar trabajo, y que era el criado del mercader de grano. Entonces le dijiste a tu padre que querías casarte pero que serías tú quien eligiera a tu marido, y cuando todos los reyes y rajás estaban sentados en el jardín de tu padre, apareciste sobre un elefante y por dos veces colgaste un collar dorado alrededor de mi cuello, eligiéndome. Mira, aquí está tu collar, y aquí está el anillo y el pañuelo que me diste el día de nuestra boda.

    Entonces la joven lo creyó y se alegró mucho de que su marido fuera un príncipe tan joven y guapo.

    —¡Qué hombre tan raro eres! —exclamó— Hasta este momento has sido pobre y feo, pero ahora eres hermoso y pareces un príncipe. Nunca antes había visto un hombre tan atractivo como tú, y sin embargo sé que eres mi marido.

    Entonces rezó a dios y le dio las gracias por proporcionarle un esposo así.

    —Tengo un marido guapísimo —se dijo—. No hay nadie como él en este reino. Tiene una luna en la frente y una estrella en la barbilla.

    Entonces lo llevó al palacio y lo presentó ante sus padres y los demás. Todos dijeron que nunca habían visto a nadie como él y se alegraron mucho. Y el joven príncipe siguió viviendo en el palacio del rey con su esposa, y Katar se trasladó a los establos del rey.

    Un día, cuando el rey y sus siete yernos estaban en palacio, el joven príncipe le dijo:

    —En tu corte hay seis ladrones.

    —¡Seis ladrones! —dijo el rey— ¿Quiénes son? Dímelo.

    —Ahí están —dijo el joven príncipe señalando a sus seis cuñados.

    El rey y el resto de la corte se quedaron perplejos y no creyeron al pobre príncipe.

    —Que se quiten las casacas —dijo—, y entonces veréis que cada uno de ellos lleva la marca del ladrón en su espalda.

    Así que quitaron las casacas a los seis príncipes y el rey y todos los demás vieron la marca de la moneda. Los seis príncipes se sintieron avergonzados, pero el joven príncipe estaba muy contento. No había olvidado que sus seis cuñados se habían reído y burlado de él cuando creían que era un hombre pobre.

    Resultó que cuando Katar estaba todavía en el bosque, antes de que el príncipe se casara, había contado al chico la historia de su nacimiento y de lo que le había ocurrido a su madre.

    —Cuando te cases —le dijo—, te llevaré de nuevo al reino de tu padre.

    Así que dos meses después de que el joven se hubiera vengado de sus cuñados, Katar le dijo:

    —Es hora de que regreses con tu padre. Pide permiso al rey para ir a tu país y yo te diré qué hacer cuando lleguemos allí.

    El príncipe siempre hacía lo que su caballo le decía, así que se acercó a su esposa y le dijo:

    —Me gustaría mucho volver a mi país para visitar a mis padres.

    —Muy bien —dijo su esposa—, se lo diré a mis padres y les pediré que nos permitan ir.

    Estos se mostraron de acuerdo y el rey les entregó muchos caballos, elefantes, y todo tipo de regalos, y también un gran número de cipayos para protegerlos. Con este derroche viajaron hasta el reino del príncipe, que no estaba demasiado lejos. Cuando llegaron colocaron sus tiendas en el mismo claro en el que la nodriza había dejado la caja que contenía al príncipe, donde Shankar y Suri se lo habían tragado tan a menudo.

    Cuando el rey, su padre y marido de la hija del jardinero, vio el campamento del príncipe, se inquietó mucho, pues pensó que un poderoso rey iba a declararle la guerra. Por tanto, envió a uno de sus criados para preguntar a quién pertenecía el campamento. El joven príncipe le envió entonces una carta en la que decía: «No me temas, pues eres un gran rey y yo no he venido a declararte la guerra, ya que es como si fuera tu hijo. Soy un príncipe que ha venido a visitar tu reino para hablar contigo. Me gustaría celebrar un gran banquete en tu honor al que está invitado todo tu reino: hombre y mujeres, viejos y jóvenes, viejos y pobres, gentes de todas las castas, todos los niños, faquires y cipayos. Tráelos todos aquí y celebraremos un festín que durará una semana».

    El rey se alegró mucho de recibir esta carta y ordenó que todos los hombres, mujeres y niños de todas las castas, faquires y cipayos fueran al campamento del príncipe para disfrutar del gran banquete. Todos acudieron, y también lo hizo el rey con sus cuatro esposas. Todos excepto la hija del jardinero; nadie le había dicho que acudiera al banquete porque nadie se había acordado de ella.

