viernes, 1 de marzo de 2019

El tigre, el brahmán y el chacal

Había una vez un tigre que cayó en una trampa. Intentó en vano atravesar las rejas, y las embistió y mordió con furia y dolor pero fracasó.

    Un pobre brahmán pasó por allí por casualidad.

    —¡Sácame de esta jaula, por piedad! —gimió el tigre.

    —No, amigo —contestó el brahmán amablemente—, pues seguramente me comerás si lo hago.

    —¡Para nada! —prometió el tigre— Al contrario, ¡te estaré agradecido por siempre y te serviré como esclavo!

    El tigre comenzó a sollozar, a llorar y a suplicar, tanto que el corazón del compasivo brahmán se enterneció y al final aceptó abrir la puerta de la jaula. El tigre salió y, tras apresar al pobre hombre, gritó:

    —¡Qué tonto eres! ¿Cómo vas a evitar que te coma ahora? Después de estar encerrado tanto tiempo tengo muchísima hambre.

    El brahmán suplicó en vano por su vida, pero lo único que consiguió fue la promesa de cuestionar la justicia de la acción del tigre con los primeros tres seres que encontraran.

    Así que el brahmán preguntó primero a una higuera sagrada, que respondió con frialdad:

    —¿De qué te quejas? ¿No proporciono sombra y cobijo a todo aquel que pasa, y a cambio me rompen las ramas para alimentar al ganado? No lloriquees… ¡Pórtate como un hombre!

    El brahmán, entristecido, se alejó hasta que vio a un búfalo haciendo girar una noria; pero no le fue mejor con él, porque contestó:

    —¡Eres idiota si esperas gratitud! ¡Mírame! ¡Mientras daba leche me alimentaban con semillas de algodón y tortas de prensa, pero ahora que estoy seca me tienen aquí enyugada y me alimentan con despojos!

    El brahmán, aún más triste, pidió a la carretera que le diera su opinión.

    —Querido amigo —dijo la carretera—, eres muy tonto si esperas algo más. ¡Aquí estoy yo, que soy útil para todo el mundo y, aun así, ricos y pobres, importantes y ordinarios me pisan al pasar, sin darme más que las cenizas de sus pipas y las cáscaras de sus semillas!

    Entonces el brahmán regresó, apesadumbrado, y por el camino se encontró a un chacal, que le preguntó:

    —Oye, señor brahmán, ¿qué te pasa? ¡Pareces tan deprimido como un pez fuera del agua!

    El brahmán le contó todo lo que había ocurrido.

    —¡Menudo lío! —exclamó el chacal— ¿Podrías contármelo de nuevo? No me he enterado de nada.

    El brahmán se lo contó de nuevo, pero el chacal negó con la cabeza, distraído, como si aún no lo entendiera.

    —Qué raro —dijo con tristeza—, ¡pero es como si me entrara por un oído y me saliera por el otro! Iré al lugar donde ocurrió todo y entonces quizá pueda darte mi opinión.

    Así que regresaron a la jaula, junto a la que estaba esperando el tigre mientras se afilaba sus dientes y garras.

    —¡Has tardado mucho! —gruñó la bestia— Pero al menos ahora podremos comenzar con nuestra cena.

    «¡Nuestra cena! —pensó el desdichado brahmán, mientras le temblaban las piernas de miedo— ¡Qué modo tan considerado de expresarlo!».

    —¡Dame cinco minutos más —suplicó—, para que pueda explicar el asunto al chacal, que es un poco lento de mente!

    El tigre aceptó y el brahmán comenzó a contar la historia de nuevo, sin perder un solo detalle y alargándola tanto como fue posible.

    —¡Oh, mi pobre cerebro! ¡Mi pobre cerebro! —gritó el chacal, retorciéndose las patas— ¡Déjame ver! ¿Cómo comenzó todo? Tú estabas en la jaula y el tigre pasó por casualidad…

    —¡Bah! —lo interrumpió el tigre— ¡Qué idiota eres! Era yo quien estaba en la jaula.

    —¡Claro! —exclamó el chacal, fingiendo temblar de miedo— ¡Sí! Yo estaba en la jaula… No, claro que no. ¡Vaya! ¿Dónde tengo la cabeza? Déjame ver… El tigre estaba en el brahmán, y la jaula pasó por casualidad… ¡No, eso tampoco es! ¡Bueno, no os preocupéis por mí y empezad con vuestra cena, porque nunca lo comprenderé!

    —¡Sí lo harás! —replicó el tigre, enfadado por la estupidez del chacal— ¡Yo te haré entenderlo! Mira… Yo soy el tigre…

    —Sí, señor.

    —Y este es el brahmán…

    —Por supuesto, señor.

    —Y esta es la jaula…

    —Sí, señor.

    —Y yo estaba en la jaula, ¿entiendes?

    —Sí… No. Por favor, señor…

    —¿Qué? —gritó el tigre, impaciente.

    —Por favor, señor, ¿cómo se metió en la jaula?

    —¿Cómo? Pues del modo habitual, por supuesto.

    —¡Pobre de mí! La cabeza no deja de darme vueltas. No se enfade, señor, por favor, pero ¿cuál es el modo habitual?

    El tigre perdió la paciencia y, tras meterse en la jaula de un salto, gritó:

    —¡Así! ¿Comprendes ahora cómo fue?

    —¡Perfectamente! —sonrió el chacal, y cerró la puerta con destreza— ¡Y creo que las cosas seguirán como estaban!

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