domingo, 13 de octubre de 2013

Anapu y Bitu

Anapu y Bitu eran dos hermanos que vivieron hace muchísimo tiempo en Egipto. Habían heredado mucha hacienda de su padre.

Según las leyes y las disposiciones del padre, a Anapu, el mayor, pertenecían casa, ganados y campos. Bitu, el menor, había de trabajar para su hermano, recibiendo a cambio el salario necesario.

Bitu era inteligente, hábil, trabajador y conocedor de todo lo referente a los campos y ganados; tanto era su saber que conocía el lenguaje de las reses y sabía lo que los pobres animales querían decirle y cuanto se decían entre elos.

Anapu no trabajaba tanto como el hermano. Un día, en que estaban los dos ocupados en preparar la siembra para las tierras, envió Anapu a Bitu a casa en busca de unas semillas para echarlas en los surcos recién abiertos.

Bitu partió obediente y cogió la semilla; los dos hermanos la echaron en los surcos y terminado el trabajo, volvieron a su casa.

Pero Anapu encontró a su esposa llorando y ella le dijo, después de hacerse rogar, que cuando Bitu llegó en busca de las semillas le había dado una paliza.

Mucho se enfadó Anapu con esto y formó el propósito de dar muerte a su hermano, pero supo contenerse, pues quería hacerlo de un modo que nadie pudiera acusarle de fraticida, esperando una ocasión favorable para su intento.

Bitu, que no había hecho lo que dijo su cuñada, se dirigió a su cuarto y no se enteró por tanto de la conversación de los dos esposos, ni sospechó nada, pues los dos lo trataron a la hora de la cena con el mismo cariño de siempre.

Cuando se disponía a entregarse al descanso se le ocurrió ir antes a dar una vuelta por el redil de los ganados, para ver si les faltaba algo.

Entró en el cercado y vio a casi todos los cameros y ovejas tendidos en el suelo, rumiando unos, durmiendo otros, pero sus favoritos se levantaron en cuanto lo vieron y fueron a pedirle caricias. Bitu pasó la mano por el lomo de los tranquilos animales y ya se iba cuando, gracias a comprender su lenguaje, oyó que uno de ellos le decía que debía emprender la figura, pues su hermano, enfadado con él, pensaba darle muerte.

Bitu no se detuvo a pensarlo ni un momento y en lugar de volver a su habitación, emprendió la huida esa misma noche.

Seguidamente Anapu le oyó alejarse, pues también salió de la casa decidido a impedir su marcha. Corría Bitu deseando alejarse de la casa de su hermano antes de que saliera el sol, pero Anapu iba detrás con mayor rapidez, y lo hubiera alcanzado si el dios Pha-Harmakis, que casualmente miraba entonces la Tierra, no se hubiera dado cuenta de lo que pasaba. Convencido de la inocencia de Bitu, quiso ampararlo y para ello hizo surgir, repentinamente, entre los dos hermanos un ancho río poblado de muchos cocodrilos. El ímpetu de la corriente impidió a Anapu cruzarlo y, muy fastidiado, tuvo que permanecer en la orilla.

Bitu, pensando que se había salvado de momento, descansó en la otra orilla, pues su hermano no podía pasar el río antes de que amaneciera, y en cuanto la luz del sol permitió a los hermanos verse, Bitu preguntó desde la orilla:

-¿Por qué me persigues? ¿Qué te hice para que quieras darme muerte?

Anapu no contestó al momento, enfadado por las preguntas de su hermano, pero luego empezó a dudar y pensó decirle la causa de su cólera. Bitu negó la acusación y le aseguró que ni siquiera un minuto había pensado en pegar a su esposa.

Anapu, avergonzado y arrepentido, prometió a su hermano que no le haría nada y que, por tanto, podía volver, pero Bitu no quiso, pues ya no se veía capaz de seguir viviendo bajo el mismo techo que la falsa y mentirosa mujer con la que estaba casada su hermano.

-Debo marcharme –contestó-, me voy al valle de las Acacias y voy a decirle todo lo que pasará. Gracias a mis artes mágicas me arrancaré el corazón y lo colgaré de la rama más alta de una acacia. Cuando el árbol sea cortado y derribado caerá al suelo mi corazón y podrás contemplarlo. En cuanto lo hayas buscado durante siete años tómalo y ponlo en un cacharro con agua fría. Esto bastará para volverme a la vida. Así resucitaré y me vengaré de mis enemigos; sabrás cuando lo tienes que hacer si te ofrecen un vaso de cerveza del que caiga al suelo la espuma. Luego te darán un jarro de vino cuyas heces se levantarán hasta el borde. Cuando ocurra todo esto procura no perder tiempo.

Anapu volvió triste a su casa. Encolerizado por la mentira y falsedad de su mujer, le dio muerte y luego lloró a su hermano Bitu.

El joven, en el valle de las Acacias, pasaba el día cazando y dormía al pie de u árbol en cuya rama más elevada había colocado su corazón. Un día se encontró a los nueve dioses, quienes le dieron por esposa a su propia hija, pero las siete Atroz (hadas que profetizaban el futuro) le anunciaron que la joven moriría atravesada por una espada.

