Anapu y Bitu
eran dos hermanos que vivieron hace muchísimo tiempo en Egipto. Habían heredado
mucha hacienda de su padre.
Según las
leyes y las disposiciones del padre, a Anapu, el mayor, pertenecían casa,
ganados y campos. Bitu, el menor, había de trabajar para su hermano, recibiendo
a cambio el salario necesario.
Bitu era
inteligente, hábil, trabajador y conocedor de todo lo referente a los campos y
ganados; tanto era su saber que conocía el lenguaje de las reses y sabía lo que
los pobres animales querían decirle y cuanto se decían entre elos.
Anapu no
trabajaba tanto como el hermano. Un día, en que estaban los dos ocupados en
preparar la siembra para las tierras, envió Anapu a Bitu a casa en busca de
unas semillas para echarlas en los surcos recién abiertos.
Bitu partió
obediente y cogió la semilla; los dos hermanos la echaron en los surcos y
terminado el trabajo, volvieron a su casa.
Pero Anapu
encontró a su esposa llorando y ella le dijo, después de hacerse rogar, que
cuando Bitu llegó en busca de las semillas le había dado una paliza.
Mucho se
enfadó Anapu con esto y formó el propósito de dar muerte a su hermano, pero
supo contenerse, pues quería hacerlo de un modo que nadie pudiera acusarle de
fraticida, esperando una ocasión favorable para su intento.
Bitu, que no
había hecho lo que dijo su cuñada, se dirigió a su cuarto y no se enteró por
tanto de la conversación de los dos esposos, ni sospechó nada, pues los dos lo
trataron a la hora de la cena con el mismo cariño de siempre.
Cuando se
disponía a entregarse al descanso se le ocurrió ir antes a dar una vuelta por
el redil de los ganados, para ver si les faltaba algo.
Entró en el
cercado y vio a casi todos los cameros y ovejas tendidos en el suelo, rumiando
unos, durmiendo otros, pero sus favoritos se levantaron en cuanto lo vieron y
fueron a pedirle caricias. Bitu pasó la mano por el lomo de los tranquilos
animales y ya se iba cuando, gracias a comprender su lenguaje, oyó que uno de
ellos le decía que debía emprender la figura, pues su hermano, enfadado con él,
pensaba darle muerte.
Bitu no se
detuvo a pensarlo ni un momento y en lugar de volver a su habitación, emprendió
la huida esa misma noche.
Seguidamente
Anapu le oyó alejarse, pues también salió de la casa decidido a impedir su
marcha. Corría Bitu deseando alejarse de la casa de su hermano antes de que
saliera el sol, pero Anapu iba detrás con mayor rapidez, y lo hubiera alcanzado
si el dios Pha-Harmakis, que casualmente miraba entonces la Tierra , no se hubiera dado
cuenta de lo que pasaba. Convencido de la inocencia de Bitu, quiso ampararlo y
para ello hizo surgir, repentinamente, entre los dos hermanos un ancho río
poblado de muchos cocodrilos. El ímpetu de la corriente impidió a Anapu
cruzarlo y, muy fastidiado, tuvo que permanecer en la orilla.
Bitu, pensando
que se había salvado de momento, descansó en la otra orilla, pues su hermano no
podía pasar el río antes de que amaneciera, y en cuanto la luz del sol permitió
a los hermanos verse, Bitu preguntó desde la orilla:
-¿Por qué me
persigues? ¿Qué te hice para que quieras darme muerte?
Anapu no
contestó al momento, enfadado por las preguntas de su hermano, pero luego
empezó a dudar y pensó decirle la causa de su cólera. Bitu negó la acusación y
le aseguró que ni siquiera un minuto había pensado en pegar a su esposa.
Anapu,
avergonzado y arrepentido, prometió a su hermano que no le haría nada y que,
por tanto, podía volver, pero Bitu no quiso, pues ya no se veía capaz de seguir
viviendo bajo el mismo techo que la falsa y mentirosa mujer con la que estaba
casada su hermano.
-Debo
marcharme –contestó-, me voy al valle de las Acacias y voy a decirle todo lo
que pasará. Gracias a mis artes mágicas me arrancaré el corazón y lo colgaré de
la rama más alta de una acacia. Cuando el árbol sea cortado y derribado caerá
al suelo mi corazón y podrás contemplarlo. En cuanto lo hayas buscado durante
siete años tómalo y ponlo en un cacharro con agua fría. Esto bastará para
volverme a la vida. Así resucitaré y me vengaré de mis enemigos; sabrás cuando
lo tienes que hacer si te ofrecen un vaso de cerveza del que caiga al suelo la
espuma. Luego te darán un jarro de vino cuyas heces se levantarán hasta el
borde. Cuando ocurra todo esto procura no perder tiempo.
Anapu volvió
triste a su casa. Encolerizado por la mentira y falsedad de su mujer, le dio
muerte y luego lloró a su hermano Bitu.
El joven, en
el valle de las Acacias, pasaba el día cazando y dormía al pie de u árbol en
cuya rama más elevada había colocado su corazón. Un día se encontró a los nueve
dioses, quienes le dieron por esposa a su propia hija, pero las siete Atroz
(hadas que profetizaban el futuro) le anunciaron que la joven moriría
atravesada por una espada.
