Fi-Lu era una muchacha laboriosa de rostro
hermosísimo, de largos y sedosos cabellos de color ébano. El hijo del rey, un
día, se detuvo ante la puerta de su casita. Ella estaba bordando un tapiz. El
joven admiro las corolas azules que emergían mágicamente al conjuro de su
aguja.
-Hermosas flores –dijo. ¿Por qué no me ofreces una de esas lindas maravillas, graciosa muchacha?
-Fi-Lu sonrió.
-Si fuesen flores de jardín, te complacería.
-Tú has creado un esplendido edén. Dame pues una de sus flores.
La doncella vio brillar en los ojos del joven un deseo infantil. Suplico a Buda que quisiera transformar el sedeño vergel en un autentico jardín.
De repente, del tapiz surgieron delicadas corolas vivas, palpitantes al soplo tenue de su respiración. Troncho un verde tallo y ofreció al príncipe la flor más bella. El príncipe saco de una bolsa de raso un puñado de piedras preciosas y las puso en la mano de la muchacha.
-Con este regalo quiero expresarte mi gratitud y mi simpatía –le insinuó-; volveré a verte, a pedirte otra flor.
Se alejo. De improviso, le pareció estar demasiado sola. Pero recordando la promesa, sintiose consolada. Coloco las gemas en su regazo y se encanto contemplándolas. Eran esplendidas: rojas, azules, verdes, color del arco iris, con la tonalidad del mar, con el matiz de la lila. Y resplandecían como pequeños soles.
Cayó la noche y Fi-Lu seguía contemplando las piedras preciosas. Y pensaba en el joven que se las había ofrecido. Pero su hermoso sueño desvanecióse bruscamente. Un ladrón acababa de entrar a su casa. La muchacha descubrió en la sombra su figura baja y roja; adivino en su rostro la crueldad y la protervia.
-¿Quién eres? –pregunto, asustada.
-No te intereses por mí –dijo el hombre con risa maligna. Tampoco me atraes en lo más mínimo. Solo quiero las piedras preciosas que te ha dado, hace poco el príncipe. Fi-Lu no era una joven codiciosa, pero las gemas formaban parte de su bello sueño, eran casi sagradas para ella.
¿Cómo habría podido ponerlas en las manazas del ladrón? Se levanto ágilmente, corrió hacia afuera, estrechando su tesoro entre sus puños. Corrió a través de la noche cada vez más negra. No vio el río y cayó al agua con un pequeño grito.
Pero Buda, que protege a las criaturas buenas, transformo su cuerpo de carne en una leve forma de luz. Y un pájaro blanco, formado, como ella únicamente de luz, la transporto al mundo del aire. Allá arriba abrió las manos y las gemas se desparramaron por los espacios y convirtierónse en estrellas.
Desde entonces Fi-Lu, la muchacha etérea, camina entre astros. Y espera, con inquebrantable fe, el retorno de su príncipe.
-Hermosas flores –dijo. ¿Por qué no me ofreces una de esas lindas maravillas, graciosa muchacha?
-Fi-Lu sonrió.
-Si fuesen flores de jardín, te complacería.
-Tú has creado un esplendido edén. Dame pues una de sus flores.
La doncella vio brillar en los ojos del joven un deseo infantil. Suplico a Buda que quisiera transformar el sedeño vergel en un autentico jardín.
De repente, del tapiz surgieron delicadas corolas vivas, palpitantes al soplo tenue de su respiración. Troncho un verde tallo y ofreció al príncipe la flor más bella. El príncipe saco de una bolsa de raso un puñado de piedras preciosas y las puso en la mano de la muchacha.
-Con este regalo quiero expresarte mi gratitud y mi simpatía –le insinuó-; volveré a verte, a pedirte otra flor.
Se alejo. De improviso, le pareció estar demasiado sola. Pero recordando la promesa, sintiose consolada. Coloco las gemas en su regazo y se encanto contemplándolas. Eran esplendidas: rojas, azules, verdes, color del arco iris, con la tonalidad del mar, con el matiz de la lila. Y resplandecían como pequeños soles.
Cayó la noche y Fi-Lu seguía contemplando las piedras preciosas. Y pensaba en el joven que se las había ofrecido. Pero su hermoso sueño desvanecióse bruscamente. Un ladrón acababa de entrar a su casa. La muchacha descubrió en la sombra su figura baja y roja; adivino en su rostro la crueldad y la protervia.
-¿Quién eres? –pregunto, asustada.
-No te intereses por mí –dijo el hombre con risa maligna. Tampoco me atraes en lo más mínimo. Solo quiero las piedras preciosas que te ha dado, hace poco el príncipe. Fi-Lu no era una joven codiciosa, pero las gemas formaban parte de su bello sueño, eran casi sagradas para ella.
¿Cómo habría podido ponerlas en las manazas del ladrón? Se levanto ágilmente, corrió hacia afuera, estrechando su tesoro entre sus puños. Corrió a través de la noche cada vez más negra. No vio el río y cayó al agua con un pequeño grito.
Pero Buda, que protege a las criaturas buenas, transformo su cuerpo de carne en una leve forma de luz. Y un pájaro blanco, formado, como ella únicamente de luz, la transporto al mundo del aire. Allá arriba abrió las manos y las gemas se desparramaron por los espacios y convirtierónse en estrellas.
Desde entonces Fi-Lu, la muchacha etérea, camina entre astros. Y espera, con inquebrantable fe, el retorno de su príncipe.
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