Bitu se casó con la diosa y le comunicó el secreto de que tenía el corazón colgado en lo alto del árbol, y también de que quien encontrase la acacia tendría antes que luchar con él.

Tan hermosa era la mujer de Bitu que la fama de su extraordinaria belleza llegó hasta el faraón, que, para saber si lo que se decía era cierto, hizo un viaje al valle d las Acacias, solo, sin séquito y disfrazado. De esta forma pudo acercarse, sin ser visto ni reconocido por nadie; y cuando vio finalmente a la joven decidió que debía hacerla su esposa.

Vuelto a palacio dio las órdenes y envió un grupo de soldados al valle de las Acacias, con orden de matar a Bitu y llevar a la esposa a su corte. No pensó que todo podía ocurrir al revés, porque los soldados fueron muertos en lucha por Bit, que los atacó con la fuerza de un león.

Irritado el faraón, llamó a los adivinos para que le indicasen el modo de conseguir la muerte de Bitu. Deliberaron largamente y resolvieron que no podía matarlo en lucha, sino con astucia. El faraón se disfrazó de nuevo y fue otra vez al valle de las Acacias, donde esperó la ocasión.

Pudo el faraón hablar con la joven, que, al saber que sería reina y dueña de muchos tesoros, consintió en la muerte de su marido y comunicó al rey que en la rama más alta de la acacia estaba el corazón de Bitu, y que solo con derribarla caería muerto.

El faraón llamó a dos leñadores y, en cuanto el hermoso árbol cayó al suelo, se desplomó muerto el pobre Bitu.

Y ocurrió entonces lo que Bitu dijera a su hermano. Llegó un día en que le ofrecieron un jarro de cerveza cuya espuma cayó al suelo y después un jarro de vino que se puso turbio al momento; así conoció Anapu que había llegado el momento de actuar.

Provisto de armas, ropas y sandalias, se dirigió al valle de las Acacias; vio a su hermano muerto y el corazón convertido en una baya. La puso en agua fría y Bitu resucito en el acto.

-Voy a convertirme en el sagrado buey Apis -le dijo-; llévame junto al faraón, que te dará oro y plata y yo ya encontraré medios para castigar a mi esposa por toda su maldad.

Anapu siguió las instrucciones de su hermano. Al día siguiente llevó a la corte a Bitu, convertido en buey sagrado. Todos se alegraron mucho y el faraón le recompensó y concedió muchas distinciones. Pocos días después el buey entró en las habitaciones de su antigua esposa y le dijo:

-Puedes convencerte de que sigo vivo.

-¿Quién eres?

-Bitu –y añadió-. Ya supiste lo que hacías cuando dijiste al faraón que cortase la acacia.

La mujer se asustó mucho y, para evitar los peligros que preveía, suplicó al faraón que le concediese un favor y él consintió en ello.

-Dame, señor, para que lo coma, el hígado del toro sagrado, no hay nada que me guste tanto como eso.

Muy disgustado el faraón, no tuvo más remedio que conceder lo que ya había prometido. Y un día, mientras el pueblo ofrecía sacrificios al toro sagrado, mandó llamar a los verdugos y ordenó que diesen muerte al hermoso animal.

En el mismo instante en que le clavaron el cuchillo en el cuello cayeron de él dos grandes gotas de sangre junto a las puertas de la ciudad y se convirtieron en dos grandes árboles.

El pueblo, lleno de alegría por lo que se pensó que era un milagro, empezó a adorar y ofrecer sacrificios a los dos árboles.

Pasó el tiempo. El faraón, coronadas las sienes con diadema de lapislázuli, guirnalda de flores en el cuello, se sentó en su trono de plata y oro e hizo que le llevaran al sitio donde habían nacido los dos árboles. Detrás iba la reina, y ambos fueron colocados al pie de los árboles. Bitu, que era el árbol bajo el cual estaba la reina sentada, dijo en voz baja:

-Mujer, a pesar de cuanto has hecho, sigo viviendo. Obligaste al faraón, a través de tus malas artes, a cortar la acacia en la que estaba colgado mi corazón, para darme muerte; luego me convertí en buey sagrado y también me hiciste matar, pero debes saber que he vuelto a renacer.

La reina oyó con gran terror estas palabras y ese mismo día pidió al faraón que le prometiese concederle una cosa que deseaba mucho. Cuando éste hubo accedido le dijo:

-Señor, ordena que corten inmediatamente esos árboles para que se hagan con ellos dos hermosas vigas.

Así se hizo, pero una menuda astilla de madera se escapó del tronco y penetró en la boca de la reina. Poco después ésta tuvo un hijo, que era Bitu, vuelto a encarnar en forma humana, pero la mujer no lo sabía.

El faraón estaba encantado con el niño, le dio el nombre de Príncipe del Alto Nilo y, como lo había nombrado sucesor suyo, cuando el rey falleció Bitu fue designado faraón.

Entonces, Bitu mandó llamar a los grandes de la corte y reveló cuanto le había sucedido. Al terminar su relato todos los cortesanos condenaron a la mala reina, que fue desterrada en castigo a sus delitos.


Bitu reinó durante veinte largos años y luego le sucedió su hermano Anapu, al que había nombrado su sucesor en el trono.

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