Bitu se casó
con la diosa y le comunicó el secreto de que tenía el corazón colgado en lo
alto del árbol, y también de que quien encontrase la acacia tendría antes que
luchar con él.
Tan hermosa
era la mujer de Bitu que la fama de su extraordinaria belleza llegó hasta el
faraón, que, para saber si lo que se decía era cierto, hizo un viaje al valle d
las Acacias, solo, sin séquito y disfrazado. De esta forma pudo acercarse, sin
ser visto ni reconocido por nadie; y cuando vio finalmente a la joven decidió
que debía hacerla su esposa.
Vuelto a
palacio dio las órdenes y envió un grupo de soldados al valle de las Acacias,
con orden de matar a Bitu y llevar a la esposa a su corte. No pensó que todo
podía ocurrir al revés, porque los soldados fueron muertos en lucha por Bit,
que los atacó con la fuerza de un león.
Irritado el
faraón, llamó a los adivinos para que le indicasen el modo de conseguir la
muerte de Bitu. Deliberaron largamente y resolvieron que no podía matarlo en
lucha, sino con astucia. El faraón se disfrazó de nuevo y fue otra vez al valle
de las Acacias, donde esperó la ocasión.
Pudo el faraón
hablar con la joven, que, al saber que sería reina y dueña de muchos tesoros,
consintió en la muerte de su marido y comunicó al rey que en la rama más alta
de la acacia estaba el corazón de Bitu, y que solo con derribarla caería
muerto.
El faraón llamó
a dos leñadores y, en cuanto el hermoso árbol cayó al suelo, se desplomó muerto
el pobre Bitu.
Y ocurrió
entonces lo que Bitu dijera a su hermano. Llegó un día en que le ofrecieron un
jarro de cerveza cuya espuma cayó al suelo y después un jarro de vino que se
puso turbio al momento; así conoció Anapu que había llegado el momento de
actuar.
Provisto de
armas, ropas y sandalias, se dirigió al valle de las Acacias; vio a su hermano
muerto y el corazón convertido en una baya. La puso en agua fría y Bitu resucito
en el acto.
-Voy a
convertirme en el sagrado buey Apis -le dijo-; llévame junto al faraón, que te
dará oro y plata y yo ya encontraré medios para castigar a mi esposa por toda
su maldad.
Anapu siguió
las instrucciones de su hermano. Al día siguiente llevó a la corte a Bitu,
convertido en buey sagrado. Todos se alegraron mucho y el faraón le recompensó
y concedió muchas distinciones. Pocos días después el buey entró en las
habitaciones de su antigua esposa y le dijo:
-Puedes
convencerte de que sigo vivo.
-¿Quién eres?
-Bitu –y
añadió-. Ya supiste lo que hacías cuando dijiste al faraón que cortase la
acacia.
La mujer se
asustó mucho y, para evitar los peligros que preveía, suplicó al faraón que le
concediese un favor y él consintió en ello.
-Dame, señor,
para que lo coma, el hígado del toro sagrado, no hay nada que me guste tanto
como eso.
Muy disgustado
el faraón, no tuvo más remedio que conceder lo que ya había prometido. Y un
día, mientras el pueblo ofrecía sacrificios al toro sagrado, mandó llamar a los
verdugos y ordenó que diesen muerte al hermoso animal.
En el mismo
instante en que le clavaron el cuchillo en el cuello cayeron de él dos grandes
gotas de sangre junto a las puertas de la ciudad y se convirtieron en dos
grandes árboles.
El pueblo,
lleno de alegría por lo que se pensó que era un milagro, empezó a adorar y
ofrecer sacrificios a los dos árboles.
Pasó el
tiempo. El faraón, coronadas las sienes con diadema de lapislázuli, guirnalda
de flores en el cuello, se sentó en su trono de plata y oro e hizo que le
llevaran al sitio donde habían nacido los dos árboles. Detrás iba la reina, y
ambos fueron colocados al pie de los árboles. Bitu, que era el árbol bajo el
cual estaba la reina sentada, dijo en voz baja:
-Mujer, a
pesar de cuanto has hecho, sigo viviendo. Obligaste al faraón, a través de tus
malas artes, a cortar la acacia en la que estaba colgado mi corazón, para darme
muerte; luego me convertí en buey sagrado y también me hiciste matar, pero
debes saber que he vuelto a renacer.
La reina oyó
con gran terror estas palabras y ese mismo día pidió al faraón que le
prometiese concederle una cosa que deseaba mucho. Cuando éste hubo accedido le
dijo:
-Señor, ordena
que corten inmediatamente esos árboles para que se hagan con ellos dos hermosas
vigas.
Así se hizo,
pero una menuda astilla de madera se escapó del tronco y penetró en la boca de
la reina. Poco después ésta tuvo un hijo, que era Bitu, vuelto a encarnar en
forma humana, pero la mujer no lo sabía.
El faraón
estaba encantado con el niño, le dio el nombre de Príncipe del Alto Nilo y,
como lo había nombrado sucesor suyo, cuando el rey falleció Bitu fue designado
faraón.
Entonces, Bitu
mandó llamar a los grandes de la corte y reveló cuanto le había sucedido. Al
terminar su relato todos los cortesanos condenaron a la mala reina, que fue
desterrada en castigo a sus delitos.
Bitu reinó
durante veinte largos años y luego le sucedió su hermano Anapu, al que había
nombrado su sucesor en el trono.
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