domingo, 24 de marzo de 2019

Árboles y lugares marianos

Son numerosos los miembros de especies vegetales entre cuyas ramas o raíces le ha
gustado a la Virgen presentar sus imágenes: zarzas y espinos, robles y encinas,
almeces y abedules, parrales y viñas, pinos, tejos y sabinas, olivos y madroños,
higueras, perales y manzanos, esparto, acebo, matas de romero y boj. Se puede decir
que no hay familia arbórea o arbustiva que no haya sido utilizada para la llegada a la
tierra de sus imágenes.
Entre las ramas de un gigantesco roble, al pie del cual manaba una fuente y cuyo
tronco servía de cobijo a un panal de abejas, encontró Nuño, bandolero que se había
hecho anacoreta arrepentido de su vida de pecado, la imagen de Nuestra Señora de
Valvanera, en La Rioja. Siguiendo las instrucciones del ángel, Nuño taló el roble, y
con su madera se tallaron una peana para la imagen y un crucificado. Hay que añadir
que la curiosa disposición del Niño que reposa en el regazo de la Virgen, con la
cabeza y el torso vueltos a un lado, como si hubiese abandonado de repente la actitud
frontal de la imagen materna, se debe a un milagro, pues la pequeña imagen giró un
día su cuerpo para no seguir viendo cierta escena procaz que se desarrollaba ante sus
ojos en la soledad nocturna de la iglesia.
También el alcornoque a cuyos pies se encontraba la imagen de la Virgen del
Rocío, la Blanca Paloma, sirvió para fabricar su pedestal. El descubridor fue un
cazador a quien sorprendió la actitud expectante de los perros ante la maraña vegetal
que disimulaba el lugar. El cazador, tras descubrir la imagen, se la llevó, pero la
imagen regresó de forma milagrosa al lugar en que había sido hallada, con lo que
mostró claramente sus deseos de ser adorada allí. Dicen que en la túnica que la cubría
podía leerse: «Soy Nuestra Señora de los Remedios», pero lo cierto es que nunca ha
mostrado disconformidad con que sus fieles, al dirigirse a ella, hayan ignorado
totalmente ese nombre.
Las imágenes de muchas otras vírgenes aparecieron junto a una fuente o un río, o
mostraron señales de que querían que fuesen sus inmediaciones el lugar apropiado
para alzar su santuario. Vírgenes de Caños Santos, de las Aguas, de la Vega, de la
Fuente, de la Fuensanta, de las Caldas, se reparten por todas las tierras españolas. En
algún caso, como en el de Nuestra Señora de Izarbe, Huesca, la fuente cercana al
santuario llegó a ser tan milagrosa que de ella, en lugar de agua, fluían santos óleos.
La Virgen de La Franqueira, en Pontevedra, tras ser hallada en un cerro, hizo que
la carreta en que la transportaban se detuviera milagrosamente junto a una fuente,
lugar en el que se erigió su primera ermita. Hay que señalar que esta Virgen tiene
mucha categoría en el escalafón de las imágenes marianas gallegas, pues, según
cuentan los cronistas, con la primavera se congregan junto a ella, en señal de fraternal
homenaje, las demás imágenes de la Virgen que hay en la zona.
También los montes y las peñas, y las cuevas o grutas, han sido lugares
apropiados para la aparición de imágenes de la Virgen. Famosa es la imagen de la
Virgen de la Candelaria, en Tenerife, descubierta por dos pastores guanches antes de
la llegada del cristianismo a la isla. Al parecer, los pastores se extrañaron de que las
cabras no quisiesen entrar en determinada cueva, y al atisbar lo que pudiese ocultarse
en ella, vieron un bulto humano. Uno de los pastores, asustado, intentó tirarle una
piedra, pero en el mismo momento su brazo quedó paralizado. Luego comprobarían
que el bulto era la imagen de una mujer con un niño en brazos. La cueva se convirtió
en lugar de culto y los guanches adoraron a aquella imagen como un objeto sagrado.
Los cristianos de Lanzarote, al tener noticias de la milagrosa aparición, una noche se
dirigieron furtivamente a Tenerife y robaron la imagen. Sin embargo, la imagen de la
Virgen, en su nuevo emplazamiento, aparecía vuelta de espaldas cada día para
mostrar su disgusto con la mudanza. Devuelta a Tenerife, se conoció el portento de
que, a los ojos de los guanches, aquella imagen escamoteada por los cristianos nunca
había dejado de estar presente en su cueva. Tras la conquista de Tenerife, la Virgen
fue denominada de la Candelaria, por las milagrosas procesiones de ángeles que,
durante la noche, recorrían las playas cercanas al lugar llevando en las manos velas
de cera verde.
A veces, el milagro de la aparición de la imagen de Nuestra Señora ha tenido
otros escenarios. Nuestra Señora del Mar, en Almería, apareció flotando entre las
olas, en medio de una tormenta. Un farero la divisó, y cuando se dispusieron a
recobrarla cesó la tormenta. Por mar llegó hasta Muxía, en las costas de Finisterre,
sobre una barca de piedra movida por una vela también de piedra, la propia Virgen,
que traía con ella una imagen suya en forma de Nuestra Señora de la Barca. Dicen
que venía a animar al apóstol Santiago en sus predicaciones. Ante la ermita de la
Virgen permanecen las muestras de aquella navegación, la vela, una piedra de nueve
metros de largo que se balanceó durante muchos siglos en señal propicia, llamada a
pedra d’abalar, y la vela, otra gran piedra en forma cóncava, llamada a pedra dos
cadrises, que cura los dolores de riñón de quienes pasan reptando bajo ella.
Y por mar llegó a San Vicente de la Barquera, en Cantabria, Nuestra Señora,
subida en una barca resplandeciente que remontó la ría y se detuvo delante del
pueblo. Unos pescadores la llevaron hasta la iglesia antes de que se le erigiese su
propio santuario.

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