domingo, 24 de marzo de 2019

Despoblados

A lo largo de las tierras españolas hay topónimos que recuerdan lugares donde vivió
la gente, pero que por algunas circunstancias adversas o dramáticas quedaron un día
despoblados. A veces se dice que fue una plaga de insectos la causante de la huida de
los habitantes.
Cerca de Sahagún, León, frente a Saelices del Río, hay un lugar llamado La Torre
de Barriales en que un día existió un pueblo que sus habitantes se vieron obligados a
abandonar por una terrible invasión de termitas que destruyó las vigas que sostenían
las casas y hasta los carros y aperos de labranza.
Una invencible plaga de hormigas rojas, que pululaban en todos los lugares, en
las calles, las casas, las cuadras y las huertas, ocasionó la desaparición de Ordoyo,
una localidad próxima a la riojana Quel. También en La Rioja, la aldea de Garranzo
tuvo un emplazamiento anterior al actual, que ya nadie recuerda, y que debió ser
abandonado por una invasión de carcoma.
En otras ocasiones los propios habitantes han desaparecido como consecuencia de
un funesto accidente causado por algún ser tóxico.
En Soria existió un pueblo denominado Mortero, poseedor de muchos prados
comunales, cuyos habitantes perecieron en el banquete de una boda vecinal porque
las aguas que bebieron estaban envenenadas, al haber ido a vivir en el pozo una
salamandra acuática. Al parecer, solamente se salvó una anciana a la que habían
encomendado cuidar del ganado del pueblo mientras celebraban la fiesta nupcial. La
vieja, que como único superviviente del pueblo heredó todo su patrimonio, no quiso
seguir viviendo en un lugar tan desdichado y se trasladó a la vecina localidad de
Arévalo, a cuyos habitantes donó a su muerte las dehesas y ganados que un día
habían pertenecido a los habitantes del desaparecido Mortero.
Una especie de salamanquesa, la sacabera, causó la muerte de todo el pueblo de
Cospedal, en la comarca leonesa de Babia. Al parecer, el venenosísimo animal había
caído en la rueda del molino y había vertido su ponzoña en la harina que debía
utilizarse para confeccionar el pan del santo, en la fiesta del pueblo. Así fue como,
mientras celebraban a san Mamés, su celestial patrono, y consumían su pan en el
banquete, todos los habitantes del pueblo se envenenaron, y todos fallecieron, sin
excepción alguna, originando un dramático despoblado que todavía se recuerda.
Un envenenamiento colectivo y mortal, aunque en este caso no se conocieron
nunca sus causas, trajo la muerte a todos los varones de la localidad de Venturiel, en
la riojana Jubera, después de que, en el banquete anual de su cofradía en casa del
correspondiente mayordomo, consumiesen una abundante caldereta de cordero. Las
viudas, con sus hijos huérfanos, abandonaron el lugar maldito, que quedó
despoblado.

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