    Cuando todos estuvieron reunidos, el príncipe vio que su madre no estaba allí y preguntó al rey:

    —¿Han venido todos tus súbditos a mi banquete?

    —Sí, todos —contestó el rey.

    —¿Estás seguro? —preguntó el príncipe.

    —Totalmente seguro —insistió el rey.

    —Sé que una mujer no ha venido. Se trata de la hija de tu jardinero, que en el pasado fue tu esposa y ahora es una criada de palacio.

    —Cierto —dijo el rey—. Lo había olvidado.

    Entonces el príncipe ordenó a sus criados que fueran a buscarla en su mejor palanquín, que la bañaran, la vistieran con delicadas ropas y hermosas joyas y la llevaran hasta él.

    Mientras los criados se ocupaban de la hija del jardinero, el rey pensó en lo atractivo que era el joven príncipe y se fijó en la luna de su frente y la estrella de su barbilla, preguntándose en qué región habría nacido.

    El palanquín llegó con la hija del jardinero y el joven príncipe la acompañó a la tienda, donde le prodigó grandes atenciones. Las cuatro malvadas esposas estaban muy sorprendidas y enfadadas. Recordaban que, a su llegada, el príncipe no las había saludado y apenas había reparado en ellas, mientras que nada parecía suficiente para la hija del jardinero, a la que el príncipe parecía muy contento de ver.

    Durante la cena, el príncipe dedicó de nuevo toda su atención a la hija del jardinero, a la que sirvió comida de los mejores platos. Tanta amabilidad sorprendía a la mujer, que pensó: «¿Quién será este atractivo príncipe con una luna en la frente y una estrella en la barbilla? Nunca había conocido a nadie tan hermoso. ¿De qué país será?».

    Así, entre festejos, pasaron dos o tres días. Un día, el príncipe preguntó al rey si tenía algún hijo.

    —No —le respondió.

    —¿Sabes quién soy? —le preguntó el príncipe.

    —No. Dime, ¿quién eres?

    —Soy tu hijo, y la hija del jardinero es mi madre.

    El rey negó con la cabeza tristemente.

    —¿Cómo es posible que seas mi hijo, si no tengo ninguno?

    —Lo soy —respondió el príncipe—. Tus cuatro malvadas reinas te dijeron que la hija del jardinero había alumbrado una piedra en lugar de un niño, pero fueron ellas quienes pusieron una piedra en mi cuna y después intentaron matarme.

    El rey no lo creía.

    —Ojalá fueras mi hijo, pero es imposible.

    —¿Recuerdas a tu perro, Shankar, al que ordenaste matar? ¿Y recuerdas a tu vaca, Suri, a quién hiciste sacrificar? Tus esposas te pidieron que los mataras para acabar conmigo. —Entonces, llevó al rey hasta Katar—. ¿Reconoces este caballo?

    El rey miró a Katar y contestó:

    —Es mi caballo Katar.

    —Sí —dijo el príncipe—. ¿Recuerdas cómo escapó del establo, conmigo en su grupa?

    Entonces Katar aseguró al rey que el príncipe era su hijo y le narró toda la historia de su nacimiento y de su vida hasta aquel momento. Cuando el rey se convenció de que el hermoso príncipe era realmente su hijo, se alegró mucho. Lo rodeó con los brazos, lo besó y lloró de alegría.

    —Ahora vendrás conmigo a palacio y viviremos juntos siempre.

    —No —contestó el príncipe—. No puedo vivir en tu palacio. Solo he venido a buscar a mi madre, y ahora que la he encontrado la llevaré conmigo al palacio de mi suegro. Me he casado con la hija de un rey y vivimos con su padre.

    —Pero ahora que te he encontrado no puedo dejar que te vayas. Tu esposa y tú debéis venir a vivir a este palacio con tu madre y conmigo.

    —Eso es imposible —dijo el príncipe—, a menos que mates a las cuatro malvadas reinas con tus propias manos. Si lo haces, vendremos a vivir contigo.

    Así que el rey mató a sus reinas y todos juntos (la hija del jardinero, el príncipe y su mujer) vivieron en palacio felizmente para siempre, y el rey dio gracias a dios por proporcionarle un hijo tan hermoso y por librarle de sus cuatro malvadas mujeres.

    Katar no regresó al reino de las hadas, sino que se quedó para siempre con el joven príncipe, y jamás lo abandonó.

14 Soldado indio miembro de la caballería. (N. de la T.)




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