Hubo
una vez un rey de Ayodhya, de nombre Sagara. Él deseaba ansiosamente niños,
pero no tenía descendencia. Su esposa mayor era Keshini, la segunda Sumati,
hermana de Garuda. Con las dos se fue al Himalaya a practicar una austera
penitencia. Cuando cien años habían pasado, el rishi Brigu, a quien él había
honrado, le otorgó su deseo. «Tú alcanzarás un renombre sin paralelo entre los
hombres», dijo. «Una esposa tuya, Keshini, traerá un hijo que perpetuará tu
linaje; la otra dará a luz a sesenta mil hijos.» Esas hijas de reyes se
quedaron contentas, y adorando al rishi, le preguntaron: «i,Sabremos quién de
nosotras tendrá un hijo y quién muchos?» El les preguntó su deseo: «i,Quién
quiere cada cual de esos dos deseos», dijo, «un único perpetuador del linaje o
sesenta mil hijos famosos, que no continuarán el linaje?» Entonces Keshini
escogió el hijo solo y la hermana de Garuda escogió los muchos. Luego de esto
el rey reverenció al santo con circunvalación y respeto y volvió a su ciudad.
En
su debido momento Keshim tuvo un hijo, a quien se le dio el nombre de Asamanja.
Sumati dio a luz a una calabaza, y cuando se partió y se abrió salieron sesenta
mil hijos; la niñeras los criaron en botes de manteca hasta que crecieron
jóvenes y hermosos. Pero el mayor, el hijo de Keshini, no los amaba, y quería
echarlos al río Sarayu y verlos hundirse. Por esta malvada disposición y por
los males que hizo a ciudadanos y pobladores honestos de Asamanja fue
desterrado por su padre. Pero él tuvo a su vez un hijo llamado Suman, de buena
fama y bien amado.
Cuando
habían pasado muchos años Sagara decidió celebrar un poderoso sacrificio. El
sitio para ello estaba en la región entre el Himalaya y Vindhya. Entonces el
caballo fue liberado, y Anshumat, un poderoso auriga de batallas, le siguió
para protegerlo. Pero sucedió que un cierto Vasava, adquiriendo la forma de una
rakshasi, robó el caballo. Entonces los sacerdotes brahmanes informaron al rey,
y le encomendaron que matara al ladrón y trajera de vuelta al caballo, porque
si no el sacrificio fallaría y traería mala fortuna a todos los involucrados.
Entonces
Sagara envió a sus sesenta mil hijos a buscar el caballo. «Buscad en toda la
tierra de mar a mar», dijo, «legua por legua, sobre el suelo o bajo él.»
Entonces estos grandes príncipes recorrieron la Tierra. Sin encontrar el
caballo sobre su superficie, comenzaron a investigar con manos como rayos y
poderosos arados, y entonces la tierra gritó de dolor. Grande fue el alboroto
de las serpientes y demonios que fueron muertos entonces. Durante sesenta mil
leguas cavaron como si fueran a alcanzar las más bajas profundidades.
Desenterraron todo Jambudwipa, de modo que los mismos dioses temieron y fueron
hasta Brahma reunidos en consejo. «Oh gran señor», dijeron, «los hijos de
Sagara están excavando la tierra entera y por ello muchos son muertos. Gritando
que alguien ha robado el caballo de Sagara, están trayendo la destrucción de
todas las criaturas.» Entonces Brahma contestó:
«Toda
esta tierra es consorte de Vasudeva; él es realmente su señor, en la forma de
Kapila la sostiene. Por su cólera serán muertos los hijos de Sagara; por ello
no deberíais temer.» Entonces habiendo abierto toda la tierra y habiéndola
recorrido toda, los hijos volvieron a Sagara y le preguntaron qué debían hacer,
dado que no podían encontrar el caballo. Pero él ordenó otra vez que cavaran en
la tierra y encontraran al caballo. «Entonces dejad», dijo, «no antes.» Otra
vez cavaron en las profundidades. Entonces llegaron al elefante Virupaksha, que
soporta al mundo entero sobre su cabeza con sus colinas y sus bosques, y cuando
sacude su cabeza ocurre un temblor. Le adoraron debidamente y siguieron. Luego
llegaron al Sur, hasta otro poderoso elefante, Mahapadma, como una montaña,
soportando la tierra sobre su cabeza; de la misma forma llegaron también al
elefante occidental llamado Saumanasa, y de allí al Norte, donde está Bhadra,
blanco como la nieve, soportando la tierra sobre su frente. Dejándolo con
honores, llegaron al Nordeste; allí ellos vieron al eterno Vasudeva en la forma
de Kapila, y sujetado por él vieron al caballo paciendo a su antojo. Se
abalanzaron furiosos sobre Kapila, atacándolo con árboles y cantos rodados,
palas y arados, gritando:
«Tú
eres el ladrón; ahora has caído en las manos de los hijos de Sagara.» Pero
Kapila dio un terrible rugido y lanzó una ardiente llama sobre los hijos que
quedaron reducidos a cenizas. Ninguna noticia de esto llegó hasta Sagara.
