jueves, 7 de marzo de 2019

La Ranita del Puquio

Vivia una vez, en el fondo de un puquio (fuente), una ranita
feísima pero muy buena. Siempre miraba a sus hermanas
que eran mejores que ella y pensaba suspirando: ¿Dios mío, por
qué seré tan fea? Pero no sentía envidia y vivía resignada con su
horrible cara.
Al lado del puquio se elevaba un cerro muy alto que llegaba
hasta las nubes. A ningún hombre se le había ocurrido jamás
vivir en ese lugar tan triste y tan frío, pero un gran cóndor, volando
un día por aquella montaña, la encontró muy de su agrado e hizo
en ella su casa. Era un precioso palacio, como tenía que serlo forzosamente,
porque el cóndor es el rey de todas las aves que moran
en los Andes. Las paredes y el suelo se hallaban por entero cu-
biertas con pieles de
formado con mullidas
vicuñas,
plumas y
magnífica presa cazada por el
el nido del inmenso pájaro estaba
en la despensa había siempre una
cóndor.
Pero eso sí, en una cosa no se parecía el cóndor a los reyes
que poseen siempre miles de sirvientes y de lacayos. El tenía como
servidora, solamente a una niña a quien había robado un día en que
la pobrecita iba por el campo, llevando su rebaño de llamas. Era
una preciosa chiquilla. Sus padres habíanle puesto por nombre
Coyllur que quiere decir, estrella; porque su hijita era tan linda
como un lucero.
La ranita veía a la niña, las pocas veces que el malvado pájaro
la dejaba asomar a la puerta del palacio. Al mirarla, el animalito
decía:
—(Pobre criatura, tan bella y tan desgraciada. Si yo pudiera
hacer algo por salvarlal
Una tarde, mientras el cóndor dormía, ocurriósele a Coyllur
ir al puquio a lavar. En cuanto sintió que el ave despertaba, se movía
en su lecho de mullidas plumas y comenzaba a bostezar, abriendo
el grueso pico tan duro como la piedra, entró en la alcoba. Tuvo
que taparse el rostro y cerrar los ojos, pues le dio en la cara un fuerte
ventarrón. Era que el pájaro se desperezaba, agitando sus enormes
alas.
—Ja ¡a ja; exclamó el ave. ¡Qué buen sol para salir a cazar
vicuñas!
Después esponjó la golilla blanca como la nieve, que le rodeaba
el cuello. En ese collar de plumas sin una sola mancha, cifraba
el cóndor todo su orgullo. En seguida, miró a la niña con ojos que
lanzaban chispas y díjole:
—¿Preparaste ya la comida?
—Sí, contestó Coyllur, ya está todo listo. Puedes ¡r a almorzar;
entre tanto, yo bajaré al puquio a lavar mi ropa.
—¿Al riachuelo a lavar la ropa. Estás loca? ¡Ah, bribona!
¿Para escaparte?; respondió el cóndor.
Entonces repuso ella:
—Mira, mientras lave, golpearé la ropa con fuerza y así,
oyendo el ruido, tendrás la seguridad de que estoy ahí.
—Bueno, anda. ¡Pero como trates de huir, pobre de ti!; replicóle
con voz terrible.
La pobrecita echóse a la espalda el atado de sus vestidos y
entonando una triste canción, bajó hasta el puquio. Por fin llegó a
la orilla y empezó a llorar amargamente.
La ranita que se hallaba en su casa hecha de verde musgo y
blancas piedrecillas, escuchó los sollozos y salió a tierra para ver qué
era aquello.
De pronto sintió Coyllur un extraño sonido:
—Rooque, rooque.
Descubrióse la cara y vio al animal que, sentado en una piedra,
la miraba con ojos llenos de cariño, y oyó que le decía, con voz
gangosa:
—Querida niña, no te aflijas. Hoy va a terminar tu desgracia.
Mira, yo tomaré tu forma, me convertiré en una chiquilla idéntica
a ti y seguiré golpeando la ropa, de modo qu& el cóndor no note
nada. Entre tanto, huirás y detrás de ese cerro, encontrarás gente
que te ayudará a volver a tu casa.
Entonces Coyllur levantóse y la ranita ocupó su lugar, mientras
le decía:
—Aprovecha, escapa antes de que ese malvado pájaro salga.
—Gracias, respondió la pobrecilla, no tengo con qué pagarte
e inclinándose hacia la rana la besó en la frente; y en ese mismo
instante, el horrible animalito convirtióse en una preciosa criatura
igual a Coyllur.
Luego la chiquilla corrió con todas sus fuerzas, hacia el pueblo
cercano, mientras la ranita transformada en ser humano, golpeaba
la ropa sin descansar.
Terminó el cóndor de almorzar una vicuña entera, bebió un
porongo de chicha y pensó:
—¡Cómo tarda esta ociosa! Seguro que está remoloneando
allá abajo. Voy a ver lo que le falta lavar. Y saliendo de su palacio
de rocas, se asomó al riachuelo.
Pero, cuál no sería su asombro, a! contemplar que la niña,
levantándose rápidamente de la piedra en que estaba sentada, se
sumergía en la corriente y se hundía, desapareciendo entre las ondas.
¿Qué sucedió a la ranita entonces?
Al volver su cuerpo a las aguas, recobró de nuevo su forma.
Tan luego tocó la arena del fondo, todas las ranas, los sapos y los
peces que vivían en el puquio la miraron extrañados. En un segundo
se vio rodeada de cientos de animales que la observaban con
asombro.
¿Pero, cuál era la causa de tal admiración? Al besar Coyllur
en la frente, al bondadoso animalito, había aparecido en el sitio mismo
en que se posaron los labios de la niña, una luz bellísima. Aquel
resplandor cubría el cuerpo de la ranita, alumbraba las aguas con un
fulgor tan intenso como el de un lucero y hacía brillar, cual piedras
preciosas, los guijarros del lecho del manantial.
Entonces los peces se cogieron unos de otros con sus aletas y
formando una ronda en torno a su amiga, comenzaron a cantar:
Glu-glu.
Señora Ranita,
¿qué tiene en la frente,
que está tan bonita?
En seguida los sapos estiraron sus cortas y gruesas manos y,
haciendo un círculo al rededor de ella, cantaron:
Cuac, cuac.
Llevas en la frente
un vivo destello
de luz refulgente.
Finalmente, las ranas, más felices que nunca, extendieron sus
chatos y largos brazos y, danzando en torno a su hermana, entonaron
esta canción:
Rooque, roooque.
Te puso en la frente
aquella doncella,
una luz que brilla
igual que una estrella.
Y desde aquel día la ranita fue la reina de la fuente.

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