Entonces
Sagara se dirigió a su nieto Suman, ordenándole que buscara a sus tíos y
averiguara su destino, «y», dijo, «hay fuertes y poderosas criaturas viviendo
en la Tierra; honra a aquellos que no te estorban, mata a aquellos que se
enfrenten a ti, y vuelve cumpliendo mi deseo». A su vez él llegó hasta él
elefante del Este, al del Sur, al del Oeste y al del Norte, y todos le
aseguraron el éxito; finalmente llegó al montón de cenizas de los que habían
sido sus tíos; allí gimió con corazón apesadumbrado con amarga pena. Allí,
también, él vio al caballo deambulando. Él deseaba celebrar los ritos funerarios
por sus tíos, pero no podía encontrar agua en ningún sitio. Entonces divisó a
Garuda pasando a través del aire; él gritó a Suman: «No te lamentes; porque
éstos han sido destruidos por el bien de todos. El gran Kapila consumió a estos
poderosos; por ello no deberías hacer las acostumbradas ofrendas de agua. Pero
allí está Ganga, hija del Himalaya; deja que esa purificadora de cada mundo
lave esta pila de cenizas; entonces los sesenta mil hijos de Sa-gaza alcanzarán
el cielo. Lleva de vuelta el caballo y lleva a término el sacrificio de tu
abuelo.» Entonces Suman condujo el caballo de vuelta, y la ceremonia de Sagara
fue completada; pero él no sabía cómo llevar a la Tierra a la hija del
Himalaya. Sa-gaza murió y Suman fue elegido rey. Él fue un gran gobernador, y
fmalmente entregó el reino a su hijo y se retiró a vivir en los bosques del
Himalaya; a su debido tiempo él también falleció y alcanzó el cielo. Su hijo,
el rey Dilipa, constantemente reflexionaba acerca de cómo traer el Ganga para
que las cenizas pudieran ser purificadas y los hijos de Sagara alcanzaran el
cielo. Pero después de treinta y cinco años también él murió, y su hijo
Bhagiratha, un santo real, le siguió. Poco después entregó el reino al cuidado
de un consejero y se fue al Himalaya, sometiéndose a terribles austeridades
durante mil años para bajar el Ganga desde los cielos. Entonces Brahma estaba
agradecido por su devoción y se apareció ante él ofreciéndole un deseo. Él
pidió que las cenizas de los hijos de Sagara fueran lavadas por agua de Ganga,
y que a él pronto pudiera nacerle un hijo. «Grande es mi poder», respondió el
gran señor, «pero no deberías invocar a Mahadeva para recibir a Ganga cayendo,
dado que la Tierra no pudo soportar su caída.»
Entonces
durante un año Bhagiratha adoró a Shiva; y éste, bien agradecido, se
comprometió a soportar la caída de la hija de la montaña, recibiendo al río
sobre su cabeza. Entonces Ganga, en poderoso torrente, se lanzó desde el cielo
sobre la graciosa cabeza de Shiva, pensando orgullosa: «Yo arrastraré al Gran
Dios en mis aguas, hacia las tierras bajas.» Pero cuando Ganga cayó sobre las
mechas enredadas de Shiva, ni siquiera pudo alcanzar el suelo, así que merodeó
por allí incapaz de escapar por muchos largos años. Entonces Bhagiratha otra
vez se comprometió en muchas y arduas austeridades, hasta que Shiva liberó al
río; ella cayó en siete torrentes: tres para el Este, tres para el Oeste,
mientras otro siguió al carro de Bhagiratha. Las aguas al caer hicieron un
ruido como el de un trueno; la tierra apareció muy hermosa, cubierta de peces
caídos y cayendo, tortugas y marsopas. Devas, rishis, gandharvas y yakshas
fueron testigos de la gran visión desde sus elefantes y caballos y
autopropulsados carros; todas las criaturas se maravillaron con el descenso de
Ganga. La presencia de los radiantes devas y el brillo de sus joyas iluminaron
el cielo como si hubiera cien soles. El cielo se llenó de veloces marsopas y
peces como destellos de brillantes rayos; los copos de espuma parecían grullas
color blanco, nieve pasando sobre cargadas nubes otoñales. Así cayó Ganga, ya
directamente hacia adelante, ya a un costado, a veces en arroyos muy estrechos,
y otra vez en un ancho torrente; ahora subiendo colinas, luego cayendo otra vez
en un valle. Muy hermosa era la visión del agua cayendo del cielo sobre la
cabeza de Shankara, y de la cabeza de Shankara a la Tierra. Todos los
brillantes del cielo y todas las criaturas celestiales se apresuraron a tocar
las aguas sagradas que lavaban todo pecado. Entonces Bhagiratha se adelantó con
su carro y Ganga le siguió; y detrás de ella vinieron los devas y rishis,
asuras, rakshasas, gandharvas y yakshas, kinnaras, nagas y apsaras, y todas las
criaturas que habitan las aguas les acompañaron. Pero mientras Ganga seguía a
Bhagiratha ella inundó la tierra del poderoso Jalma, y él se enojó mucho, y en
su cólera se tragó todas sus maravillosas aguas. Entonces las deidades le
suplicaron y le rogaron que la dejara en libertad, hasta que él se compadeció y
la liberó por sus orejas, y otra vez ella siguió el carro de Bhagiratha.
Finalmente ella llegó al poderosos río Océano y se sumergió en regiones
subterráneas; allí ella lavó los montones de cenizas, y los sesenta mil hijos
de Sagara fueron purificados de todo pecado y alcanzaron el cielo.
Entonces
Brahma le habló a Bhagiratha: «Oh muy poderoso hombre», dijo, «ahora los hijos
de Sagara han ascendido al cielo y permanecerán allí tanto como las aguas del
océano permanezcan en la Tierra. Ganga será llamada tu hija y recibirá tu
nombre. Ahora debes hacer ofrendas de estas aguas sagradas por tus ancestros,
Sagara, Suman y Dilipa, y bañarte en estas aguas y, libre de todo pecado,
asciende al cielo, adonde ahora yo me dirijo.» «Y, oh Rama», dijo Vishvamitra,
«te he relatado la historia de Ganga. Tenlo presente. El que relata esta
historia gana fama, larga vida y cielo; el que la oye llega a vivir hasta el
fmal de los días, y alcanza los deseos y la limpieza de pecados.»
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